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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1812 La Junta Suprema de la Nación, a los americanos en el aniversario del día 16 de Septiembre

16 de Septiembre de 1812

Americanos:

Cuando vuestra junta nacional, impedida hasta ahora, de hablaros por el cúmulo vastísimo de cuidados a que aplicar su atención, os da cuenta de sus operaciones, de los sucesos prósperos que han producido, o de los reveses que no siempre ha podido evitar, escoge para llenar esta obligación reclamada por la confianza con que habeis depositado en sus manos el destino de vuestra patria, la interesante circunstancia de un día que debe ser indeleble en la memoria de todo buen ciudadano. iDía 16 de Septiembre!... El espíritu engrandecido con los tiernos recuerdos de este día, extiende su vista a la antiguedad de los tiempos, compara las épocas, nota'sus diferencias, ve lo que fuimos, esclavos encorvados bajo la coyunda de la servidumbre, mira lo que empezamos a ser, hombres libres, ciudadanos, miembros del Estado con acción a influir en su suerte, a establecer leyes, a velar sobre su observancia; y al formar este paralelo sublime, exclama enagenado de gozo: ioh día de gloria! idía inmortal! Permanece grabado con caracteres perdurables, en los corazones reconocidos de los americanos, ioh día de regeneración y de vida!

Inesperadas dichas, imprevistas adversidades, pérdidas sucediendo a las victorias, triunfos llenando el vacío de las derrotas: la nación elevada hasta la altura de la independencia, descendiendo luego al abismo de su abyecto estado: ayudada de su primer esfuerzo porla influencia protectora de la fortuna, abandonada después de esta deidad inconstante, enemiga de la virtud y compañera del crímen: subiendo paso a paso desde el ínfimo grado del abatimiento hasta la escelsa cumbre en que hoy se halla colocada magestuosa y serena: hé aquí, americanos, el cuadro prodigioso de los acaecimientos que en el transcurso de dos años han formado la escena de la revolución, cuya historia va a trazar con sucintas líneas vuestro congreso nacional.

Dáse en Dolores un grito repentino de libertad; resuena hasta las estremidades del reino, como el eco de una voz despedida en la concavidad de una selva: agítanse los ánimos, reúnense en crecidas porciones para hacer respetable la autoridad de sus reclamaciones: ven los pueblos el peligro de su situación, conocen la necesidad de remediarla: júntase un ejército, que sin disciplina y pericia espugna a Guanajuato, supera la oposición de Granaditas, toma la ciudad, donde es recibido con aclamaciones de júbilo, y marcha victorioso hasta las puertas de la capital. Empéñase allí una porfiada pelea: triunfa la inesperiencia de la sagacidad: el entusiasmo de una multitud inerme, contra la arreglada union de las filas mercenarias: corona la victoria el heroísmo de nuestros esfuerzos, y los escuadrones enemigos en pequeños miserables restos, buscan el refugio de los hospitales para curar sus heridas. El campo de las Cruces queda por los valientes reconquistadores de su libertad, que tan indignados contra el tiránico poder que los obliga a derramar su propia sangre, como deseosos de economizarla, suspenden sus tiros mortiferos a la vista de las insignias de paz y de concordia divisadas en el campo de los contrarios, para herir con este ardid alevoso, a mas usado entre bárbaros, a quienes no pudieron rechazar con la fuerza de sus armas. Sobrepónense, sin embargo, las disposiciones de fraternidad, a los excesos del furor en que debió precipitarnos tan salvage felonía, y los medianeros de la conciliación, enviados con temor y desconfianza, se presentan a los vencidos a proponer y ajustar un tratado que restituyese la tranquilidad y asegurase la armonía. Este paso de sinceridad fué despreciado, desatendidas nuestras propuestas, mofadas irrisoriamente, y respondidas con insultos y provocaciones irritantes. Causados, en fin, de hablar sin esperanza ya de ser oídos, fué la intención pasar adelante, y sacar de. aquel triunfo por el medio de la fuerza, todas las ventajas que ofrecia a unos y otros el de la razón y la dulzura: mas la incertidumbre del estado de la capital, la inacción de sus habitantes obligados por la tiranía a encerrarse en lo interior de sus moradas, el justo temor de los desórdenes a que se hubiera entregado una muchedumbre embriagada en su triunfo, e incapaz todavía de sujeción a una autoridad naciente, hace retroceder el ejército, y se reserva para sazon mas oportuna la decisiva entrada de la corte.

Este movimiento retrógrado es mirado por diferentes aspectos, según la intención y capacidad de los censores; la determinación empero, de alejar el grueso de nuestras fuerzas de aquel punto, es llevada al cabo y conducido a Guadalajara el ejército de las Cruces. Allí, después de conocida en la infortunada refriega de Aculco, la necesidad del orden, se empieza la organización, la disciplina, la subordinación y arreglo del soldado. Todas las preparaciones se aprestan, todas las disposiciones se toman para recubir la división enemiga del centro, que al mando de Calleja marchó a dispersarnos, y concluir sin los preparativos: descarga el ímpetu de diez mil hombres armados, contra el débil estorbo de seiscientos soldados bisoños que resistieron con esfuerzo increible un choque en que el valor estuvo de su parte, aunque tuvieron en contra la fortuna. Trábase la lid, y el puente de Calderon, defendido con heroísmo, es vencido por los contrarios, que se abren paso por él para entrarse en la ciudad.

Verificóse en efecto la entrada y la dispersión de la tropa, que fué su consecuencia infausta: precipita la salida de los generales, que superiores al maligno influjo de su estrella, caminan con la imperturbable serenidad de los héroes, a refugiarse a las provincias remotas de lo anterior, donde abandonados a la malhadada suerte que es el distintivo de las almas grandes, son aprehendidos con vileza por los caribes de aquel rumbo.

Parecia que la Providencia quiso poner nuestra constancia a una prueba terrible y dudosa, y que el edificio del Estado, conmovido y debilitado con tan violentos vaivenes, iba ya a desmoronarse y quedar sepultado en sus mismas ruinas, cuando una invisible fuerza detiene su amenazante destrucción, y suscita nuevos campeones que reparan las pérdidas, hacen revivir el espíritu amortiguado del pueblo, y lo conducen por el camino de los sacrificios al término de la victoria. Las reliquias del fugado ejército de Calderon, parte sigue a los generales, parte se reune bajo la conducta de un caudillo que fué en aquella época, la única firmísima columna de la insurrección. Este triunfa en Zacatecas, recibe la batalla memorable del Maguey, y la jornada de los Piñones, en que oprimido el soldado de necesidades mortiferas, vió perecer al rigor de la sed algunos de sus compañeros, prepara los gloriosos acontecimientos de Zitácuaro. Esta villa es dos veces el teatro de nuestros triunfos, y quince fusileros protegidos de inespertos guerreros con la anticuada arma de la honda, vencen la táctica del día, diestramente dirigida por sus científicos contrarios. Torre perece con su división; la de Emparan es rechazada por un número de hombres diez veces menor, sin que de la intrépida del primero haya libertádose uno que diese al cruel gobierno noticia de esta catástrofe. Por todas partes se dejan ver los trofeos del vencimiento, en tanto que el esforzado Villagran, aposesionado del Norte, acomete sin interrupción las reuniones de esclavos que infestan su demarcación, intercepta convoyes, obstruye la comunicación al enemigo, y lo hostiliza incesantemente con la lentitud mas funesta. Por el Sur el bizarro, valeroso e invicto Morelos, todo lo sujeta con suave violencia al imperio de la nación; todo lo domina, todo lo arregla y consolida con indecible rapidez, consiguiendo tantas victorias, cuantas batallas da o recibe.

Mientras nuestras armas hacen por estos rumbos tan rapidos y brillantes progresos, los vencedores de Zitácuaro se aprovechan de sus triunfos, aumentan la tropa, la inspiran el espíritu de disciplina y obediencia, y se concible y ejecuta allí el proyecto mas útil, mas grandioso y necesario a la nación en sus circunstancias. Exígese una junta que dirige las operaciones, organiza todos los ramos de un buen gobierno, y da unidad y armonía al sistema de la administración, inevitable para precaver los horrores de la anarquía. Al punto es reconocida y respetada su autoridad, y los pueblos enteros acuden ansiosos a sancionar con su obediencia la instalación del congreso. Prepárase entonces el ataque de aquella villa insigne, primer santuario de la libertad, y sus heróicos vecinos se deciden a resistirlo y escarmentar la osadía de los agresores. Acércanse a probar fortuna: acometen furiosos, animados del espíritu maligno de Calleja: dáse la señal del combate, y sus tropas, superiores en número, superiores en pericia y armas al corto número de los nuestros, inermes e indisciplinados, esperimentan el valor de hombres libres, y tienen que llorar el efímero de su desesperada intrepidez y audacia. Profanan aquel magestuoso recinto, consagrado a la inmortalidad de los hérores, y el hierro y el acero todo lo sacrifican a la implacable venganza del opresor: se incendia, se le despoja del patrimonio de sus tierras, y sus infelices habitantes, unos son cruelmente arcabuceados, y los mas proscriptos o desterrados.

Esperábase ver concluida esta escena sangrienta para descargar sobre las fuerzas reunidas del Sur las del bárbaro ejército del centro. Marcha a la lucha engreido del reciente triunfo, y principiase el asedio memorable de las Amilpas. Setenta y cinco días dura este, cuyo éxito feliz llena de gloria a Morelos, y de confusión a su enemigo. Disminuida y debilitada su gente proyecta levantar el sitio, cuando el estado de hambre y peste a que el pueblo estaba reducido, hace prolongarlo en la esperanza de rendir a sus defensores. Frústrase este designio: el general estrechamente cercado rompe una doble línea, y salen magestuosos por enmedio de los sitiadores, sobrecogidos de terror a la presencia de una acción casi sin ejemplo en los fastos de la milicia.

Vuelve burlado a México el risible ejército de Calleja: abdica el mando, o se le despoja de él; cambia el aspecto de las cosas: ya todo es prosperidad, todo aumento para nuestras armas. Empréndense el sitio de Toluca, cuya plaza cercana a rendirse es abandonada por la falta de pertrechó, consumido en multiplicadas luchas, todas gloriosas, si se atiende a que los medios de la agresión fueron increiblemente desiguales a los de la defensa y resistencia. Lerma, batida de superiores fuerzas, vence honrosamente; sale de allí triunfante nuestro pequeño ejército, que reunido al de Toluca parte a Tenango, donde se prepara a nuevos combates.

Dudábase entonces si convendría empeñar el que se disponia darnos, o hacer una retirada que sin comprender el decoro de la nación, la pusiese a cubierto de los contratiempos que se seguirían de la derrota probabilísima que debia sufrir acometida por una potencia cien veces más ventajosa que la de trescientos fusiles que guarnecían la plaza. El deseo de vencer hace abrazar el último partido: resuélvese corresponder al entusiasmo de la tropa, que impaciente y valerosa aguarda al enemigo: avístanse los combatientes; el valor de pocos repele la audacia de muchos. Cuatro día de gloria en que fué siempre repelido Castillo Bustamante , no impide el avance de su infanteria por el punto menos fuerte del cerro, cuya extensa circunferencia no pudo ser cubierta de nuestra poca tropa. Vencido, pues, el obstáculo que oponía aquella eminencia a la rendición del pueblo, se medita libertarlo de la rapacidad de los bárbaros, y se ordena la retirada a Sultepec. Mientras se efectuaba esta, los infelices prisioneros y cuantos su mala suerte puso a discreción del vencedor, fueron inhumanamente inmolados a la crueldad del despechado Bustamante. Cometiéronse excesos de todo género, y el desgraciado Tenango es el teatro de atrocidades inauditas. El inocente infante, el venerable anciano, la mujer respetable por la fragilidad de su sexo, y lo que es mas, lo que no puede decirse sin dolor y sentimiento de la religión que profesamos, los ministros del santuario, los ungidos del Señor, elevados sobre la espera de lo mortal, sufren la muerte mas barbara que han visto los tiempos, y clavados a las bayonetas sirven de trofeo a la victoria.

La junta ya refuigiada en Sultepec prevee las consecuencias de este infortunio: cree como indudable que al saciarse la saña de los caribes con la desolación de Tenango, vendrían a invadir a Sultepec indefenso y desprevenido: este fundado recelo hace comprender la retirada, no a punto determinado, sino a los diversos lugares que se decretó visitar por los individuos del congreso para imponerse del estado de las poblaciones, y remediar sus necesidades. Las ventajas de esta medida se están palpando en los multiplicados ataques que diariamente se dan con aumento de crédito y valor en nuetras tropas. En solo tres meses repuestos ventajosamente, hemos arrancado al enemigo en los gloriosos encuentros de las cercanías de Páztcuaro, Salamanca y pueblo de Xerecuaro mas de cuatrocientos fusiles, y disminuido los recursos de nuestros opersores en el considerable descalabro que han sufrido del convoy que conducían de Guadalajara.

Tantas prosperidades, después de tantos desastres y vicisitudes tan contrarias, nos han enseñado a ser pacientes en la adversa, y moderados en la buena fortuna: no las miramos con los ojos de la ambición, que refiriéndolo todo al acrecentamiento de la grandeza a que aspira elevarse, desprecia la sangre de los hombres, y escucha con insensible frialdad los quejidos de los moribundos tendidos en el campo de batalla. No, americanos, los pensamientos de paz nunca están mas profundamente grabados en nuestros corazones como cuando la victoria corona la constancia de nuestras tropas, y forma un héroe de cada uno de nuestros soldados. Entonces brindamos con la unión a vuestros tiranos, envainamos la espada que pudiera destruirlos, y dejamos ver nuestras manos triunfantes con un ramo de oliva que los llama a la amistad, y con ella a su conservación. Si la guerra prolonga nuestros males, y multiplica los estragos de la desolación; culpa es del gobierno que oprime nuestra patria, es de esa manada envilecida de esclavos, que ya con las armas, ya con sus plumas, dignas de tal causa, adulan su capricho, hacen que se crea invencible, señor de nuestros destinos, y como el padre del Olimpo, capaz de reducirnos a polvo con una sola mirada de indignación y de cólera. De aquí la pertinencia en continuar la guerra, de aquí el menosprecio de nuestras propuestas, de aquí el frenesí de apodarnos con denuestos groseros e inciviles, cuando débiles e impotentes provocan vuestra venganza e irritan nuestro sufrimiento. Este, contenido siempre en los limites de la moderación que distingue nuestro carácter de la arrogancia, o mas bien de la altivez española, es acusado de inerte y apático, de indolente y desalentado. Mas fieles a nuestros principios filantrópicos y humanos, nos honramos con esta nota de que no intentamos vindicarnos, porque los epítetos de crueles y bárbaros que subrogarían a los otros nos ofenderían tanto mas, cuanto siendo peculiares a la conducta observada de nuestros enemigos, se confundiria nuestra civilización con su barbarie, nuestra compasión con su dureza, la ferocidad de su índole con la dulzura y suavidad de la nuestra.

Vióse resaltar vivamente este contraste el día en que con aparato ignominioso fueron entregados a las llamas por mano de verdugo los planes de paz a que la nación convidaba a sus vacilantes opresores. Agravio tan injurioso jamás recibido por ningún pueblo, es el mayor que tiene que vengar la América, entre los inmuebles con que ha sido vilipendiada su dignidad y ajado su decoro. Un gobierno repugnado de la nación, ilegítimo por esta circunstancia, contrapuesto a todos los principios que deben regirnos en la situación en que se halla la metrópoli: un gobierno sin fé, sin ley, sin sujeción a ningún poder que modele sus operaciones, independiente la autoridad de las mismas cortes en quienes solo conoce la soberanía para ultrajarla con la contravención a todos sus decretos: ¿este se atreve a llamar rebelde a una congregación que le habla a nombre de todo un reino, el lenguaje de la paz y la urbanidad, y arroja a las llamas los escritos en que está consignado el depósito sagrado de la voluntad general? iQué audacia! iQué atentado! No lo olvideis jamás, americanos, para alentar vuestro valor en las ocasiones de peligro. Si cobardes o perezosos cedemos a la fuerza que quiere subyugarnos, en breve no habrá patria para nosotros, seremos despojados de la investidura de la libertad, y reducidos a la triste condición de los esclavos. ¿Qué esperanza puede aún tenernos ligados a un gobierno cuya conducta toda es dirigida del deseo de nuestra ruina? Redoblad vuestros esfuerzos, invictos atletas que combatís la tiranía, salvad vuestro suelo de las calamidades que le amenazan, sed la columna sobre que descanse el santuario de su independencia; animaos a la vista de los progresos hechos en sólo dos años, sin tener armas, dinero, repuestos, ni uno siquiera de los medios que ese fiero gobierno prodiga para destruirnos: la nación llena de magestad y grandeza camina por el sendero de la gloria a la inmortalidad del vencimiento.

Palacio Nacional de América, Septiembre 16 de 1812. Lic. Ignacio Rayón, presidente. José Ignacio Oyarzábal, secretario.

 

 

 

Guanajuato. Colección de documentos relativos a la época de la Independencia de México. A. Chagoyan, 1870. pp. 143-158.