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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1799 Representación dirigida por el Real Consulado de la Habana al Ministro de Hacienda sobre tomar providencias para evitar insurrecciones de negros.

Habana 10 de Julio de 1799.

 

Representación dirigida por el Real Consulado de la Habana al Ministro de Hacienda en 10 de julio 1799.

Como la insurrección de esclavos de las colonias francesas fue la que más influyó en la creación de esta Junta, y como lo que más se encargó al conde de Casa Montalvo y a don Francisco de Arango fue que estudiaran en su viaje los medios de combinar el aumento de nuestros negros con su tranquilidad y obediencia; el Consulado nació examinando un asunto de que podían resultarle tantos bienes como males. Por entonces comprendimos que el riesgo de insurrección no era inminente aquí, porque estando nuestros siervos en situación diferente, esto es, con goces civiles que no lograron sus vecinos, con el poderoso freno de la religión católica, y con la sujeción sobre todo de ser menores en número que las personas libres, no se debía esperar que pensasen por sí solos, o a lo menos que pudiesen sostenerse en rebelión; y en consecuencia acordamos que pues era tan notoria la urgencia que de brazos tenían nuestras fértiles campiñas, se buscaran con presteza los medios de socorrerla. Mas antes de elevar al rey los que se propusieron en representación de 22 de diciembre de 1797 número 103, se había publicado en el Bando de 25 de febrero de 1796; es decir, se habían tomado las posibles precauciones contra el temido contagio; y luego sin mucho intermedio volvimos nuestra atención a la esencia del negro, esto es, a la policía y tranquilidad campestre; y aunque nos ratificamos en nuestro primer concepto de que en las actuales circunstancias sólo podrían temerse insurrecciones parciales, deseosos de prevenirlas y de establecer para siempre las reglas de nuestra seguridad interior, se nombró una comisión compuesta del señor marqués de Casa Peñalver y de don Antonio Morejón, que analizara el asunto y lo presentara cuanto antes a la resolución de la Junta.

Por desgracia no se hizo con la deseada brevedad este delicado informe y la Junta, cuidadosa de lo que tanto le importa, resolvió sin esperarlo, el punto más urgente de él, esto es, el de la captura y castigo de cimarrones, elevando a S. M. un proyecto de Reglamento que mereció la honra de su soberana aprobación y está produciendo en la Isla los más saludables efectos; (1) pero estando todavía en la espera de aquel informe, para ver si se acordaba el fundamental arreglo de este ramo de policía, quiere nuestra mala suerte que en tres años haya habido cuatro insurrecciones parciales de la mayor consecuencia, asomándose en las últimas más concierto y trascendencia.

Cualquiera de aquellos síntomas bastaba para alarmamos y para que por una parte diésemos sin demora el paso que dimos en 18 de Agosto de 1798, pidiendo a esta Capitanía General el extrañamiento de negros ladinos y el establecimiento de un tribunal para el castigo de los esclavos delincuentes; y por la otra siguiésemos sin esperar más informe que el verbal de nuestro Síndico, la discusión y examen de este tremendo negocio. Mas viendo que el mal crecía tanto por la insubordinación de esclavos en algunos ingenios de esta jurisdicción, como por la funesta suerte de la colonia francesa del Guarico, en Septiembre de 1798 (2) hemos aun apresurado lo que con más detención quisiéramos meditar; y en el estado imperfecto en que el expediente se encuentra, lo elevamos por V. E. a manos del Soberano, creídos de que V. E. opinará con nosotros que hay más riesgo en la demora, que en resolver el asunto sin toda aquella instrucción que acaso pudiera dársele.

La independencia sola de los negros de Santo Domingo justifica en gran manera nuestro actual susto y cuidado, pues si los ingleses fomentan sus diabólicas ideas, nada será más fácil que ver en nuestro país una irrupción de aquellos bárbaros, y por lo mismo es urgente que se tomen providencias que evite una catástrofe que tanto perjudicaría al augusto Soberano de tan productiva y bien situada colonia, como a los que en ella viven bajo de su protección.

Pero cuando la Junta se acerca al caso de proponer las deseadas providencias, es cuando su celo desmaya, y sus angustias despiertan. Para cortar el contagio o a lo menos estorbar la entrada del negro enjambre, es preciso empezar por cerrarle todas las puertas o puntos de comunicación que puedan hallarse en la Isla, y principalmente aquellos que más inmediatos se hallan a su temible morada. Pero ni nosotros sabemos cuáles ni cuántas son estas funestas bocas, ni nunca podríamos encontrar recursos para taparlas. Quinientas leguas de costas abiertas y despobladas que por la parte oriental están casi unidas al incendio y que en el punto más remoto de la occidental, es en el que puede decirse que tienen su principal fuerza, como han de poder guardarse de la entrada de un enemigo que lleva sobre su cuerpo todo el tren que ha menester y que para conseguir su intento no necesita acercarse a los lugares grandes o plazas fortificadas, sino quedarse en los campos, viviendo cómodamente con los frutos que producen y atrayendo a su partido los negros que va encontrando, para desolar en su unión todas las comarcas vecinas y evitar nuestros ataques, retirándose después a los bosques inaccesibles.— ¡Qué prospecto! ¡qué conflicto!

La Junta por su instituto y porque en el caso presente son más que nunca indivisibles los intereses de todos los habitadores de la Isla, quisiera con igualdad, mal dicho, con preferencia tratar de las precauciones precisas en la preciosa aunque inculta mitad que se extiende hacia el Oriente, pero le faltan aún las primeras nociones para formar sus ideas sobre ellas, pues no solamente carece de una carta topográfica, sino también de noticias del número de sus esclavos, calidades y destinos. Dirá más y con dolor, que son privadas, que han sido costosas las noticias que acompaña sobre las insurrecciones que allá hubo. Y en este estado ¿qué puede hacer? Callar y tener confianza en la acreditada vigilancia de estos Jefes superiores y aplicar todas sus miras a la parte pequeña que conoce, o la porción que comprende la Jurisdicción de la Hacienda.

Esta que llamamos pequeña, comparada con el resto, tiene en su totalidad mil quinientas leguas cuadradas de superficie, repartidas en ocho ciudades o villas y en cincuenta y siete partidos de campo. Las ciudades o villas contienen una población de ciento veinte mil almas de las cuales habrá una mitad en la Habana. Los 57 partidos campestres corren cada uno al cargo de un Juez pedáneo con un Teniente para los casos de ausencia sin ninguna fuerza armada para hacerse obedecer y sin población muchas veces siquiera para hacerse oír. No son todos de igual población y tamaño. Por el contrario, se advierte que en los catorce de monte espeso que están destinados a la crianza de ganados y que comprenderán de 800 a 1000 leguas cuadradas, apenas habrá 1500 esclavos e igual número de blancos. De los 43 restantes 30 están ocupados en las grandes labores y, sin embargo de que en ellos hay todavía una gran porción de terreno inculto, se cuentan ya 350 ingenios de azúcar, muchos potreros o dehesas y bastantes estancias o sitios de labor. Los 13 restantes componen los arrabales de la ciudad o se ocupan en abastecerla de frutas, legumbres y granos. No diremos con fijeza el número de libres y esclavos que se emplean en estos 43 partidos cultivados; pero por un cálculo de aproximación, creemos que en los ingenios hay 30,000 esclavos de ambos sexos, 15,000 en los demás ramos de agricultura y 20,000 hombres libres de todos colores.

Resulta de la anterior descripción que los placeres y la ociosidad atraen a las grandes poblaciones la mayor parte de los libres y que los mismos placeres los han de corromper e inutilizar para las guerras campestres; que ya son menos los blancos que los negros del campo y que su distribución es tan irregular que los que sobran en unas partes harán mucha falta en otras cuando no para remediar  el mayor mal que tenemos esto es, un ataque formal de los rebeldes de Santo Domingo, al menos para pagar o contener al principio los grandes o pequeños esfuerzos que puedan hacer nuestros negros en busca de su independencia.

No es del resorte de la Junta hablar sobre lo primero, porque además de rozarse con materias militares, sería ofender en cierto modo la notoria vigilancia del Jefe Superior de la Isla; pero sí nos será lícito recordar a V. E. las ideas que contenía en este punto el discurso y proyecto sobre ¡a agricultura de esta Isla y decir en consecuencia que nuestros deseos son, que se disminuyan o extingan con la prudencia debida las milicias de color o al menos las de los negros; y si no se puede tanto, que se les aplique a un servicio menos activo dentro de las ciudades, nunca en los campos y siempre con la precaución de no dejar en sus manos depositadas las armas: Que blanco ninguno sea exceptuado de las milicias, es decir, que se acaben los privilegios de que varios gremios disfrutan en este ramo, con solo la diferencia de que estos privilegios unidos a los licenciados del servicio, se alisten sin goce alguno en cuerpos de milicias urbanas; que sólo lleven las armas en caso de mucha urgencia que para el cuidado de los campos se aumente la caballería o el número de tropas ligeras; y que por cualquier camino, esto es, el de tropas veteranas vengan de Europa, o por el de regimientos fijos, se refuercen las guarniciones de las Plazas de armas que tenemos en la Isla.

Juzgamos que son urgentes todas las providencias, y por lo tanto, pedimos que las proteja V. E. con esmero y preferencia, sin que sirva de embarazo su mucha consideración y la brevedad o desnudez con que las hemos propuesto, pues habiendo ya pintado el estado de esta Isla, a nadie puede ocultarse la necesidad o importancia de semejantes medidas para apagar o contener al principio los grandes o pequeños esfuerzos que puedan hacer nuestros negros en busca de su independencia.

De desearla hasta buscarla, y desde aquí a conseguirla, hay una enorme distancia. Todo nuestro empeño, pues, se reducirá a guardar estos peligrosos pasos. Sabemos que es natural el desear la libertad y que si no se toman las debidas precauciones, es casi de necesidad que a este deseo de una la tentación de adquirirlo por medios aventurados. Pero sabemos también que hay medios muy eficaces para adormecer o enfriar aquel deseo inseparable de la triste servidumbre; que aunque no se empleen aquellos, o empleados, sean insuficientes, pueden ponerse en práctica otros que cierren la entrada a la tentación violenta; y que aun cuando no lo consigan, queda todavía el recurso de dejarla ineficaz, quitándole por una parte la posibilidad de intentar y la de conseguir por la otra. Entremos por este orden en el delicado examen de estos importantes medios, reconociendo de paso los males que van a impedir y sus diferentes causas.

Ni es culpable ni extinguible, ni debe tampoco temerse, el natural deseo de adquirir la libertad. Por el contrario, es funesta y puede muy bien evitarse la tentación de adquirirla por medios aventurados, y esto es en lo que la moral, la ilustración y las leyes tienen que trabajar con infatigable desvelo. ¡Ah! ¡si la primera y segunda tuviesen entre los hombres, o al menos entre amos y esclavos, el imperio que debían, de cuánta confusión y embarazo se libertaría la tercera! Pero porque nunca llegaron a la altura necesaria, porque ni los sabios romanos, ni sus insignes maestros, pudieron lograr jamás que amos y esclavos fueran tan buenos y tan ilustrados como convenía que fuesen, por eso se vio a sus gobiernos siempre embarazados y confusos en este ramo importante, empleando ya la dulzura, ya la severidad, ya la fuerza, para mantener un derecho que no acertaron a fundar, ni menos a explicar y fijar. Nosotros que no heredamos ni sabiduría ni recursos; que estamos con mayores dudas sobre la legitimidad de un dominio que se adquiere traficando y no peleando como ellos; que por la mayor parte se ejerce en la soledad de los campos, lejos de los magistrados y de la población civilizada, ¿cómo podremos decir que hemos asegurado o al menos puesto en sus límites el uso de la autoridad del amo y de la obediencia del esclavo? ¿Cómo sin alucinación nos podemos persuadir que hemos tomado todos los pasos por donde puede asomarse la violenta tentación de sacudir este yugo?

Es cierto que la religiosa piedad de nuestros augustos monarcas ha propendido siempre a aliviar y proteger la suerte de estos desgraciados y que después de quitar al amo el antiguo y bárbaro derecho de la vida y de la muerte, nuestras leyes les conceden cuatro consuelos que les negó y niega la política extranjera, y son el de tener arbitrio para pasar de un amo cruel a otro benigno; el de casarse a su gusto; el de poder esperar por premio de sus buenos servicios la deseada libertad; y lo que todavía es más notable y más repugnante a la esencia del dominio, el de tener propiedad y poder con ella pagar la libertad de sus hijos, la de su mujer y la suya.

Pero ¡cuántos son los flancos que quedan todavía descubiertos para que la tentación se introduzca! Y aun cuando no los dejasen las insinuadas leyes ¿quién es el que puede asegurar su general observancia? Pase, pase cuando más, en los lugares poblados y en las pequeñas labores, porque en los unos vela el ojo del magistrado y en los otros la natural dulzura de esta clase de cultivos, unida a la timidez que acompaña al pelantrín. Pero en la soledad de un ingenio, no hay más magistrado que el amo. Su distancia del gobierno, el tamaño de su fortuna y las consideraciones políticas que siempre es preciso guardar entre el señor y su esclavo, le ponen en situación de ejercer impunemente la autoridad absoluta. Y es cierto que la humanidad corre gran riesgo en las manos de semejante ministro, porque todo lo estimula al abuso y al exceso.

Se trata en primer lugar de una gran porción de esclavos reunidos en un propio punto y esta reunión de fuerzas causa siempre sobresalto. Para tenerlos sujetos parece como indispensable valerse del resorte del miedo.

Son duros y no dan tregua los trabajos de un ingenio, quiere decir que al menos exigen continuos esfuerzos y como sin interés jamás se hicieron aquéllos, es preciso que el castigo o la maña los produzca.

Poco, poquísimo o nada debe esperarse de la maña de los directores o capataces de semejantes trabajos. Su rusticidad es conocida y basta verles a todas horas armados de machete y foete, para que se conozca que aquellos son sus recursos.

La ley no limita el castigo, no señala el alimento, ni tampoco los trabajos de los esclavos. Les dio solamente el recurso de quejarse al magistrado para que reduzca al amo a la observancia de lo justo. ¿Pero qué recurso, gran Dios? Hay otra ley que previene que todo siervo que se encuentre a legua y media de su ingenio, sin licencia de su dueño, mayordomo o mayoral, sea por cualquiera aprehendido y vuelto a entregar a su amo. ¿Cómo pues, ha de llegar a la vista del magistrado el dilacerado, el hambriento, el fatigado esclavo? Y aun cuando por casualidad llegue, ¿quién le defiende, ¿quién le protege contra un poderoso que es amo y que a las naturales ventajas que le da su educación, une la de que sus fechorías no pueden ser presenciadas sino por sus mismos cómplices o demás asalariados que viven y dependen de él?

Previno también la Ley que nadie quitase al esclavo el mayor de los consuelos que en su situación puede tener, que nadie pudiese impedirle la elección de una compañera de sus miserias. En el sistema que constantemente han seguido nuestros ingenios y sigue la mayor parte todavía, está eludida esta ley, porque siendo todos varones los esclavos y permitiéndose a muy pocos que vayan a los parajes en que pudieran encontrar hembras, es claro que decisiva aunque indirectamente se les impide gozar de tan apreciable derecho.

No disimulemos, no, la exactitud y verdad de los anteriores raciocinios y de otros muchos todavía más fuertes que se pudieran formar, porque nos desmentirá el material examen que haga cualquiera de un ingenio; y la simple reflexión de que mientras que en ellos se ven suicidios, coitos bestiales, fugas continuas, languidez en los semblantes, debilidad en los miembros, muchos enfermos y muertos; nada o casi nada de todo esto se advierte en los cafetales, potreros y demás pequeñas labores. Al contrario, concluyamos con laudable ingenuidad que a pesar de nuestras leyes y de sus santos designios, debe por fuerza existir en los ingenios de azúcar que no se hallan gobernados por hombres ilustrados y humanos la violenta tentación que tanto susto nos causa.

V. E. deseará ya oír los medios que en nuestro concepto son adecuados y eficaces para remediar este mal, pero la Junta repite lo que expuso a los principios, que cuando llega el caso de proponer estos medios, es cuando su celo desmaya, y despiertan sus angustias. Dijo, y dijo sabiamente el respetable ministro que ocupó últimamente la Secretaría de Estado, (informe del Sr. don Francisco de Saavedra al Consejo de Indias, sobre la Real Cédula de 31 de Mayo de 1789) que había sido en todo tiempo el escollo de la filosofía y legislación, la muy importante concordia de los derechos de la humanidad con los de la esclavitud, y los individuos de esta Junta que fueron imparciales testigos de la fermentación que causó el anuncio solamente de la citada Real Cédula, conocen por experiencia los grandes riesgos que hay en querer que se limite por la autoridad civil la doméstica del amo.

Es oscuro, es peligroso en cualquiera época poner la mano sobre esto, pero en la de la actualidad, en que la menor variación produciría, sin falta, un sacudimiento ruinoso, aconseja la prudencia que sin variar ni tocar la esencia de este derecho, busquemos indirectamente el modo de suavizar la suerte de nuestros siervos o lo que importa lo mismo, el de cerrar la entrada a la tentación violenta de sacudir su yugo.

El medio más eficaz que para esto puede emplearse es el de dulcificar las costumbres de amos y dependientes, y de éstos con especialidad. Con respecto a los primeros, propuso a S. M., el Consulado, el proyecto de un instituto literario y ahora lo recomienda a V. E. con nuevo encarecimiento (3). Últimamente ha ofrecido en unión de la Sociedad Patriótica de esta ciudad, el considerable premio de dos mil pesos fuertes al que componga el mejor tratado sobre el gobierno económico de nuestros ingenios.

En cuanto a Mayorales y demás dependientes, es de mayor urgencia el establecimiento de remedio porque se trata de unos hombres que teniendo a su cuidado encargos tan importantes, por lo regular no saben leer y ni aun siquiera pueden domesticarse, tratando frecuentemente con el cura de su parroquia. Son por lo tanto precisas dos providencias que con prontitud esperamos de la justificación del Rey y protección de V. E.

Es la primera que tendrá aquí cumplimiento la Real Cédula circular de 1° de Junio de 1765, hecha para las Américas con el utilísimo objeto de que en sus despoblados hubiese a cada cuatro leguas Parroquia o Ayuda de Parroquia establecida en toda regla. La Junta no ha podido haber tan precioso documento y únicamente tiene las noticias que le ha dado este celoso Intendente del vigor con que se observa en el reino de Guatemala. Pero aun cuando no existiese semejante disposición, parece que debiera hacerse para un país en que rindiendo culto los diezmos, sólo hay 32 parroquias con algunos auxiliares para la asistencia de 1500 leguas cuadradas de terreno, que están divididas en siete grandes poblaciones rurales y 57 partidos y en que, como dijo muy bien el consiliario don José Ricardo O'Farrill (en su informe sobre diezmos y primicias) tan necesarios son los auxilios de la religión para suavizar la rusticidad de las gentes del campo y hacer menos violenta y más llevadera la infeliz suerte del esclavo. Sobre esto advertiremos también que como aquí no hay Real Audiencia falta Fiscal que pida el cumplimiento de la cédula y convendría por lo tanto que pues la junta por su instituto, es esencialmente interesada en la observancia de tan saludable providencia, sea ella quien deba pedirlo a S. M. y Delegados.

Es la segunda que se trate de mejorar la educación y doctrina que se da a los niños del campo, estableciendo al menos escuelas gratuitas de primeras letras a la misma distancia de cuatro leguas, es decir en cada parroquia o ayuda de parroquia. De acuerdo con la Sociedad Patriótica, proponemos un arbitrio que además de ser suficiente nos parece muy adecuado al objeto y es el de que en cada partido de diezmos se destine para su uso el producto decimal de uno de los muchos ingenios nuevos que todavía no han contribuido, por estarse formando en la actualidad: haciéndose su remate con el nombre de tercera casa doctrinal en los términos en que se verifica el de la segunda que hoy se aplica a S. M., y corriendo con la administración de este ramo y organización de las escuelas una junta que se componga del Dean de esta Santa Iglesia, el Prior del Consulado, el Director de la Sociedad y el Regidor Decano de este Ayuntamiento. El Consulado por su parte contribuirá muy gustoso a estos establecimientos con lo que pueda faltar o con la cuota que S. M. asigne y no duda que a su ejemplo contribuyan muchos vecinos pudientes con la misma prontitud con que para la de Güines lo han hecho los Sres. don Nicolás Calvo y don Francisco de Arango y Parreño.

Será de grande eficacia la aplicación de estos medios y ya que la Junta no encuentra el que sería más seguro, a saber el establecimiento de reglas que fijaran el trabajo y derechos del esclavo, y que por lo tanto suspende sus propuestas sobre esto, hasta que, o sea ilustrada por la memoria pretendida sobre el gobierno de los ingenios, o por el ofrecimiento que le hizo don Francisco de Arango en sesión de 4 de Julio de 1798; juzga al menos entre tanto que para disminuir el interés que puedan tener los siervos en mudar su infeliz suerte, sería utilísimo hacerles amar la propiedad, darles mujer y darles hijos.

La Junta ha trabajado con fruto en este particular y a sus oficios se debe que ya sean solicitadas las hembras esclavas, cuando antes venían muy pocas, y aun éstas no tenían compradores sino para el servicio doméstico y siempre con largos plazos y por un tercio menos que los varones; pero como las armas que para esto hemos empleado, son las de la persuasión y contra ellas obran por una parte los escrúpulos de los devotos que temen verdaderamente la mezcla de los dos sexos y por la otra los esfuerzos de la codicia que con aquella máscara trabaja en destruir un sistema que a su parecer aumenta los costos de los ingenios, sería con extremo oportuno que la justificación del Rey declarase solemnemente que sería muy de su agrado el que hubiera en cada ingenio al menos un tercio de hembras. Los P. P. de la extinguida Compañía de Jesús establecieron la práctica de permitir a los negros bozales que se uniesen por contratos, sin hallar inconveniente religioso en adoptar un temperamento que al paso que les haría olvidar la poligamia en que nacieron los iba familiarizando con las reglas de nuestra iglesia, hasta que bien instruidos en su santa doctrina, pudiesen recibir el bautismo y reducir a sacramento el contrato que habían celebrado, cuando se consideraban como unos gentiles que ni conocían nuestra ley ni estaban con nosotros por gusto. V. E. sabrá pesar la fuerza de estas razones e inclinar la Real piedad al partido más seguro.

Tenemos mucha confianza en la virtud y eficacia de las anteriores precauciones y en las demás de su clase que el tiempo nos sugiere; pero por si acaso fueren pocas en alguno o muchos casos, para equilibrar el peso que tiene la esclavitud y nacieran a su impulso las funestas tentaciones que hemos tratado de adormecer, establezcamos medios que cuando no les quiten la posibilidad de intentar, les quiten la de conseguir.

El trato y frecuente concurso de los negros de un ingenio con los de su vecino debe con cuidado evitarse y sobre todo la reunión de diferentes dotaciones. Con estas miras políticas y otras de mucha piedad, propuso el conciliario Marqués de Cárdenas y ha solicitado la Junta de este Reverendo Obispo la gracia de que no haya días exceptuados para los oratorios de ingenios, es decir que en todas las fiestas del año pueda celebrarse allí el Santo Sacrificio de la Misa; que en cada uno se consagre un Campo Santo para el entierro de sus esclavos; que el capellán pueda hacer el oficio de difuntos y que pueda al propio tiempo administrar los sacramentos de Penitencia, Eucaristía y Extremaunción, siempre que para ello tenga las necesarias licencias. Parece que el amo de ingenio que paga un diezmo crecido y que además ha de pagar un capellán para su ingenio, tiene razón para pedir y esperar estas que llamamos gracias y que son en realidad obras de pura piedad y rigurosa justicia.

Sin embargo, carecemos de semejante goce y la causa de esta carencia ha de ser una de dos, o el temor de disminuir la obvención de los curatos, o el de causar el escándalo de llevarla sin trabajo y lo que es más sin necesidad; pues los diezmos son bastantes para asegurar a los curas la más brillante subsistencia.

Nosotros, que conocemos la injusticia de esta obvención, aun cuando sea el mismo cura el que administre los sacramentos, nos ofrecimos sin embargo a contribuirla religiosamente, con tal de que se nos concediesen las insinuadas gracias; y ahora repetimos lo mismo, pero con la esperanza de que la justificación del Rey nos facilitará a menos costa socorros tan esenciales y obtendrá del Sumo Pontífice la correspondiente Bula.

Si para impedir la pacífica reunión de muchos esclavos estudiamos tantos medios ¿cuántos más deben buscarse para impedir que se junten en gran número los prófugos o cimarrones? Con este objeto se hizo el Reglamento de capturas y con él ciertamente tuviéramos lo que deseamos si los hacendados y capitanes de partido hubieran cumplido con la obligación que les imponen los artículos 5, 7 y 8; pero no bastando esfuerzos para lograr unos datos de tanta necesidad e importancia, se acordó por la Junta en 6 de Febrero último la publicación de un bando para obtener exacta noticia de los esclavos fugitivos.

Pero la primera precaución consiste sin duda alguna en fomentar por el campo con tino y discernimiento, la población de blancos. Se sabe que la casualidad fue la que en todos los países distribuyó hasta ahora la población que hay en ellos, y que los hombres se inclinan a amontonarse en las villas y alejarse de los despoblados. Nosotros que tenemos delante las fatales consecuencias que esto produce en España, seguimos no obstante su ejemplo y vemos con indiferencia que casi todos los libres están a la sombra en los pueblos y que los negros esclavos, con un puñado de blancos, son los que actualmente forman la riqueza de esta colonia. Es por lo tanto preciso que el Gobierno si interese en remediar un mal que en los países de esclavos y esclavos agricultores, es de mayor trascendencia.

El remedio es conocido y en nuestra opinión depende primeramente del establecimiento de iglesias en los puntos convenientes y después del ofrecimiento y concesión de franquicias que hagan útil y agradable la vida campestre.

Sobre lo primero dijimos antes todo lo conveniente y es ocioso detenerse en recomendar el cuidado que debe haber en situar oportunamente las iglesias que van a ser unos puntos de la reunión de blancos, porque las leyes previenen todo lo necesario y este Gobierno, que celosamente cuida de su puntual observancia, tiene en la actualidad los eficaces auxilios del interés de la Junta.

En cuanto a lo segundo, pensamos que para fijar en estos puntos las familias necesarias, sería justo que a las veinte primeras blancas que se estableciesen, se concedieran las mismas preeminencias que en el título 6o. del libro 4o. de las Recopiladas, se conceden a los primeros pobladores: que por espacio de diez años se les dispense también de alcabala en todas las compras de tierras o haciendas del distrito y de los negros que en ellas introduzcan; que por el mismo tiempo se les liberte del pago de diezmos; que al menos por cincuenta años se mantengan estas poblaciones en el estado de aldeas, sin que haya más jurisdicción que la espiritual que ejerza el cura y la pedánea del capitán o teniente de aquel partido; que se den de valde solares a los citados veinte vecinos y los demás auxilios que pueda franquear la Junta Consular siendo muy fácil conseguir los solares en las haciendas ya demolidas, porque los regalarán o darán a bajos precios sus actuales dueños; y en las que están sin demolerse, que se imponga desde ahora la pensión de que por la licencia se separe el pedazo de terreno necesario para este fin.

En nada de cuanto se pide para el fomento de aldeas, puede ocurrir inconveniente, sino es en la dispensa de alcabala y diezmos; pero si se reflexiona que estos hombres en las grandes villas nada cultivaban, ni contribuyen por consecuencia, se verá con claridad que la tal dispensa es aérea y que más bien es un cebo puesto para aumentar las rentas de la Corona e Iglesia.

Aun con todos estos estímulos serán pocos los que abandonen el ocio y placeres de las grandes poblaciones y por lo mismo quisiéramos que penetrado S. M. del riesgo que corre esta colonia si no se asegura en los campos un gran número de blancos, oyera con benignidad la consulta que en otro tiempo le hizo (4) esta Capitanía general para que se permita la voluntaria emigración de algunas familias de Canarias a esta Isla, poniendo para ello las coartaciones que fuesen de justicia, y limitándose siempre al sobrante de la población que aquellas Islas pueden mantener con desahogo.

Para completar la obra de la buena policía y tranquilidad campestre, falta sólo que se adiestren en el manejo de las armas los blancos de estas aldeas; que tengan las que son propias para lidiar con los negros; que todos estén a la voz del jefe de su partido y prontos, para atacar cualquier palenque que en él haya o para apagar en su principio los primeros movimientos de sedición o desorden.

Pero ¿a quién encargaremos la ejecución de este plan? a quién la pronta y severa administración de justicia que por fuerza se requiere para que el blanco y el negro se contengan dentro de sus límites? Las leyes 8a. y 20 del título 5o., libro 7o. de las Recopiladas, encargan con mucha razón este importante cuidado a los jefes principales de cada comarca de Indias y con el mismo espíritu habló el reglamento de capturas en su segundo artículo; pero considerando ahora cuán vastas y complicadas son las atenciones de este gobierno y cuán difícil, cuán imposible sería que entrase en tan fastidioso pormenor, juzgamos que fuera de grande importancia el que el Capitán General de la Isla tuviese un Delegado nombrado por él mismo, con el término de cinco años y a los dos de su entrada en este mando, cuyo encargo se redujera a cuidar de la policía de los campos, a proponer y acordar con el Capitán General las medidas conducentes a este objeto y a substanciar brevemente las causa que son relativas a esta parte de la pública administración, en la cual lejos de excluirse, deben con preferencia comprenderse las crueldades que contra los esclavos se cometan.

Y para que eso se detenga el castigo del delincuente y premio del inocente; para que no suceda lo mismo que en Puerto Príncipe con los primeros negros sublevados, que después de cuatro años están todavía en la cárcel esperando la resolución de la Audiencia, se establecerá un Tribunal de apelaciones que decida éstas, en términos equivalentes a los que se observan ahora para las mercantiles, las de Nueva Orleans y algunas de Real Hacienda.

Compondráse este Tribunal de los Letrados asalariados que S. M. tiene aquí, es decir, del Teniente-Gobernador, y Auditor de guerra, del Auditor y Fiscal de Marina, del Asesor y Fiscal de Real Hacienda, del Asesor de Alzadas, si lo hubiere, y del Consulado; quienes se juntarán en la Sala Capitular o Consular una vez cada semana. En las primeras sesiones nombrarán los oficiales que necesiten, escogiéndolos entre los curiales de número y arreglados los demás puntos de organización, procederán a determinar a pluralidad de votos y con arreglo a las leyes, las apelaciones pendientes y las que en lo sucesivo ocurran. Todo esto se dice en el concepto de que la Real Audiencia Territorial se establezca en la villa de Puerto Príncipe o a gran distancia de la Habana, más no si S. M., variare el destino de aquel Tribunal y mandare establecerlo dentro de la jurisdicción de esta ciudad, porque cesarían entonces los temidos inconvenientes y no hay razón para alterar el orden establecido.

Tampoco juzgamos que la hay para pedir perdón del fastidio que por necesidad producirá la multitud de especies que contiene este papel. Lo pediríamos desde luego a quien tuviere menos celo que el que anima a V. E.; pero se trata, señor de la tranquilidad de esta Isla, del conservar feliz en el dominio del Rey la llave de las Américas, y nada de cuanto se refiera a tan importante objeto puede fastidiar a V. E. ni parecerle excesivo. Esperamos por lo tanto conseguir lo que pedimos, es decir que V. E. inclinará el Real ánimo a que sin demora adopte las medidas militares que al principio de esta Representación se insinúan y que con la misma o mayor presteza se ocurra a lo civil, estableciendo el instituto literario; publicando en España el premio de dos mil pesos que se ofrece; mandando que aquí se observe sin excepción, ni escusa la Real Cédula de lo. de Junio de 1765 sobre curatos; fundando en los campos escuelas gratuitas de primeras letras a la distancia y con los arbitrios que se proponen; declarando que lejos de ser peligroso, es muy humano el que haya muchas hembras en los ingenios y casamientos si es posible entre los bozales; evitando la grande reunión de esclavos en los campos y facilitándoles con este fin todos los socorros espirituales dentro de sus respectivas haciendas; cuidando de que sean perseguidos y aprehendidos los cimarrones y que para conseguirlo, se observen sin indulgencia, los artículos 5o. 7o. y 8o. del reglamento de capturas; fomentando oportunamente muchas aldeas o pequeñas poblaciones de blancos, con cuyo intento se concederán a sus pobladores las exenciones que señala el título 6o., libro 4o. de las Recopiladas de Indias, la de diezmos y alcabalas por diez años, que se les den solares de valde y los demás auxilios que sean posibles, sin permitir a lo menos por cincuenta años que allí cree jurisdicción ordinaria; que para aumentar la población de estas aldeas, se permita la emigración a esta Isla de familias Canarias; que estos aldeanos tengan las armas e instrucción necesarias para conservar en su distrito el orden y tranquilidad; que haya un delegado del Gobierno sólo para cuidar de la tranquilidad campestre, de la observancia de las Leyes y Reglamentos; y por último, que para que sea tan pronta como se necesita la administración de justicia, haya en la Habana un Tribunal de apelaciones que prontamente decida las que ocurran en este ramo.

Nuestro Señor guarde la vida de V. E. muchos años. — Habana 10 de Julio de 1799.

Excmo. Sr. O'Farrill. —Patrón. —Azcarate. Excmo. Sr. don Miguel Cayetano Soler.

 

Notas:

(1) Este Reglamento, obra de Arango, fue muy celebrado por el Barón de Humbort [Humboldt] en su Ensayo sobre la Isla de Cuba. V. M. y M.

(2) Extracto de una carta escrita por un individuo natural de la ciudad de Santo Domingo, a otro de la Habana su fecha 25 de Noviembre de 1798.
El agente Nedouville que vino encargado de la organización de la Colonia vecina, se embarcó para Francia el veintisiete del pasado, desengañado de no poder hacer carrera con los moriscos. Desde que llegó tuvo avisos secretos de que el General Negro Tousaint trataba de echarlo de la Colonia como lo hizo con Sonthonax, que vieron ustedes en esa, y con este antecedente, el agente procedió con el mayor pulso, dejando en sus empleos a todas las hechuras de Tousaint, y no haciendo más novedades que las precisas, en cumplimiento de las órdenes que traía tanto del Cuerpo legislativo como del Directorio. Los negros le armaron varios lances, con el fin de empeñarlo en alguno y tener pretexto de echarle: Nedouville tiró a cortarlos, a excepción del último acaecido en Bayaiá, ahora Fuerte Libertad, y dispuesto por el General de Brigada Moisés, sobrino de Tousaint, para pasar a cuchillo a todos los blancos. Nedouville le depuso del mando, después de comprobado el hecho por otro negro llamado Manigar, y en lugar de presentarse al Guarico para ser juzgado por un consejo de guerra, que debía presidir Tousaint, como General en Jefe de todas las tropas de la Colonia, el tal Moisés, hizo renuncia, mandó disparar contra los blancos y viéndose estrechado por éstos, a pesar de no ser más de un puñado, se huyó al campo, juntó gente y al 3.° o 4.° día, se presentó en la Pelite anse inmediato al Guarico con dos mil negros armados, cortando la comunicación de la Plaza con el camino. A los dos días más, hizo lo mismo su tío Tousaint con otros doce mil, enviando al Agente Nedouville un recado por medio de un Ayudante suyo, desde la Casa Charrié que venía a castigar, personalmente el atentado hecho en Bahiaha por los blancos a su sobrino Moisés. Nedouville le pasó un oficio reconviniéndole sobre el atentado de presentársele con tanta gente armada y manifestándole que el caso se debía examinar y juzgar en consejo de guerra, como se lo tenía prevenido, y para el cual le había llamado. No hubo modo de hacerle desistir de su empeño, ni de que soltase ninguna firma u oficio sobre ese particular. En vista de ésto le declaró por rebelde a la República, y se embarcó con todo el séquito de subalternos de todos ramos que trajo de Francia, y los demás que le quisieron seguir, que ascendieron a 800 personas, sin contar la gente de la dotación de las fragatas el citado día 27 del mes pasado. Justamente había a la vista del puerto varios ingleses cruzando. Para libertarse de ellos, hizo salir por delante a la fragata más velera, con orden de que sin empeñar combate, navegase hacia el Oeste a distancia poco más o menos de tiro de cañón hasta la tarde, y cuando les considerase a las otras fragatas 15 a 20 leguas al barlovento, hiciese fuerza de vela para huir de los ingleses, y hacer rumbo al punto de reunión que le señaló. Así lo hicieron. Salió Nedouville como lo había premeditado, y por un americano que encontró cerca de las Bermudas cargado de caballos y ganados para la Martinica, y apresado después por un corsario francés, hemos sabido esta semana que caminaba felizmente a Francia con sus tres fragatas. Hago a ustedes esta corta relación con citación de algunos pasajes o puntos de las cercanías del Guarico, en que pasaron los principales hechos, por si usted lo comunica a alguno de los muchos Oficiales de esa Plaza que conocen aquel local. De todo esto tengo noticia por persona fidedigna que lo presenció y de cuya verdad no me queda la menor duda, porque aunque blanco de nacimiento, es más que negro en los hechos y entusiasta panegirista del taimado Tousaint. Este hizo poner en consejo de guerra a todos los que tuvieron parte en el acontecimiento de Bayará sin distinción de colores, algunos fueron sentenciados a ser pasados por las armas; pero intercedieron por ellos dos clérigos, directores o mentores de sus acciones, que siempre están a su lado, y la pena capital se conmutó en la de destierro o deportación perpetua de la colonia, que llaman ellos.
Ahora, ¿qué consecuencias sacaremos de este proceder de los negros? Procediendo de los datos que tenemos aquí del estado presente de la Francia, y del modo de pensar de los que tienen parte en su Gobierno, nada de esto hará allí la menor sensación, porque asuntos de mayor gravedad, bien sean políticos y bien particulares, que tanto, influyen sobre aquellos, llaman la atención al Gobierno; y por otra parte han disputado y controvertido mucho el punto de si debían abandonar o no, a su suerte las colonias de las Antillas, y la opinión de les que estaban por la afirmativa, o de su abandono, encontró muchos secuaces.

Extracto de otra carta dirigida por el mismo individuo con fecha de 18 de Diciembre de 1798.

Informé a usted por la vía de la Guaira que el general Nedouville, Agente del Directorio de Francia en el Guarico, se había embarcado en aquel Puerto el 27 de Octubre para Francia, declarando al Negro Tousaint rebelde a la República, y mandando a todos los Jefes de la Colonia se abstuviesen de toda comunicación con él. Igual orden pasó a este comisario Roume, pero éste exhibió un pliego por el cual se le manda reemplazar a Nedouville en caso de su muerte o de apresamiento al venir a esta Isla y en virtud de esto se va un día de estos al Guarico. El negro recibe ya en los puertos de la colonia que están bajo su mando, barcos de todas naciones, incluso los ingleses, y esto es prueba de que quiere obrar sin ninguna sumisión ni dependencia de la Francia. Lo malo es que mientras que ésta permanezca en guerra, no podrá remediar nada, y que el desorden de aquí cada vez irá en aumento.

(3) En Junta ordinaria de la Real Sociedad Patriótica celebrada el día 14 de Febrero de 1799. Se leyó, según práctica, el borrador del acta antecedente, mereciendo aprobación. Y continuando después nuestras conferencias acerca del expediente que deberían formarse para tratar con el debido conocimiento el punto de las escuelas gratuitas en que está entendiendo la Sociedad, propuso el amigo Vice-Director don Francisco de Arango, que el citado expediente se dividiese en dos ramos: que en el uno se tratase de las escuelas de esta ciudad, y en el otro de las que en el campo se necesitan. Sobre el primero fue de opinión, que en clase de gratuitas para hombres, bastaba la de Belén, si se le daba la nueva planta que el señor Director había solicitado, y se conseguía que en las demás escuelas de la ciudad se estableciese el propio orden y la obligación de enseñar de balde a un cierto número de niños que lo necesitasen, nombrándose un curador para ellas. Y por lo que toca a niñas, que al instante debía formarse una escuela a costa del Ayuntamiento según estaba acordado, con la cual y la que acababa de organizar el señor Director de la Casa de Beneficencia, parece que estaba suficientemente atendido el bello sexo, y redondeado en lo respectivo a la ciudad, poniendo con separación lo hecho sobre la Escuela de Belén: nueva organización en las demás establecidas: dotación y organización de la Escuela de niñas que se propone, y lo ejecutado por el señor Director en orden a la de Beneficencia. Y en cuanto al segundo ramo, habiendo verdadera urgencia en estas Escuelas en los arrabales de esta ciudad, y en las poblaciones de sus campos, debía la Sociedad, empeñarse en su establecimiento, a lo menos para hombres, señalando los lugares convenientes, buscando arbitrios para costearlas, dando reglas para su gobierno, y designando las calidades que deben tener sus maestros; para todo lo cual podría nombrarse una Diputación a la que desde luego proponía como un arbitrio sencillo, justo y suficiente el de separar en cada partido para dotación de estas escuelas el producto decimal de uno de los ingenios que nuevamente se establecen, a quien se le diera el nombre de tercera casa, y se remataría como ahora se hace para el Rey con la segunda, en lo cual no se perjudicaba a los partícipes, pues sólo se trata de lo que todavía no han gozado, y además de ser conocida su piedad y su obligación de contribuir a semejantes establecimientos es constantes que en pocas partes hay una renta tan pingüe.

Esta moción fue aplaudida uniformemente, y para que tenga efecto lo que comprende el segundo punto, e instruir el expediente de uno y otro, se nombró una Diputación, resultando electos con generalidad de votos los amigos don Andrés de Jáuregui y don José de Arango, a quienes se les pasará el oficio correspondiente practicándose siempre lo mismo por la Secretaría con todas las Diputaciones.

Es copia del acuerdo original de que certifico.—Alfonso de Viana, Secretario.

(4) Véase el expediente promovido el año de 1792 por el benemérito don Luis de las Casas ante el Consejo Supremo de Indias para que S. M. permitiera la emigración anual a esta Isla de cierto número de familias canarias.