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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1812 Segunda Reconvención de Morelos a los Americanos que militan en las filas Realistas

Marzo de 1812, Cuautla

A LOS AMERICANOS ENTUSIASMADOS DE LOS GACHUPINES

Soldados, todos los que militáis bajo las banderas de Calleja, escuchadme un momento procurando poner libre vuestro entendimiento para poder distinguir las verdades que no conocéis, por el entusiasmo en que os tienen o por la costumbre de obeceder trecientos años, sin saber siquiera por qué obedecéis.

¿Hasta cuándo, hasta cuándo será depuesta vuestra ceguedad? ¿Hasta cuándo retribuiréis con el reconocimiento a la obligación en que estáis con vuestros legítimos jefes americanos, que se desvelan por vuestra libertad y conservación? ¿Decidme, errados hombres, cuál es el rey que defendéis? ¿Se os oculta acaso que, prisionero en Francia con toda su real familia, se ha ligado con el estrecho caso de parentesco con Napoleón, casándose con la hija del emperador de Alemania, y que Pepe Botellas es rey de España? ¿No habéis oído decir siquiera, que lo mismo fue faltar Fernando VII y su familia de España, que empezar los europeos a formar juntas para gobernarnos, ya la de Sevilla, ya la Central, ya la de Regencia, queriendo que en cada una de ellas resida la soberanía, que ninguna de ellas tiene legítimamente, y que después todas éstas han ido saliendo traidoras e inicuas, entregando cada una la parte que ha podido al francés? Decidme, ¿qué pretendéis con esa obstinada resistencia? Yo os lo diré con sumo dolor de mi corazón. Escuchadme.

¿Pretendéis sea presa del francés nuestra querida patria, que se extinga de este precioso reino la sagrada religión, que se conviertan los sagrados templos en casas de prostitución, que sobreviniendo todo aquel cúmulo de males que no podéis dejar de conocer, ni yo me atrevo a prorrumpir sin lágrimas, seáis instrumento inmediato de vuestra aniquilación temporal y espiritual? ¿Peleáis por despojar al Señor omnipotente de esta preciosa heredad y entregarla a Satanás? No comprendo ni alcanzo cómo tenéis valor para coadyuvar a la más bárbara empresa que han visto los siglos.

Vosotros, que habéis dado siempre las más irrefragables pruebas de amor a la religión, amor a la patria, ¿por qué (os pregunto), os habéis convertido en tiranos contra Dios, contra la patria, contra vuestros hermanos y contra vosotros mismos? ¿Por qué amparáis con tanto entusiasmo a los europeos que son vuestros mismos verdugos? ¿Qué no habéis observado acaso cómo se jactan y alegran de ver derramada vuestra sangre en las campañas, cómo se complacen al ver vuestras mujeres e hijos, hermanos y amigos, suspirando y padeciendo en vuestras chozas? Todos dicen: "Contribuye a nuestra felicidad temporal. Los criollos salvajes unos con otros se matan, sus familias perecen y mientras más tiempo menos insurgentes. Así se explican éstos aun a vista de vosotros mismos. ¿Cuáles serán sus conferencias privadas? Méditadlas si tenéis valor, porque yo me asombro al considerarlas.

Escuchad las interiores voces de vuestra conciencia, que ella os hará ver con luz más clara que la del día, la maldad más inaudita de que estáis poseídos, y sobre todo, no me podéis negar cuántas veces, cuántas veces hablando con vosotros mismos al impulso de la voz de Dios, habéis dicho: ¿Qué es lo que estoy defendiendo? ¿Por qué me afano y expongo mi pecho al frente de las armas de mi amada nación? Y no habéis encontrado otra respuesta en vuestra conciencia que: Por defender a los europeos y sus haberes. Y como éstos os tienen embelesados con aquella diabólica política sugerida del común enemigo, de ésta tomáis opinión y proseguís, pero no sin que vuestra conciencia os persuada de lo contrario, sino que estéis sordos a las voces de Dios y de la naturaleza que, como pregonera, es fuerza que os hagan aquella impresión que perciben hasta los animales irracionales guiados de su instinto. Pregunto a vosotros: ¿Habéis visto animales que busque de intento su aniquilación? Pero, y ¿para qué es persuadiros, cuando conocéis los males y los bienes, y abusáis de éstos y buscáis aquéllos, sin poder yo penetrar la causa que os mueve? ¡Oh americanos, amados compatriotas míos, despertad de ese letargo que os tiene ofuscadas las potencias y seguid, os suplico, escuchando a quien desea el complemento de vuestras felicidades!

Sabed que la soberanía, cuando faltan los reyes, sólo reside en la nación; sabed también que toda nación es libre y está autorizada para formar la clase de gobierno que le convenga y no ser esclava de otra; sabed igualmente (que bastantes noticias tendréis de ello), que estamos tan lejos de la herejía, que nuestra lid se reduce a defender y proteger en todos sus derechos nuestra santa religión, que es el blanco de nuestras miras, y extender el culto de nuestra señora la Virgen María, como protectora y defensora visible de nuestra expedición.

Y si queréis ver milagros asombrosos y portentos originales en este reino, venid, venid uno siquiera de vosotros y estoy seguro que quedaréis pasmados al ver los efectos maravillosos que ha hecho vuestro continuo bloqueo en este pequeño pueblo protegido del cielo. Lejos de ser vuestro tenaz fuego horrible a sus habitantes, antes se regocijan y complacen en Dios y su Madre Virgen, viendo los efectos, repito, tan al contrario de la naturaleza, que corrobora la fe de sus vecinos y los esfuerza a la continuación de nuestra justa causa. Y omitiendo infinitas razones que tengo por patentaros, que es justa y santa, por no alargarme, sólo os diré por último que nuestras armas están pujantes y la América se ha de poner libre, querráis o no querráis vosotros, y que con defender, o mejor diré, ofender a vuestros hermanos de América, sólo conseguiréis se derrame más sangre para conseguirlo. ¿Y qué sangre? Decidlo vosotros mismos: la de los americanos, sea de éste o de ese partido, pues los europeos bien saben guardarse, como vosotros lo sabéis; y no sólo guardarse sino alegrarse de "vuestra infeliz y desgraciada suerte. Cuando os halléis ante el divino tribunal, ¿qué descargo daréis de esta porción de sangre derramada por vosotros?

Temblad, amados compatriotas, de continuar en estos crímenes tan bárbaros; lavad ese feo borrón, convirtiendo esas bayonetas en esos cuantos europeos amilanados que están a vuestra retaguardia, a quienes no hemos confundido nosotros, no por falta de fuerza, sino que para llegar a ellos es necesario primero derramar vuestra sangre, que tanto amamos, como que está por delante custodiando como cosa sagrada a la soberbia y tiranía. ¡Qué vergüenza! ¡Qué entusiasmo tan ajeno de un cristiano católico! No haría otro tanto un turco o moro.

Por conclusión, quisiera preguntaros de muchas cosas; pero no quiero, sólo de una: ¿Cómo tenéis valor, cómo tenéis auxilio en vuestra naturaleza para dirigir vuestros tiros a los sagrados templos de Jesucristo, donde reside sacramentado, donde se ofrece repetidas veces en sacrificio? Aquí desfallece mi respiración y se me cae la pluma de horror; vuelvo a tomarla, y os digo con todas las veras de mi corazón que aunque mi ceguedad me tuviese sumergido en ese inicuo partido, como vosotros, estoy cierto que aunque se reuniesen todas las potestades de la tierra y las de cielo (si posible fuera), no serían bastantes a hacerme cometer una maldad sobre toda maldad; perdería mil vidas antes que hacer fuego a aquel Señor que fabricó los cielos y la tierra; creería que en el momento de hacer fuego al cañón, me arrojaba a los infiernos. ¡Oh cuánto sufres, Dios omnipotente!

Vuelvo a proseguir, suplicándoos que meditéis estas verdades y detestando ese partido, retribuyáis a vuestra patria, como debéis; de cuyos dignos jefes seréis no solamente bien recibidos, sino premiados altamente de vuestras acciones, y lo que es sobre todo, agradaréis a Dios, a quien ruego ilumine vuestras potencias, siendo propicio en perdonaros.

 José María Morelos [Rúbrica] Es copia.

DM, I, pp. 140-143