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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1772 Mercurio Volante

José Ignacio Bartolache, 17 de Octubre de 1772

"Plan de este papel periódico"

Parva mora est, alas pedibus virgamque potenti
Somniferam sumpsisse manu, tegumenque capillis
Haec ubi disposuit, patria love natus ab arce,
Desilit in terras.

«Se apresta luego y calza de sus alas
El pie ligero; cubre la cabeza,
Y empuñando la vara encantadora,
Desciende en un momento hasta la tierra
El rubio hijo de Júpiter y Maia.»

Nuestra América Septentrional, esta gran parte del mundo, tan considerable por sus riquezas; si no lo ha sido igualmente por la florescencia de las letras, esto es, de los estudios y ciencias útiles, cultivadas por sus habitantes, es porque no podía en sólo dos siglos y medio hacer tamaños progresos. El oro y la plata de nuestras minas, la fertilidad de la tierra, la clemencia del cielo indiano, y el benigno temperamento de estos climas, eran ya unas cosas hechas, cuando aconteció la gloriosa conquista de este medio globo, pero no era así de las ciencias y artes, que sólo podían suceder a la barbarie e ignorancia de los indios después de un largo tiempo. España debió cuidar ante todas las cosas de introducir en los países conquistados su idioma, sus leyes y su política; reservándose proveer sobre lo de literatura para mejor ocasión confesaremos entretanto, que las luces del siglo presente y el buen gusto, han hecho entonces acá estupendos progresos. No obstante se fundó y erigió aquí en 1553 una universidad para nuestra enseñanza y cultivo, dotada por la liberalidad y magnificencia de nuestro católico rey el señor emperador Carlos V: se formaron sus estatutos en un plan semejante al de las otras universidades célebres de España y estos mismos se reformaron después, y aun se modifican o alteran por el legislador, cada y cuando se conoce no ser adaptables al tiempo, y a otras circunstancias.

Nuestras escuelas públicas o estudios generales establecidos por el monarca, y frecuentados por la juventud de América, especialmente después de la erección de algunos colegios que hasta hoy existen, han producido una infinidad de hombres de mérito, muy hábiles en lo que llaman facultades mayores, teología y jurisprudencia, tanto canónica como civil; no tanto número en medicina y filosofía, aunque los ha habido eminentes; mucho menos en bellas letras, tomadas en toda su extensión; nada o muy poco en artes liberales. La razón de estas diferencias se toma del mismo plan de los estatutos y de la historia de las ciencias y sus revoluciones. Son puntos de mero hecho, que no admiten contestación. Dígolo, porque no toquen alarma contra mí algunos patriotas americanos imaginándose agraviados, por cuanto no pretendo que nos tengan por consumados en todo género de ciencias. Es menester hablar de buena fe, mostrando una imparcialidad digna de cualquier escritor juicioso. De otra manera nos haremos sospechosos, para que este nos crea en asuntos de nuestro verdadero elogio y honor. Primeramente contémonos con que se diga la verdad que somos sumamente hábiles, ingeniosos, y de bellas potencias, y que aprendemos con facilidad todo cuanto se nos enseña. Lo demás es querer persuadir que nacemos enseñados, como no se nace en ningún país del mundo.

Fuera de esto, que nadie niega, se nos permitirá recordar que ha habido en todos tiempos y aún hay en el día indianos en una y otra América, hombres de una instrucción y literatura muy particular. Hablo de los que son de línea y bien conocidos: y no hay duda que infinitos otros, capaces de girar en mayor órbita de la que tuvieron, reposaban tranquilamente a la sombra de sus gabinetes, o cuando más, se distinguieron a una media luz, cortejados de cuatro amigos, que no podían, por más que lo quisiesen, servir de grande apoyo, ni prestarles una alta protección.

La dificultad de imprimir barato y la misteriosa ceremonia de que todo lo de las ciencias haya de salir en latín, nos ha privado de muchas y muy bellas producciones, que acaso se destinaron por necesidad al azafrán o a los cohetes. Entretanto, las Américas, que deben todas sus luces a nuestra España y a la Europa culta, nunca dejaron de mostrar que fue maravillosamente fructuoso y útil el trabajo de sus conquistadores. Cuando se contaren veinte o más siglos de conquista, ya se podrá hacer una justa comparación de los dos orbes en asunto de letras; por ahora no es poco el haber hecho acá cualquier progreso: y no podemos dejar de agradecer que nos celebran con altísimos elogios por los que efectivamente se hicieron y han parecido más que medianos.

Pero volviendo a la causa de no haberse formado en esta América respectivamente (pues yo no hablo de otra manera) tantos diferentes médicos y filósofos, como teólogos y juristas: es la primera, porque los escritos de Aristóteles, Galeno y Avicena que deben, según los estatutos de la Real Universidad, servir de texto para las lecciones escolares, no lograron la fortuna de ser tan largamente explicados, comentados y disputados por autores europeos, como los sentenciarios del obispo de París, y las Instituciones del emperador Justiniano, ni eran tampoco para tanto. El Hipócrates, siendo bonísimo en sí, ofrece grandes, tal vez insuperables dificultades para el discernimiento de sus obras genuinas y espurias. La segunda no hay colegios donde se estudie medicina y se ejerciten con laudable emulación los estudiantes, como lo hacen los de teología y derecho por la mayor parte. La tercera, aquello que se ha querido llamar curso de artes, en que se ha consumido una buena parte del papel que traen las flotas, ya todos van (aunque demasiado tarde) conociendo lo que es y cuán bueno para olvidarse de ello adrede, en saliendo de sus aulas. La cuarta, y como fundamental de las precedentes, es que cuando se eclipsaron las ciencias en aquellos siete u ocho siglos consecutivos de barbarie universal, les estuvo mucho peor esta fatal contingencia a la filosofía y a la medicina, que a las demás. Porque mientras las otras yacían abandonadas al olvido o estaban reducidas al claustro entre algunos pocos monjes; los moros se ocupaban en echar a perder éstas por todos los medios posibles. La resurrección de los buenos estudios allá en Europa fue posterior, o al menos coincidente, con la última reforma de nuestros estatutos escolares, hecha en México en 1645; de suerte que no pudo incluirse en ella nada favorable ni ventajoso a la física útil y su dependiente la medicina. Omito otras razones, por la necesidad de reducir mi papel; pero juzgo haber demostrado al ojo lo que en primer lugar me propuse.

Me dispensarán mis connacionales de tomarme igual trabajo en lo de las bellas letras, constando bien que nunca se han enseñado públicamente. Lo cual por otra parte muestra mayor capacidad, genio y aplicación de los que sin embargo sobresalieron en este género. Así es; pero debo advertir, por ejemplo, que a tomar las cosas en rigor y como suele decirse al pie de la letra, quizá no querrán que se llame poeta sino al autor de un poema excelente. Si ello debe ser sin rebaja, confesaremos que en todas partes fue siempre muy rara esta ave. Por lo que toca a otras artes, quien citare algunos ejemplos confirmará lo mismo que yo he dicho; y convendremos en que hay en las Américas, tanto o más que en otra parte ingenios felices, admirables, hombres verdaderamente nacidos para formarse su método en particular y aprender por sí mismos cosas muy buenas. ¿Quién lo ha negado? Pero sobre capítulo de instrucción y cultura sería una vanidad muy mal fundada el no ceder, con respeto y admiración, a la Europa. Soy tan fino apasionado y tan celoso de la gloria de mi nación como el que más; no puedo sin embargo disimular, ni hacer traición a la verdad. Vamos al intento.

Sabemos que nuestra corte ha comenzado a dar un ejemplo (digno ciertamente de darse durante el gobierno del sabio monarca que la preside) reformando los estudios, según las ideas que hoy se tienen para la mayor utilidad y bien del estado. Y aunque debemos esperar para nosotros igual beneficio, los que tenemos la felicidad de ser vasallos del mismo rey; como quiera que ello es obra de mucha deliberación, de suma prudencia y del tiempo: acaso no se verificará tan presto como quisiéramos en las Indias. Comencemos pues a comunicar al público en nuestro español vulgar algunas noticias curiosas e importantes y sean sobre varios asuntos de física y medicina, dos ciencias, de cuya utilidad nadie dudó jamás. Tal es el plan que me he propuesto y espero desempeñar mi palabra no muy desairadamente, teniendo de antemano adquiridos algunos conocimientos en estas materias y bastante aplicación a mis libros, que son muy selectos y propios para mi instrucción. Más será bien especificar y declarar las cosas, comenzando desde el título.

Mercurio, según la fábula, era el mensajero de los dioses, en cuyo obsequio volaba con suma celeridad hacia cualquier parte que se le enviase. Las ciencias todas y los conocimientos útiles al género humano se creía por los filósofos más sensatos tener como la misma alma racional, un origen celeste y divino. Siempre fueron estimadas las artes como otros tantos preciados dones de la providencia, concedidos por particular gracia en beneficio de los mortales; y ninguna noticia importante vino al mundo, según este modo de pensar, justo y razonable, de otra parte que de los altos cielos o de hombres dignos de colocarse allá. Así pues, por una especie de alegoría nada reprensible, he querido llamar Mercurio Volante a un pliego suelto, que llevará noticias a todas partes, como un mensajero que anda a la ligera. Saldrá todos los miércoles, día en que parten de la capital todos los correos del reino.

Siempre cuidaré de poner al frente algún pasaje de buen autor, alusivo al asunto, y traducido en caso necesario. Digo en caso necesario, porque no omitiré los autores españoles, cuando se me ocurran. En otros papeles periódicos que he visto se guarda supersticiosamente el respeto a los latinos y griegos. No hay para qué; yo me gloriaré de haber nacido español y de que mis nacionales luzcan su trabajo y sean celebrados.

No saldré un punto de lo que anuncia el título de mi Mercurio; sino es cuando me honrase algún literato comunicándome cosa digna de publicarse en otro género de ciencias o artes útiles: en la inteligencia de que, viniendo de afuera, se ponga todo franco de portes. Conozco mi limitación, que no me permite proponer un plan más vasto. Traten otros la historia, la geografía, las matemáticas, la poesía, &c., o si pueden la enciclopedia: tanto mejor para el público.

Últimamente ninguno espere nada de política, ni de lo que tocare, aunque fuese de un modo muy indirecto, al gobierno. No me he propuesto una gaceta; ni Mercurio supo de oficio otra cosa que decir y hacer lo que sus superiores le mandaban: en lo demás procedía de su cuenta y riesgo aquel astuto mensajero, y el mío ya cuidará de andar muy prudente y avisado.

Aquí era el lugar de desafiar y admitir desafíos, anticipar injurias y maldiciones a mis impugnadores, figurándome centenares de ellos con bayoneta calada; pedir auxilio a mis lectores imparciales; apelar a la equidad del público y todo aquello que se hace en los prólogos de ciertos autores espirituados que se forjan dentro de su cabeza mil terrores pánicos antes de menear el tintero. Yo no he de tener tales impugnadores ni contrarios; y me hago una cuenta bien diferente. Quien destruyere con buenas razones lo que yo hubiere asentado por cierto, no puede menos de ser mi amigo, pues me ayuda a servir al común sacándome de mi error; mi enemigo sería quien tirase a precipitarme en alguno. Y si sus argumentos no valieren nada, entonces alabando su intención, no creeré quedar impugnado; lo que se le dará a entender, salva toda la pragmática de cortesías y ceremonias literarias. En éstas y en otras siempre hay algo de efectivo, se escribe y se lee de molde y se sacuden las telarañas a las cajas de imprenta.