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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1845 De las instrucciones verbales a Salvador Bermúdez de Castro, ministro de España en México sobre el proyecto de monarquía llamando a la Corona a un príncipe o princesa de la Casa Real de España.

México, 28 de agosto de 1845 [27,28)

 

Excelentísimo señor.

Muy señor mío: Tengo que dar cuenta a V.E. de un asunto sumamente grave: seré a causa de la cifra tan lacónico como posible me sea.

Desde que llegué a México empecé a ocuparme de un gran proyecto que pensé muy detenidamente en España, que he meditado exclusivamente durante mi largo viaje y que nunca he perdido de vista, ni por un momento, entre las graves atenciones que han acompañado mi permanencia en este país. Hablo del proyecto de convertir esta República en una monarquía, llamando a la corona a un príncipe o princesa de la Casa Real de España.

He marchado siempre hacia mi fin, pero con la espalda vuelta, no aventurando una palabra siquiera sospechosa. He extendido el círculo de mis amigos y de la influencia de España; los hombres de todos los partidos han venido a buscarme, mientras vivían completamente aislados y sin relaciones de ningún género los ministros plenipotenciarios de Inglaterra y Francia; se me han confiado todos los proyectos políticos y he afectado sin embargo, la mayor imparcialidad en las cuestiones interiores del país. He jugado siempre sobre seguro y con elementos que había estudiado profundamente de antemano.

V.E. sabe que antes de salir de España se me dieron en Barcelona instrucciones muy reservadas sobre este asunto. Redactolas don Francisco María Marín, subsecretario en la actualidad de esa Primera Secretaría y fueron aprobadas con acuerdo de S.M. por el Excelentísimo señor don Ramón María Narváez, presidente del Consejo de ministros, y ministro interino de Estado. Autorizábaseme en ellas cumplidamente para procurar el logro de tan deseado objeto, para prometer en nombre de S.M. toda clase de títulos y [con]condecoraciones y para sacar de la isla de Cuba todos los recursos que en hombres y en dinero me fuesen necesarios. Cuando entró V.E. en el Ministerio, yo le manifesté, como correspondía mis instrucciones. V.E. temió las consecuencias de un extravío que pudiera tener lugar en el viaje; y prefirió que conservando yo en la memoria su sentido, se añadiese a mis instrucciones generales una autorización mucho más vaga e indirecta.

V.E. me permitirá estas explicaciones y recuerdos preliminares; son necesarios para mi propósito. Nada he querido escribir a V.E. mientras mis proyectos no estaban maduros y eran sólo más o menos fundadas esperanzas. Otra cosa sucede hoy.

En mis largos despachos sobre la cuestión de Texas y el estado del país he manifestado repetidas veces a V.E. la situación angustiosa en que esta República se halla, la guerra con los Estados Unidos en el exterior, la desmembración del territorio como eventualidad inminente, el partido federalista cada vez más audaz, más receloso cada vez el ejército, la desobediencia e inmoralidad de los funcionarios públicos, la debilidad del poder central, el empeño de todas las rentas generales y la asignación de las particulares a los Departamentos, la falta absoluta de recursos para mantener las cargas del Estado, han aflojado de tal manera los precarios lazos que existen en la organización actual de este país, que puede asegurarse que camina a pasos agigantados a la disolución. El mal es tan palpable, que pocos son los que se hacen ilusiones ya.

La posición es esta. El partido federalista, compuesto de todos los revoltosos y las ambiciones subalternas, conspira; el ejército que teme y odia a la revolución y conoce la impotencia del gobierno para resistirla, conspirará también. El plan de los federalistas se reduce a intentonas; desacreditados y pocos, quieren ganar la acción por un golpe de mano; así me lo han comunicado sus mismos jefes: su triunfo sería efímero. Pero el ejército está unido y su voluntad es omnipotente, el caudillo favorito de las tropas, el que ha sustituido a Santa Anna en su prestigio militar, el que cuenta con más influencia aún, es el general Paredes. Hombre de mediana edad todavía, oficial del antiguo ejército español, valiente y arrojado como pocos, con la primera reputación militar de la República, estudioso en su profesión, popular entre los soldados con el prestigio raro en este país, de integridad y honradez, ha pensado mucho tiempo en su elevación con ánimo firme de no exponerla a la inestabilidad de las mudanzas revolucionarias. Este hombre no sabía qué hacer de su poder militar; hace seis meses tenía en la mano la herencia de Santa Anna, que había adquirido en el pronunciamiento de Jalisco. Yo acababa por decirlo así de llegar; pero tuve la suerte de que oyese hablar de mí, de tal manera que deseó conocerme y suplicó a un amigo común lo presentase; vino a mi casa. Hablamos de cosas indiferentes, de asuntos de política general; mutuamente nos estudiamos, y quedamos contentos el uno del otro. Pocos días después salió de México para tomar el mando del ejército que se preparaba contra Texas.

Pero ese tiempo no fue perdido; porque pudimos entendernos. Hay en México un hombre de un talento verdaderamente superior, llamado don Lucas Alamán. Diputado en el año de 1821, en las Cortes españolas, ministro de la República en 1824, jefe luego del famoso Ministerio de 1830, ha dejado una reputación de habilidad detrás de sí que han [sic] justificado la paz y el orden de que gozó el país durante su administración; la conducta equívoca del general Guerrero y otras circunstancias le hicieron sospechoso e impopular; Santa Anna le derribó entonces, y no han sido amigos nunca. Apartado de los negocios, sus mismos enemigos que temen sus talentos, le consultan siempre; porque pasa y con razón por el único hombre de estado del país. Con este hombre, a quien de reputación conocía hace mucho tiempo y cuyas opiniones monárquicas no ignoraba, he estado íntimamente unido y en la más estrecha confianza desde el principio. El general Paredes tiene por él la mayor deferencia, años hace; le consultó, siguió sus consejos, y a él encargó que me hablara, y en su nombre se entendiera conmigo.

Estas negociaciones seguidas con la mayor cautela, tanto por lo delicado de mi posición como por la timidez que han infundido las persecuciones en Alamán, han continuado desde abril hasta hoy.

El general Paredes se ha comprometido al fin a trastornar las instituciones republicanas y a levantar una monarquía, poniendo en el trono a un príncipe o princesa de la sangre real de España. Disponiendo de un ejército numeroso, y con cuya obediencia ciega cuenta, seguro de las opiniones de sus oficiales, quería marchar sobre México desde San Luis [Potosí], y esperaba mis órdenes para ello. Con este objeto me envió hace algunos días un coronel de suma confianza; única persona que con Alamán y un comerciante español sabe mis negociaciones con él. Le he dicho que conviene no apresurarse todavía; porque es preciso dar el golpe sobre seguro; he detenido su impaciencia, porque quiero aún más elementos de los que existen; quiero sobre todo un pretexto razonable de rompimiento. Si de repente se alzase una bandera monárquica, sería un escándalo, y poco prevenidos los hombres de esas opiniones, que son los más ricos y por consiguiente, los más tímidos del país, la apoyarían mal. Además para derribar al gobierno y hacer entrar en manos de Paredes la dictadura se han comprometido generales republicanos, héroes, como les llaman, de la primera insurrección contra España, descontentos hoy, que nada saben de nuestros planes y que o vendrán con nosotros hasta el fin o se quedarán solos y gastados detrás. De todos modos, nos darán cuando sea menester el peso de su nombre y de su prestigio.

Nuestros recursos son los siguientes:

1º Un ejército de doce mil hombres, que suponen lo que ochenta mil en España, bien disciplinado, descontento con las formas republicanas y que seguirá ciegamente a su jefe. Este es el único ejército de la República, y el que se reúne para Texas.

2º El general en jefe Mariano Paredes, que si tiene tanta perseverancia como influencia y arrojo, podrá tanto como Iturbide y más que Santa Anna.

Todos los ricos comerciantes y sobre todo los propietarios del país; fácilmente se explican sus opiniones por los saqueos que han sufrido y la inseguridad en que están. Muchos de ellos poseían títulos de Castilla, y quisieran volver al Plan de Iguala, para recobrarlos. He recomendado sin embargo, a Paredes que no hable a ninguno de ellos; son tímidos y nada harán; pudieran comprometer el secreto, y su apoyo es seguro después de la victoria.

4º Todo el alto clero y la mayor parte de los curas del interior. La influencia eclesiástica es inmensa todavía en el país, y este elemento de fuerza es grande y seguro.

5° Santa Anna y a quienes el partido liberal ha perseguido con encarnizamiento después.

Los Departamentos del norte, asolados por los indios bárbaros, y que anhelan cualquier gobierno que pueda ofrecerles protección.

Así el ejército, los jefes sin destino, el clero, los propietarios, el alto comercio son elementos seguros para nuestro plan. El pueblo no hará más que obedecer; es indiferente y apático. La República cuenta ya con pocas simpatías.

Hay algunos obstáculos, pero no son de consideración. La legión de indios semisalvajes que ha levantado el general Álvarez en la banda del sur pudiera ser obstáculo más serio; pero hay un medio seguro de neutralizar su acción.

El plan que he acordado con Alamán y Paredes es el siguiente. Aguardar un pretexto que no puede tardar mucho porque están impacientes los revoltosos, las elecciones, por ejemplo; que se reúnan entonces los jefes de las tropas con las personas más importantes de los ricos Departamentos que ocupan y hagan presente al general Paredes el estado lamentable del país, refiriendo la historia de las diferentes fases por donde ha pasado y pidiendo un remedio radical. El general Paredes, como arrastrado por la voluntad de sus soldados, marchará sobre México entonces; concentrará en sus manos todos los poderes, disolverá las Cámaras y reunirá, como hizo Santa Anna en 1841, una Asamblea de Notables. Estarán representadas en ella todas las clases, pero todos sus individuos serán nombrados por el gobierno. Vendrán todos los obispos, los generales y jefes más comprometidos, los abogados y magistrados de opinión más segura y los antiguos títulos representando la propiedad. Volverase, como punto de partida, al Plan de Iguala y se pedirá un príncipe o princesa de la Casa Real de España. Hasta ahora este plan, y no peco yo por exceso de confianza, tiene todos los elementos de triunfo que pueden asegurar el éxito de una revolución.

Pero el general Paredes y Alamán desean contar con apoyos exteriores; temen sobre todo [a] los Estados Unidos y me han suplicado que particularmente sobre este asunto llame la atención del gobierno de S.M. Creo que con la Francia puede contarse y aún tengo entendido que lo desea con ardor; así me lo ha dicho espontáneamente su representante en los primeros días de mi llegada, sin que yo le hablase ni le haya hablado después una palabra de este asunto. La Inglaterra, por motivos comerciales, sobre todo por evitar la desmembración de esta nación, en provecho de los Estados Unidos, inevitable si siguen así las cosas, no puede oponerse al único remedio que levantaría una barrera entre ambos países.

Al gobierno de S.M. toca negociar, si llega el caso, el inmediato reconocimiento de la nueva monarquía, y sobre todo, que teniéndose en cuenta los derechos de soberanía que asisten a esta nación, se respeten los cambios que haga en su gobierno, como se han respetado todas sus revoluciones. Que el principio de no intervención que proclamaron en Europa en 1830, sea para todos una verdad. Suplico a V.E. que se sirva dar cuenta de este despacho a S.M. porque es indispensable pensar desde ahora y sin pérdida de tiempo en la persona real que haya de ocupar, si llega el caso, el trono mexicano. Yo he dejado abierto el campo para quien S.M. designe. Con el mayor secreto es necesario que esté todo preparado. Si, contra todas las probabilidades, nuestro plan saliese mal, el gobierno español ni aun podría ser acusado de saberlo; si sale bien, dejar huérfano, aun por días, el nuevo trono en un país tan agitado, pudiera ser sumamente peligroso. He expuesto a V.E. mucho más extensamente de lo que me proponía, la verdad y nada más que la verdad de las cosas. Cuando el golpe esté dado, enviaré a V.E. una persona de toda mi confianza que le explique y manifieste todo. Entretanto para obrar yo necesito que el gobierno de S.M. no olvide cuán grave será mi posición, si el caso llega, hasta la venida del nuevo monarca necesito la confianza más absoluta y que las autoridades de La Habana pongan a mi disposición los recursos que les pida. He prometido para ese caso, conforme al espíritu de mis instrucciones, todo cuanto puede tentar a los hombres, dinero, [con]decoraciones y títulos, y creo que el [general en] jefe desea el Toisón [de Oro]. Pero todo esto está ahora entre tres personas y no transpirará hasta que salga bien; y yo aseguro del modo más explícito a V.E. que no quedará España en ningún caso comprometida.

Estos no son proyectos quiméricos ni lisonjeras esperanzas. Es un plan concebido con mucha calma y madurez y con grandes elementos por ahora. Por esto suplico a V.E. que tomando este asunto como cosa muy seria y grave como una ocasión que perdida no volverá jamás, porque será imposible reunir tales elementos, acuerde el gobierno de S.M. lo que tenga por conveniente y me comunique inmediatamente las órdenes. Yo pido de nuevo la confianza más absoluta para hacer concesiones políticas y personales; para disponer de todos los recursos de la isla de Cuba.

Tal vez este voto de confianza parecerá excesivo, pero que el gobierno de S.M. piense que estoy a dos mil leguas de España y los acontecimientos marchan como torbellinos en los países como éstos, agitados por perpetuas revoluciones. Yo no soy ni ligero ni imprudente; he meditado bien antes de escribir; hasta ahora me favorece la fortuna. Que no se desaproveche la ocasión; que no se me aten las manos. Esto es lo único que me atrevo a suplicar.

Tengo la honra de renovar a V.E. las seguridades de mi respeto y consideración, rogando a Dios guarde su vida muchos años.

México, 28 de agosto de 1845.
Excelentísimo señor.
B.L.M. de V.E.
Su más atento, seguro servidor. Salvador Bermúdez de Castro [rúbrica]

 

Notas:

27 Este despacho, cuyo original aparece cifrado, así como algunos más relativos a la intriga monárquica urdida por Bermúdez de Castro, se encuentran reproducidos en Jaime Delgado, La monarquía en México, 1845-1847, México, Porrúa, 1990, pp. 171-265. La transcripción de Delgado siguió las reglas de aquella que es “copiada a la letra, anhela acercarse, en lo posible, a una fotocopia (paleográfica o neográficamente) en sus detalles para su mejor consideración la dividimos así: a) Extrema, sigue el original y conserva la unión de las letras”. Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Metodología de la investigación: bibliográfica, archivística y documental, México, McGraw-Hill, 1988, p. 124. Este criterio es completamente diferente del que el Editor sigue en la presente compilación. Este es, una “transcripción literal modernizada, literalmente fiel, pero arreglada para mejor comprensión de los lectores”. Ibidem. Además, Delgado no incluyó ninguno de los anexos que acompañan a estas comunicaciones. Para ofrecer a los lectores de esta Correspondencia una edición de acuerdo al criterio fijado, el Editor ha transcrito los despachos directamente de sus originales; cotejó primero los despachos descifrados por los funcionarios del Ministerio de Estado; después los confrontó con los originales de Bermúdez de Castro y; finalmente Luis del Castillo Múzquiz realizó la meticulosa labor de enlistar cada cifra y su correspondiente equivalencia en letras, signos de puntuación, sílabas o palabras.

28 Este extracto ha sido elaborado por el Editor.

Fuente: Correspondencia diplomática de Salvador Bermúdez de Castro, ministro de España en México. Tomo II, (de julio a diciembre de 1845). Edición, compilación, prólogo y notas de Raúl Figueroa Esquer. México, 2013. pp. 628-634.

 

 

Contestación de Francisco Martínez de la Rosa, ministro de Estado español.

Minuta. En cifra.29
De Francisco Martínez de la Rosa, P.S.D.E. a Salvador Bermúdez de Castro. Madrid, 31 de octubre de 1845.

En contestación al despacho reservado de V.S. Núm. 109, debo prevenirle, de orden de S.M. y de acuerdo con el dictamen del Consejo de ministros, lo siguiente.

El gobierno aprueba la conducta de V.S., y le autoriza para continuar favoreciendo el mismo propósito.

Éste debe encaminarse a fundar en México un imperio, llamando al trono a un príncipe de la Casa Real de España, al que S.M. tenga a bien designar.

Evitará V.S. cuidadosamente que aparezca [el gobierno español] toma[ndo] parte en la lucha de los partidos, así para no comprometer su carácter y los intereses de la nación, como para no lastimar el amor propio de esos naturales. Todo debe aparecer que lo hacen ellos mismos, libre y espontáneamente; con lo cual se conseguirán dos objetos, uno interior y otro exterior. Se quitará al partido monárquico la impopularidad, más o menos grande, que lleva siempre el obrar a impulso o con el apoyo de una potencia extranjera. También se facilitarán de esta suerte las negociaciones que se entablen con otras potencias, para que reconozcan al nuevo Estado; presentado la erección de la monarquía como obra exclusivamente nacional, en uso del mismo derecho que las potencias han reconocido en los anteriores cambios políticos de ese país.

El que no aparezca la menor intervención ni influjo de V.S. en el cambio que se intente proporcionará la ventaja de que, si sale mal, no queden el gobierno ni su representante comprometidos, a los ojos de esa nación ni ante las demás.

En dicho desgraciado evento, los conatos de V.S. se limitarán a prestar aquellos buenos oficios que la humanidad dicta y que puedan explicarse bajo tal concepto; manifestado que no intenta entrometerse en contiendas domésticas, sino salvar las víctimas de los partidos [políticos],30 según se acostumbra hacer en naciones civilizadas.

Aun cuando el éxito sea favorable, debe ocultase con el mayor cuidado la parte que en él haya tenido V.S., por los motivos antes indicados.

Esto le facilitará poder alegar que carece de instrucciones, no estando su gobierno prevenido de antemano y haber de consultarle; y en lo que convenga hacer desde luego, manifestará que lo toma sobre su responsabilidad.

Lo mucho que importa el que no se descubra la intervención o el influjo del gobierno español o de su representante hace que sólo pueda prestarse para dicha empresa cierta clase de auxilios, que no sea fácil probar y que en último caso quede siempre en duda.

Tal conceptúa el gobierno enviar algunos buques de guerra a Veracruz y al golfo mexicano; cuya presencia, reclamada tiempo ha por V.S., se explica naturalmente por el estado político de ese país, por los sucesos de Texas y el recelo de un rompimiento con los Estados Unidos.

Los buques servirán para dar un apoyo moral, para favorecer a las personas e intereses de los españoles, residentes en ese Estado, y para que pueda V.S. destinar dichos buques al punto que crea más conveniente, según los casos y las circunstancias.

A este efecto va a salir inmediatamente de Cádiz el navío Soberano, que se dirigirá a La Habana y de allí a Veracruz, a no ser que la estación de los vientos nortes u otras causas hagan peligrosa su entrada en aquel puerto. En cuyo caso, se quedará en La Habana e irá en su lugar una fragata.

Pocos días después del Soberano saldrá de Cádiz la fragata Isabel II, probablemente al mando del infante don Enrique; y si no pareciere conveniente que este buque vaya a Veracruz, irá en su lugar otra fragata, con distinto comandante. En uno y otro caso, irá también un vapor de guerra de los del Apostadero de La Habana.

El ministro de Marina [don Francisco Armero] da las órdenes oportunas a aquel comandante general, para que tenga los buques de la Real Armada a la disposición del capitán general, el cual recibirá las instrucciones necesarias sobre este y los demás puntos por el conducto del presidente del Consejo de ministros. Éste le mandará obrar de acuerdo con V.S. para tan importante objeto; debiendo entenderse exclusivamente31 con él en todo lo concerniente a aquella isla.

Otro medio reservado por su naturaleza, y de que deberá hacerse uso con la mayor cautela, es el de algunos fondos, que hagan falta para llevar a cabo la empresa o para los primeros días de instalarse el nuevo gobierno. Es probable que, si sale bien el plan, no falten españoles acaudalados, de los residentes en esa capital, que anticipen algunos fondos; pues además de lisonjearles semejante cambio político, no podrán desconocer cuán útil ha de ser a su influjo personal y a sus intereses.

Para que no carezca V.S. de los fondos que estime indispensables, se da orden por el ministro de Hacienda [don Alejandro Mon] para que el superintendente de La Habana [don Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva] ponga por de pronto a disposición del capitán general 2,000,000 de reales, y después hasta completar 10,000,000.32 Se ha creído que con la primera suma habría suficiente para los gastos preparatorios; y si se verifica la empresa, puede echarse mano de la otra cantidad, mientras el gobierno facilita los medios y recursos que sean necesarios.

El capitán general recibirá orden de tener desde luego a disposición de V.S. los dos millones para gastos preparatorios que por su naturaleza deben ser secretos; y los ocho restantes para acudir a los primeros gastos, después de verificarse la empresa.

V.S. se pondrá de acuerdo con aquella autoridad acerca del modo de trasladar los fondos con seguridad y reserva.

La presencia de los buques de guerra y los fondos que se suministren son los únicos auxilios que pueden darse, hasta que se consiga el objeto.

V.S. dará al mismo tiempo las mayores seguridades de que el gobierno de S.M. no omitirá esfuerzo ni diligencia, para que los demás gobiernos reconozcan el cambio político y la dinastía que en su virtud se establezca.

A este efecto se va a principiar desde luego a preparar el terreno; pero con la mayor circunspección y reserva hasta saber el éxito de la empresa. Si éste fuere favorable, las gestiones diplomáticas tomarán inmediatamente un carácter público y solemne.

El príncipe que S.M. ha tenido a bien designar para que en él recaiga la Corona de ese nuevo Estado es S.A. [Real]33 el infante don Enrique.

A fin de que se halle más próximo, por si los sucesos reclamaren urgentemente su presencia, se le ha destinado a La Habana.

En vista de la situación y circunstancias, que no pueden preverse y menos a tan larga distancia, se determinará si conviene que la Asamblea de Notables haga una declaración en términos generales, ofreciendo la Corona al príncipe que S.M. designe y enviando una diputación con este mensaje; o que la Asamblea aclame a dicho príncipe, como muestra de deferencia a la Casa Real de España, y contando con que S.M. no podrá negar su beneplácito, sabiendo que es aquella la voluntad de la nación mexicana.

Si se adopta este segundo medio, deberá enviarse una diputación al infante; quien manifestará que acude a tan honroso llamamiento, por evitar los males de la anarquía y las demás consecuencias que se le han hecho presentes; pero que al aceptar la Corona, no puede prescindir de hacerlo contando con la aprobación y beneplácito de la reina de España, como está obligado, tanto en calidad de súbdito como en la de miembro de la real familia.

En suma; debe procurarse que la elección de los mexicanos aparezca hija del recuerdo favorable que ha dejado la dominación de España y de veneración a su dinastía; a fin de que la aceptación de la Corona y las gestiones que en su virtud practique el gobierno de S.M. con las demás naciones se presenten como consecuencia natural y legítima de tan espontáneo y solemne ofrecimiento.

Es probable que los mayores obstáculos que presente el reconocimiento del nuevo gobierno y su arraigo en el país provengan de los Estados Unidos; así por su interés en alejar de América el régimen monárquico y el influjo de las naciones europeas, como porque dicho suceso, [en] caso de realizarse, es la mayor barrera que puede hallar a sus planes de engrandecimiento. Mas esto mismo suministrará a V.S. un medio eficacísimo para granjear la opinión pública a favor del cambio proyectado; demostrando, que es el único medio de evitar la disolución de ese Estado, y que vaya cayendo sucesivamente en la sima de la Unión Anglo-Americana, perdiendo la existencia y hasta el nombre.

En todas las comunicaciones que tenga V.S. con los jefes o directores del plan deberá fijar claramente el fin y objeto de la empresa, para evitar después dudas o tergiversaciones. Dicho objeto es fundar en México una monarquía templada, a cuya cabeza se ponga un príncipe español, transmitiéndose la corona según la ley de sucesión que se establezca.

Como suele ser no menos largo que peligroso discutir en asambleas la constitución de un Estado, y es natural que ese país esté cansado de discusiones políticas, se procurará que el nuevo monarca presente hecha la Constitución, y que la acepte el Congreso con la solemnidad y en la forma que mejor convenga. Es probable que los ánimos estén preparados para ello; y que el mismo partido político, que haya tenido poder y fuerza para derribar las instituciones republicanas y ofrecer la Corona a un príncipe, tenga influjo bastante para terminar su obra, sin exponerla a riesgos y contingencias. Es por lo tanto fácil que acepte de manos del príncipe una Constitución, fundada en sanos principios de política, semejante a las que ahora rigen en España y en otros Estados de Europa; en la cual se muestre robusto y fuerte el principio monárquico; tanto más cuanto es indispensable que así sea, para fundar un orden estable en un país poco adelantado y víctima por largo tiempo de continuos trastornos. Es de creer que tanto los caudillos militares, acostumbrados a la subordinación y disciplina, como los hombres ilustrados de ese país, aleccionados con tantos escarmientos, abunden en estas ideas y contribuyan a que prevalezcan.

Por lo que hace el partido federalista, es probable que se oponga más o menos; y aun es de temer que sirva de instrumento a los Estados Unidos, que ocultarán sus ambiciosos planes con la bandera popular de aquel partido. Por lo tanto importa mucho dejarle enteramente desarmado y en la imposibilidad de volver a desasosegar el país. El primer momento de la victoria, con el entusiasmo que ha de excitar el establecimiento de la monarquía, es el más a propósito para afirmar la obra, quitando a los enemigos los medios de minarla.

Al acceder el gobierno español a la propuesta de sentar a uno de sus príncipes en el trono de México, ofreciendo hacer cuanto esté a su alcance para que le reconozcan las demás potencias, claro es que ni puede ni debe olvidar los intereses de España; pero por fortuna están en un todo de acuerdo con los de México. Nadie ganará más que España en que allí se funde un imperio grande y poderoso, unido a ella por los estrechos vínculos que deben enlazar a ambos reinos. En este sentido deberá V.S. expresarse; evitando ofender34 en lo más mínimo la altivez de esos naturales; y procurando al mismo tiempo sacar el mayor partido posible a favor del comercio español asegurando por medios indirectos el legítimo influjo de España, que en nada se opondrá al decoro del nuevo gobierno ni al bienestar de los pueblos que le estén sometidos.

Como conviene que el nuevo príncipe se presente con el decoro y majestad que corresponde, así para dar idea del poder de España, como para que aquél adquiera prestigio entre sus súbditos, se procurará que vaya rodeado de personas de autoridad, y que lleve además alguna fuerza, como guardia de honor; con lo cual se conseguirá darle mayor realce, a la par que seguridad; evitándose que por un golpe osado se atente quizá contra su persona o se destruya lo hecho, con desaire del príncipe, y grave compromiso para España.

Es de creer que los mismos jefes del ejército, comprometidos en la empresa o que después se adhieran a ella, miren con agrado más bien que con disgusto una nueva prenda de seguridad; pudiendo ofrecer en la guardia de honor del monarca un modelo y dechado a sus tropas.

Hasta saber que se ha verificado el cambio político y el aspecto que presenta, no pueden anticiparse otras prevenciones; sino dar a V.S. la latitud conveniente, para que obre según la ocasión y las circunstancias. Se le autoriza igualmente para ofrecer recompensas, títulos y honores a nombre de S.M.; confiando a su prudencia que se ofrecerán con cierta economía, para realzar su valor, y a aquellas personas que cooperen al intentado objeto o que convenga ganar a favor de la misma causa.

Los medios y personas de que haya de valerse se dejan a la discreción de V.S., sin que haya que recomendarle lo propio que en su despacho expresa; a saber; que por ningún concepto, sea cual fuere el éxito, quede en descubierto o comprometido el gobierno de S.M.

No hay que encarecer la gravedad e importancia del asunto que se encarga a la lealtad de V.S., a quien no cabe dar mayor prueba de confianza.

No deberá V.S. perder ninguna ocasión segura de dar cuantas noticias y datos estime convenientes; así al capitán general de Cuba, en la parte que le concierna, como al gobierno de S.M.

De Real Orden, etc.

Aprobado en el Consejo de ministros, el día 31 de octubre de 1845. [rúbrica]

 

Notas:

29 En AHN se encuentran dos minutas de estas instrucciones; una de ellas menos desarrollada que la otra, que en adelante será citada como primera minuta. El Editor reproduce ambos documentos, complementando uno con el otro. Al no poder precisar cuál de las dos versiones le fue enviada a Bermúdez de Castro como Real Orden y, por lo tanto, tampoco se puede especificar qué parte del texto se le envió cifrada, se publica el contenido sin cursivas.

30 Esta palabra aparece en la primera minuta.

31 Subrayado en el original.

32 Si dos millones de reales eran doce mil pesos fuertes, los diez millones prometidos ascenderían a la suma de sesenta mil pesos fuertes.

33 Esta palabra viene incluida en la primera minuta.

34 En la primera minuta dice “lastimar”.

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Correspondencia diplomática de Salvador Bermúdez de Castro, ministro de España en México. Tomo II, (de julio a diciembre de 1845). Edición, compilación, prólogo y notas de Raúl Figueroa Esquer. México, 2013. pp.