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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1823 Carta de Jefferson a Monroe.

Monticello, 24 de octubre de 1823

UNA PRIMERA COMUNIÓN
CON RUEDAS DE MOLINO

“El ministro Rush dijo á su jefe, con fecha 23 de agosto: "El gobierno inglés nos invita á hacer una declaración conjunta contra las potencias de la Santa Alianza". El gobierno inglés no había hecho tal invitación, ó si la había hecho, era una invitación á la Canning, es decir, una broma de las que él se permitía con todo el mundo.

Mas tarde, Rush tuvo que informar sobre el silencio misterioso de Canning, y por último, se vio forzado á confesar que el protocolo del 9 de octubre ponía fuera de caso todo lo dicho sobre los planes de la Santa Alianza.

Pero el informe de Rush, con la transcripción de la carta de Canning, produjo en Washington la misma emoción que había experimentado el ministro en Londres. El presidente Monroe no se creyó capacitado para resolver el punto, aun con la ayuda de su habilísimo secretario Mr. Adams, ó quiso dar mayor solemnidad al inusitado acontecimiento, consultando á los oráculos de la nación.

Los oráculos eran Jefferson y Madison, antiguos presidentes de la Unión. Jefferson y Madison vaciaron las cataras de su sabiduría sobre una cuestión, que aunque ya no existía sino en el limbo de la inocencia diplomática de Mr. Rush, ha tenido el privilegio de cautivar á tres generaciones.

Jefferson era ciertamente un hombre superior: educado, noble, generoso. Tenía sin embargo, el defecto de una propensión literaria á la adoración de los principios abstractos. De todo formaba sistemas, y vinieran ó no al caso, se encaramaba en las cumbres del sentimentalismo que había sido su fuerza política como demagogo. Así fué como á la carta en que el presidente Monroe hablaba del asunto con toda llaneza, y demostrando mucha seriedad, el expresidente Jefferson contestó repicando con todas las esquilas de la retórica.

El presidente creía que el gobierno de los Estados Unidos debía aceptar la proposición del gobierno británico, y dar á conocer que una intervención de las potencias europeas en América, especialmente un ataque contra las colonias, sería considerado á la vez como un ataque contra los mismos Estados Unidos, bajo la presunción de que si esta tentativa tenía buen éxito, se haría extensiva contra los angloamericanos.

La quintaesencia del monroísmo se encuentra en la carta de Jefferson al presidente, fechada en Monticello el 22 de octubre de 1823:

"La cuestión planteada por las cartas que me ha enviado usted, es la más importante que se haya ofrecido á mi consideración, después de la relacionada con la independencia. Ésta nos hizo nación; aquélla nos da la brújula y nos señala la ruta que debemos seguir á través del océano de tiempo que se abre ante nosotros. Y no podríamos embarcarnos para este viaje en condiciones más propicias. Nuestra máxima fundamental, y la primera de todas, debiera ser no complicarnos en las discordias de Europa; la segunda, no permitir que Europa se mezcle en asuntos cisamericanos (sic). América, así la del Norte como la del Sur, posee un conjunto de intereses distintos de los europeos y enteramente peculiares. Debería tener, por consiguiente, un sistema separado, propio, distinto del de Europa. Mientras la última trabaja para ser el asiento del despotismo, nuestros esfuerzos, indudablemente; deberían tender á hacer de nuestro hemisferio el domicilio de la libertad.

„Una nación, más que ninguna otra, podría perturbarnos en esta empresa; pero hoy nos ofrece dirigirnos, ayudarnos y acompañarnos en ella. Accediendo á su propuesta, la desprendemos del bando enemigo, traemos su gran peso á la balanza del gobierno libre, y de una sola vez emancipamos un continente que, de otro modo, permanecería largo tiempo presa de dudas y dificultades. La Gran Bretaña es la nación que más puede dañarnos entre todas las de la tierra, y con ella de nuestra parte no tenemos por qué temer al mundo entero. Por lo mismo, debemos cultivar asiduamente una amistad cordial con ella, y nada podría conducirnos de un modo más inmediato á estrechar nuestros vínculos de afecto que ver otra vez á la una luchando, por la misma causa, al lado de la otra. Y esto no quiere decir que yo comprara ni su amistad al precio de tomar parte en sus guerras.

„Pero aquélla á que la presente propuesta nos conduciría, dado que tal fuera la consecuencia, no sería una guerra suya, sino nuestra. Su objeto es introducir y establecer el sistema americano, que consiste en apartar de nuestra tierra á todas las potencias extranjeras y en no permitir que las de Europa se mezclen en los negocios de nuestras naciones. La guerra tendría por objeto mantener nuestros principios; no separarnos de ellos. Y si, para facilitar esto, podemos hacer una división en el conjunto de las potencias europeas. y poner de nuestro lado la fracción más poderosa, seguramente deberíamos hacerlo. Pero yo estoy resueltamente de parte de Mr. Canning, al opinar que esto prevendrá la guerra en vez de provocarla. Con la Gran Bretaña retirada del platillo de la balanza en que se hallan las otras, y puesta en el de nuestros dos continentes, toda la Europa, combinada, no emprendería esa guerra, porque ¿cómo atacaría á cada uno de sus dos enemigos, sin flotas superiores? No debe desdeñarse tampoco la ocasión de expresar nuestra protesta contra las atroces violaciones del derecho internacional, por la intervención de una en los asuntos domésticos de otra, violaciones comenzadas tan criminalmente por Bonaparte y continuadas hoy por la igualmente criminal Alianza, que se llama Santa á sí misma.

„Pero tenemos que preguntarnos, primeramente, si deseamos adquirir, para nuestra confederación, alguna ó algunas de las provincias españolas. Confieso ingenuamente que siempre he considerado á Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse á nuestro sistema de Estados. El dominio que esta isla, junto con la punta de la Florida, nos daría sobre el Golfo de Méjico y los países é istmos que lo limitan, lo mismo que sobre todas las aguas que en él desembocan, llenaría la medida de nuestro bienestar. Sin embargo, convencido como estoy de que esto nunca podría obtenerse, ni aun con el consentimiento de Cuba, sino á costa de una guerra y de que su independencia, que es nuestro interés en segundo lugar, especialmente de su independencia de Inglaterra, puede obtenerse sin guerra, no tengo la menor vacilación en abandonar el primer deseo á futuras contingencias y aceptar la independencia de Cuba con paz y la amistad de Inglaterra, más bien que su asociación á costa de una guerra y con la enemistad de la Gran Bretaña.

„Podría, por lo mismo, honradamente unirme á la declaración propuesta, diciendo que no pretendemos la adquisición de ninguna de estas posesiones y que no nos interpondremos en el camino de ningún arreglo amistoso entre ellas y la madre patria, pero que nos opondremos con todos nuestros recursos á la intervención de cualquiera otra potencia como auxiliar, estipendiarla ó bajo cualquiera otra forma ó pretexto, y, especialmente, á la transmisión de esas posesiones á otras potencias, por conquista, cesión ó adquisición de cualquier género. Consideraría, pues, recomendable que el Ejecutivo estimulara al gobierno británico para que perseverase en las disposiciones que traducen estas cartas, asegurando que le prestará su concurso dentro de las facultades que tiene y que, como esto puede llevar á una guerra, cuya declaración incumbe al congreso, el caso se presentará á éste para que lo considere en su próxima reunión y bajo el aspecto razonable que él mismo le atribuye."

 

[…]

 

 

 

 

Pereyra Carlos. El Mito de Monroe. Madrid. Editorial América [Biblioteca de Ciencias Políticas y Sociales]. (1916). pp. 40-45.