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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1822 Informe de Pascual de Liñán, comandante de las fuerzas expedicionarias embarcadas en San Juan de Ulúa rumbo a España.

La Coruña, 15 de junio de 1822

 

Excelentísimo señor.

Consiguiente a cuanto tuve el honor de expresar a vuestra excelencia el día después de mi desembarco en esta plaza, que fue el 1º. del corriente, he reunido los documentos que me parecen suficientes para que vuestra excelencia se penetre de las novedades ocurridas en las provincias de Nueva España desde que di mi último parte estando en Xalapa, en 19 de marzo próximo pasado, y se pusieron las tropas españolas en marcha para embarcarse; los documentos anunciados se reducen a la correspondencia oficial que he mantenido, con respecto al asunto que se versa, desde mi movimiento de México con la división de 1 163 plazas y 186 jefes y oficiales, con los señores general D. José Dávila, el presidente de la Regencia del gobierno intruso constituido en aquel país, y el capitán general de la provincia de Veracruz puesto por el expresado gobierno. Convenido con las tres autoridades mencionadas, como se demuestra por los oficios números 1, 3, y 8, dispuse que el último del mes de febrero bajase desde la villa de Xalapa al puerto de Veracruz para embarcarse el regimiento del Infante D. Carlos, con la fuerza de 216 plazas, jefes y oficiales natos de él, pero ¡cuál sería mi sorpresa al leer a los dos días los números 5 y 6! Lo dejo a la penetración de vuestra excelencia el juzgarlo, con sólo rogarle que se sirva tener a la vista mis cinco partes anteriores dirigidos a ese ministerio, y de los cuales no he tenido contestación, cuyos contenidos dan bien a conocer los obstáculos que de continuo tenía que vencer para que nuestras armas se mantuviesen con el honor que hasta el día se había practicado, y prevenía íbamos a perder, por cuyo convencimiento contesté al primero del señor Luaces con el número 7, y al segundo del señor Dávila con el 8, ambos con la delicadeza que la gravedad del asunto y la situación de las tropas expedicionarias requería, sin olvidar la energía que en semejantes casos es menester tener para poder responder a la nación de mis operaciones militares. La contestación del señor Dávila es la del número 10, cuyo contenido me tranquilizó, sin embargo que conocí en él se me quería decir en lo verbal alguna grande novedad, persuadiéndome podría ser de nuestro superior gobierno, por lo que sin demora mandé se apostasen partidas de tropa de caballería y tiros de mulas, de modo que en 24 horas me puse en Veracruz, sin embargo de ser tierra caliente, distar 24 leguas y ser malísimo camino. Mi llegada fue el día 10, después de anochecer, y estando las puertas de la plaza cerradas, me pareció lo más conveniente dejar para la mañana del día siguiente mi pase al castillo de San Juan de Ulúa, como en efecto lo realicé; tuve una gran sesión con el señor Dávila de 4 a 5 horas, en ella me descubrió el mencionado general un plan para formar una contrarrevolución, expresándome que no se había querido fiar de nadie, y así que todo era cosa suya. Le pregunté si para ello tenia expresa orden de nuestro gobierno, pues creía no eran esas sus ideas por haber visto en El Universal de Madrid de 25 de enero del corriente año que del Congreso Nacional se pasó una nota al gobierno para que, con toda brevedad, nombrase sujetos de toda probidad e inteligencia para que, pasando a ambas Américas, oigan por escrito a los gobiernos que en ellos haya constituidos, a cuyas proposiciones les deberán poner las notas que les parezca, y quedándose en el mismo país, las remitan al superior gobierno español, el cual las pasará a las Cortes para su deliberación, me contestó que no, que si tenía algunas esperanzas de que en 3 ó 4 meses pudiese ir de la Península alguna expedición de tropas, aunque no fuesen más que dos o tres mil hombres, me dijo que no; que si de La Habana u otra parte de las Américas esperaba algunas fuerzas de consideración, expresó que sólo esperaba de La Habana el relevo de la guarnición del castillo, que sería como de 400 hombres y 1 000 pesos mensuales que se le habían asignado, que de la corte sólo tenía la orden para que mantuviese aquel castillo, y que de La Habana se le auxiliase con lo que se pudiese, teniendo estos datos con documentos que para el efecto llevaba; le hice ver en que situación y estado se hallaban las tropas expedicionarias, de qué clase eran, y por consiguiente, lo que se podía esperar de ellas, repitiéndole por varias veces tuviese presente que cuando el lance de Toluca, que los independientes quisieron desarmárnoslas, en cuerpo, más de 60 sargentos se me presentaron en la casa de mi posada diciéndome que, habiendo tenido junta, iban por sus clases y en nombre de la tropa a exponerme que estaban dispuestos a entregar las armas por no estar en disposición de batirse, etc., etc. Después le expresé que lo que me decía en secreto era cosa muy vieja no solamente para mí, sino para todos los habitantes de la comarca, pero que yo nunca le había querido dar crédito, y así que con certeza le aseguraba iba a comprometer las armas españolas y a 5 ó 6 000 familias de la misma nación, que no les había sido posible salir de aquellas provincias, a esto contestó que se defendiesen o pereciesen por no haberlo querido hacer antes; le añadí que si era el primero a presentar su pecho al enemigo en el primer desembarco yo sería el segundo que lo acompañase, a lo que me significó que como castellano del castillo no podía abandonarlo; le hice ver que toda la nación le escupiría en la cara si tal catástrofe le proporcionaba, pero excelentísimo señor, como me sucedió a mí es regular irrite a vuestra excelencia su contestación, que fue que nada le importaba, que se iría al abrigo de su hermano a Sevilla, poniéndose allí una capita y una chaqueta; viendo tal tenacidad en querer llevar adelante su impracticable y mal meditado plan, le pedí que esperase a que los cuerpos expedicionarios que se hallaban en lo interior bajasen a Xalapa, respecto que era la mejor tropa, y en cuya villa, por la proximidad a Veracruz, nada debían temer a los independientes, y que yo vería de salir lo mejor que se pudiese del compromiso en que me hallaba, sin embargo que estaba en la misma actitud que su señoría, pues me hallaba sin capitular con persona alguna de los independientes; me puso algunos reparos, entre ellos que tenía comprometida su palabra y firma, pero que esperaría, dándonos mutuamente una contraseña para escribirnos, si fuese indispensable obrar de otro modo, avisarnos con oportunidad. A mi regreso a la plaza supe con toda evidencia que al general Dávila se le estaba engañando, que era una trama de los independientes para degollarle 200 ó 300 españoles de los de la guarnición del castillo, para en seguida tratar de tomarlo. Con tal noticia, al siguiente día volví al fuerte y tuve otra sesión igual a la anterior y en los mismos términos con el mencionado general, en ella le expuse cuanto sabía, como también que había visto las cartas originales y borradores de lo que se le había contestado, con una relación de los que se suponían adictos a los españoles y qué gente debía llevar cada uno, de la correspondencia que tenia su principal valido, llamado D. Santiago Capetillo, oficial de correos, con un mal hombre asesino y de las peores cualidades que se podía hallar, siendo además del partido independiente, como luego se lo hizo ver, el cual daba avisos continuamente a su gobierno de los progresos en su comisión. Llamado Capetillo a mi presencia confesó que sí se había escrito con el sujeto, pero que fue sobre unas vacas y terneritos, como también que se había citado para hablar con él en la playa, pero negó lo principal, cual era que había ofrecido en nombre del señor Dávila empleos y otras cosas que yo he visto y otros testigos que puedo presentar conociendo bien su letra; no dándose por bastante convencido dicho señor, me exigió le enseñase la correspondencia y quedaría todo concluido, le expuse que no sabía si había algún inconveniente, pero que por lo menos le mandaría bajo mi firma dato positivo y convincente; lo ejecuté con la carta confidencial número 13, en la que le copié, algo disfrazada pues ella no lo estaba, una de Capetillo al asesino y le expresaba le exigiese la contestación de aquélla de fecha del 9, en la que claro y distintamente expresaba todo; la relación que menciono, el día anterior me la enseñó el señor Dávila, pero yo no hice más que ver su total, con la cual no podía imaginarme le pudiese quedar duda, siendo los reales que en ella se suponía hombres, y como en el final de mi ya citado escrito le repetía que suponía todo concluido, así me lo creí y debió haber sido, a no haber caprichos o tal vez malignidad, por lo que a las 2 de la mañana del mismo día 13 me puse en camino para regresar a Xalapa, en cuya villa era de necesidad mi presencia. Los [anexos] números 2, 4, 7, 9, 11, 12, 13, 14, 15, 16 y 17 demuestran pormenor lo que he practicado, tanto para el pronto embarque de las tropas que se hallaban a mis órdenes, como para procurarles cuantos beneficios me fuese dable. En el 18 se indica la comisión de que iba encargado el señor coronel graduado D. Juan Nepomuceno Raffols, y en lo reservado y principal llevaba instrucciones de hablar a todos los jefes de los cuerpos expedicionarios para que no dejasen seducir a la tropa y velasen por su honor y el de la nación española entera, pues tenía anuncios se trataba de levantamientos poniéndose a la cabeza el ignorante y orgullosísimo D. Francisco Bucely, que sin ningún conocimiento del país ni orden ninguna de nuestro gobierno, pensaba, unido con Barrón y otros de su especie, hacernos víctimas infaliblemente, no por buscar nuevos timbres a nuestra nación sino por su ambición y conveniencia, lo que si el gobierno intruso hubiera ignorado y dejado salir de México el convoy de platas con cerca de millón y medio de duros el día 1º. de abril, prefijado para ello, el 2 nos lo hubiesen demostrado, pues para interceptarlo tenían nombrada una compañía de cazadores, sin ignorar que el expresado caudal pertenecía a españoles europeos. Los [anexos] 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25 y 26 son para el mismo fin que los anteriores; 27, 28, 29 se reducen al parte que el señor coronel del regimiento de Fernando VII me da con fecha 29 de marzo como comandante de la división, incluyéndome los que le han pasado de la misma fecha el comandante interino del de Murcia y compañías de la Reina, insertando la orden que les pasó el señor general Dávila, cuyo lenguaje es muy opuesto á la ilustración del siglo diecinueve en que nos hallamos, y por el cual dejaba anuladas, por sí propio, todas las autoridades, suponiendo que sólo la suya era la legítima, y aunque por el bien general prescindimos de tamaño agravio, no estaba en nuestra posibilidad desimpresionar al soldado del concepto que formaría de semejante escrito, notado por un general español, y en el cual se le daba margen para que acabara de perder toda subordinación; el señor Castillo expresa lo intempestivo y fuera de todo orden que le ha parecido la indicada resolución del señor Dávila, quejándose del desprecio que se le ha hecho y aun pronosticando desgracias para todos los que nos hallábamos en lo interior. Los [anexos] 30 y 31 hacen ver, el primero la contestación que le di al coronel Castillo, reducida a que sin mi aviso no asistiese a disposición alguna, como la que exigía el señor Dávila, por ser opuesta a la buena armonía que seguíamos con el gobierno intruso y a los intereses de nuestra nación, encargándole que procurase mantener inteligencia con todos los jefes de su división para que no se expusieran a quedar y dejarnos comprometidos sin fruto alguno, como igualmente, que no descubriendo yo el verdadero objeto del referido señor, esperaba de su eficacia y penetración procuraría indagarlo, y darme aviso con la mayor prontitud, incluyéndole al ertorio [sic] el oficio que dirigía al señor Dávila para que le sirviese de gobierno; el segundo es la contestación al señor Dávila de Castillo, en la que le anuncia mis prevenciones de que no asistiese a disposiciones como la presente, sin preceder los avisos correspondientes de mi parte, incluyendo una nota de la fuerza de su regimiento, que debía pasar al castillo. El [anexo] 32 es el oficio que me pareció de necesidad pasar al señor Dávila, en el cual le hago ver la extrañeza que me había causado su disposición, que atropellaba todos los convenios celebrados por el gobierno establecido en aquel país, anulaba mi autoridad con la orden que había circulado a los cuerpos expresando ser la suya la única [autoridad] legítima; que envolvía en compromisos de la mayor trascendencia a los cuerpos españoles que existían en lo interior; que yo solo era quien debía responder al gobierno de la conducta respectiva de los restos del ejército expedicionario; que no sin fatigas incalculables pude sostener en disciplina, asistiéndolos de lo necesario y hallándose pronto a colocarse en situación propia para ser útiles a nuestra patria, y por último, le suplicaba me manifestase las razones en que fundaba su providencia, pues no pudiendo conciliarla con la política, ni con el sistema de nuestro código militar, dudaba fuese sólo para el simple relevo de la guarnición del castillo, cuya sencilla operación tampoco podían ejecutar las tropas que se hallaban a mis ordenes, sin faltar a la buena fe, ni cabía imaginar fuese tal la premura que no permitiese se contara conmigo, ni aun con el jefe que inmediatamente mandaba los cuerpos de que se ha dispuesto, circunstancias todas que me hacían sospechar se habría ejecutado con su señoría alguna de aquellas violencias que suelen sufrir los que obtienen mandos de grande importancia y de que por desgracia no faltaban ejemplares en nuestros días, que esperaba se sirviese aclararme con la prontitud que el caso exigía un negocio que presentaba los caracteres más desagradables, y anunciaba muchas e inútiles desgracias, que estaba resuelto a evitar en cuanto alcanzase mi autoridad. [El número] 33 es la orden del gobierno establecido en aquellas provincias para que, al instante que las tropas expedicionarias que de Xalapa bajaron a Veracruz para embarcarse, se hicieran a la vela, se pusiesen en movimiento para efectuar lo mismo las que se hallaban a las inmediaciones de México. [El] 34 [es la] contestación de gracias del capitán general de la provincia por haber conseguido del señor Dávila, que los marinos se embarcasen en los buques de guía nuestros, expresándome que los gastos que debían haber erogado los transmitiría para auxiliar a oficiales casados que estuviesen con necesidad. [El] 35 [es la] contestación del señor Dávila al mío número 32, en él expone, desentendiéndose de cuanto ha practicado y le expresé, como si el asunto no hubiese sido de los más agigantados que se pueden presentar, que un recio temporal de nortes ocurrido hallándose las tropas embarcadas, le obligó a que fuesen a aquel castillo para evitar peligros bien comunes en aquel fondeadero, cuya medida y dar a las tropas los auxilios de que carecían y les había negado la autoridad de Veracruz, era una prueba nada equívoca de su decisión por la buena causa; si me sorprendía el oficio 6 del relacionado general, no está en menos grado el que estoy tratando, y creería que pasé la vida en sueño, si por tantos conductos, los más verídicos, no hubiese sabido hasta las más pequeñas menudencias de sus ideas, y necesitando muchos pliegos de papel para hacer relación de ellas, me limitaré a exponer, que si las tropas expedicionarias se hallaban embarcadas en el fondeadero de Veracruz fue porque el señor Dávila interrumpió su salida, pues cuando ocurrió el norte podían haber estado en La Habana; sobre carecer de auxilios, puedo asegurar que no he tenido al menor reclamo, como tampoco de que el señor Dávila les haya franqueado lo más mínimo, y así es quimérica la prueba que ha pensado dar de su adhesión por la buena causa. [El anexo] 36 [es] copia del oficio que pasé al comandante de cuatro compañías de Zaragoza, por haberme preguntado el coronel de armas de la villa de Xalapa, por reclamo que le había hecho el gobernador de Perote [de] si con orden mía hicieron el movimiento hacia la sierra, contenido que me pareció el más del caso para llamarlos al orden volviendo a su acantonamiento, evitar deshonor para nuestras armas e infinidad de desgracias inútilmente. [El] 37 [es la] contestación al anterior diciendo que, acostumbrado a obedecer, no hubiera emprendido su marcha si otro general español, cuyo nombre no puede ocultárseme, no le hubiere intimado órdenes superiores, que  eran las que cumplía, y en virtud de ellas proclamó al rey nuestro señor y al gobierno español; que sus compañeros de armas estaban resueltos a perecer con él antes de faltar en un ápice a cuanto se le previno; que esperaba por momentos una división respetable; que obraría de acuerdo y con arreglo a las ordenes del rey; que a nadie ofenderían si no se les hostilizaba, como sucedió el día anterior en que con cien hombres sostuvo la marcha de Zacapoaxtla al pueblo en que se hallaba, escarmentando gavillas numerosas que lo hostilizaron y que castigó a la bayoneta; que en el pueblo arriba citado clavó la artillería y las municiones y armas que por falta de bagajes no pudieron transportar, las inutilizaron completamente; que para que no extrañase su determinación y la graduase de temeraria ponía en mi superior conocimiento que contaba con todo el partido sensato del reino, con la mayor parte de sus tropas, y con muchos y poderosos recursos, como también con la protección del rey y de la nación entera; que el pueblo en que se hallaban estaba defendido por su situación topográfica, que todos los habitantes de aquél y sus inmediaciones estaban armados con objeto, si era necesario, de sacrificarse por la buena causa, que su número podía ascender a 8 000 hombres. Si es como creo el general Dávila, de su boca he sabido no tiene ninguna orden de nuestro superior gobierno, y si como vocifera supiese el orden de la milicia, no ignoraría cómo debe obedecer a los generales y en qué casos, con lo cual no hubiera comprometido las armas españolas con la proclamación del rey y el gobierno español; sus compañeros de armas son dos o tres jóvenes atolondrados, que uno de ellos nos proporcionó los disgustos de Toluca, y él mismo con los otros, por planes descabellados, proporcionaron desarmasen los independientes a la tropa de su regimiento que había guarnecido a Querétaro, y en cuanto a que estaban resueltos a perecer, lo han acreditado dejándose vestir de indios, y en seguida entregar las armas a los enemigos; las hostilidades las rompieron ellos matando un centinela para apoderarse de un cañón y municiones que tenían en un cuartel, de lo que resultó que los mismos habitantes del pueblo de Zacapoaxtla los echasen de él, matando 17, obligándolos a que abandonasen artillería, fusiles y municiones; los sucesos acaecidos en aquellos días y después, han demostrado ser falso que contaban con el partido sensato de aquellas provincias, con la mayor parte de las tropas y con muchos y poderosos recursos, como igualmente que los habitantes del pueblo y sus inmediaciones, los cuales podrían ascender, según expresa, a 8 000 hombres, [que] de amigos se le convirtieron en enemigos. [Los anexos] 38, 39 y 40 son tres manifiestos o proclamas del gobierno intruso, haciendo ver a sus conciudadanos los acontecimientos de los días anteriores con las tropas españolas, inclinándolos al buen comportamiento que deben observar y que confíen que el gobierno sabrá castigar debidamente a los culpados. [El] 41 [es un] oficio pasado al presidente de la Regencia en el que le hacía ver que, habiendo sabido que el regimiento de Órdenes Militares salió precipitadamente del punto que se hallaba acantonado, sin orden mía ni conocimiento de su jefe, cuya novedad, unida a lo efectuado por las compañías de Zaragoza, me inducía a pensar se había fraguado alguna intriga contra mis repetidas prevenciones, en la que suponía comprendido al de Castilla, y la cual sin duda iba a turbar la buena inteligencia en que nos hallábamos con el gobierno establecido mientras me prestaron la debida obediencia. Que rotos los diques de la subordinación, quedaba de hecho nula mi autoridad, desapareciendo por lo mismo la obligación que mi carácter me imponía de dirigir y conservar a mis súbditos del modo mas análogo al bien de mi nación, por lo que me veía en la necesidad de dejarlos a la suerte que ellos por sí mismos habían elegido, embarcándome para La Habana con los pequeños piquetes que se hallaban a mis inmediaciones, para lo cual me pondría de acuerdo con el capitán general de la provincia, rogándole al mismo tiempo que dispusiese marchase el regimiento de Zamora al puerto de Veracruz para embarcarse si, como creía, había permanecido obediente a mis determinaciones, pues se halla en el caso que para él no deben alterarse las ordenes del gobierno para que se embarquen las tropas europeas acantonadas a las inmediaciones de México, al instante que se hiciese a la vela la otra división, la cual se me aseguro lo efectuó el día 6, haciendo la misma súplica para Castilla si, como deseaba, permanecía en su acantonamiento.

[El] 42 [es un] oficio al capitán general diciéndole que habiendo sabido dieron la vela el día 6 los barcos que conducían a La Habana los regimientos europeos, le proponía la bajada con toda prontitud de los señores oficiales y piquetes que se hallaban a mi inmediación para que fuesen escoltados por el bergantín Aquiles, que debía salir el 10 ó 12 del corriente mes, que enviaba al coronel Raffols con otro oficial para que cuidasen de formar lo mas cómodo que se pudiese los alojamientos en los buques que se les destinasen, para lo cual llevaba un estado, solicitando para los mismos el correspondiente pasaporte. El 43 es la carta para el señor Dávila con el traslado y relación de lo que expreso anteriormente en este escrito, reduciéndose a hacerle ver al señor Dávila que se le engañaba con datos positivos y por consiguiente quedaba el asunto por concluido.

Mi embarque para La Habana lo efectué en Veracruz el día 15 de abril, y no faltándoles a los buques que debían trasportar a la misma isla los piquetes que relaciona el último estado más que las raciones, las cuales se debían embarcar en el mismo día, los supongo a poco después hechos a la vela, cuya noticia di al excelentísimo señor capitán general de la isla de Cuba, al cual le pregunté si tenía alguna orden relativa a mí, si me necesitaba o qué quería se hiciese tanto con las tropas que días antes que yo habían llegado y era la división que conmigo bajó a Xalapa de México, como con las que llegarían, me expresó que se quedaría con todos los que quisieran de tropa voluntarios, enganchándose nuevamente, para lo cual se dio la orden, y a mi embarque, que fue el 29 del mismo, se habían presentado unos 70, el regimiento de Extremadura debía embarcarse el día siguiente, y me aseguraron que muy en breve lo efectuarían todos, pues era imposible mantener [en] aquella isla tantos estados mayores de cuerpo.

Siento excelentísimo señor haber sido tan difuso en este escrito, pero he creído de necesidad tantas explicaciones, tanto para que no se tengan que leer todas las copias que se citan, como que se entiendan las cosas como son en sí, y es la realidad de todos los acontecimientos.

Espero que vuestra excelencia se servirá elevarlo a conocimiento de Su Majestad, tanto para que sepa mi comportamiento en los últimos días en las provincias de Nueva España, como por si fuere de su superior agrado tomar algunas providencias.

Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. La Coruña, 15 de junio de 1822.

Excelentísimo señor.

Pascual de Liñan
Excelentísimo señor secretario de Estado y del despacho de la Guerra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan Ortiz Escamilla (Comp.) [Con la colaboración de David Carbajal López y Paulo César López Romero]. Veracruz. La guerra por la Independencia de México 1821-1825. Antología de documentos. Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana.