5 de Enero de 1814
CAPITULO XXIII
CUARTA CAMPAÑA.
F) CULMINACIÓN DE LA CAMPAÑA DE LA ADVERSIDAD: PURUARÁN.
G) FUSILAMIENTO DEL TENIENTE GENERAL DON MARIANO MATAMOROS.
H) SE INICIA LA AZAROSA PEREGRINACIÓN DEL CONGRESO.
I) ELGENERALÍSIMO ES DESPOJADO DEL MANDO SUPREMO.
J) COMIENZA LA PERSECUCIÓN DE MORELOS
Morelos eligió Puruarán, a 22 leguas al S. O. de Valladolid, para detenerse y hacer frente al enemigo victorioso.
Aparentemente recuperado, sacando fuerzas de flaqueza, el león herido de muerte se sobrepone a su desgracia y se lanza a luchar otra vez.
Sin embargo, una gravederrota pesa más que muchas brillantes victorias, en el ánimo lastimado aunque no aniquilado del caudillo faltaba todavía la serenidad y el equilibrio que es condición esencial de los grandes aciertos.
Así, al decidir combatir en Puruarán, en lugar de proseguir su marcha y esquivar el encuentro para que recobraran el ánimo sus soldados todavía aturdidos y desconcertados, y al forzarlos a pelear en condiciones de inferioridad contra los confiados y engreídos ejércitos realistas, "cometió Morelos el último desatino que pudo cometer para completar su ruina".
Sus más allegados capitanes, Matamoros, Galeana, Bravo y Ramón Rayón, que habían vuelto a reunirse con él después de la derrota en las lomas de Santa María frente a Valladolid, le hicieron ver que era preferible, mil veces presentar combate en la hacienda de La Loma, posición ventajosa para defenderse y que distaba de Puruarán apenas el corto espacio de cinco leguas.
"Fue inútil que Matamoros y Ramón Rayón, así como el honrado intendente Sesma le demostraran la imposibilidad de defenderse hallándose dominados por la artillería que sin duda situaría el enemigo en una loma a tiro de fusil."
Fue en cambio Muñiz el que lo convenció de que convenía quedarse allí —en Puruarán— "y era porque temía que sus sementeras de caña plantadas en la hacienda de La Loma se viesen destrozadas por aquel ejército hambriento" 139
Morelos determinó, pues, esperar allí y ordenó que se cavaran las primeras trincheras.
Y se quedaron sus 3,000 hombres en Puruarán para arrostrar un nuevo y seguro desastre que ahora sí sería el definitivo y por lo tanto el último...
Llano e Iturbide volvieron a unir sus fuerzas para atacar a Morelos en Puruarán. Entonces, un grupo de aduladores que a estas alturas rodeaba al Generalísimo y tendían cortinas de humo alrededor suyo y estorbaban sus decisiones ya de suyo titubeantes por aquellos días, trataron de convencerlo de que debía salir de ese riesgoso lugar "para que no quedase expuesta su persona, aunque se llevase el diablo al ejército, y el general no debiera morir como el último soldado". 140
Tanto hicieron y ponderaron la necesidad de que saliese Morelos, que al fin recabaron su consentimiento y lo hicieron marchar para la hacienda de Santa Lucía, distante de allí poco más de seis leguas. La oscilante voluntad de Morelos, demostrativa de que aún continuaba el evidente desequilibrio de sus funciones psíquicas, se dejó manejar una vez más en esos dramáticos días. ¡Cuando más se necesitaba que resurgiera la energía consciente, indómita y acerada del gran caudillo!
Y Morelos, al retirarse, volvió a transferir a Matamoros la obligada responsabilidad de dirigir un ejército deshecho y con la moral destruida, en un combate en el que lo único previsible era la derrota...
Rayón intentó ahora convencer a Matamoros que debían abandonar ese lugar y elegir, en todo caso, otro sitio más adecuado para la defensa. Le demostró que la misma cerca de piedra, en vez de servirles de parapeto, era su mayor enemiga, "pues siendo de piedra lisa de río, herida ésta con las balas de cañón, multiplicaba la metralla y el estrago".
En todo estaba de acuerdo Matamoros; sería además aplastante la superioridad del enemigo en artillería y en posición estratégica, pero encogiéndose de hombres, sencillamente contestó que no le quedaba otra alternativa sino obedecer y combatir.
Tomada la suicida decisión, el Teniente General ordenó construir trincheras en torno a la hacienda.
A don Ramón Rayón lo situó al otro lado del río con más de 500 hombres.
"Desde aquel punto era imposible auxiliar a Matamoros, porque el río quedaba mediando entre él y el enemigo y el puente era bien estrecho."
A las doce del día del 4 de enero de 1814 se avistó al enemigo, quien una vez colocada su artillería en el lomerío comenzó a hacer fuego.
¡Matamoros solamente pudo contestar con un único cañón!
Los estragos de la artillería enemiga, ya previstos por los jefes insurgentes, fueron terribles.
Sin embargo, la infantería de los independientes —ya muy mermada por las continuas deserciones— resistió valerosamente repetidos ataques, hasta que los realistas se desbordaron por entre las brechas causadas en las defensas por los certeros disparos de los cañones.
Los insurgentes, superados en número, atacados en sus flancos por la caballería realista, y hostilizados por los cada vez más destructores ataques de la artillería, terminaron por precipitarse por el estrecho puente que estaba al lado de la hacienda en un intento desesperado por salvarse.
A fuerza de denuedo lograron escapar vadeando el río y seguidos de alguna caballería, los principales jefes insurgentes: Galeana, Bravo y los hermanos Rayón, pero en esa precipitada fuga, más de 700 insurgentes quedaron atrapados. El Teniente General, don Mariano Matamoros, a quien en plena refriega le mataron su caballo magnífico, trató en vano de salvarse en otro que le prestó un dragón. Intentó pasar el río, pero no pudo superar los obstáculos que se le presentaron, pues el puente estaba enteramente embarazado con tercios y cargas que hacían imposible el tránsito.
Viéndose perdido trató de refugiarse en una trinchera, pero fue denunciado por uno de sus mismos oficiales.
Su aprehensor fue el soldado de frontera Eusebio Rodríguez, de la escolta de Orrantia, a quien se le remuneró con 200 pesos; al traidor oficial se le fusiló al día siguiente en premio a su repugnante bajeza.
Esa fue la relación del coronel Iturbide que recogió el historiador D. Carlos María Bustamante. Sin embargo, "en los oficios originales que integraron el expediente que se formó después con motivo del informe que pidió a Llano el virrey Calleja, se demuestra que ni Rodríguez ni ningún otro soldado realista aprehendió a Matamoros, sino que él mismo se entregó"
La derrota de Puruarán fue para los insurgentes una verdadera catástrofe. Durante la acción y después en la persecución que emprendió Iturbide, fueron muertos unos 600 hombres, y se hicieron hasta 700 prisioneros, entre ellos 18 oficiales que fueron fusilados en el mismo campo de batalla.
Además se perdieron cerca de mil fusiles, inmensa cantidad de parque y municiones y los restos de la ya muy escasa artillería.
Las pérdidas realistas fueron según el mentiroso parte de Llano 12 oficiales, 4 soldados muertos y algunos heridos!
En la victoria de Puruarán lo que más celebraron los españoles fue la captura del insigne y valeroso cura Matamoros.
Conducido a Pátzcuaro fue expuesto a la expectación pública en la plaza de ese lugar, y tratado de la peor manera en todo el camino hasta llegar a Valladolid".
Después de la aplastante derrota en Puruarán salió Morelos de Santa Lucía con su pequeña escolta y llegó a Coyuca. Desde allí envió, angustiado, un emisario al Virrey proponiendo un canje: 200 prisioneros del batallón de Asturias a cambio de la persona de Matamoros...
El Teniente General don Mariano Matamoros, "que acreditó su pericia militar en el asedio de Cuautla; su valor personal en la raya de Guatemala y su táctica profunda en San Agustín del Palmar, en cuya campaña humilló la arrogancia del Batallón de Asturias y perdonó a los prisioneros en el momento del furor"; que en obediencia a la autoridad militar sacrificó su libertad en la batalla de Puruarán, fue fusilado, "presa de la saña española", en uno de los portales de la Plaza Principal de Valladolid, Michoacán (portal que hoy lleva su nombre, la mañana del 13 de febrero de 1814.
Calleja recibió la proposición de Morelos dos días después del fusilamiento, pero es seguro que a pesar de que la hubiera recibido a tiempo, su decisión de eliminar a uno de los más notables caudillos de la independencia, no habría cambiado.
Anonadado y sumido aún más en la perplejidad dolorosa que produjeron en su ánimo la derrota de Puruarán y la prisión de su admirado y querido amigo y subordinado, desanduvo Morelos, río arriba, el mismo camino que, río abajo, había recorrido poco tiempo antes en condiciones bien diferentes.
Llegó a Ajuchitlán, en la margen derecha del Mezcala. En el trayecto lo habían alcanzado cerca de mil de los hombres dispersos a raíz de las derrotas de Santa María y Puruarán.
¡Si en esos días hubiera resurgido Morelos en la plenitud de su genio, tal vez todo habría podido comenzar triunfalmente de nuevo. No era la primera vez —recordemos la dispersión a raíz de la ruptura del sitio de Cuautla— en que Morelos, como el Ave Fénix, resucitaba de entre sus cenizas!
Pero en Ajuchitlán nombró Teniente General, en substitución de Matamoros... ¡a Rosainz!, olvidándose del ameritado Galeana y posponiendo a don Nicolás Bravo.
Al mismo tiempo escribía al Congreso diciéndole "que dejaba cubierto con más de 2,000 hombres el lado de Carácuaro por donde temía se acercasen los realistas", y con "otros 2,000 se disponía a proteger a aquel cuerpo por el rumbo de Chilpancingo".
Dos síntomas, simultáneos, de que Morelos aún no salía del lastimoso colapso mental en que había caído a raíz del frustrado asalto a Valladolid.
Ni Rosainz —leguleyo intrigante y desleal— era. el jefe indicado para unificar a los insurgentes en derrota, ni podía hablarse en esos trágicos días de un ejército de 4,000 hombres, cuando con verdad dijo Morelos en su causa, poco más tarde, que "sólo iban con él unos mil, fuera de su escolta compuesta de 150" soldados.
El Congreso —que no pudo continuar sus deliberaciones en Chilpancingo, pues esta población fue amagada y finalmente recapturada por Armijo— se trasladó al pueblo de Tlacotepec, en plena sierra, al Oeste de Chilpancingo.
Custodiaba al Congreso el teniente coronel don Vicente Guerrero con 400 hombres.
Pocas semanas más tarde el Congreso se enteró con disgusto del desastre de Puruarán, del fusilamiento de Matamoros y del nombramiento de Rosainz.
Morelos, perseguido sin cesar, llega a Huehuetlán, y se encamina, siempre acompañado de su pequeña escolta, a la sede del Congreso: Tlacotepec. Aquí supo —y hay que imaginar con qué gran dolor— del fusilamiento de Matamoros...
Cuando se conoció su llegada, el diputado Herrera salió a encontrarlo a media legua de distancia, y de inmediato se dio cuenta el caudillo en derrota, de la frialdad hostil con que iba a ser recibido.
Desde pocos días antes, Rosainz e Ignacio Rayón, que utilizaron el desastre en Puruarán, para atizar la hoguera de las envidias y de las ambiciones, habían preparado el tinglado.
El Congreso, después de escuchar los ataques de Ignacio Rayón, quien llegó a decir "que era conveniente mandar a Morelos a decir nuevamente misas en su parroquia de Carácuaro", había decidido que el otrora glorioso caudillo debía renunciar al Poder Ejecutivo.
Pero todavía Morelos —aún derrotado— imponía respeto, y la fuerza de su personalidad paralizaba a los mediocres.
En vista de que nadie se atrevía a decirle directamente lo de la renuncia, fue (como verdadera ironía del destino), el abogado Rosainz, quien informó a Morelos sobre la dura resolución del Congreso.
Dando muestras de su grandeza de alma y de respeto a la ley, Morelos se subordinó humildemente al Congreso —idea y creación suya— diciendo "que si no se le creía útil ya como general, serviría de buena voluntad como simple soldado".
El Congreso tomó a su cargo el ejercicio del Poder Ejecutivo y reservó a Morelos el mando militar, pero como sarcasmo, el "ejército" del caudillo se reducía ¡a los 150 hombres de su escolta!
El mando de lo que todavía parecía un ejército, quedó confiado a Rosainz y a Rayón y distribuido de tal modo que Morelos expresó abiertamente su descontento, principio de las graves desavenencias entre él y el Congreso.
Los resultados de semejante desacierto se vieron muy pronto. Los 1,600 hombres bajo el mando supremo de Rosainz y bajo la dirección inmediata de Galena, los dos Bravo y Vicente Guerrero (quienes combatían ahora, mal de su grado y sin el entusiasmo y la inspiración que sabía infundirles Morelos), fueron rotundamente derrotados por Armijo en Chichihualco, sitio donde Galeana había obtenido uno de sus primeros triunfos.
Los jefes insurgentes se dispersaron para ponerse a salvo.
Con el triunfo en la mano, Armijo.
VARGAS MARTÍNEZ UBALDO. MORELOS: SIERVO DE LA NACIÓN. México, EDITORIAL PORRUA (Colección "Sepan Cuantos... ", No. 55) 1977. 147 págs. Pp. 125-129.
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