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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1821 Juan Ruiz de Apodaca, conde del Venadito envía al despacho de Ultramar el Plan de Iguala. Solicita auxilios a Cuba para asegurar el puerto de Veracruz.

México, 29 de mayo de 1821

 

 

El conde del Venadito envía al despacho de Ultramar el Plan de Iguala e informa sobre la deserción entre las tropas españolas.

 

Excelentísimo señor.
Con esta fecha digo al excelentísimo señor secretario de estado y del despacho de Ultramar lo que sigue:

“Excelentísimo señor.

Remito a vuestra excelencia, como le ofrecí en mi carta reservada número 187 de 7 de marzo próximo pasado, copias que comprenden el plan o proyecto bajo el cual ha intentado el ex-coronel D. Agustín de Iturbide substraer estas provincias, de la justa dependencia que como parte integrante de la monarquía española deben tener del supremo gobierno de ella; el acta de la junta de generales que convoqué así para la apertura del pliego que lo contenía, como para acordar en ella las operaciones militares, que desde que entendí por el conductor el alzamiento de Iturbide había meditado; y últimamente la contestación que di a aquel desleal e ingrato caudillo.

Los especiosos respetos en que se funda dicho plan y con que pretende alucinar a los menos advertidos, lisonjean a los espíritus inquietos y turbulentos con una halagüeña pero falaz perspectiva de imaginarias ventajas, acredita no menos su irreflexión que su ligereza. Yo en efecto o puedo creer otra cosa, sino que exaltada su imaginación por las bellas imágenes con que en algunas producciones, que por desgracia andan en manos de todos, se pintan a la América en el momento de su emancipación de la Metrópoli, y no teniendo ni los conocimientos, ni el talento necesario para pesar los inconvenientes y comparar con exactitud las circunstancias de sus diversos estados, ha perdido el tino mental, y se ha arrojado a una empresa tan temeraria, proponiéndose figurar en el mundo al lado de sus más famosos héroes, sin advertir que por de contado ha turbado la paz de que felizmente gozaban éstas provincias, acarreando los males efectivos que ya empiezan a sentir por un bien que sólo existe en sus ideas, como he procurado persuadir a estos habitantes en uno de los papeles en que les he hecho ver su verdadero interés.

Como su extravío lo atribuí a un error de entendimiento, y por otra parte, lo consideraba capaz de las impresiones de la razón, de la gratitud y de cuanto la naturaleza tiene de más seductor, hice se le escribiese por varios sujetos a fin de atraerlo a su deber; sin dejar yo mismo, siguiendo los impulsos de mi corazón, el sistema que constantemente he observado con el éxito más feliz, y previniendo los paternales deseos de Su Majestad, de convidarlo con la paz y con un generoso y absoluto olvido de su error.

Mientras que como padre de estos pueblos, empleaba estas medidas de conciliación con el objeto de alejar de ellos la renovación de la guerra civil, de que consta de tantos afanes y desvelos los había librado; no desatendía a lo que como jefe superior de estas provincias y me incumbía, según también instruí a vuestra excelencia en mi citada carta, manifestándole que de pronto había hecho reunir y marchar a las órdenes del subinspector general de estas tropas, mariscal de campo D. Pascual de Liñán, el número de ellas que me fue posible, las que el día 5 del mes de marzo próximo pasado se componían de dos mil hombres de infantería y caballería, y que había tomado las más enérgicas y activas disposiciones, cuales exigía un caso tan inesperado y de tan enorme trascendencia.

Persuadido, como altamente lo estoy, de conservar esta preciosa parte de nuestra monarquía, nada he omitido de cuanto ha estado en mi arbitrio para estrechar más y más los lazos que deben unirla a las provincias de esa Península, acallando sus quejas, atendido sus pretensiones en cuanto ha permitido la justicia, promoviendo su bienestar, así en lo particular como en lo general, y procurando arraigar de un modo firme e invariable las sanas ideas de mutua felicidad que con tanto empeño intentan destruir los enemigos de nuestra gloriosa nación.

Firme siempre en mi sistema de economizar la sangre de los hombres, y mucho más de unos que pertenecen a la gran familia española, y no menos atento a la máxima segura de que cualquiera sacrificio es preferible a los horrores de la guerra civil, no he recurrido al terrible medio de usar de las armas, sino después de haber agotado todos los recursos que me ha sugerido la prudencia y mi ardiente anhelo por el restablecimiento de la paz.

Acaso no ha trabajado menos mi sufrimiento en esta turbulenta y delicada época. Es fácil conocer la mortificación de un jefe en que, teniendo todos fijos los ojos en él, cada cual se cree bastante autorizado o bien demasiado instruido para arreglar la conducta del que manda, según las ideas y nociones aisladas de cada uno, o según sus inclinaciones y privado interés; no siendo el menor de los males que afligen en esta amarga coyuntura la divergencia de las opiniones, la poca unión de los súbditos y la falta de aquella ciega confianza en los cuidados y desvelos del gobierno, que así como los ha salvado en la pasada tormenta, por medios que no estaban a su alcance, así también con el favor divino los pondrá a cubierto de esta nueva rebelión, si como son obligados, permanecieran fiel y constantemente adictos a él; lo cual desgraciadamente no ha sucedido, pues la mayor parte de las tropas de este reino, con muchos de sus oficiales subalternos y algunos jefes, han sido seducidas, y pasándose a los rebeldes, me han puesto en el mayor conflicto y al reino a dos dedos de su pérdida, la que indefectiblemente se completará si con toda presteza y sin perder momento, no vienen de la Península considerables refuerzos de tropa que puedan reanimar el corto número de valientes que aún se conservan fieles al rey y a sus deberes.

Hasta esta fecha se han hecho por éstos varios movimientos vigorosos así para salvar a Puebla, que estuvo amenazada de una reunión de más de tres mil hombres, a quienes derrotó en Tepeaca el bizarro coronel del regimiento de Castilla D. Francisco Hevia, que pasando después a liberar las villas de Orizaba y Córdoba, murió gloriosamente en el sitio de esta última, del que tuvo que retirarse D. Blas del Castillo y Luna, su teniente coronel, quien le sucedió dignamente en el mando, pues logró sacar toda la artillería del sitio y rechazar varias veces a los rebeldes, que en número considerable, compuesto de granaderos de la columna y del fijo de Veracruz y otras de las mejores tropas pasadas al enemigo, le atacaron con viveza en su retirada. Otra división a las órdenes del coronel del regimiento del Infante D. Carlos, D. José Joaquín Márquez Donallo, salió en socorro del importante puerto de Acapulco, que estaba afligido con un estrecho bloqueo por tierra, del que lo ha libertado, entrando Márquez allí el 16 de este mes, y la estoy esperando con ansia, así como la división del teniente coronel Luna, porque la pérdida de Valladolid, que nunca creí, y toda su guarnición que era de mil quinientos a mil setecientos hombres de buena tropa, me habían protestado con su comandante general D. Luis de Quintanar, sepultase entre las ruinas antes que sucumbir y rendirse, según lo acreditan los documentos originales que conservo en mi poder, de los cuales he hecho publicar ya algunos en las gacetas de este gobierno, y lejos de cumplirlo así Quintanar, se ha pasado a los rebeldes o abandonó la plaza, dando lugar a una gran deserción que ocasionó por último la capitulación de los demás, y aumentando así la opinión y partido de los rebeldes, me ha estrechado a reunir aquí cuantas fuerzas me son posibles para defender la capital, y poder sostenerme en ella cuanto me sea posible.

Jamás hubiera sido mi situación tan crítica ni apurada, si las tropas de Nueva Galicia hubieran operado en el reino contra el enemigo y hubiesen también auxiliado a Valladolid con quinientos caballos que de allí me pidieron, y yo ordené al comandante general de aquella provincia, mariscal de campo D. José de la Cruz, les mandase; pero lejos de hacerlo así, retiró las tropas que tenía en Zamora, y contraviniendo a otras órdenes terminantes mías, tanto públicas como particulares, ha estado conferenciando con Iturbide el tiempo que debía haber empleado en batirlo y aniquilarlo. Por último, con más de tres mil hombres en Lagos y otra división en La Piedad a las órdenes del brigadier D. Pedro Celestino Negrete, ha permanecido el referido Cruz en inacción, y ha dejado tranquilamente a Iturbide embestir y apoderarse de Valladolid, donde teníamos un grueso parque de artillería y municiones.

Al regimiento de Zamora no le he podido sacar de Durango, por más órdenes que he dado al comandante general de aquellas provincias, que jamás han tenido ni un soldado de línea, y más bien porque se hallasen allí bien pagados y vestidos que por ser necesario, y en razón de considerar ya pacífico el reino, lo había destinado a las provincias internas de occidente con el doble objeto de imponer y estar a la mira de los movimientos que pudieran hacer en el río Missouri los angloamericanos.

Ni la premura del tiempo ni lo amargo de mi situación, me permite entrar en pormenores de todo lo que expreso a vuestra excelencia, y aunque con sentimiento omito otras muchas particularidades, que ciertamente serían muy del caso para que vuestra excelencia pudiera penetrar a Su Majestad de la absoluta, imperiosa y urgentísima necesidad con que reclamo los mencionados auxilios de tropa, si se han de conservar estas interesantes provincias de la monarquía, tan ricas y fértiles como necesarias a su madre patria.”

Y lo traslado a vuestra excelencia como continuación a mi carta número 1 350 de 7 de marzo próximo pasado, para los efectos convenientes en el ministerio de su cargo.

Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. México, 29 de mayo de 1821.

Excelentísimo señor.

El conde del Venadito.
Excelentísimo señor ministro de la Guerra

 

 

 

El conde del Venadito solicita auxilios a Cuba.

México, 29 de mayo de 1821

 

Excelentísimo señor.

Las apuradas y críticas circunstancias en que me veo, ceñido a la defensa de esta capital por la inesperada revolución del ex coronel de Celaya, D. Agustín de Iturbide, con la mayor parte de las tropas de este reino que ha seducido, me obligan a rogar a vuestra excelencia que, sin pérdida de momentos, me envíe a lo menos dos mil hombres de las tropas de más crédito y confianza de las que tiene a sus órdenes, para que aseguren el importante puerto y plaza de Veracruz, dejando allí cuatrocientos hombres de guarnición, y subiendo los demás para abrir la comunicación que tengo interceptada, y sin poder recibir los correos ni noticia alguna de la Península, a donde he de merecer también a vuestra excelencia noticie mi conflicto y la absoluta necesidad de que envíen ocho a diez mil hombres que considero precisos para volver a restablecer aquí el orden, y asegurar la posesión de estas interesantes provincias de la Monarquía.

Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. México, 29 de mayo de 1821.

El conde del Venadito

Excelentísimo señor capitán general de la isla de Cuba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan Ortiz Escamilla (Comp.) [Con la colaboración de David Carbajal López y Paulo César López Romero]. Veracruz. La guerra por la Independencia de México 1821-1825. Antología de documentos. Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana.