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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1809 Discurso político, moral y cristiano. Josef Mariano Beristáin de Sousa.

Febrero de 1809
 

 

(España, la Madre Patria)

Voy a hablar del agradecimiento debido a los beneficios de nuestros padres: virtud moral y cristiana, y cuyo vicio opuesto, que es la ingratitud, es horrible y abominable a todo hombre, aunque no tenga Religión alguna. Nuestro primer Padre es Dios, Criador del cielo y de la tierra, y de quien viene a los hombres todo el bien que gozan y pueden gozar en esta vida y en la otra. Mas no he de tratar hoy del agradecimiento debido a este Padre supremo; pues lo supongo. Supongo también el que merecen nuestros padres naturales inmediatos, que nos han dado el ser, sin el cual ni hay vida, ni salud, ni honor, ni riqueza, ni deleite alguno; porque si no hubiésemos sido engendrados y nacidos ¿qué seríamos? Nada.

Empero tenemos otros padres, que también nos dieron el ser lo que somos, y todos los bienes que gozamos: y de éstos he de hablaros esta tarde. Padres, a quienes debemos honrar según el mandamiento de Dios, que habéis oído: Honora patrem tuum et matrem, y a quienes debemos vivir siempre reconocidos. No os quiero tener más tiempo suspensos. ¿Sabéis quién es nuestro padre? El Rey de España. ¿Y nuestra madre? La generosa, invicta y católica Nación Española. Escuchadme: y lo que diga de México y a vosotros, entiéndase dicho de toda la América, y a todos sus habitantes.

México, ciudad populosa y hermosísima, capital del Reino más opulento de la tierra, trono de la Religión inmaculada de Jesucristo, silla de las ciencias, emporio de las más bellas artes, centro de la piedad, de la urbanidad y de la riqueza ¿quién te engendró así tan hermosa, quién te dio esa vida que gozas, cristiana y civil, quién te hizo ver la luz de la Fe, que brilla con tan bello esplendor en tus hijos, quién te dio esas leyes justas y sabias, que te gobiernan, quién te ha educado, conservado y mantenido hasta hoy tan galana y tan robusta, quién vela sobre tu felicidad, quién te defiende y ha librado siempre de los enemigos de tu quietud? ¿Quién? Fernando e Isabel, Reyes Católicos, que con sus tesoros y vasallos descubrieron estas regiones desconocidas. ¿Quién? Carlos V, Emperador Invictísimo, que con sus armas y soldados te sacó del poder de la barbarie y tiranía, y por medio de sus enviados sacerdotes te libró del demonio y del infierno. ¿Quién? Felipe el Prudente, que levantó esos magníficos templos y erigió esos útiles e inmortales establecimientos. ¿Quién? Los demás Reyes, sus succesores, que a competencia te han, como amorosos padres, dotado, fomentado y engrandecido.

[La barbarie prehispánica]

¿Qué eras tú, oh México, ahora trescientos años? Un Pueblo bárbaro y grosero, sujeto a unos déspotas, que después de exprimir toda la sustancia a sus vasallos y de engrosarse con el sudor de su rostro, sacrificaban sus hijos en las aras impuras de sus ídolos abominables. Pueblos antiguos, antiguos Mexicanos, vosotros ni conocíais al Dios verdadero, ni gozabais de las luces de las ciencias dulces y sublimes, ni de las comodidades de la vida civil ni de la preciosísima libertad, con que os dotó Naturaleza: Erais míseros esclavos de unos amos despiadados y crueles. Los Reyes de España os sacaron de la nada a la vida, de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de las ciencias, de la miseria a la felicidad, de la pobreza a la abundancia, de la grosería de costumbres a la finura y delicias de la vida racional.

[España y los indios]

Los Reyes de España se intitularon desde luego vuestros padres y os llamaron y trataron siempre como a hijos. ¡Cuántas gracias y privilegios os concedieron, que no gozan sus mismos vasallos Españoles! En los tribunales sois miradas como menores; las alcabalas y gabelas no se hicieron para vosotros; y vuestros hijos están exentos del servicio militar; y en todo han mandado vuestros padres los Reyes, y lo encargan todos los días a los Virreyes, a los Gobernadores, a los Obispos, a todos los Ministros; que os traten como a sus hijos tiernos, con amor y con dulzura; que castiguen severamente a quien os oprima, y que os guarden y conserven vuestros privilegios, y todas vuestras costumbres, que no se opongan a la moral sana, ni a la Religión. Y en cuanto a ésta ¿qué Nación goza en los dominios de la Iglesia mayores gracias y exenciones, que las que el Rey de España os ha alcanzado de la Silla Apostólica? El precepto de oír Misa sólo os obliga en los Domingos y en las primeras solemnidades; el de ayunar os es incomparablemente más suave que a los Españoles; y el de pagar diezmos no os comprende a vosotros, felices Indios Mexicanos.

Pues ved aquí en compendio, porque el tiempo no me permite extenderme, lo que debéis a vuestro Padre el Emperador Español. ¿Y no lo amaréis, como Dios os manda, no lo honraréis con las acciones, con la boca y con el corazón, no bendeciréis todos los días su augusto y dulce nombre, no defenderéis su Imperio y su Corona hasta derramar gustosos, si fuere necesario, vuestra sangre contra sus enemigos? Sí; nadie lo duda, puesto que por el largo espacio de tres siglos habéis acreditado, que sois fieles y agradecidos, que no olvidáis los beneficios que le debéis, lo que le ha costado haceros felices, y el amor que os tiene, y con que allá desde su trono os cuida como a sus queridos hijos. Pues benditos seáis de Dios, y el Señor como lo tiene ofrecido, os haga vivir muchos años sobre esta tierra, y os lleve después a habitar eternamente en la patria celestial; porque cumplís su Mandamiento: Honora patrem tuum, ut sis long oevus super terram.

[Mexicanos: españoles de ayer y de hoy]

Pero ¿qué? ¿Los Mexicanos, que me escuchan, todos son descendientes de los Indios conquistados, y nietos de los infelices vasallos del bárbaro Moctezuma? No; ya lo estoy viendo. La mayor parte acaso de mi auditorio son los hijos de los Españoles, que descubierto este Reyno, vinieron a poblarle, se avecindaron aquí, y han procreado familias numerosas. Pues ahora hablaré a éstos, y les diré: que España es su Madre, y que la deben amar y honrar como Dios manda: honora matrem tuam.

Con efecto. Españoles americanos, o Mexicanos hijos y nietos de los Españoles, ¿quién os dio esa sangre que os anima, de dónde os vino ese honor que os distingue, a quién debéis el haber nacido en este país afortunado? ¿Quién os dejo esa hacienda que disfrutáis, quién levantó esa casa en que vivís, quién os trajo y enseñó esa ciencia con que brilláis, ese arte u oficio con que subsistís? ¿Quién? Un Español: vuestro padre o vuestro abuelo, hijos de España vuestra Madre.

Si acaso sois hijos de los conquistadores (que no habrá muchos en mi auditorio) bien sabéis que vuestros padres no conquistaron este Reyno para sí, sino para España, que de allí salió vuestro abuelo, que España lo crio, España lo envió, España lo auxilió y España lo premió.

Disfrutad en buena hora vuestras posesiones y rentas; pero jamás olvidéis que España os dio y os ha conservado intacto. ese mayorazgo que gozáis.

Mas la mayor parte no sois hijos de conquistadores sino de pobladores, más o menos antiguos, que succesivamente han ido viniendo, unos primero y otros después a avecindarse a este País. Porque, hermanos míos, (y tened siempre presente esta sentencia) no hay otra diferencia entre nosotros, sino que los unos vinimos ayer a la América, y otros han llegado hoy.

[España, dueña de América. Sus títulos]

Por lo demás esta tierra tiene dueño y lo es sin duda la Nación Española. España la conquistó para sí y para sus hijos y el que quiera alegar derecho para disfrutar de su cielo, y de su suelo, ha de presentar el título del origen, ha de reconocer a España por su Madre, la ha de honrar como a tal y ha de protestarle su eterno agradecimiento.

¿Conque España nos dio aquel origen y esta cuna, conque España nos trajo a nacer aquí, conque España nos infundió con su leche la sangre, de que nos gloriamos?

Es innegable. Pero esto es [aún] poco. La leche de la Religión, o mamada aquí, o mamada allá ¿de qué pechos salió para nosotros y para nuestros padres, sino de los pechos dulcísimos de la Católica España? La leche de las ciencias, que os honran y profesáis ¿no la mamó de España nuestra América? En España ¿no la bebieron vuestros maestros? ¿De dónde vinieron los libros que habéis estudiado, y quién os enseñó a escribir los muchos y buenos que habéis dado a luz? Y ¿qué? ¿Desconoceréis vuestro origen y la fuente de vuestra sangre, de vuestra religión, de vuestra ilustración y felicidad?

[Hispanismo universal]

Sois mexicanos; pero no dexais de ser españoles. ¿No nació el andaluz en Andalucía, el vizcaíno en Vizcaya, en Castilla el castellano, y en Aragón el aragonés? Mas ¿cuál es su madre? ¿No es España? Y ¿podrá ser otra la del mexicano o la del limeño? No; porque todas son Provincias de España más o menos distantes y separadas unas de otras.

Y si no, decidme. Porque la América diste dos mil leguas de Roma, y esté dividida de aquella capital del mundo cristiano por tantos mares ¿dejaremos de ser católicos romanos, e hijos legítimos e inmediatos de la Iglesia de Roma? No por cierto; no seguramente; porque los hombres no somos como las piedras insensibles, que sólo son parte del edificio a que están pegadas materialmente con la cal de la tierra; somos piedras místicas y racionales; y formamos un cuerpo, un edificio, una casa espiritual y política, aunque estemos separados por los cuerpos; porque nos unen y atan una liga, un lazo, una mezcla y betún tanto más fuertes, cuanto más racionales y sagrados. iAh! La religión por una parte, la razón y la justicia por otra; y por todos lados el amor y la sangre, la naturaleza y la gratitud.

[Americanos en España]

Los Reyes y los Príncipes admiten benignos en su augusta presencia, y dan a besar su mano sagrada a cualquier americano: honor que sólo logran allá los vasallos más distinguidos. Los Ministros primeros y los Grandes Señores nos admiten en sus casas, a sus mesas y a sus tertulias, sólo a título de americanos. Los pueblos todos, especialmente aquéllos, de donde salieron nuestros abuelos, se llenan de alegría al vemos, nos obsequian, y nos prefieren aun a sus naturales.

Valencia, Valencia, que con tan justo entusiasmo profesas el patriotismo provincial, ven aquí y dile a México, que no amó, ni honró más que tú al mexicano Portillo; [1] dile la hospitalidad que te debió el caraqueño Hermoso, [2] y cuán graciosos te fueron los jóvenes poblanos que llevó de América tu Venerable Arzobispo Fuero. Sevilla, Madre particular de México, di cuánto estimaste y veneraste a tu asistente el peruano Olavide [3] y a tu deán, el guadalajareño Cevallos. [4] Alcalá, sabia Compluto, di como distinguiste entre tus Doctores al limeño Bodega. [5] Madrid, corte y capital de los dominios españoles; no, no me alcanzará el tiempo para nombrar solamente los americanos, que en estos últimos tiempos has honrado y distinguido sobremanera: los Duques de San Carlos, los Condes de la Unión, los Vértiz, Cagigales, Ortizes, Revillagigedos, Lardizábales, Galisteos, Valencias, Flores, Herreras, Jarucos, que sé yo cuantos otros mil. [6]

Y tú Valladolid, Corte antigua de nuestros Reyes, ¿qué viste en mí, el más pobre y despreciable de los americanos, para exaltarme tanto y de tantas maneras, y preferirme a treinta Doctores castellanos, a la primera oposición y a los tres días de incorporado en tu gremio, para una Cátedra de Teología de tu famosa Universidad? y tú Victoria, primera Ciudad de Bascongados ¿por qué, di, me elegiste con agravio de tus hijos beneméritos para la Canonjía Lectoral de tu Iglesia? ¿Por qué? Sólo porque era yo americano, y no más. Sería nunca acabar; yo sólo os he puesto delante uno u otro ejemplo de los más recientes, y de personas que viven, o habéis podido conocer. Porque si hubiese tiempo de tomar desde los principios la historia del amor de España y de su consideración hacia sus hijos de América, os confundiríais con el dulce peso de tantos beneficios. En fin, yo os diré tres cosas que acabarán de llenaros de gratitud a la España, vuestra Madre: 1° Que entre cien americanos que van a pedirle honores, rentas y dignidades, apenas hallaréis uno que no las logre; y si acaso lo encontrareis, creed que él ha tenido la culpa. 2° Que aun para los empleos de la Metrópoli, en igualdad de mérito atiende con increíble generosidad e! Gobierno español a los americanos. 3° Que la Suprema Junta Central, que hoy rige estos y aquellos Dominios por ausencia y a Nombre del dulcísimo FERNANDO, nos llama a boca llena sus hermanos.

¿Pueden darse, ni pedirse pruebas más decisivas del amor y ternura de nuestra común Madre? ¿Y qué nos pide hoy en recompensa? iAh!, solamente que la amemos y honremos, como Dios manda: Honora matrem tuam,

 

1. Antonio Lorenzo López Portillo y Galindo, natural de Guadalajara. Nació en 1730; estudió en el Colegio de San Juan de Guadalajara y de San Ildefonso de México. Doctor en Teología por la Universidad de México. En 1772 pasó a España como canónigo de Valencia. Véase José Mariano Beristáin y Sousa, Biblioteca Hispanoamericana Septentrional.

2. Lorenzo Hermoso de Mendoza, natural de Caracas. Doctor en Cánones. Desempeñó varios oficios eclesiásticos en España. Biblioteca Hispanoamericana.

3. Pablo de Olavide y Jáuregui, natural de Lima, Perú. Nació en 1725. Estudió en la Universidad de San Marcos en donde obtuvo el título de Doctor en Derecho Canónico. Pasó a España en 1749 a contestar varios cargos que se le hacían ante el Consejo de Indias. Caballero del Orden de Santiago, amigo de la Ilustración, Asistente de Sevilla, promotor de la Colonización de Sierra Morena, fue acusado ante la Inquisición y tuvo que huir a Francia. Murió en Baeza en 1803. Diccionario Enciclopédico del Perú.

4. No me ha sido posible identificar a este Cevallos. A principios del siglo XVIII aparece, entre los eclesiásticos presentados como posibles sucesores del obispo de Guadalajara, el doctor Alonso de Cevallos Villagutiérrez, Freyre de Alcántara, inquisidor que había sido de México, presidente de Guadalajara y gobernador y capitán general de las Provincias de Guatemala: Colección de Documentos Históricos Inéditos o muy raros referentes al Arzobispado de Guadalajara, V (julio de 1926), p. 349.

5. Samuel Bodega, natural de Lima, Perú. Estudió en la Universidad de Alcalá, España, en donde recibió el título de doctor. Fue oidor en Guatemala y en México. Biblioteca Hispanoamericana.

6. Beristáin se está refiriendo, evidentemente, a contemporáneos suyos. Algunos de estos títulos nobiliarios son bien conocidos. El título de duque de San Carlos fue creado en 1784 en la persona de Fermín Francisco Carvajal y Vargas ; en 1792 se le ascendió a título con Grandeza de España. El título de conde de la Unión se concedió en 1778 a Luis Fermín de Carvajal Vargas Sotomayor. Ambos son títulos chilenos. Los restantes apellidos en la lista de Beristáin posiblemente se pueden identificar con las siguientes personas : Juan José de Vértiz y Salcedo mexicano gobernador de Buenos Aires en 1770; Juan Manuel Cagigal y Monserrat, cubano, capitán general de Cuba en 1782 Pedro Ortiz Foronda y Sánchez Barreda, peruano, primer conde de Valle Hermoso; Juan Vicente de Güemes-Pacheco y Padilla, cubano, conde de Revillagigedo, virrey de la Nueva España; Miguel Lardizábal y Uribe (1744-1824), tlaxcalteco fue en España miembro de la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino (1810), y de la primera Regencia que asumió los poderes en ausencia del rey Fernando VII, oficial primero de la Secretaría de Estado en Madrid; ministro universal de Indias (1814); junto con su hermano Manuel (1739-1820) participó además en varias comisiones del Reino de España; Tadeo Galisteo, guatemalteco, caballero del Orden de Carlos III, consejero de su Majestad, oficial mayor de la Secretaría de Estado en Madrid; Francisco Valencia colombiano conde de Casa Valencia; José Flores Pereyra, mexicano, primer conde de Flores; Vicente de Herrera y Riviero, primer conde de Herreras ; Gabriel Beltrán de Santa Cruz, cubano, primer conde de San Juan de Jaruco. Cfr. Julio de Atienza Títulos nobiliarios hispanoamericanos, Madrid, M. Aguilar, 1947; Guillermo Lohmann Villena, Los americanos en las órdenes nobiliarias. 2 vols., Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1947.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Josef Mariano Beristáin de Sousa, Discurso político, moral y cristiano en los solemnes cultos que rinde al Santísimo Sacramento en los días de Carnaval la Real Congregación de eclesiásticos oblatos de México. México, María Fernández de Jáuregui, 1809. Ésta es una reproducción parcial. Los subtítulos son míos.
Tomado de: Morales Francisco. Clero y Política en México (1767-1834) Algunas ideas sobre la autoridad, la independencia y la reforma eclesiástica. México. Secretaria de Educación Pública. 1975. 198 pp.