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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1821 Carta al señor Don Gabino Gaínza, Jefe Político Superior de la Provincia de Guatemala. Agustín de Iturbide.

México, 19 de octubre de 1821.

 

AL SEÑOR DON GABINO GAINZA
México, 19 de octubre de 1821.
Excelentísimo Señor:

Por el oficio de Vuestra Excelencia de 16 del pasado que he recibido, con testimonio de la acta celebrada en esa capital el 15 del mismo mes proclamando la independencia de todo el reino, conforme a los votos unánimes de sus habitantes, quedo impuesto de la armonía, orden y concierto con que se dio este paso importante debido a los progresos de la opinión y al desengaño de las calumnias e imposturas con que los agentes de la opresión emprendieron desacreditar los esfuerzos de México por desterrarla de su suelo. No podía recibir noticias más satisfactorias de esa porción interesante de nuestro continente, que desde los primeros movimientos que dirigí mereció toda mi atención, y era de los principales puntos a que pensaba aplicar los auxilios del Ejército Imperial, para cooperar a la grande obra de su emancipación y libertad. Pero prevenido en mis designios por la abierta declaración de tan dignos americanos, y contando con las buenas disposiciones de Vuestra Excelencia que en unión de las respetables corporaciones de su gobernación ha influido tan acertadamente en la feliz conclusión de la empresa, no me resta más sino congratularme con Vuestra Excelencia quien por tan respetables corporaciones de su gobernación ha influido tan acertadamente en la feliz con que se sirve felicitarme.

Reduciría a estos precisos términos los límites de esta contestación, si el artículo segundo del acuerdo, comprendido en la enunciada acta, no me ofreciera motivo de hacer algunas observaciones, que creo conducentes a rectificar las ideas políticas adoptadas por esa junta general para el establecimiento del gobierno, cuyas bases no quedarían sólidamente afirmadas, si no se apoyasen en el centro común que debe reunir todas las partes de este vasto continente para su mutua defensa y protección.

Las autoridades interinas de Guatemala, anticipando su determinación al pronunciamiento de la voluntad del pueblo en la materia que más interesa a su felicidad, han convocado un Congreso soberano bajo el sistema representativo, a razón de un diputado por cada quince mil almas.

No es ahora del caso exponer los inconvenientes que deben resultar de esta proposición que tiene en su contra el ejemplo de los pueblos más libremente constituidos, y en circunstancias más favorables que nosotros, para dar a su representación toda la amplitud y extensión que a primera vista exige la recta administración del Estado. Mi objeto es sólo manifestar a Vuestra Excelencia que el interés actual de México y Guatemala es tan idéntico e indivisible que no pueden erigirse en naciones separadas e independientes sin aventurar su existencia y seguridad, expuestas ya a las convulsiones intestinas que frecuentemente agitan los estados en las mismas circunstancias, ya a las agresiones de las potencias marítimas que acechan la coyuntura favorable de dividirse nuestros despojos. Nuestra unión cimentada en los principios del Plan abrazado universalmente en México asegura a los pueblos el goce imperturbable de su libertad, y los pone a cubierto de las tentativas de los extranjeros, que sabrán respetar la estabilidad de nuestras instituciones cuando las vean consolidadas por el concurso de todas las voluntades. Este concurso es muy difícil que se logre a favor de establecimientos precisamente democráticos cuyo carácter esencial es la inestabilidad y vacilación que impiden la formación de la opinión, y tienen en perpetuo movimiento todas las pasiones destructoras del orden. Los pueblos no pueden querer que sus gobernantes, de cuya sabiduría y experiencia se prometen los bienes que por sí no les es dado alcanzar, arrojen en su seno las simientes de la anarquía en los momentos de restituirlos a la posesión de su libertad. El poder absoluto que se ejerce desde lejos con toda la impunidad a que autoriza la distancia no es el solo mal que debemos temer; es preciso que al destruirlo en su raíz evitemos las resultas mismas de la actividad del remedio, que en la demasía de su dosis hará pasar al cuerpo político de la excesiva rigidez a la absoluta relajación de todas sus partes. Ambas enfermedades producen la muerte: aquélla, porque falta el movimiento, y ésta, porque se hace convulsivo.

Bien convencido me hallaba de estas verdades, que el tiempo no ha hecho sino confirmar, cuando tracé en Iguala el Plan de independencia que combina prácticamente los varios intereses del Estado, aunque en teoría no faltarán defectos que objetarle en un tiempo sobre todo en que la manía de las innovaciones republicanas, que con tanto furor han desolado los más hermosos y opulentos reinos de la Europa, ha atravesado los mares, y empieza a propagar sus estragos en América. No tiene la política otro medio de contener los progresos de este contagio que el de adoptar los principios de la monarquía moderada, erigiendo a la libertad un trono en que el respeto reverencial y de costumbre, los prestigios de la antigüedad, y la posesión inmemorial de la Corona acudan a sostener la dignidad del soberano, al paso que la representación nacional ejerciendo libremente su destino oponga un dique incontrastable a los embates del poder, y lo reduzca a la feliz impotencia de degenerar en aristocrático. Por esto México, no contento con llamar a su solio al monarca reinante en España, ha jurado solemnemente admitir en su lugar a cualquiera otro de aquella augusta dinastía, hasta estipular en el Tratado de Córdoba, que contiene la legítima expresión de la voluntad general, poner el cetro en manos del príncipe de Luca, a falta de los demás que se llaman preferentemente.

Por lo expuesto conocerá Vuestra Excelencia cuán distante estamos de conformar nuestras instituciones a los elementos monstruosos del despotismo; y que si aspiramos al establecimiento de una monarquía es porque la naturaleza y la política, de acuerdo en el particular, nos indican esta forma de gobierno en la extensión inmensa de nuestro territorio, en la desigualdad enorme de fortunas, en el atraso de las costumbres, en las varias clases de población, y en los vicios de la depravación, identificada con el carácter de nuestro siglo. Cuando la dinastía española, convidada a trasladar su trono a México, renuncie las visibles ventajas de este cambio, los estados generales del Imperio, próximo ya a convocarse, mirarán como su más importante asunto suplir esta falta sin desviarse de las bases fundamentales sobre que debe levantarse el edificio de nuestra felicidad.

Este grande espectáculo, el mayor que se ha presentado a la admiración de las naciones, y que va a producir una mudanza súbita en todos los intereses y relaciones de sus gobiernos, al modo que los descubrimientos del siglo XV hicieron variar de faz a todas las potencias europeas, perdería gran parte de su influencia si no recibiese toda la extensión de que es susceptible en el vasto continente del Septentrión en que está comprendido ese reino, cuyos límites se confunden con los nuestros, como si la naturaleza hubiese destinado expresamente ambas naciones para formar un solo poderoso Estado.

Son tan obvias estas ideas, que la diputación actual de la América, en las Cortes de España, conocieron profundamente los verdaderos intereses de su Patria, y deseando hacerlos valer en cuanto lo permitían las estrechas circunstancias y términos de su comisión, promovió la independencia, que creyó más fácil obtener de la Metrópoli por las ventajas que le resultaban; pero sin perder de vista en cuanto a gobierno las demarcaciones que deben regirse por uno mismo, como se percibe del tenor expreso de la primera de sus proposiciones, concebida en estos términos: "Habrá tres secciones de Cortes en América: una en la septentrional, y dos en la meridional; la primera se compondrá de los diputados de toda la Nueva España, inclusas las provincias internas y de Guatemala".

Ésta no es una ley que debemos observar, por haberla propuesto nuestros diputados a Cortes, sino por la sencillísima razón de la mutua conveniencia que resulta de su institución, como que de ella pende que se identifiquen nuestros intereses, impidiendo las rivalidades y guerras tan comunes entre naciones limítrofes. Por el contrario, ¿qué reformas puede apetecer Guatemala en su administración interior que no consiga en el Congreso General de México, a instancias de los representantes que envíe, instruidos plenamente de las necesidades de sus comitente s y animados del deseo de remediarles?

En cuanto a sus relaciones con las potencias extranjeras, es claro que no tendrían por sí la importancia que puede darles la unión con México, a cuyo nombre están vinculadas las ideas de grandeza y opulencia que generalmente se tienen de esta parte de América. Podrá, tal vez, con el tiempo, variar la posición respectiva de los dos reinos, y separarse en dos grandes Estados, capaces de existir por sí, a merced del aumento de su población y del desarrollo de los gérmenes de prosperidad que encierran en su seno; pero en el actual estado de cosas, no es posible hallar un principio político que justifique las medidas de esa capital, que llevadas al cabo la privarían de los auxilios de tropas y dinero con que debe contar en caso de ser invadido, formando parte de este Imperio, al cual se ha unido la provincia de Chiapas; y éste es nuevo motivo que debe obligar a variar las disposiciones acordadas sobre Cortes, cuya convocación es de suspenderse hasta la publicación del decreto citatorio, que está ya al expedirse por la junta provisional, y que mira este asunto como el más importante de su encargo, la cual debe cesar con la reunión de las Cortes generales .

Si a pesar de la evidencia y solidez que a mi juicio concurren en estas reflexiones no bastan al convencimiento de esas respetables autoridades, espero se sirva Vuestra Excelencia comunicar me a la mayor brevedad sus ulteriores determinaciones para el arreglo de las mías; en el concepto de que desnudo de toda mira individual, y poseído del más sincero respeto a la voluntad de los pueblos, jamás intentaré someterlos a la mía, que no es otra que la de su felicidad y bienestar. Con este objeto ha marchado ya, y debe en breve tocar en la frontera una división numerosa y bien disciplinada, que llevando por divisa religión, independencia y unión, cortará todas las ocasiones de emplear la violencia, y sólo reducirá su misión a proteger con las armas los proyectos saludables de los amantes de su Patria.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Agustín de Iturbide