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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1761 Declaración de Joseph Jacinto Uc de los Santos Canek rey.

Mérida a 8 y 9 de diciembre de 1761

En la ciudad de Mérida a ocho de diciembre de mil setecientos sesenta y uno los señores gobernador y capitán general y su teniente en prosecución de esta causa se constituyeron en la real cárcel pública de esta ciudad, hicieron comparecer a un hombre de quien presente yo el escribano mayor de gobierno mediante lengua de dicho intérprete, recibieron juramento que hizo por Dios nuestro señor y una santa cruz en forma de derecho, so cargo de él prometió decir verdad en lo que supiere, al cual se le hicieron las preguntas siguientes:

Preguntado cómo se llama, de dónde es natural y vecino, qué edad, estado y oficio tiene, dijo: llamarse Joseph Jacinto Uc de los Santos Canek, natural del barrio Campechuelo de los laboríos, que no es vecino de pueblo alguno porque se ha andado vagamundando y que es de edad de treinta años y que es viudo, que el oficio que tenía era el de mayordomo del señor Jesús Nazareno. Y responde.

Preguntado quién le prendió, de cuya orden, en dónde, cuándo y porqué causa, dijo: que lo prendieron los españoles yendo para Tiholop, que no sabe de cuya orden, que no se acuerda qué día pero se acuerda que ha nueve días, según dicha cuenta fiíe el día treinta del pasado mes de noviembre. Que la causa de su prisión es porque habiéndose salido de Chikindzonot, por unos azotes que le dieron por paseador, llegó el día tres o cuatro de noviembre al pueblo de Cisteil habiendo pasado antes un domingo por Tiholop en donde habló al cacique don Andrés Ku y al escribano y demás justicias a quienes dijo que venía del Oriente rey Jacinto de los Santos Uc Canek que iba a coronarse al pueblo de Cisteil por rey de toda la provincia porque ya se había llegado el día de que muriesen todos los españoles y que así estuviesen prontos con todos los indios para cuando se les pidiese. Que le respondió dicho cacique que se fuese y que se coronase y que le regaló una camisa y calzón. Que luego que llegó a Cisteil pidió tres libras de cera para hacer una novena a Nuestra Señora, que después indujo a los indios para que lo coronasen rey porque él lo era legítimo, que había venido del Oriente, que lo trajo un barco inglés y que luego que lo echaron en tierra se volvió con el mismo nombre que lleva dicho. Que con efecto los indios lo aclamaron por rey de esta provincia y mandó publicar, de palabra, con el teniente de dicho Cisteil que matasen todos los cochinos que hubiesen en todo el pueblo, porque los cochinos eran alma de españoles y que matasen a los que viniesen al pueblo. Y que el jueves diez y nueve de noviembre, por la mañana, llegó a las casas reales un tratante a quien fue el confesante y le dijo que si no sabía que aquellas casas reales no eran suyas y por qué había venido a ellas. Y que habiéndole respondido que si se chanceaba, que aquellas casas reales eran para los españoles, que él no venía a hacer mal a nadie, que sólo venía a cobrar sus memoritas, a lo que le respondió el confesante —ahora verás cómo te mato. Y pidiendo una escopeta le disparó y no habiéndole dado fuego le dio dicha escopeta a otro indio alguacil diciéndole —mata a este español, y que dicho indio lo mató, que desde allí empezó a gritar diciendo —ya veis cómo mato a los españoles.

Y juntádose todos los indios del pueblo se fueron a casa del fiscal donde estaba de huésped el confesante, que de allí todos juntos se fueron a la iglesia y sacaron del altar a Nuestra Señora y señor San Joseph y los condujeron a la casa del fiscal en donde el confesante se sentó en una silla y le quitó la corona de Nuestra Señora y se coronó con ella y asimismo quitó el manto a Nuestra Señora y se lo puso al hombro. Y que entonces todos los indios de Cisteil le dieron obediencia aclamándole por rey de la provincia, y también mandó recoger todos los recibos de tributos y los rompió.

Que después mandó bajar cuatro calabazas de Castilla y las hizo en dulce, que se comieron y que habiendo fregado la olla, aquella aguaza la echó en el cáliz y les dijo a sus vasallos que con aquella había de ungir a los indios que muriesen para que resucitasen. Y que el viernes veinte por la mañana llevaron a Nuestra Señora y señor San Joseph al convento y los pusieron en el cuarto donde dormían los padres y que él se quedó viviendo en dicho convento que declaró por su palacio. Que también dijo a los indios que Nuestra Señora era esposa del señor San Joseph y que también era su mujer por ser rey de la tierra. Y responde.

Preguntado a cuántos pueblos de esta provincia escribió pidiéndoles ayuda para matar a los españoles, diga los nombres de los caciques y si admitieron, dijo: que los pueblos que convocó fueron los de Tahdziú, Tiholop, Ichmul, Tinum, Tixméuac, Tahdzibilchén, Chacsinkín, Huntul-chac y Nenelá, que no todos los caciques concurrieron pero que sí indios de todos, que el de Tiholop tiene dicho su nombre, a excepción de los caciques de Tahdziú y de los más que concurrieron y no supo sus nombres. Y responde.

Preguntado qué tiempo habrá que intentó declararse por rey de esta provincia y cuál era el día que tenía señalado para matar a todos los españoles, dijo: que no ha más de un mes que determinó coronarse por rey de toda la provincia, pero que no había determinado el día que había de matar a todos los españoles. Y responde.

Preguntado de qué brujería se valió para engañar a los indios que le obedecieron por rey, a quién nombró por sucesor de la corona y qué otros empleos repartió a los caciques convocados y a los principales de Cisteil y qué profeta nombró, diga los nombres sin faltar a la verdad, dijo: que no se valió de brujería alguna porque no lo usa y que no nombró sucesor alguno ni tampoco repartió oficios a los caciques que convocó ni menos a los indios principales, que no nombró tales profetas. Y responde.

Preguntado a qué hora dio muerte al capitán don Tiburcio Cosgalla el viernes veinte de noviembre y a los demás españoles que le acompañaban, qué número de indios le acompañó a esta maldad y qué hicieron con dicho capitán y demás compañeros que les dieron muerte, dijo: que no asistió a la muerte del capitán, que quien le dio a este y a los demás fueron los indios de Cisteil que eran como cincuenta, que no supo lo que hicieron de dicho capitán ni de sus compañeros, que quien podrá dar razón de todo es el teniente de Cisteil que es un indio tuerto que se halla aquí preso entre ellos, que como entre cinco o seis de la tarde hicieron la muerte, que el no haberse hallado en esta función fue porque había ido a su posada a comer y a buscar su ropa para volver al convento. Y responde.

Y por ser ya tarde se suspendió esta confesión para proseguirla mañana. Y la firmó su señoría, merced e intérprete.

Crespo, licenciado Maldonado, Pedro Cervera intérprete general. Don Joseph Domingo Pardio escribano mayor de gobernación y guerra.
Prosigue.

En la ciudad de Mérida a nueve de diciembre de mil setecientos sesenta y uno, dichos señores gobernador y capitán general y su teniente, para proseguir la confesión que antecede, se constituyeron en la real cárcel presente yo el escribano mayor de gobierno, hicieron comparecer al dicho Joseph Jacinto Uc de los Santos Canek de quien mediante lengua de dicho intérprete recibieron juramento que hizo por Dios nuestro señor y una cruz en forma de derecho, en cuya virtud se le hicieron las preguntas siguientes:

Preguntado qué porción de pólvora y balas tenía en Cisteil para matar a los españoles, qué número de indios tenía para dar la batalla que dio, a cuántos tiros repartió a cada fusilero y cuántos tenía de éstos y qué otras armas manejaban dichos indios, dijo: que no tenía pólvora ni plomo alguno y que no tenía más que cincuenta indios, que no habían más que veinte y cinco fusiles y que las demás armas eran palos ahusados. Y responde.

Preguntado cómo dice no se halló en la muerte del capitán ni supo lo que hicieron de él ni de sus compañeros ni que no tenía pólvora ni balas y que no tenía más que cincuenta indios cuando la batalla —el día veinte y seis de noviembre— contra la majestad católica, ni más escopetas que veinte y cinco, cuando consta en estos autos que él mató al capitán con los demás indios, que los mandó echar en una sahcabera, le mandó cortar las manos y las colgó al culo por rabo, apropiándose para sí todas las alhajas, dinero, oro y armas, y que el día de la batalla repartió a cuatro tiros de pólvora y balas a doscientos fusileros y que dicho día tenía mil y doscientos indios, diga la verdad, no falte a la religión del juramento, dijo: que no sabe lo que contiene la pregunta. Y responde.

Preguntado cómo dice que no ha convocado más que los pueblos y dos ranchos que lleva citados cuando consta por declaración de Francisco Puc que también había mandado a citar a los pueblos de Teabo, Maní, a sus caciques, a los reformados de Maxcanú, Yotholín, a los mayorales de las estancias de Uxmal y Xocneceh, que esto mismo —en careo que se le hizo con dicho Francisco Puc— se lo mantuvo en su cara y lo convenció, que asimismo el confesante dijo en Cisteil —en la puerta de la iglesia leyendo un papel de apuntes— que estaba esperando a los pueblos de Tiscacaltuyú, Tahdzibüchén, Ichmul, Sabán, IJaymax, Chunhuhub, Polyuc, Tela, Ekpetz, Tepich, Chikindzonot, Tekax, Yotholín, Bolonchén y a los caciques reformados de Maxcanú con todo su pueblo, que todos los referidos aceptaron la convocatoria, que también dijo el confesante que el cacique del barrio de San Cristóbal de esta ciudad había admitido la conjuración ofreciendo que iría al real de Cisteil y que caso que no lo ejecutara así se juntarían aquí con él los rebelados, dijo: que todos los pueblos que se han mentado en la pregunta los ha convocado, unos él por sí personalmente y otros por cartas, y que todos admitieron la conjuración y que a los caciques de los barrios de esta ciudad ni a los escribanos ni maestros de capilla de ellos ni al de Santa Catarina no ha escrito ni convocádolos ahora ni en tiempo alguno. Y que dicha convocación habrá seis meses que la comenzó y que para mediada la seca, como quien dice por la cuaresma, entraron en esta ciudad y que asimismo citó a Peto, quien aunque no concurrió pero consintió y que no sabe de otros pueblos. Que quien podrá dar razón de todo es el teniente de Cisteil a quien tiene citado y que no sabe más de lo que se contiene en la pregunta. Y responde.

Preguntado cómo con poco temor de Dios nuestro señor y del rey ha cometido un delito tan grave, si sabe la pena que merece por semejante maldad, dijo: que no sabe, que lo que sabe es que ha pagado sus tributos.

Y habiéndosele hecho otras preguntas y repreguntas tocantes a esta causa, dijo: que no sabe más que lo que tiene declarado y que es la verdad so cargo de su juramento en que se afirmó y ratificó. No supo firmar, hiciéronlo su señoría, merced y dicho intérprete.

Crespo, licenciado Maldonado, Pedro Cervera intérprete general. Don Joseph Domingo Pardio escribano mayor de gobernación y guerra.