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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1813 Carta sobre lo que debe hacer un príncipe que tenga colonias a gran distancia. Valentín de Foronda.

Coruña, 1813

 

 

CARTA SOBRE LO QUE DEBE HACER UN PRÍNCIPE QUE TENGA COLONIAS A GRAN DISTANCIA.

 

Advertencia del Autor.

Hace 24 años que arrastrado del seductor amor a la verdad, sin reflexionar los grandes peligros, a que me exponía, emprendí mis cartas económico-políticas, suponiendo que aconsejaba a un príncipe imaginario para atacar con mas libertad los errores garrafales adoptados por nuestro gobierno, como verdades benéficas, y aventuré de buena fe proposiciones, que debieran haberme acarreado mi desgracia; mas por felicidad aunque corrí atrevidamente en el estrecho sendero de un horrible precipicio no caí en él. Conocí al cabo mi riesgo y me separé de él suspendiendo la continuación de mi obra: así guardé algunas de las cartas que de cuando en cuando escribía sobre la economía política, por si llevaba el tiempo de continuar mi obra. Una de ellas fue el sueño siguiente cuya impresión no solicité temiendo que nuestro Gobierno le desaprobara, mas hallándome en Filadelfia donde la libertad de imprenta está en su colmo me resolví a publicar mis ideas sobre lo que debía hacer un Príncipe con sus colonias, a fin de que los económico-políticos españoles fiasen su atención sobre un punto tan importante, y persuadido a que las verdades políticas se descubren desando a las opiniones que luchen entre sí; pero tuve la precaución de que el folleto no solo saliera anónimo, sino en nombre de un editor.

En el día por la ilustración y gracia de los que tienen ojos en las Cortes, y aman la luz vamos acercándonos a aquel feliz tiempo, que deseaba Tácito de pensar, como se quiera, y de decir libremente loque se piensa. Aprovechándome pues de esta dulce libertad me determino a reimprimir mi sueño para que se dignen rectificar mis ideas, si fueren opuestas a la felicidad nacional, que es la suprema ley, los sabios economistas que no se dejan deslumbrar del oro y plata de nuestros conciudadanos las Américas (1), pues no son dichos metales, sino la riqueza aparente, consistiendo la real en la prosperidad de la agricultura y de las manufacturas.

El temor de perder aquellos países tiene asustados en el día a los que no saben que las verdaderas minas están en el riquísimo suelo de la península, y yo creo como se verá en este papel, que lejos de ser un mal para la Nación, su pérdida sería su mayor felicidad.

Cada uno ve con sus ojos; lo que conviene es ver bien, y no ver lo que no se puede ver como sucedía a aquellos devotos musulmanes que iban a una mezquita donde un Santón afectaba enseñar un cabello de su profeta Mahoma, que todos aseguraban ver, hasta que llegó un católico llevado de su curiosidad, y habiendo dicho, que no veía el pelo, contestó el Santón, que no se admirará; pues hacía 20 años, que le estaba enseñando, y que aún no le había visto.

¡Qué ventajas tan notables no resultarían de la pérdida de las Américas para el mejor orden de las Cortes y fácil expedición de sus negocios, que solo fueran europeos sus diputados, su Regencia, su consejo de Estado! ¡Cuanto menos complicadas serían las cuestiones por no hallarse en oposición los intereses mutuos, que en la actualidad son tan enmarañados, y casi imposible conciliarlos! ¡Cuántas dificultades no se aplanarían, que interrumpen el curso fluido de los problemas expuestos para su ventilación! ¡Cuanto más atinadas, rápidas y ejecutables no serían las resoluciones! ¡Cuántas disensiones, complots, venganzas miserables, pero inseparables del hombre no deben producir los dos partidos de americanos y europeos! ¡Cuántas guerras extranjeras no evitaríamos con su pérdida!

Las leyes deben ser las mismas en una Monarquía; pero como podrán estas amalgamarse con la diversidad de carácter entre ambos mundos, con su población, con las grandes distancias de los lugares, con la distancia inmensa de los tribunales superiores, con la lejanía de las Cortes donde se distribuyen las gracias, pues por un milagro como el de la conversión de los panes en el desierto; o del viaje por los aires de la casa santa de Loreto se acuerdan en ellas de los que viven fuera; pudiéndose decir que los gobernantes suelen considerar frecuentemente el mérito de los españoles para emplearlos en razón céntupla del cuadrado de su inmediación. ¡Como se podrán dar órdenes que sean ejecutadas con exactitud, y celeridad entre países tan lejanos! ¡como podrá reinar mucho tiempo la armonía entre los diputados americanos y europeos a menos de que los que vengan fueran todos Mexias, Mendiolas &c! ¿es probable que 14 millones de habitantes permitan con el tiempo que las Cortes se celebren en España que solo cuenta diez? ¿es verosímil que un país que prosperará inmensamente a favor de la nueva Constitución se mantenga mucho tiempo en una especie de dependencia de la España?... Finalmente pregunto a los despreocupados económico-políticos (a los que no se asustan de oír cosas diferentes de las que creían porque aman la deliciosísima, verdad) ¿qué utilidades nos producen las Américas en el día, esto es desde que no nos socorren con los metales preciosos de que necesitamos en la actualidad?... de gravamen. Pregunto también ¿de que nos servirán en adelante?... de nada..., ¿qué digo de nada?... de un intolerable peso, pues todas sus contribuciones de diez años no solo bastarán para subvenir a los gastes de una guerra de dos años, mas ni aun para mantener la escuadra que necesitaremos únicamente para defenderlas, y conservar nuestras mutuas relaciones: fuera de que los americanos pretenderán, que se distribuya en beneficio de aquellos países, la mayor parte de sus contribuciones, así como las nuestras se convertirán entre los españoles europeos.

Sí, Señores, las Américas en adelante no nos servirán sino de un intolerable peso si las conservamos; mas si las perdiéremos por la torpe ingratitud de sus revoltosos, y su criminal desobediencia a los preceptos del Soberano, esto es de ellos mismos tomados colectivamente con los europeos españoles, lejos de convertirse esta separación de nuestra sociedad en un anatema, que seque nuestra península, la hará prosperar.

Digo que solo nos servirán de un intolerante peso, porque en virtud de la igualdad de derechos de ciudadanismo podrán plantar viñas, olivares &c. y entonces a Dios la exportación de nuestros frutos; podrán igualmente establecer todo género de manufacturas, y si no las establecieren los efectos serán igualmente funestos a la España, mientras no pueda competir con la industria extranjera, porque los barcos suecos, rusos, ingleses podrán ir a sus puertos en derechura sin pagar mas derechos, de los que pagarían en España, o que paguen los españoles. No solo podrán ir los barcos de todas las naciones, sino que podrán establecerse todos los extranjeros lo mismo que en España. Sí Señores, no hay duda en esto. Son iguales a nosotros por la ley, y por la razón los americanos; luego deben gozar de las mismas ventajas. ¿Si gozan de las mismas ventajas donde está la utilidad de su conservación? por ventura nos enviarán regimientos que nos dependan de los ataques de nuestros vecinos, o tendremos que enviar tropas, que mueran dos tercios en varios puertos del clima mortífero de la zona tórrida?... ¿Qué haremos con Puerto Rico, la Luisiana española, la Florida &c. que nos cuestan dinero en vez de aumentar la renta nacional?... Vender estos países no es posible, porque los hombres no son carneros, y sobre todo porque son una parte integral de la Soberanía, y como esta se compone del total de las partes, dejando de serlo, si le falta una, porque no es como las hostias consagradas, que por un milagro del Altísimo en cada mínima porción de ellas está el todo; ya se deja ver que el soberano español no puede disponer de la más pequeña aldea, ni enajenarla.

Si vendía las Américas en mi sueño era porque seguía el torrente de las ideas que estaban en boga en aquel tiempo, y porque hubiera sido víctima de mi cariño a la verdad, si hubiese manifestado mi modo de pensar; así me hizo borrar el miedo una nota que se verá en su lugar sobre este punto; pues de lo contrario se habría reputado una invectiva para nuestro gobierno, el cual siguiendo la máxima de que se podían vender los hombres y las provincias, vendió parte de la Luisiana a la Francia por hacer un rey en Etruria.

Se me dirá que sacaba mucho dinero de la venta de las Américas, y que no pudiendo verificarse en el día, porque a los americanos reconocemos por hombres sin recurrir a la silla pontificia, lo que fue preciso a los principios pues dudándose si lo eran, su santidad hizo esta declaración, ya no se puede verificar mi plan.

Es cierto que no adquiriríamos con la pérdida de las Américas el dinero que se hubiera sacado de su ilegítima venta; pero verdaderamente mi fin principal era quedar sin ellas como se colige de las reflexiones que hago sobre los Estados-Unidos de la América septentrional, mas no me atrevía a proponer mi idea sin que fuera con el cebo activo de pillar oro y plata: circunstancia que no es necesaria para que resulten ventajas de su pérdida, las que se verificarían aun cuando no se lograra mas beneficio que el sacudirnos del estrujador peso de una respetable marina, que no se, puede reponer en medio siglo por su grande coste y por la dificultad de reemplazar los muchos sabios que ha perdido, y que creo, que ninguna, ninguna nación contaba mas en este ramo. Así no debemos entristecernos, si llegare el día de su pérdida, a cuyo objeto se persuade el vulgo, que tira la política inglesa. ¡Que error tan craso! ¿Para qué quieren los ingleses nuestras Américas?.... para comerciar con ellas. Según la nueva Constitución se les concede el libre tráfico, pues son lo mismo que la España; por consiguiente, si se les permitiere introducir en la península un género, gozarán del mismo en las Américas: con que tienen logrados todos sus deseos, sin valerse de medios tortuosos: tal vez, me habré descarriado, con el patriótico fin de la felicidad española: deseo corregir mis errores, así me prometo de los economistas de mi nación, encarrilen y rectifiquen mis ideas después de haber leído con atención la relación del sueño siguiente.

Vitoria, marzo 1 de 1800.

¡Qué vigilias y amarguras, caro amigo, no han pasado los Políticos que han formado planes, y reglamentos sobre la conducta que deben observar los Príncipes en sus colonias, ya para que prosperen su agricultura, sus minas y su comercio, y ya para mantenerlas sujetas y ponerlas al abrigo de que las invadan las Naciones ambiciosas! ¡que contradicciones y falsos principios no se han engullido algunos helados y superficiales diseñadores por olvidar enteramente los primeros elementos de la economía política! ¡que ufanos no han quedado otros con el maravilloso descubrimiento de suponer las Colonias como una oveja que debe conservar su amo para cortarle la lana y chuparle la leche! ¡cuánta variedad de opiniones no hay sobre este asunto! pero cual será la mía sobre las que Vm. tenga? ¿pondré en prensa mi cerebro a fin de que destile una porción de juicio y pueda dibujar con su auxilio también mi plan? .... No amigo; no tengo por ahora ganas de cansarme; especialmente cuando puedo salir del gran embarazo de resolver el problema de las Colonias, dándole noticia de un sueño que tuve la otra noche. Oiga Vm. mis disparates.

Me figuré que era Vm. dueño de un país inmenso, que se había encontrado entre el Nuevo mundo, y la Asia en todo, todo, parecido a nuestras Américas, y que a su Principado le faltaba para redondearse un Reinecito que tenía vecino (2), y una Plaza de Guerra (3) que poseía una Nación comerciante.

Inmediatamente se me ofreció que podría Vm. hacer la adquisición del Reyno limítrofe por vía de negociación, y jamás por la fuerza; pues aun cuando duermo me dirigen las máximas de justicia y humanidad de que tanto he blasonado en todos mis escritos.

Para la consecución de mis ideas te había ofrecido a mi vecino hacer un cambio de toda mi soñada isla meridional por sus Estados. Esta proposición le sorprendió por el pronto; mas al cabo la aceptó contento, y me llenó de gracias después de haber examinado, cotejado, y pesado lo que perdía con lo que ganaba en el trueque; porque vio al instante que le era muy ventajoso, ya por la superficie inmensa de terreno, que adquiría; ya por el mayor número de vasallos que aumentaba; ya por el clima; ya por la fecundidad y riqueza del suelo; ya porque podría figurar entre las primeras Potencias, y mezclarse en el insípido y gravoso placer de que le consultaran los Gabinetes Europeos, en caso de que diese acogida en su corazón a esta triste ambición; ya por sacudir una especie de tutela que sufre bajo del Imperio de una Nación poderosa y ya por estar libre de que se le antojara a un sucesor de Vm. conquistar sus Estados.

No bien había hecho el cambio, me ocurrió que las demás Naciones no accederían a él; pero al instante salí de este apuro con la reflexión siguiente: el trueque se ha verificado sin que se haya traslúcido; pero supongamos que aún no está consumado, y que se arman todas las Potencias para impedirle, ¿se elevará (me preguntaba) por esto de verificar? y me respondía que no; pues lo único que podrían hacer seria cubrir el Océano de navíos de línea, en cuyo caso cerraría Vm. los suyos en un Puerto, y dejaría que se paseasen los de las Potencias beligerantes a costa de aumentar los tributos en sus pueblos, y de quedar ociosas una gran parte de las manufacturas que empleaban en el Principado de Vm: y en el de su vecino.

Es verdad, me decía, que intentarán conquistar algunas de las Islas que Vm. posee; pero su buen éxito a mas de ser dudoso, siempre les costará mucha sangre, y no conseguirán otra cosa sino lo que Vm. les regalará; pues también pensaba en que tendría la generosidad de hacerles el presente de algunas de ellas, especialmente a aquella Nación que tuviera a bien cederle la plaza que le faltaba para completar sus ideas, y que no le sirve sino de peso; mayormente cuando los puertos de Vm. habían de ser libres para todo el género humano siguiendo la benéfica máxima de tratar a todas las Naciones como a hermanas.

Igualmente se me ofreció, que quizás pensarían las resentidas Potencias en conquistar algunas plazas del nuevo Imperio; pero esto me dio poco cuidado, recordándome de que es quimérica la pretensión de conservar plazas de guerra a una distancia tan grande, cuando están circundadas de enemigos, dirigidos por un Gobierno ilustrado; mas suponiendo que sea posible su conservación, me hacía cargo de que de nada les servirían como no fuera para defender su comercio; pero no pudiendo tenerle, porque no se lo permitiría el nuevo Rey de mi soñada isla, sería un frenesí perder el tiempo, los hombres y el dinero por solo el triste placer de conquistar pueblos.

Por lo que mira a las demás posesiones que le restaban a Vm. las vendía a compañías de comercio, y a aquellos Príncipes que tienen la manía de poseer terrenos a millones de leguas de su casa teniéndolo» de sobra en la suya. (4)

Después que acabé de hacer mi partición, y mis ventas, me pregunté; qué utilidades resultarían de una revolución semejante, y me confundí al ver, que con el dinero que le producía a Vm. la mitad de la nueva isla pagaba todas sus deudas, que llenaba todo su Principado de caminos, de canales de navegación, y de regadío, que mandaba construir todos los puentes que necesitan los ríos, y hacer las obras que se requieren para evitar las inundaciones, que convertía las tierras cenagosas que no sirven sino de enfermar el aire; en campos fértiles, y que cubría su principado de hospitales, de casas de misericordia y de albergues piadosos para aliviar la miseria pública.

No bien había empezado a distribuir la semilla de la verdadera riqueza en los objetos que acabo de exponer, me acordé de los tributos y entonces me inundó el gozo reflexionando, que no teniendo que pagar réditos, ni satisfacer rancios créditos; que no conociendo un sin número de oficinistas que cuestan mucho dinero, y que son inevitables para llevar la cuenta de las obligaciones de la corona, desfallecería este Vampiro chupador de los bolsillos, pero cuando se hinchó mi corazón como un globo aerostático, fue al considerar que aquel monstruo devorador de la tranquilidad pública llamado Guerra, no se conocería en el Principado de Vm. Esta mágica idea me hizo sudar almíbar por todos mis miembros, y repetir, ya no se verán en vuestros Estados aquellas trágicas escenas en que se juntan los hombres para matarse, como sino bastaran para destruir el género humano las hambres, las inundaciones, los terremotos; ya no se irá a buscar la muerte, marchando el amigo sobre el cuerpo de su amigo, y el hermano sobre el cuerpo de su hermano, ni se espirará exhalando un suspiro doloroso hacia su patria, acordándose de una mujer amable, de unos hijos tiernos, que quedan sin apoyo y de unos padres que tal vez postrados en una cama, no tienen mas socorro en su aflicción sino los que ellos los prestan: ya no se conocerán aquellos temblores de tierra facticios, que mediante una porción de pólvora hacen volar un baluarte, y entierran a los que le defienden en un horrible monten de piedras, y de ruinas; ya no se verá arrancar continuamente de sus fugares a los habitantes, ni de sus campos a los labradores para transformarlos en marineros, en soldados: ya no se aumentarán los tributos para alimentar proyectos ambiciosos, para conquistar una provincia, una isla, una ciudad: ya tendrá Vm. un nuevo tesoro, vendiendo todos los navíos y demás embarcaciones de guerra, pues serán superfluos estos baluartes movibles; ya no expenderá tres cientos mil pesos en construir un navío, ni necesitará aquel gran número de almacenes destinados para la conservación de los pertrechos navales, y se ahorrará el coste de la manutención de una inmensidad de marineros, de oficinas, de oficiales y de todos aquellos gastos inseparables de una respetable escuadra; ya economizará todo lo que le cuesta la manutención de las plazas de las Colonias, y un ejército muy numeroso de tierra; pues para mantenerse solo sobre la defensiva un Principado como el de Vm. (que también supongo será una península) es menester muy poca tropa, y ya sementará su tesoro con el ahorro de los sueldos de los embajadores, que no se necesitarán, supuesto que tiene apagadas enteramente sus ideas guerreras; que su Principado será invulnerable, y que no necesitará atisbar los movimientos de las Potencias ambiciosas, porque todas las fuerzas combinadas de la Europa, serán iguales a cero, para conquistar un país que estando tan bien situado como el de Vm. y siendo feliz, se mantenga en la defensiva; sobre todo ya no tendrá Vm. el dolor de ver eludías y rotas a cada momento aquellas convenciones solemnes llamadas tratados, que a pesar de que las partes contratantes toman el cielo por testigo de sus promesas, las violan descaradamente, atropellando la equidad, la buena fe, y la razón que debieran concurrir a hacerlos respetables, (5).

Lejos de entibiarse mi gozo, continuaba aumentándose por instantes al contemplar que extinguidas las guerras, disminuidos los tributos, construidos los caminos, canales y albergues piadosos que se necesitaran; aniquilados los cuerpos gremiales; gozando de una entera libertad la agricultura, y el comercio; destruidos los privilegios exclusivos; demolidas las Aduanas; establecida una buen educación; esparcidas las luces; fijada una buena legislación; en una palabra, complantadas todas las ideas que he sugerido a Vm. en mi correspondencia epistolar, vería que las tierras baldías se transformaban en campos fecundos; que la tierra subministraba a innumerables habitantes una subsistencia abundante; que los terrenos ingratos, y rebeldes, se doblaban a sus esfuerzos y al tesón de la industria; que las montañas se vestían de copudos arboles; que las colinas se poblaban de viñas exquisitas; que los prados se llenaban de rebaños inmensos, que en los desiertos brotaban ciudades florecientes, y que en las playas nacían puertos seguros vivificadores de la industria, y de la agricultura.

En medio de mi agradable entusiasmo, me asaltaron todas aquellas especies que se leen en los Libros Económico—políticos del tráfico activo, y pasivo; de la balanza del comercio; de las importaciones, y exportaciones; de la abundancia de los metales, y todo aquel boato de voces que incesantemente se pronuncian, sin que las baya examinado el juicio, y a cuyo favor se resuelven los mas intrincados problemas; pero me sosegué prontamente trayendo a la memoria, lo que había escrito en mi primer tomo de las cartas económico-políticas sobre semejantes materias, con cuyo auxilio me fue muy fácil conciliar todas las dificultades que me asaltaban.

Como estoy muy penetrado de aquella verdad que uno no puede ser comprador sin ser vendedor; desde luego notaba que el comercio del Principado de Vm. no podría ser pasivo; pues vendería tanto como compraba; fuera de que Vm. no pretende le den las demás Naciones un excedente en dinero, sino que le paguen con otras mercaderías, ya que el oro, no se come, ni bebe, y que su principal utilidad procede de que se puede comprar con él otros géneros usuales, circunstancia inverificable por el supuesto de lograr una balanza ventajosa, en cuyo caso debe acumularse en un país el oro y la plata, que no servirían en el Principado de Vm. sino de encarecer los géneros por su abundancia, y que hicieran sus vasallos con tres lo que ahora hacen con uno; por consiguiente, me hice cargo de que no cuidaría Vm. de aumentar la abundancia pecuniaria, procurando que propendiese hacia su lado la balanza mercantil, monetaria, metálica o como quiera llamarla. (6).
[…]
gran abundancia de caminos, muchos canales, la destrucción de los gremios de oficios y hombres activos.

Por lo que mira al tráfico exterior, este se hace de dos modos ya comprando en un país las mercaderías para llevarlas a otro, ya exportando los géneros propios para cambiarlos con los de las demás naciones, o con los metales preciosos: pero el primero es de muy poca consideración desde que todas las naciones se han dedicado al tráfico (7), y solo es útil, para un pequeño número de comerciantes que se contentan con un seis, o siete por ciento de sus capitales en recompensa de sus fatigas.

El segundo no pende de la protección de las escuadras numerosas, sino de poseer muchos sobrantes agrícolas e industriales. Tampoco es preciso que sea una nación la transportadora de sus mercaderías y de sus frutos; pues de todo el Globo correrán a nuestros puertos los traficantes para llevárselos, si son baratos y de buena calidad; así como van a la China y al Indostán; mas si no son estimables por su baratez y preciosidad no servirán seguramente las escuadras para darles salida.

Si Vm. me apura le diré, que aún es mejor, no seamos nosotros mismos los transportadores de nuestras mercaderías. Vea Vm. otra paradoja. Sí Señor; yo no tengo la culpa de decir cosas contrarias al modo vulgar de pensar: lo cierto es que a esta especie de tráfico le es inherente la decadencia de la población por la pérdida de hombres, a quienes asesinan los climas ardientes y mortíferos de la Zona tórrida ; a quienes emponzoñan los trabajos inseparables de la navegación, y a quienes traga el Océano, pudiendo estar tranquilamente en sus casas recogiendo los dones con que les brindan los campos, y las riquezas con que les convidan los talleres de las artes.

Se me dirá que se emplean muchas gentes en la fabricación de navíos, de jarcia, de velamen, de ancoras, de cañones, de balas &a. &a. pero que será mejor? que se empleen estos brazos en recoger aceite, lino, cáñamo, trigo, vino, y los demás productos de la naturaleza, y en fabricar muebles que sirvan para extender las comodidades , y la felicidad del hombre; o en construir baluartes de madera movibles que vayan a insultar a naciones tranquilas, pero débiles, y sujetarlas a que obedezcan sus caprichos y rindan su cerviz al yugo que la fuerza y el orgullo quieran imponerlas?.

Fuera de que no es preciso tener setenta navíos de línea para socorrer el comercio: ¿no lo hacían Dancik, Venecia, antes que estuviesen bajo la dominación de unos monarcas poderosos? no le hacen Hamburgo, Bremen sin necesidad de semejantes fuerzas? … ¿qué nación tiene la odiosa petulancia de prohibir a las demás que surquen los mares, y que conduzcan sus géneros de una parte a otra?... pero convengamos en que haya una nación tan poderosa y déspota que se atreva a semejante atrocidad, y que sea un mal carecer de marina mercantil, para hacer por sí el tráfico; aun en este caso, creo que es peor el remedio que la enfermedad; tal vez me equivocaré, así recurramos al cálculo para que decida esta cuestión.

Para mantener una escuadra de doscientas embarcaciones, no contando sino setenta navíos de línea, es menester a lo menos diez millones de pesos al año (8); ahora pregunto; ¿es creíble que ganemos anualmente otro tanto por el comercio exterior? me parece que el cálculo me responderá que no. No obstante quiero conceder que los ganemos, a favor de semejante protección; pero que se adelanta si los gastamos en la manutención de una escuadra numerosa. Finalmente, pregunto, no a los imparciales, no a los juiciosos políticos? sitio a los más preocupados en el sistema guerrero, como habría más seguridad de ganar los diez millones insinuados? descargando de ellos la agricultura, y las artes, y por consiguiente abaratando otro tanto, y provocando con este cebo la extracción de los frutos de la naturaleza y de la industria, o favoreciendo el tráfico con una escuadra numerosa? Si se me responde, que exonerando la agricultura, y la industria de este gravamen, queda resuelto el problema a mi favor; si se me responde que es más favorable al tráfico el mantenimiento de una escuadra numerosa, me encogeré de hombros, y enmudeceré, como lo haría un geómetra a quien se le negara que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos."

 

APENDICE DEL EDITOR. (9).

Para mayor confirmación de lo que se expone en esta carta de cuyos asertos he quedado convencido, haré por mi parte unas reflexiones.

¿Hay país en el globo donde vivan sus naturales con mas comodidades, y abundancia que los de los Estados-Unidos de la América septentrional? ¿No... tienen éstos minas de oro y de plata No... tienen colonias a grandes distancias para dar salida a sus frutos? ¿No.... tienen escuadras que defiendan su tráfico? No, pues sin embargo extrajeron en el año de 1801 el valor de noventa y tres millones de pesos fuertes. (10).

Es indubitable que el cerro del Potosí se agotará mientras que los campos producirán frutos que valen más que los metales preciosos. Léase la lista siguiente en que se mencionan varios artículos que se han extraído de los Estados Unidos en el último año, y dígaseme después, si no son mas estimables que las vetas ricas de la mina celebrada la Valenciana.

 

Carne de Vaca

61, 520 barriles.

Carne de puerco

78, 239 ídem.

Manteca de puerco

1, 958, 400 libras.

Mantequilla

2, 361, 976 ídem.

Velas de sebo

1, 077, 988 ídem.

Velas de esperma

135, 367 ídem.

Queso

1, 332, 224 ídem.

Cerveza

60, 595 galones. (11).

Harina de trigo

1, 156, 248 barriles.

Harina de maíz

266, 816 busheles. (12).

Trigo

280, 281 ídem

Avena

 

Maíz

1, 633, 283 ídem.

Batatas

80, 793 ídem

Arroz

70, 329 barricas grandes

Tabaco manufacturado

233, 591 libras

Tabaco sin manufacturar.

77, 721 barricas grandes.

No hablo de la porción de caballos, tablazón, manzanas, semillas, sebo &c. &c. ni de los 440, 354 quintales de pescado sin contar 75, 899 barriles y 13, 229 medios barriles, que salen de sus costas; porque basta este pequeño bosquejo para corroborar las ideas de la carta que hago imprimir, en que se manifiesta de un modo incontrastable no ser necesario poseer colonias ni minas, para que una nación sea rica.

La España está rodeada de mares que le pueden proporcionar pesquerías abundantes; está situada ventajosamente, goza de todos los temperamentos que necesitan los vinos, las sedas, los cáñamos, el trigo &c. todos estos frutos se pueden centuplicar: luego la España tiene en su terreno todas las preciosidades que puede apetecer, y si quiere limitarse a su península, jamás resonará en ella la lúgubre voz de guerra que mata la industria, la agricultura y la población, como la cabeza de Medusa convertía en piedra todo lo que se la presentaba. Luego la España no es tan feliz, como yo pensaba por poseer las Américas. Luego este sueño es aplicable a las colonias de esta magnánima y gloriosa nación.

Coruña: en la Oficina de D. Antonio Rodríguez. Año de 1813.

 

 

Notas:
(1) No digo nuestras Américas, como hubiera dicho en el antiguo régimen porque no son nuestras, sino de ellas: así como los Americanos no podrán decir nuestra España.

(2) No me paré a indagar su nombre, pero le llamaremos. P.

(3) A esta plaza llamaremos G. o como Vm. quiera: pues no hay que hacer mucho caso de los sueñes.

(4) Filósofos ya sé que los hombres no son una, manada de cameros que se venden; pero no olvidéis que sueño. Esta nota se suprimió de miedo del Gobierno, el que me habría recompensado esta verdad con un calabozo obscuro, hediondo, lleno de ratas y malsano.

(5) No crea Vm. que hablo de la España, No, no por cierto; esta Nación gloriosa se ha distinguido siempre por su buena fe; ya en el tiempo de los Romanos se le conocía esta virtud, y después acá no la ha perdido. Vea Vm. lo que dice Mabli en su obra del Derecho público pág. 433 tom. 2. Mire Vm. que es muy notable. La España ha observado fielmente hasta ahora sus contratos; pero no ha sucedido lo mismo a los demás Estados.

(6) Conozco que todo lo que acabo de insinuar es una algarabía para los que no están empapados en las ideas que dejo asentadas en las cartas sobre la balanza del comercio, y sobre que la plata y oro solo son signo de la riqueza; así el que no pueda desentrañar todo lo que quiero decir en estas pocas líneas, y lo desee recurra a dichas cartas. Hoy no diría que solo son signos la plata y oro, pues me hago cargo de que son también mercaderías, y como tales un ramo de las riquezas; mas está muy lejos de pender estas de sólo la posesión de semejantes metales preciosos, que deseo tuviéramos abundantes; porque su posesión indicaría que los habíamos adquirido en cambio de frutos, o gentíos manufacturados, fuera de que nos podrían servir no para guardarlos estérilmente, pues entonces harían el mismo efecto, que si estuvieran enterrados en las minas, sino para hacer con ellos cambios, que extendieran la esfera de las comodidades neutralizantes de tantos males como afligen al hombre, así no los temo tanto como el sabio D. Álvaro Flórez Estrada en su preciosa obra del Examen imparcial de las disensiones de la América con España llena de sublimes ideas y que supone la posesión de los conocimientos económico-políticos, más exquisitos y profundos. Estoy de […]

(7) Se puede decir que la Holanda es casi la única que hace este tráfico, y aun esta le va perdiendo diariamente: la Inglaterra, y la Francia que son las potencias más traficantes es muy poco lo que ganan en semejante negociación, así sus riquezas las sacan de la agricultura y de la industria,

(8) Creo que el cálculo no es excesivo si se reflexiona sobre lo que se requiere para la renovación continua de navíos, conservación de diques, de almacenes, de pertrechos navales, de sueldos &c. &c esto se entiende que es en tiempo de paz; pues en el de guerra ascenderá cuando menos al duplo.
Nota añadida en esta edición: Los que no meditan; los que no tienen otro modo de juzgar que la autoridad, tal vez me repondrán que la Inglaterra piensa de otro modo pues por extender y sostener su tráfico mantiene un sin número de barcos, fragatas &c. que le cuestan muchos millones de pesos.
"Válgate Dios por autoridad (decía ahora 23 años en el segundo tomo de mis Cartas económico-políticas y ahora repito) Estamos por desgracia en la enferma posesión de cerrarlos ojos, y de desearnos guiar por donde quieran los ingleses Colbert &c. cuyos nombres se puede decir en algún modo que han atrasado la difusión de las verdaderas luces económico-políticas &c. como el de Aristóteles retardó el conocimiento de la buena física."
"Esta proposición sorprenderá el juicio de algunos de mis lectores, como sorprendería por la primera vez el estampido de un trueno a los Siberianos; tras de la sorpresa me llamarán bachiller, atrevido &c. pero leerán las reflexiones siguientes, y tal vez se avergonzará su corazón de haberme tratado con desprecio."
"Es innegable que ha habido y que hay muchas gentes que no han defendido de otro modo un sin número de materias político-económicas, sino diciendo: los ingleses que saben mas que nosotros, Colbert, que es el oráculo de los escritores políticos piensan de tal modo: con que nos descarriaríamos del verdadero camino, si adoptásemos unas ideas diferentes ; lenguaje que ha sido la causa de que no haya hecho la economía-política los progresos que debiera, de que el error haya triunfado, y de que las naciones creyendo que caminan a pasos redoblados a su- prosperidad, se mantengan en un estado de desfallecimiento, que no perciben."
No soy capaz de relajar el mérito de los ingleses, pero estos isleños son hombres a quienes no ha concedido Dios el don de la infalibilidad, así han errado varias veces, a mi parecer, como lo demuestra" tal y tal cosa que enumero y ahora añado, que el haber llevado su deuda nacional a novecientos millones de libras esterlinas, esto es ochenta y un mil millones de reales de vellón para sostener su tráfico, (pues no puede haber sido por el estéril y orgulloso placer de dar la ley en los mares) lejos de haberles sido útil, les ha sido perjudicial, porque están recargados tan altamente sus géneros a causa del aumento de los salarios de los obreros, efecto inseparable de las contribuciones que requiere la deuda nacional, que no podrán competir con los de los demás países cuando se verifique la paz.

(9) Téngase presente que habla el Americano que supuse imprimía el Sueño.

(10) Las extracciones del año nueve o diez, (no estoy seguro porque me falta la memoria, y mis papeles) ascendió la exportación a 100 millones de pesos fuertes; nota añadida.

(11) 127 galones hacen una pipa catalana de 30 arrobas.

(12) 8 busheles hacen 5 fanegas.