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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1821 Cartas de Iturbide al Rey de España y a las Cortes de Madrid y de España.

Marzo 16 de 1821

 

 

REPRESENTACIÓN AL REY

Señor : — D. Agustín de Iturbide y Aramburu, coronel del regimiento de Celaya en el reino de Nueva España , y ahora primer gefe del ejército de las Tres Garantías que se reunió el 24 del pasado en Iguala, para garantir la religión, la independencia con monarquía moderada, y la unión de americanos y europeos; á V. M. con la debida veneración le acompaña los documentos número 1 á 7, que manifiestan lo que se ha visto obligado á hacer presente al virey de este reino, de quien no ha tenido la honra de recibir contestación terminante, y sí noticia de que está formando en la orilla de la capital un ejército para batir al del que habla.

V. M. está bien penetrado, señor, de los desastres que ha sufrido este fiel pueblo desde el año de 1810, que se insinuó el clamor de independencia en esta Nueva España; y si no lo está de que este es el deseo general, es porque los directores de la administración de su vasto reino, ó se lo han ocultado, ó nos han pintado ante V. M. con bajos colores, incapaces de sentimientos juiciosos y filosóficos, por miras é interés de egoísmo que cada vez pesaban y abrumaban más sobre esta fiel porción de habitantes. También los han marcado, señor, con una infidelidad general, y no es verdad, señor; pues el real y augusto nombre, de V. M. y el de sus progenitores lo profieren los americanos con la misma dulzura, alegría y amor que lo pueden proferir en la más sencilla quinta de la península.

Lo que sí sienten, señor, es ver á V. M. tan distante, y que sus quejas, clamores y sufrimientos, llegan tan fríos y helados, la vez que llegan, á los oídos piadosos de V. M., que ó se desprecian por frívolos, ó se pierden en los vastos negocios que rodean á su gobierno peninsular. Está, señor, bien resuelta la cuestión en los mejores publicistas, de que no pudiendo el gobierno de V. M. atender á lo que desea acá y allá , ni esto recibe de V. M. los ausilios paternales que desea y necesita, y que la real corona de V. M. no puede ni debe quedar oscurecida porque nos conceda un gobierno ó la emancipación, para que estos habitantes sean felices, ó pronto castigados ó premiados según sus crímenes ó virtudes; cosa que afortunadamente habría ya sancionado su real mano, si los sucesos de la época le hubieran dado lugar á su circunferencia á enterarse de las necesidades y aflicciones del reino, y pesar políticamente los bienes y males de una guerra de once años con los vínculos de las sociedades y del comercio, que es lo que forma el gusto del siglo y la riqueza de los imperios.

Los mexicanos, señor, aman estremadamente á V. M., lo mismo que los peninsulares, y á toda su real casa y familia; así lo ha declarado y jurado conmigo el ejército de las Tres Garantías), y también más de siete mil hombres, que errantes en los montes con el borrón de insurgentes, se han venido velozmente á mis órdenes, olvidando y detestando lo que tenia de equívoco é injusto un sistema, hijo aun más de la necesidad que de la voluntad.

En un estenso manifiesto puedo probar á V. M. y á toda la Europa que con el clamor de independencia que he soltado, he evitado mil conspiraciones sangrientas que amenazaban á este hermoso suelo, según es el temple de los espíritus y el temperamento de corazones no generosos ni fuertes; y he atraído á sus partidarios á hablar con el compás político que he emprendido hacerlo, y seguiré ejecutando con el virey y el tiempo que convenga, si no pretende continuar su sistema de desaire.

Pero no cumpliría, señor, con mi fidelidad á V. M., si en este momento no le manifestase á su real clemencia con la generosidad y filosofía cristiana que es de mi deber, para que en vista de todo se digne, escuchando mi voz, q u e es el eco de la de seis millones de habitantes, poner término con una generosa acogida al inmenso cúmulo de males que amenazan y hacer feliz este país, conviniendo con la solicitud manifestada en los documentos ya citados, como le suplico con la mayor veneración, y con ello aumentará V. M. inmensamente las glorias de su nombre, que bendecirán sin cesar los habitantes de la América Septentrional, y sus futuras generaciones.

Dios guarde la importante vida de V. M. los años que desea la nación para su felicidad.—Telolóapan, Marzo de 1821.

 

 

REPRESENTACIÓN DE ITURBIDE A LAS CORTES DE MADRID.

Serenísimo Sr.-— Es el primer deber del hombre de bien amar á su patria, y su primera obligación sacrificarse por ella. Estos sentimientos que nacen con el hombre y se fortifican con la educación, han estado despiertos en mi pecho desde el momento en que vi el delicioso suelo de un cura convertido en miserable espectáculo del horror y los desastres. El sistema de la revolución hundió su imperio atravesando el océano desde la culta Europa á estos apartados y tranquilos climas, penetró á lo interior del reino cuando empezaban á brillar las luces del siglo, y entonces se escuchó la primera voz de Independencia. El año de 1810, señor, fué cuando el cura Hidalgo pronunció este grito desconcertado que tantos males y desgracias ha producido en este bello suelo. La inconsecuencia de sus principios en aquellas circunstancias, la impotencia moral en que se hallaban para regularizar el movimiento de la terrible máquina que habían pasado, hizo que se desordenasen sus partes, y ocasionó necesariamente el atropellamiento, él tumulto, la confusión y... ¿mas para qué referir males tan sabidos, cuya memoria sola atormenta á las almas sensibles? Basta decir, señor, pasó del estremo de delicia y tranquilidad al del estrago, al del alboroto y desolación en que aun ecsiste.

Sin embargo, empezó á nutrirse entre aquellos funestos principios la opinión que ya había nacido, y en el espacio de diez años ya se ha fijado uniformemente, siendo el resultado que la América quiere ser independiente de la España. Yo que dudé en aquella época, fijé toda mi atención en los males de mi patria; no he perdido un instante en observar contínuamente su marcha y progresos, y advirtiendo que la opinión uniforme caminaba por sendas estraviadas á precipitarse en los abismos de la anarquía, puse aceleradamente en práctica la resolución de salvarla, y colocado por la suerte en punto donde he podido hacerme oír, le he dado el grito, y le he mostrado el camino recto por donde debe seguir unida para llegar al alto destino que se procura.

Colocado á la cabeza de un ejército disciplinado y valiente, apoyado del sistema general reinante, dirigí al Escmo. señor virey de este reino la representación de que acompaño á V. Á. copia marcada con el número 1°. Ella es, señor, el testimonio más fiel que presento al augusto congreso, y al mundo todo, de mis rectas y filantrópicas intenciones, y ella creo que abraza el único plan que puede estrechar los lazos de fraternidad entre los habitantes de este reino, y asegurar la armonía de relaciones y confianza entre la América Septentrional y la España.

Las copias de los documentos que acompaño respetuosamente marcados con los números 2, 3, &c., manifestarán al augusto congreso la sinceridad de mis sentimientos, y la franqueza de mi marcha en la gloriosa empresa que he tornado á mi cargo á nombre de la nación. Creí ciertamente que el Escmo. señor virey, consecuente por aquellos principios, tomase providencias justas, arregladas a las luces del siglo, y conformes con el sistema liberal reinante; mas ha sucedido hasta ahora lo contrario.

Confieso que me sorprendió la insignificante y fría contestación de aquel gefe superior, y mucho más las medidas antipolíticas que adoptó en consecuencia, siguiendo el sistema rancio y detestable del año de 1810 , sin hacer diferencia entre ambas épocas y circunstancias. Sin consultar con la opinión, y sin atender á la humanidad y á la razón, aprocsima atropelladamente tropas á la capital; prepara un ejército que se dirija sobre el mío; hace renacer el pernicioso espionage; pone indignos agentes que introduzcan la discordia, y adapta finalmente todos los medios de hacer incurable el mal cuando presenta la única crisis favorable. Sin entrar en buen acuerdo ni razones, mueve la fuerza y los resortes del terror contra hombres libres, cuya divisa es el honor, y que han jurado morir ó hacer independiente su patria, afirmando en ella la paz y la unión.

Yo, señor, sin separarme de mis principios rectos, he dirigido á S. E. por un ayudante mío la carta que manifiesta el número. Las palabras estampadas en este documento, es la sincera efusión de mis sentimientos acordes con los de la nación entera. No me queda que hacer otra cosa por mi parte, que evitar mientras pueda el derramamiento de sangre, si aquel gefe no accede á mis justas pretensiones; mas si á pesar de las medidas que he adoptado para este efecto, se me precipita imprudentemente á usar de las armas, tengo muchas á mi disposición, y hombres valientes familiarizados en la guerra.

Finalmente, señor, la emancipación de la América Septentrional es inevitable: los pueblos que han querido ser libres, lo han sido sin remedio: llena está la historia de estos ejemplos, y nuestra generación los ha visto recientemente materiales. Hágase, pues, señor, si debe ser, sin el precio de la sangre de una misma familia; salga el glorioso decreto del centro de la sabiduría, y sean los padres de la patria los que sancionen la pacífica separación de la América; venga, pues, un soberano de la casa del gran Fernando, á ocupar aquí el trono de felicidad que le preparan los sensibles americanos, y establézcanse entre los dos augustos monarcas, en unión de los soberanos congresos, las relaciones más estrechas de amistad, pasmando al mundo entero con tan dulce separación.

Nuestro Señor prospere la ecsistencia de tan augusto congreso, para la felicidad de ambos mundos.—Cuartel general de Teloloapan, 16 de Marzo de 1821

 

 

 

A LAS CORTES DE ESPAÑA

Teloloapan, 16 de marzo de 1821.

Serenísimo Señor:

El amor a mis semejantes y con especialidad a esta porción de habitantes del suelo a que he debido mi cuna, envueltos en las más lamentables desgracias desde el año de 1808 en que el pueblo veracruzano corrió el velo que cubría a los demás de este continente, haciéndoles ver que, cuando en masa se quiere negar la obediencia a las autoridades es fácil atropellarlas, me ha tenido con la debida atención a los acontecimientos subsecuentes de la desastrosa guerra que atrozmente emprendió en 16 de septiembre de 1810 (dimanada de aquel principal tumultuario y los que le sucedieron) un imprudente eclesiástico asociado de hombres poco reflexivos, en cuyas operaciones inhumanas e impolíticas, faltas de sistema y orden, no convinieron los que pensaron con cordura. Yo logré en su oposición ventajas de primer orden con la fuerza armada que me fue confiada; mas desgraciadamente he notado con grave sentimiento que, sin embargo del aparente aspecto pacífico que en esta última época ha presentado el Excelentísimo Señor Virrey de esta Nueva España, porque así se lo han figurado acaso hombres falaces y que no han hallado otro medio de lisonjear sus buenos deseos por la tranquilidad que ha estado a mucha distancia de ello, no se han extinguido las considerables reuniones de disidentes, como lo acredita el número de 78 a que ascienden los que en medio mes han concurrido a subordinarse al ejército de mi cargo. Hoy se nombran jefes, dictan órdenes que apoyan las desolaciones y sólo se empeñan en oprimir a la virtud y en destruir la libertad civil. Ésta no ha decaído de su punto y, antes bien, crece el deseo de adquirirla; ha hecho progresos admirables, amenazando por instantes atacar directamente a la seguridad pública por movimientos tumultuarios, con indispensable trastorno del orden y sosiego, aun de aquellos individuos más retirados de la sociedad civil, esperando que sus resultados fuesen una conmoción general y extraordinaria, falta de un sistema arreglado, dividida, aun cuando no fuese en lo esencial, la opinión, que sin disputa es por la independencia de esta América septentrional del gobierno de esa Península, sin la forma e igualdad de reglas que la haría reclinarla forzosamente en una confusión ruinosa que terminará en el total exterminio y desolación de este bello continente, que aún no puede verse en el estado de convalecencia y ¿cuál podía y debía ser el único remedio de tan grave mal? El que he adoptado por necesidad y extensamente manifiesta mi representación hecha al Excelentísimo Señor Virrey con fecha 24 del mes próximo pasado de que acompaño copia con el número 1. Ella desengaña completamente de cuanto ignoran los que dirigen el gobierno, cuyo resplandor los deslumbra del conocimiento que logran los que viven imparciales entre los pueblos, y que muchos de los que merecen confianza de aquéllos estudiosamente ocultan o disfrazan por sus fines particulares. Así es que las verdades estampadas en mi escrito han asombrado al señor conde del Venadito, haciéndole exaltar sus pasiones y dictar providencias absurdas y perniciosas a los verdaderos intereses de este reino y de esa Península, pues los pasos impolíticos e irritantes de su marcha no producirán otros efectos que el encono, ira y venganza. ¿Y habrá quien pueda persuadirse, ni por un momento, que esta conducta acarreará felices consecuencias? ¿Acaso cree Su Excelencia que éste es el grito tumultuario de 1810? No, por cierto: aquí debe tener su asiento y domicilio el orden, la disciplina militar, la protección de los pueblos y lo que es, sobre todo, el honor que caracteriza a los jefes, oficiales y tropa de este ejército, decididos únicamente por convencimiento de la justicia en que se apoyan mis intenciones, como lo patentiza la proclama que precedió al juramento que espontánea y gustosamente prestaron con la solemnidad debida y de que es adjunta una copia marcada con el número 2, sin que a un solo individuo se le haya violentado ni oprimido, pues al que por razones de familia, enfermedad o debilidad ha querido retirarse se le ha permitido sin obstáculo alguno y puesto en camino hasta la capital cuando lo ha querido. Por la adjunta copia número 3, Vuestra Excelencia se servirá imponerse de una parte de los recursos con que cuenta este ejército, puesto a mis órdenes por los mismos que lo componen; conducta observada por el expresado jefe superior de México y la responsabilidad en que queda, si desatendiéndose de mi justa demanda para que se convoquen los diputados en Cortes, con la libertad que conviene a la decisión del asunto que se versa, toma determinaciones violentas y desastrosas, siendo a todas luces el voto general de los pueblos el enunciado. Todos amamos el orden y buen gobierno para mantenemos en tranquilidad. ¿El que yo he propuesto carece de estos requisitos? Deseamos un rey constitucional y de la dinastía de los Borbones que se coloque a la cabeza, ceñido a las deliberaciones de un Congreso arreglado; mas todo en el centro de este Imperio, porque de otro modo las rivalidades no se extinguirían: la guerra será infinita y desoladora, dando lugar al fin a la codicia de una potencia extranjera. Los recursos subsidiarios con que podía contar esa Península deben apocarse por momentos, aun con notable carga de estos pueblos en los impuestos, cosa contraria a la moderación y equidad constitucional. Las tropas, especialmente las de Cuerpos del País [sic] por el desprecio con que se han tratado, se resentirán más y más hasta su completa exasperación, de que resultará la más lamentable catástrofe. ¿Y ese justo y equitativo Congreso convendrá en confirmar la ruina de estos habitantes, dignos de mejor suerte, según hasta ahora ha manifestado el señor conde del Venadito? No es creíble, pues ventaja alguna le resulta y sí de entablar relaciones de amistad y comercio, desprendiéndose de la atención con que hasta ahora ha embarazado a esa Península esta parte de la monarquía.

Ya he demostrado a Vuestra Excelencia los pasos meditados con que he dirigido asuntos de tanta importancia, porque no me contemplo de manera alguna con más facultad que la de procurar, por cuantos medios estén a mi alcance, la felicidad de mi Patria, juzgando que no hay otro remedio que adoptar. De todas las provincias tengo avisos de hallarse dispuestos sus habitantes a cooperar a mis deseos, que se ciñen a lo más racional; queremos conservar ilesa la religión de nuestros padres; un gobierno independiente del de esa Península, con un rey constitucional de la dinastía de la casa reinante y en su defecto de la que el Congreso Nacional adopte por más conveniente; apetecemos la unión y fraternidad de los españoles europeos residentes en este hemisferio que quieran vivir con nosotros, y por consiguiente la amistad y relaciones de comercio que se entablan con utilidad de ambos gobiernos. ¿Y podrá graduar de injusta esta demanda el Excelentísimo Señor Conde del Venadito sin hacerse responsable a Dios y a los hombres, si como aparenta hasta ahora, no atiende a ella ni da la contestación que corresponde a la que se ha negado en mi primera representación, tomando medidas hostiles para tratamos sin consideración alguna, con más rigor y desprecio que a unos esclavos miserables? Por tanto, sólo espero la contestación de Su Excelencia para deliberar en mis operaciones, en el concepto de que por mi parte pondré siempre el esmero posible en evitar la efusión de sangre, que será consiguiente a las medidas fuertes que quiera adoptar, creyendo que mi conducta y la de los individuos que me acompañan no se asemejen a la que observaron los que, con imprudencia y falta de todo sistema arreglado, in tentaron en 1810 el mismo desprendimiento. No es así, Serenísimo Señor. La copia que acompaño con el número 4, hará ver a Vuestra Excelencia y al universo la conducta que he señalado a los comandantes de divisiones para su observación, que haré cumplir exactamente, pues en ello se interesa el bienestar de los pueblos y crédito de estos valientes y decididos guerreros que han jurado defender la religión de sus mayores, la independencia de su nación y la unión de americanos y europeos residentes en estas provincias. Todos esperemos (que) nuestro Señor prospere la vida de tan respetable Congreso para la felicidad de ambos mundos.

Agustín de Iturbide