Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1677 Proposiciones del Marqués de Varinas sobre los abusos de Indias, fraudes en su comercio y necesidad de la fortificación de sus puertos. Vaticinios de la pérdida de las Indias.

Madrid, abril 8 de 1677

 

VATICINIOS DE LA PÉRDIDA DE LAS INDIAS.

INTRODUCCIÓN

Don Gabriel Fernández de Villalobos, autor de los escritos que componen este tomo, hubo de ser hombre travieso, á juzgar por las noticias recogidas. Fué, sin duda, uno de los aventureros típicos que de tiempo en tiempo maravillan; figura de la especie y calidades varias de los Alonso Enríquez de Guzmán, Ordóñez de Ceballos, Duque de Estrada ó Bartolomé Lorenzo, si bien más reservado que todos ellos [1].

Nacido por los años de 1642, sin tener doce cabales, pasó á las Indias desde el centro de Castilla y dió principio á una carrera accidentada, de la que no mucho más de lo contado por él propio se sabe. Mayoral de ingenio de azúcar en la isla de Cuba, soldado, mareante, negrero, agente de contrabandistas, corrió en ejercicio de estas diversas funciones la mayor parte del continente americano, haciendo conocimiento de regiones y gentes. Naufragó cinco veces; prisionero sobre la costa del Brasil en una, fué vendido por esclavo en las Barbadas, de donde le sacaron traficantes holandeses rescatándole, á condición de servirles en Curazao de corredor de negocios con las posesiones españolas inmediatas, y conocido de las autoridades en tales manejos clandestinos, con recelo de que pudiera seguir las huellas de D. Diego de Peñalosa [2], criollo peruano que por entonces trataba de medrar introduciendo traidoramente en América á los franceses, fué llamado á Madrid con halagos acomodados á su vanidad.

No es presunción ésta: en consulta del Consejo de Estado á S. M., fechada en 9 de Mayo de 1686, tratando del referido Peñalosa, se lee:

«El Duque de Osuna dijo que no tiene noticia de este sujeto, pero que ve aquí acreditados sus delitos; que no sabe su habibilidad ni en lo que nos podría servir; que en Billalobos, cuando se trató de reducirle, oyó y vió lo provechoso que sería para las cosas de las Indias, y que Vuestra Majestad lo entendió así, por lo que entonces se hizo con él [3].»

Hecho probado es también que llegó á la corte en 1675, cuando iba á terminar la minoridad del rey D. Carlos II, dándose aires de capitán indiano y de entendido en las arcanidades ó secretos de gobernación más que otro alguno, con lo que pretendió figurar ó influir en el Consejo de Indias tan inconsideradamente, que hubo de cortar sus alas el presidente, Conde de Medellín, disgustándole en términos de emigrar á Portugal.

Los indicados recelos instaron á atraerlo de nuevo, con el fin de que estuviera á la mano, ya que desde Lisboa avisaba el Ministro de España, Abad de Maserati, que era poco de fiar el capitán Villalobos, y temía que, aguijado por la ambición, á la menor desconfianza ó dilación en sus despachos se pasara á Francia, por lo cual procuraba no perderle de vista; pero que convendría, con todo, tener avisados, con las señas, á los gobernadores de Fuenterrabía y San Sebastián, para el caso de irse [4].

Expidiósele por ello indulto y salvoconducto; se le aseguró sueldo, pagado de los fondos secretos del Rey [5]; se le dió puesto en Junta especial, creada con el verdadero objeto de penetrar el valor de sus conocimientos, planes y propuestas de reformas [6]. Sucesivamente le fueron concedidos los títulos de Almirante, de Almirante general, de Marqués, con denominación á su gusto de Barinas y de Guane-Guanare [7]; hábito en la Orden de Santiago; empleo de Contador mayor de las provincias de Caracas y Maracaibo, con autorización para servirlo por teniente ó sustituto, y más mercedes si tomaba, como tomó, estado, fijando la residencia en España.

Con tantas satisfacciones, el contacto ó relación con el Secretario del Consejo, la acogida aparente dispensada por el Duque de Medinaceli, alguna audiencia que alcanzó de la reina madre D. a Mariana de Austria y el trato de varios cortesanos, singularmente de una monja ilustre [8], acabó de estallar su presunción, dictándole memoriales y cartas enderezadas al Rey, ofreciéndose como el único hombre capaz de sacar á la monarquía del estado de ruina y desconcepto en que se hallaba y de sustituir á los ministros magnates para llevar á cabo una obra de regeneración semejante á la que en Francia emprendieron Mazarino y Colbert, funcionarios de elección del monarca que no procedían —como él— de las clases de la primera nobleza de la nación.

Tomándose la libertad de dar consejos que no se le pedían y de erigirse en arbitrista, sin perjuicio de los papeles secretos de solicitador, de espía y de agente activo de negociantes extranjeros, fué metiéndose más y más en intrigas peligrosas que llegaron á producir su destierro á Cádiz en 1688.

Ni por ello enderezó los pasos; de este puerto no salía correo semanal sin llevar largas epístolas —que él llamaba consultas— dirigidas al Rey y á su augusta madre, queriendo guiarles en la gobernación y que resolvieran por su parecer los más graves asuntos de Estado. Complacíase en la delación de torpezas ó inmoralidades de que ninguna autoridad estaba exenta á sus ojos, y qué mucho, si repetidamente acusaba al Soberano «de la indolencia con que vivía en la indignidad».

Para colmo de despreocupación se determinó á enviar al Rey minuta de decreto con el que satisfaciera á sus pretendidos agravios, mermando luego las aspiraciones, á más no poder, y contentándose con que le acordara la presidencia de la Casa de la Contratación de Sevilla, el gobierno de Buenos Aires ó cosa equivalente fuera de España, ya que en la corte estorbaban su limpieza, rectitud y méritos, sin entender «que viviendo él tendría S. M. Indias; en muriendo, las perdería infaliblemente».

En la sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, códice núm. 1.001 de la signatura moderna, hay reunidas 106 cartas en que, con cansada repetición, alternaba las quejas con las amenazas, las profecías con las imprecaciones y los consejos con las sentencias. Algunas de estas cartas, las suficientes al juicio de la persona, salen á luz en el presente volumen; pero todas ellas vienen á ser mínima parte de las trazadas por la mano incansable del autor, puesto que en una, fechada en Cádiz el 30 de Enero de 1689, consigna que pasaban de 800 las consultas y de 5.000 los pliegos de papel escritos en seis años, y en otra, de 1° de Marzo de 1695, agrega que solamente sus memoriales excedían de 80, habiéndolos de 60 pliegos de papel en folio.

Cómo llegó á tanto la tolerancia de la Corte apenas se concibe, pareciendo más natural que se acabara y llegase á producir su fin la orden de prisión del Marqués, que se dictó para el castillo de Santa Catalina de la misma ciudad de Cádiz, así como la de ser trasladado al presidio de Orán, de donde, estando ya el aventurero viejo y casi ciego, se evadió, sin embargo, el 8 de Febrero de 1698, en compañía de varios soldados de la guardia, yendo á parar á Argel.

Todavía desde la Regencia logró ponerse en comunicación con el rey de Francia Luis XIV, y le dirigió epístolas de ofertas y reconvenciones á su manera, aunque la consideración de unas y otras da á entender que más que al monarca francés iba dedicada á los Consejeros de Indias de España la que aquí se trascribe, por el procedimiento proverbial de «á ti te lo digo, suegra…»

Al Consejo enderezó expresamente otra anunciando obra nueva; un libro de Hidrografía, escrito en el cautiverio y que debió de ser el último, interpretando el sentido de la consulta del Consejo de Estado, elevada de resultas á S. M. el 14 de Septiembre de 1702, con las rúbricas del Conde de Frigiliana, Marqués del Fresno y Conde del Montijo, diciendo [9]:

«El Consejo representa á V. M. que el Marqués de Barinas tiene tan mal concepto, que no halla materia para hacer aprecio de su representación.»

De aquí, del término de las consideraciones guardadas al incorregible censor en el tiempo en que producían inquietud sus amenazas, puede conjeturarse que acabara la carrera en la cautividad.

Algo de esa vida agitada entrevió D. Jacobo de la Pezuela, mencionándola en su Discurso de recepción en la Real Academia de la Historia, leído el año 1866, con advertencia de que el literato habanero D. Domingo del Monte, difunto, había recogido datos curiosos. Bastantes, que generosamente se sirvió comunicarme, poseía el Dr. D. Marcos Jiménez de la Espada, y á más del códice que he citado, otro de documentos, con el núm. 3. 034, se guarda en la Biblioteca Nacional.

En el Archivo de las Órdenes Militares, según noticia que debo á la buena amistad del Sr. D. Francisco R. de Uhagón, consta que por Real cédula de 14 de Noviembre de 1682 otorgó S. M. á Villalobos merced de hábito en cualquiera de ellas, atendiendo á los servicios prestados, y porque eligió la de Santiago, se le dió término de treinta días para practicar las informaciones. Presentados los documentos, acreditó ser natural de la villa de Almendros, en el obispado de Cuenca, de donde lo fueron también su padre y abuelos. Se le despachó el título en 14 de Diciembre del mismo año 1682; esto es, en el breve espacio de otros treinta días, y algo mayor se lo tomó para satisfacer los derechos, pues en carta de Cádiz, á 31 de Julio de 1689, se quejaba al Rey de apremio por 100 ducados de la profesión de su hábito. Tres más se le acordaron en la misma Orden, para su cuñado é hijos.

De los trabajos literarios, que dicho queda no escaseaba, he podido ver estos que á continuación apunto:

Descripción general de todos los dominios de la América que pertenecen á Su Majestad. Obra manuscrita en dos tomos, en folio, cuyo objeto indica mejor la segunda portada, en estos términos:

Estado eclesiástico, político y militar con todos sus secretos y arcanidades que hay en ella (América) y naturales de sus habitadores. Escrito en 1683 [10].

Complemento de esta obra, en cierto modo, viene á ser otro tomo sin título y falto de algunas hojas al final, que contiene 150 mapas, diseñados con colores, de las costas y puertos del mar del Sur, desde el estrecho de Magallanes á California, con la respectiva explicación [11].

Proposiciones sobre los abusos de Indias, fraudes de su comercio y necesidad de la fortificación de sus puertos y lo que sobre cada una se consideró y acordó en una Junta que á este fin se formó el año 1677 siendo presidente del Consejo el Duque de Medinaceli, á que concurrió con este ministro el marqués de Mancera, D. Diego de Portugal y D. José de Avellaneda [12]. Impreso por primera vez en este tomo.

Desagravios de los indios y reglas precisamente necesarias para Jueces y Ministros, dedicados á la Majestad del rey nuestro Señor D. Carlos II, que Dios guarde. Año de 1685 [13]. Publicados en este tomo.

Advierte el autor ser esta parte segunda del libro que tenía escrito con nombre de Restauración de estos reinos, con demostraciones y mapas á pitipié, sobre los intereses de la mar del Sur y Norte, en 500 pliegos, reservada á S. M. Ignoro el paradero de la parte primera.

Mano de relox que muestra y pronostica la ruina de la América, reducida á epítome y dedicada á la Majestad del Rey D. Carlos II. Año de 1687 [14]. Impresa en este tomo.

Memorial extenso, sin título ni fecha, á que llama el autor Segunda parte, y es, en realidad, repetición de otros escritos [15].

Respuesta á un papel impreso muy indecente, cuyo autor supone que un pariente suyo le pregunta le avise lo que discurre de la llegada de D. Fernando de Valenzuela á México, y un cortesano en el mismo método le responde [15]. Enviada al Rey desde Cádiz en 1690, por si se servía mandarla imprimir secretamente en su Cámara.

Memorial que presentó Fr. Juan de Castro, religioso del orden de Predicadores, proponiendo varios arbitrios sobre el comercio de las Indias y las notas opuestas á ellos por el Marqués de Varinas, á quien lo cometió S. M. [17]. Parece ser el único escrito de Villalobos que se imprimió en su tiempo. Lo está en 17 páginas, en folio, sin portada ni pie de imprenta.

Representación de servicios, memorial que es autobiografía, en cierta manera, escrito en Orán en 1695 [18]. Publicado en este tomo.

El propio Marqués anuncia en una de las cartas haber trazado para el Rey otra obra, nombrada Desagravio de Jacob y despertador de Príncipes, y desde Argel la titulada

Idrografia y cosmografía de la América de Sona á Sona, en que se descubren todos los intereses de estado de sus reinos y provincias, los puertos, playas y caletas, lagos, ríos y esteros navegables de ambos mares que dan entrada á sus espaciosas provincias, haciendo demostración de la inútil defensa que harán sus habitadores si entran á debelarlos con brazo de rey.

Propúsose delinear en algunas de estas obras el retrato moral de las Indias, poniendo en relieve, con evidente exageración, la codicia de las autoridades, así militares como políticas, administrativas y eclesiásticas, influido quizá por el ejemplo del P. Las Casas, cuyo famoso libro cita; pero sin intento de imitarle en las virtudes ni en el estilo siquiera, apegado al suyo original, incorrecto y enfático.

Papeles en que se denunciaban manejos ocultos y prácticas abusivas, señalando sin rebozo á los autores, debían levantar borrasca de pasiones, y no es mucho presumir que no salieran, por tanto, del encierro de los archivos reservados. La aparición pública en su tiempo hubiera servido de piedra de escándalo: hoy ha de verse, á mi parecer, con interés histórico, cumplidos como están los vaticinios; acabado totalmente el dominio de España en las Indias, para cuya conservación escribieron posteriormente no menos graves revelaciones, aunque de muy distinto modo expresadas, D. Jorge Juan y D. Antonio Ulloa, y se hizo eco del sentimiento popular el poeta Quintana, declamando en la oda «Á la virgen América»:

«Con sangre están escritos
En el eterno libro de la vida
Esos dolientes gritos
Que tu labio afligido al cielo envía;
Claman allí contra la patria mía
Y vedan estampar gloria y ventura
En el campo fatal donde hay delitos.
¿No cesarán jamás? ¿No son bastantes
Tres siglos infelices
De amarga expiación? Ya en estos días
No somos, no, los que á la faz del mundo
Las alas de la audacia se vistieron
Y por el ponto Atlántico volaron;
Aquellos que al silencio en que yacías,
Sangrienta, encadenada, te arrancaron.»

Cesáreo Fernández Duro.

 

 

CARTAS, INFORMES Y MEMORIALES
DE
D. GABRIEL FERNÁNDEZ DE VILLALOBOS
MARQUÉS DE VARINAS
CON OTROS DOCUMENTOS RELATIVOS A SU PERSONA

 

I.

(1677.)—Proposiciones del Marqués de Varinas sobre los abusos de Indias, fraudes en su comercio y necesidad de la fortificación de sus puertos, y lo que sobre cada una se consideró y acordó en una Junta que á este fin se formó el año de 1677, siendo presidente del Consejo el Duque de Medinaceli, á que concurrió con este Ministro el Marqués de Mancera, don Diego de Portugal y D. Joseph de Avellaneda. (Biblioteca Nacional. Sala de Manuscritos, códice 3.034.)

 

En una junta que se tuvo el año de 1677 en la posada del Duque de Medinaceli, sobre cosas de Indias, para ver algunos puntos que propuso D. Gabriel Fernández de Villalobos, después marqués de Varinas, á que concurrió con su voto especial el Marqués de Mancera, que había sido virrey de Nueva España, ponderándose los perjuicios de las arribadas fraudulentas de los extranjeros á aquellos puertos, con pretexto de temporales y falta de bastimentos, aunque Villalobos propuso excluirlas absolutamente sin distinción de casos, á la Junta pareció inhumanidad este medio, porque podría haber casos en que fuesen necesarias estas arribadas, y no era justo que padeciese la inocencia á cuenta de la culpa, y se propuso que el remedio era buenos gobernadores y ministros, sin beneficio, y la Cámara de Indias los buscase de esta calidad, castigando con severidad á los que faltasen á su deber.

Sobre punto de fortificaciones se dixo que en las Indias no conviene haya más que las que se puedan guarnecer, porque donde la gente es lo que más falta, daña más que defiende la sobra de fortificaciones.

Sobre los comercios de la costa de Onduras á la corambre, cacao, grana, zarza, añil, jalapa, achote, sebo y otros muchos frutos no se propuso otro remedio que estrechar las órdenes prohibitivas del comercio con extranjeros, y cometer la averiguación y castigo de qualquier leve desorden á un Oidor de Huatemala, la qual dista 140 leguas, ó al obispo de Comayagua.

Sobre los excesos de Yucatán en los repartimientos y doctrineros y conservación de los indios se dixo que se prohibiesen estos repartimientos en excediendo de uno, y que al Comisario general de San Francisco en Nueva España se le previniese corrigiese sus doctrineros, apercibiéndole que de continuar el exceso en sus intereses, de que resultaba ausentarse muchos indios abandonando la fee, se les quitarían las doctrinas, y que era irremediable el defecto que naturalmente tenía el puerto principal de Campeche por su poco fondo, lo que aventuraba las embarcaciones, sin sufragio de la artillería de tierra, y esto mismo, y el ser lugar abierto y fácil de acometer por diferentes partes, al arbitrio de quien sea dueño de la mar, la hacía impreservable del saco, y que lo mismo sucedía en la Laguna de Términos, en donde las naciones del Norte entraban sin contradicción á cortar palo de tinte.

Sobre las fortificaciones de la Habana se dixo que  los castillos del Morro y de la Punta (que está enfrente) son muy útiles para dañar al enemigo que' acometiere á aquel puerto, aunque no hay canal impenetrable á la buena resolución de una armada favorecida del viento y resuelta á recibir más ó menos cañonazos; pero que el de la Fuerza Vieja (que está en sitio interior) recibe los navios antes de surgir y los domina en el propio surgidero, y así se debía cuidar mucho de reducir este castillo á mexor forma, reparando sus murallas, profundando y ensanchando el foso y haciéndole algunas defensas exteriores á la parte de tierra, que es por donde puede ser atacado; y sobre los fraudes que se cometen en este puerto por los navios de islas, en lo poco que registran, no se acordó más que poner buenos ministros y observar las órdenes dadas.

Sobre la Veracruz, en punto de fraudes en las entradas del cacao de Caracas, Maracaibo, Cumaná y Trinidad de Barlovento, y géneros que se introducen en estas embarcaciones, en perjuicio del comercio de las flotas, por la difícil probanza de estos hechos, se acordó encargar este cuidado al virrey de Nueva España, y en quanto al castillo de San Juan de Ulua, que convenía ensancharle sobre el islote que tiene vecino, por ser la llave del reino; que al Castellano se le prohibiese severamente el vender por sí ni por interpósita persona otra cosa que pan, vino y carne, sin embarazar á los vecinos de Veracruz el entrar á vender lo mismo, y lo demás que fuere necesario para el sustento de los soldados, ni á éstos el que compren lo que hubieren menester en la parte que quisieren, y que el Virrey velase sobre ésto.

Sobre la provincia de la Florida se dixo ser muy importante su conservación, por hallarse vecino el puerto de San Agustín á las vertientes de la canal de Bahama y la continencia por la banda del Norte con la Virgínea, poblada de franceses, y por la de Poniente con la provincia de Apalache y otras de indios no sujetos. Que la entrada de aquel puerto es difícil por los bancos de arena y poco fondo, y que convenía allí una fortificación de mexor materia y forma, y proveerla de buenos gobernadores y presidio.

Sobre Santo Domingo se dixo que era una de las islas mayores y más fértiles de todas las Indias, abundante de ganados, carnes y arboledas para fábrica de navios, y que por no tener minerales la han dejado los españoles, aunque los franceses han poblado la banda del Norte, que es lo mexor de ella; y se propuso por remedio aumentar en cuanto fuera posible las pocas poblaciones que habían quedado; que se acabe de amurallar la plaza principal de Santo Domingo, teniéndola cumplida y bien pagada; que no se admita la proposición de transferir aquella Audiencia á otra parte, porque da concurso y protección á la Isla, pues si se mudase, los isleños se desalentarían y los franceses (que ya entonces eran de 15.000 habitantes) pasarían á mayores progresos, convidados de la abundancia de la tierra, y por estar á barlovento de todas las Indias, y se concluyó en que el gobernador se debiera aplicar con particular desvelo á fomentar y alentar el brío y fidelidad de los mulatos, de cuyo valor, agilidad y buen uso del país se debía fiar más que de los españoles.

Sobre Puertorrico se dixo que era una plaza inexpugnable con buenos artilleros, estando los soldados bien pagados y exercitados los mulatos, por ser de tan buenas partes como los de Santo Domingo, y estrechando las prohibiciones del comercio extranjero sobre los frutos del tabaco, ganado mayor, corambre y cacao, que había entonces.

Sobre la Margarita se dixo que estaba reducida á gran miseria por la total falta de las perlas que en ella se cogían, que la habían hecho la más rica y estimable de todas las islas de barlovento, y aunque se propuso excusar el gasto de gobernador y oficiales reales, agregando este gobierno al de Cumaná, poniendo allí un teniente que sirva de todo, como se hizo en el de Barcelona, pareció que debía continuar como estaban por no haberse perdido la esperanza de que vuelva á producir en algún tiempo el precioso fruto de las perlas, cuya consideración, y la de hallarse tan vecina al continente, y que si la ocupase el enemigo podría ser. un gran padrastro á las provincias de Cumaná, Caracas y demás de aquella costa, que las tendría en continuo desasosiego, dictaba el que se conservase el gobernador y el presidio; pues estas mismas consideraciones habían hecho precisa la conservación del presidio de Araia con su dotación, y que se debía encargar aquel gobierno á soldado de gran reputación. Otro de la Junta fué de sentir se incorporase el gobierno de la Margarita con el de Araia, poniendo éste un teniente en la isla, y en estas opiniones encontradas se remitió á S. M. la decisión, sobre el supuesto de la gran dificultad que tiene el hacer defensables é inespunables los puertos y abrigos de las Indias é Islas de Barlovento, y que siendo fácil perderlo todo en partes tan remotas, se debía atender al crédito de que no ocupase el enemigo un puerto fortificado y defendido de la autoridad de un gobernador y capitán general, y que se perdería más quando llegase el caso de ser atacado lo que se hubiese gastado.

Sobre el río de la Hacha, distante 60 leguas de la Laguna de Maracaibo, se dixo que por ser abierto y mal cuidado comercian las naciones ropa y negros por doblones y oro en polvo y pasta de las minas de Guamaco, Anserma, Zaragoza y Simuta, con las esmeraldas de Musso y perlas de su cosecha, y se acordó por la Junta repetir las órdenes prohibitivas del comercio y los fraudes que se cometen sacando registros para allí, que cargan en Curazao y Jamáica; y lo mismo se dixo y acordó en quanto á Santa Marta, añadiendo se debe cuidar de su dotación de buenos artilleros, por ser importante aquel puerto para resguardo del reino de Santa Fée y Cartagena, estar cercano á Jamáica y Curazao y tener muchos granos, ganados y minas.

Sobre la Trinidad de Barlovento se dixo ser tierra enferma para los europeos, por cuya causa no la habían ocupado los franceses; que tenía algún comercio con Curazao; que el río del Orinoco daba paso al Nuevo Reino, y se acordó que esta isla ella misma se defendía con su mal clima y esterilidad de frutos, y que el Río Orinoco, con más de 20 leguas de ancho su boca, debía cuidarse no fuese poblado; y aunque se propuso que Araia debía abandonarse excusando el gasto de las 300 plazas de su dotación, porque había cesado el fin que la hizo construir, por abundar la sal, cuyas salinas guardaba antes de los extranjeros, se acordó que debía mantenerse, porque también se había puesto para defensa de aquella costa, y que aunque distaba mucho del Orinoco para poder guardar y embarazar su entrada, con todo, siempre sería de embarazo y estorbo á los enemigos que quisiessen intentar por aquel río alguna conquista.

Sobre la provincia de Cumaná se dixo merecía mucha atención por las muchas arboledas de cacao que se iban plantando, y que se debía conservar el presidio y ciudadela, cuidando de amunicionarla; y en quanto al comercio que allí hacían los de Curazao, se acordó estrechar las órdenes ordinarias y enviar buenos gobernadores proveídos sin beneficio.

Sobre Caracas se propusieron muchos fraudes que se cometían en los registros y avalúos del cacao, y que se debía fabricar en la Guaira (que es su puerto principal) un fuerte con 100 plazas de dotación, cargando 6 reales en cada fanega de cacao, que importaría 10.000 pesos; en cada qüero un real, y llegaría a 1.000 pesos este derecho; en cada pipa de vino de islas de Canarias 20 pesos, que importarían 4.000 pesos, y lo mismo en el aguardiente; en cada botixa de España 2 reales, y montarían 1.000 pesos, y en cada petaca de tabaco 1 peso, cuyos derechos importarían 18.000 pesos cada año, con lo qual se podía fabricar la fuerza y dotarse en adelante con un castellano militar y á provisión del Rey. Y se acordó, por la importancia de aquella provincia, hacer una plataforma con 6 ú 8 cañones que impidan el surgidero, y sobre los impuestos, que se debía examinar los inconvenientes de su práctica. Propúsose que las encomiendas de aquella provincia se aplicasen, como en Campeche, para la dotación de su fuerza y de la Margarita y Maracaibo, que necesitaban de presidios, y se acordó que se aplicasen las encomiendas á estos fines, conforme fuesen vacando, hasta en la concurrente cantidad, quitando á los gobernadores la facultad de proveerlas, como se había hecho con el virrey de Nueva España, siendo un magistrado tan superior á todos; y sobre los fraudes de cacao se propuso que debiese un oficial real asistir en la Guaira, y que allí Compeso de Cruz se fondease el que viniese de Puerto Cabello en las fragatas, y que se criase un Contador mayor y abriese feria de cacao por San Juan, sobre lo qual quedó indeciso el acuerdo. Propúsose también el fraude con el comercio de Curazao y se acordó estrechar las órdenes prohibitivas y que no se debían admitir á indulto los delitos de esta gravedad y consequencia.

Sobre Maracaibo se propuso la importancia de su Laguna y puerto, por ser paso para Popayán, Quito, Riobamba y Guayaquil, y que es llave y garganta esta laguna de unas provincias tan ricas, abundantes y extendidas, y que para la seguridad convenía fabricar una fortaleza en la punta de Mangles en que se estrecha tanto la entrada á la Laguna, que han de pasar las embarcaciones á boca de cañón, porque donde estaba el castillo, á la boca de ella, tenía cerca de media legua de ancho, por lo qual no se podía impedir el paso sino con pieza de mucho alcance; que esta fortaleza nueva guardara tres bocas navegables, que son: el canal ó barra de Zaparra, la de Oriboro á su barlovento, y la barra principal; y que debe fabricarse en forma que pueda coronarse y defenderse con 100 hombres, y se acordó la tal nueva fortaleza en la forma propuesta, añadiendo se podrían cegar los dos canales menores de la entrada, por ser de poca agua, afondando en cada uno dos ó tres buques de lastre, pues las avenidas de los ríos que allí desaguan, á breve tiempo las cegarían; esto sin embargo de que, por máxima general estaba consultado á S. M. que no convenía en las Indias aumentar fortificaciones, porque la razón particular que concurría en aquel sitio obligaba á limitar en él la regla; y se añadió que para cegar los dos canales propuestos era muy conveniente hacer cajones para los buques que se afondasen, con lo qual tendrían mayor seguridad y resistencia. Para la fábrica y dotación de este presidio, con un castellano á provisión del Rey, y no del gobernador de Caracas ó Mérida, se consideraron las sobras de Caracas y los derechos de saca de cacao y tabaco como en Caracas, contribuyendo para la fábrica las multas que se deberían echar á los comerciantes de estrangería, y algunos débitos atrasados de la Real Hacienda, y que ayudasen los indios en algunas encomiendas que cita la proposición, y así se acordó.

Sobre Cartagena se dixo que era la ciudad más populosa de aquellos parages, llave de Tierra firme, primera y precisa escala de los galeones; propúsose ser de 700 plazas el presidio y haber muchas supuestas, y se acordó que no se asentasen plazas á los vecinos del lugar, parientes, camaradas y criados de los gobernadores y cabos militares. Díxose se cometían en este puerto muchos fraudes, particularmente en el oro que baja del Reyno y Mompós, por causa del tesorero, contador y contraste, y también por el comercio por oficiales reales.

Sobre Portovelo se dixo que por falta del castillo se había rendido esta ciudad á Enrique Morgan, que la invadió con 900 hombres en siete fragatas de poca fuerza, porque á 100 pasos del castillo por línea oblicua tienen padrastro con tal eminencia que desde él se barre la plaza de armas, y que era menester cortarle y hacer en él una plataforma que se corresponda con el castillo, con una estrada encubierta, y también desmontando la montaña que corresponde al castillo de la Gloria, que es dominante al dicho cerro, y formar en ella un triángulo con tres medios baluartes, capaz de aloxar 80 hombres, ciñiéndole de foso y empalizada con estrada cubierta que se comunique con el castillo. Los medios propuestos para el reparo de este puerto fueron: lo primero, que las casas de Portovelo pagasen á S. M. la quinta parte de lo que reditaban, pues en los 60 días que duraba la feria rendían tanto como valían, pues algunas ganaban de 6 á 8 mil pesos, y que este arbitrio le abrazarían todos por convertirse su procedido en la seguridad de su misma renta. Lo segundo, que se apliquen al Rey los derechos que se pagan por los almacenes que hay en la boca del río Chagre, llamados bodegas, en que se recoge la ropa que por él se navega á Panamá, cuyos derechos son 1 peso por cada frangote de 8 arrobas, que sin título más que el estilo se aplica al castellano, y que las canoas que navegan aquel río, paguen dos pesos por cada viaje que hicieren en tiempo de feria ó en otro qualquiera. Lo tercero, que se aplicase el derecho de 4 reales que paga cada mula de las que traginan desde Puertovelo á Panamá, el qual se había impuesto para mantener las calzadas que hay en este camino, y montaba más de 30.000 pesos de feria á feria, pues no se consumía una tercia parte de este derecho en dichas calzadas.

Sobre Panamá se dixo que el Río Chagre era fácil de asegurar por los diferentes puestos en que se estrecha mucho su corriente; que con una débil fortificación con 25 ó 30 hombres y 3 pedreros se podría impedir el paso al enemigo, mayormente siendo tan violento el ímpetu de las aguas, y que fué muy acertada la mudanza de la ciudad de Panamá de su antiguo asiento al nuevo sitio del Ancón, y que era necesario fortificarla bien, por las invasiones que podrán intentar los enemigos por la mar del Sur, cuya navegación con vientos generales no era larga: y finalmente se expresó ser muy excesivo el fraude que se cometía por aquellos Oficiales reales de lo que bajaba allí de todas las provincias del Perú, en que no se propuso por la Junta más que el cuidado que se debía tener en elexir buenos ministros y velar sobre ellos.

Sobre Guayaquil se dixo que estaba expuesto á invasiones pasando el estrecho de Magallanes, y por ser el único astillero de quantos navios se fabrican en el Perú, y baxar á él los frutos y oro de Quito. La Junta convino en que no cabía en la posibilidad fortificar y guarnecer todos los puertos de las Indias, particularmente en la mar del Sur, que es de 1.200 leguas la costa, toda ella fondable, con puertos y surgideros, que si todo se hubiese de fortificar faltarían medios para otras necesidades más urgentes. Díxose por este puerto se cometían fraudes por lo que se llevaba á las provincias de Nicaragua, Guatemala y Realejo y Sonsonate, puertos de la Nueva España, y que sería mejor permitir el comercio de estos dos reinos por dicha parte, de sus frutos, pues el inconveniente de que no pasen por este medio desde Nueva España al Perú los géneros de China, en perjuicio de los de Europa, se podía estorbar sin que cesase el comercio de los frutos provinciales.

Sobre el puerto de Paita se dixo ser incapaz de seguridad por el terreno y esterilidad de sus arenales, que no producen ni aun yerba, por la continua falta de las lluvias, y que en él se desembarcan quantas mercadurías pasan de contrabando á los reinos del Perú, y se dixo que Paita no era puerto sino una gran bahía en que fuera inútil qualquier fortificación.

Sobre la ciudad de Lima y su puerto del Callao se dixo que era el blanco de la codicia de las naciones, por la inmensa cantidad de plata que por allí ha venido á estos reinos, pues pasaba de 1. 400 millones de plata y oro embarcado en él, y que había sido invadido diferentes veces, y la última siendo virrey el Marqués de Mancera viejo, que con 30 bajeles de guerra, en que iban 9. 000 hombres embarcados, intentaron los olandeses su expugnación, y propuso Villalobos para el remedio de estos riesgos que el tragín se hiciese con caballos y no con mulas, con lo qual se hallarían en la nación 4. 000 caballos, que era defensa muy ventajosa para aquellos arenales. El Marqués de Mancera dixo que Villalobos no estaba tan informado en las materias del Perú y del Mar del Sur como en las de Barlovento, y que así, se le debía agradecer su celo y deferir poco á sus noticias, y se concluyó que, suponiendo por practicado el arbitrio de los caballos, lo que convenía era reparar las murallas en el Callao, que Mancera el viejo había hecho con gasto de más de 700. 000 pesos, sacados de diferentes arbitrios, especialmente por la parte de la mar, por el continuado impulso de las aguas, y que se demoliesen los almacenes que impedían el libre uso de la artillería, y que deben ser buenos soldados el Cabo y el Maestre de campo del Callao, para que cuiden de la disciplina militar con aquella guarnición.

Sobre el reino de Chile se dixo ser fértilísimo y abundante de todos frutos y minas de oro, plata, cobre y demás metales, y mucho ámbar, que se da en la costa. Que el reino de Valdivia, como no le falte la guarnición de 800 infantes, con víveres y municiones para dos años, y el gobernador cumpla con su obligación, está bien defendido; porque las fortificaciones son de buena calidad, en sitios muy oportunos y con más que suficiente artillería, toda gruesa y de bronce. Que el puerto de la Concepción es surgidero mal seguro para bajeles de porte, y que no se puede presumir sorpresa por asistir allí de ordinario el gobernador del reino, y á poca distancia la mayor parte del exército, y que por la misma razón y ser estériles y difíciles de fortificar los puertos de Valparaíso, Coquimbo y Copiapó, son inútiles á los designios de los enemigos. Que el estrecho de Magallanes está en altura de 52 grados y medio, y el de Maire en 55 y medio, y que no dista uno de otro estrecho apenas 50 leguas por el mar del Norte. Díxose que no había en aquel reino cosa especial que reparar sobre la administración de la Hacienda real, aunque sí muchos excesos en la paga de los soldados y milicia de los indios amigos, por hacerse en géneros inútiles y no en plata efectiva, y se concluyó que los indios chilenos no se reducían por el medio de la suavidad ni ceden á la caricia, sino al escarmiento, y que nada les doma tanto como el castigo en sus mieses, ganados y personas; por lo cual son útiles las entradas que se hacen en sus tierras cuando no están de paz.

Sobre la provincia de Buenos Aires, en que se comprenden la de Paraguay, Tucumán y Río de la Plata, se dixo ser fértilísimas, al paso que despobladas, pues en 250 leguas de campaña en que se extiende su longitud y poco menos su latitud, no hay 3. 000 españoles, quando la abundancia y fertilidad de la tierra da disposición para que tuviesen tierras de labranza y crianza más de 100.000 vecinos, y que sería muy conveniente tratar de su población, aunque fuese enviando los condenados por delitos de estos reinos y de los del Perú. Que tiene aquella tierra gran copia de maderas apropósito para todo género de fábricas y edificios.

Sobre aumentar la Real Hacienda por medio de diferentes impuestos, hizo una larga representación el Marqués de Varinas, diciendo que pues aquellas provincias eran las más ricas y las más descansadas de toda la monarquía, debían contribuir á las necesidades al respecto de su posibilidad, y de lo que pagaban y servían estos reinos. Propuso que estancándose la bebida que llaman chicha, que es general para todos los indios, el jabón y tabaco en polvo, subirían los derechos reales una cantidad muy crecida, con el ejemplo del pulque que usan los indios de Nueva España. Propuso lo segundo que pagase el derecho de un peso cada cabeza de las 500 reses vacunas que se mataban cada día en México, y dos reales cada uno de los 600 carneros y cuatro reales cada cabeza de ganado de cerda, y que estos derechos serían aun mayores que en México en el Perú, Nuevo Reino y Quito. El Marqués de Mancera dixo que la bebida que en el Perú llaman chicha era tan connatural á los indios, que estimaba por una de las causas de su acabamiento el haberla dejado por el vino, y que si se cargase en ella alguna pensión, la abandonarían del todo. Que la del pulque en México, Puebla y su comarca también era familiar y saludable á aquellos naturales, como no la viciasen y mixturasen con algunos ingredientes que disponen á la embriaguez, y sobre las demás imposiciones consideradas por Villalobos dixo que merecían muy alta premeditación y que por máxima general asentada que aunque aquellas remotas provincias se hallaban inmunes de algunos de los impuestos y gavelas que la necesidad había introducido en éstas, no carecían de otras bien gravosas, siendo la mayor y de incomparable desconsuelo la de la ausencia y distancia de S. M., cuyas benignas luces hacían tolerable cualquiera pena, y que sobre la de su forzoso y perpetuo destierro no se les añadiera nueva pensión. La Junta dixo que en la variedad y mezcla de humores de que se compone la población de las Indias y en la facilidad grande que tienen aquellos naturales no cabía la introducción de nuevas cargas sobre las que contribuían, siendo máxima cierta que en provincias tan distantes de la Majestad no convenía hacer experiencias del amor ni del respeto de los vasallos, y que así no era de parecer se pusiesen en ejecución los medios propuestos, y que aunque le hay sobre el pulque, esta bebida se había tenido por viciosa en los indios, cuya razón pudo justificar el derecho que se le impuso y no hacerla tan sensible para los indios, lo que no se verificaba en la chicha, por ser sustento natural y provechoso para la salud de aquella gente, por lo qual el gravarla con tributos sería dar otro medio más para que se acabasen, sobre los grandes inconvenientes que en su introducción se ofrecían.

Representó Villalobos por uno de los mayores daños que padecen las Indias, las Religiones; y la consulta de la Junta es la siguiente: —Señor. —Representa á V. M. D. Gabriel de Villalobos por uno de los mayores daños que padecen las Indias y que más necesita de remedio es el excesivo número que hay de conventos de religiosos y religiosas, porque se han apoderado de la mayor parte y de lo mexor de las haciendas, habiendo ciudad donde de las cuatro partes las tres son rentas y bienes eclesiásticos, originándose de este desorden la despoblación, que es de tanto inconveniente, y la relaxación en las religiones, que no es de menos perjuicio; la qual tiene además de la superfluidad otro principio, que es el poco cuidado que se pone en la educación de las personas, que son algo más libres que por acá por natural influencia de aquellos climas, con que los padres, por evadirse del cuidado de los hijos, los aplican á las religiones, y como no llevan la vocación necesaria, sino su natural, se llenan los monasterios de ociosidades y relaxación, ponderando que hay convento que tiene más de setenta y ochenta mil pesos de renta, sin el ingreso cotidiano, que es muchísimo, y más de 300 frailes, y otro tanto número en los de monjas, representando que si esto no se reforma en todo, se perderán las Indias, y propone que se impetre breve de Su Santidad para que por ninguna razón ó título puedan incorporar en sí más bienes raíces de los que al presente gozan.

También pondera el perjuicio grande que se recibe en que los frailes tengan doctrinas, porque dice que apartados de la clausura y la religión, no la guardan en cosa alguna y que no cuidan de los indios como debían y lo hacían en los principios quando se la concedieron, siendo causa de esto los pocos sacerdotes seculares que había entonces para este exercicio, pero que habiendo hoy infinitos y teniendo las religiones los curatos, no tienen con qué sustentarse ni á qué ascender, por lo qual no estudian ni se aplican á las letras como lo hicieran si esperaran por ellas este premio.

Y propone que las doctrinas se quiten á las religiones y que se den por oposición á los sacerdotes seculares, porque además de que por este medio se saldrá de la ignorancia que hoy tienen, estarán los indios mexor asistidos en lo espiritual y se excusarán los escándalos y libertad con que viven los que están en las doctrinas.

Y porque algunas hay tan quantiosas que rentan cada año más de quatro, seis, ocho y doce mil pesos, propone que se les carguen á éstas algunas pensiones para que estudien sacerdotes pobres, pues por este medio unos y otros quedarán acomodados.

El Marqués de Mancera dice que no le falta razón á Villalobos en lo que discurre sobre la muchedumbre de religiosos de las Indias, y que no excede en la ponderación de haber convento que pase de 300, porque así sucede en algunos de Lima, y á su respecto en los monasterios de monjas, y que también es cierto que la adquisición de bienes raíces, si por algún decente medio no se limita, vendrá con el tiempo á notable desorden; que lo que no concederá xamás, con 21 años de experiencia en Indias y con muy especial atención y aplicación á la materia, es que la administración espiritual de los indios esté mexor á cargo de clérigos seculares que de regulares, por bien fundadas consideraciones que le persuaden lo contrario.

La Junta representa á V. M. que la gravedad de esta materia pide mucha premeditación para tomar en ella la resolución que es tan conveniente. Y discurriendo que sobre este punto de la multiplicidad de religiosos y religiosas en las Indias es preciso que haya muchos papeles en el Consejo, informando de los daños que ocasionan y de los remedios que se pueden aplicar para su remedio, es de parecer que V. M. se sirva de remitir á él esta materia, mandando con gran previsión el que exprofeso se trate y confiera en él con la atención que pide su importancia, buscando medio para que sin contravenir á las disposiciones canónicas, se les impida á todo género de comunidades eclesiásticas la adquisición de bienes raíces, la conservación de los que hoy gozan y que se continúe el exceso en el número de frailes y monjas que hay en aquellas provincias. Pues asentado á V. M. que en Lima sólo hay quatro conventos de las órdenes mendicantes en que pasan de 300 frailes los que tiene cada uno, y que en el de Santa Clara de aquella ciudad se encierran más de 2. 000 mujeres, viene á ser la noticia de la verdad el mayor encarecimiento de este desorden y de lo mucho que importa que se aplique á él el remedio conveniente.

Y en quanto á que las doctrinas se quiten á las religiones, como propone Villalobos, se conforma la Junta con el parecer del Marqués, añadiendo que se debe ordenar á los superiores que las proveen el que miren mucho qué personas ponen en ellas y que no sea por aquellos ilícitos medios que con nombre de reconocimiento y agasajo las suelen negociar los que las pretenden, de que hay muchas noticias, siguiéndose de esto los graves escrúpulos y inconvenientes que tan fácilmente se vienen á la consideración.

V. M. resolverá en todo lo más conveniente á su Real servicio. Madrid á 8 de Abril de 1677. — Duque de Medinaceli. —Marqués de Mancera. —Don Diego de Portugal. —D. Joseph de Avellaneda.

 

Sobre la utilidad de la Armada de Barlovento dixo Villalobos que no había provincias tan fáciles ni tan difíciles de guardar como las Indias occidentales, pues siendo tan dilatadas sus costas, con tanto número de puertos, lagunas, senos, ríos y canales navegables, que por distintas partes dan entrada á aquellos vastísimos dominios, se conocía fácilmente la dificultad de poner en defensa cada una; pero que habiendo un fuerte real movible que saliese á la oposición de qualquier designio de los enemigos, quedarían con gran facilidad resguardadas y defendidas, y que esto se conseguiría con la Armada de Barlovento, compuesta de ocho navios y quatro barcos luengos en que se embarcasen 2. 500 hombres entre marineros y soldados, y para su manutención, apresto y carenas y paga de la gente de la dotación, propuso las encomiendas de las provincias de Yucatán, Guatimala, Cumaná, Caracas, Santa Marta y Cartagena, por su empleo conveniente á la seguridad de aquellas costas, y también consideró para ello el derecho de las pulperías de las islas de Barlovento y puertos de Tierrafirme. El Marqués de Mancera dixo que para mantener este cuerpo serían menester 500. 000 pesos en cada un año, y que montando las rentas asignadas á esta Armada solamente 115.000, pesos, no parecía conveniente emprender lo que no se podía sustentar, y que sería más conforme la providencia de armar un par de fragatas de hasta 150 á 200 toneladas, planudas, que con dos barcos guarnecidos serían bastante defensa para el Seno Mexicano. Que el impuesto del pulque se podría aplicar á este fin, pues era entonces de 93.000 pesos cada año. Que no debería componerse esta Armada de bajeles gruesos, sino que Capitana y Almiranta llegasen á 200 toneladas y los demás á 100 y á 150, todos planudos, rasos y afragatados, por la muchedumbre de senos, ríos, caletas y ensenadas de poco fondo en que han de navegar, y son los abrigos y ladroneras donde surgen los cosarios que infestan aquellas costas con embarcaciones pequeñas y de la misma calidad, y que aunque se podría replicar que en esta forma no quedaría capaz la Armada de combatir con otra de igual ó de inferior número de bajeles gruesos, se respondía que los que hasta entonces tenía el enemigo en las Indias no lo eran, y las innumerables presas y hostilidades que de 20 años á aquella parte se padecieron, todas se habían ejecutado con embarcaciones pequeñas y con balandras y piraguas; y que si el enemigo dilatase sus fines y designios de empresa relevante, se debía creer que la intentaría con armada gruesa, que siempre sería muy superior á la de Barlovento, aunque constase de bajeles que excediesen esta proporción, de que vendría á resultar el duplicado inconveniente de ser inútiles por su crecido tamaño para las ocasiones furtivas y quotidianas, y serlo también después para resistir la fuerza de mayor poder. Y que considerando los gastos que había de causar la Armada de Barlovento y que el motivo principal de formarla era contener los insultos y piraterías de los ingleses de Jamáica, había discurrido y propuesto á S. M., estando en México de Virrey, en carta de 28 de Marzo de 1669, quánto convendría intentar la recuperación de aquella isla por el medio de las armas ó por el de la negociación, pareciéndole que mientras la poseyere el enemigo no hay medio que asegure del todo aquellos reinos, de cuya gran circunferencia se podía llamar Jamáica centro y molestísimo padrastro que continuamente les amenaza su ruina, y que por sacudir de una vez yugo tan pesado se les haría leve y tolerable qualquiera contribución. La Junta dixo que el más fácil y seguro parecer que podía dar para la defensa de las costas é islas de Barlovento, como más expuestas al riesgo de las hostilidades y piraterías del enemigo, era poner en Puerto Rico dos fragatas, que la mayor no pasase de 150 toneladas; dos en Cartagena, dos en Puertovelo y dos en la Veracruz, y en cada una de estas partes dos barcos armados que anduviesen con las fragatas: que las de Puerto Rico corriesen todas las islas de Barlovento y costa de Tierrafirme desde la punta de Araya hasta Cartagena; las de Cartagena y Puertovelo para que limpiasen su costa, diesen vista á Jamáica y á toda la banda del Sur de la isla de Cuba, y las de la Veracruz que cuidasen del Seno Mexicano, costa de Yucatán y Honduras, con lo qual quedarían todos aquellos puertos resguardados y sin que los gobernadores pudiesen ocupar estas fragatas en otros fines que los de su instituto; porque siendo cierto que los más de los sacos y piraterías que se habían visto se habían ejecutado con balandras, piraguas y canoas, se reconocía que para rebatirlas no eran necesarias embarcaciones de más porte que las propuestas, además de que tampoco podrán ser otras apropósito para entrar en los canales, ríos, caletas y ensenadas de poco fondo que hay en aquellos parages; pues encerrándose en ellos los enemigos y piratas, vendría á ser gasto infructuoso el de los bajeles, por no poder entrar á echarlos y sacarlos de sus abrigos.

Don Diego de Portugal, conformándose en todo con la Junta, añadió que siempre sería de sentir que en Cartagena y Puerto Rico se pusiesen dos fragatas de á 300 toneladas cada una, porque hubiese en aquellas costas algún navio de fuerza que pudiese hacer oposición á los enemigos; pues en otra forma se hacía inútil el gasto de toda esta disposición, siempre que trugesen algún bajel de mediano porte, á que no podrían resistir los nuestros, siendo del que se ha dicho, y que para acudir á este inconveniente y á que no se abandonase del todo el respecto de nuestras fuerzas en aquellos mares, juzgaba por necesario lo referido, pues con lo poco que crecía de gastos se daba fuerza y calor á las demás fragatas, para que, juntas, pudiesen intentar qualquier facción, y estuviesen con mayor freno y respecto los enemigos.

 

CONSULTA SOBRE LA ISLA DE SANTO DOMINGO

Señor: Siendo tan propio de mi obligación solicitar el mayor servicio de V. M., buscando los medios más proporcionados para hacer seguro este fin, como el único en que me pone la ley de buen vasallo y obligación que por ambos derechos tenemos todos de servir á V. M., paso á representar las circunstancias de que se ha de componer este papel, tan verdaderas en la esencia, que no habrá quien pueda negarlas que tenga celo del servicio de V. M.

Todas las veces que tomo la pluma sobre el estado miserable en que se halla la isla Española el día de hoy, me despierta el sentimiento de que, siendo esta isla de Oriente á Poniente tan grande como espaciosa, y Norte-Sur tiene más de 50 leguas de latitud, esté tan abandonada como se experimenta y daré á conocer en este breve discurso.

Hallóla Colón el año de 1492 toda ella pobladísima, con diversos reyes y caciques y con más de cuatro millones de indios; mande V. M. que le hagan relación si dentro de los términos de aquella dilatada isla (que es mayor que todas las descubiertas de la América, y doblada, mayor que las mayores de toda Europa), y si Y. M. mandare que se le haga informe de los que hoy se hallan dentro, ni hay un indio natural ó descendiente de aquéllos, ni se sabe de qué color fueron quantos sirvieron allí; despoblada se halla del todo, menos una ciudad y algunas villas que habitan los españoles, y ésas muy cortas y limitadas, tanto que no han podido embarazar que los franceses usurpadores la poblasen lo más principal y mexor de ella, siendo dueños muchos años de más de las tres partes de ella, poseyendo por la banda del Norte los puertos de Palma, Puerto Real y Pitiguao y otros en aquel districto, penetrando lo más interior y arcano de ella con el conocimiento que tienen de las utilidades que les produce la fertilidad de esta isla, aspirando á ser dueños de ella, como se solicitan y conseguirán con la facilidad que se dexa entender de la desigualdad de fuerzas y medios con que se hallan para vencer nuestra debilidad; pues poseyendo, como va referido, más de las tres partes de ella, y no teniendo V. M. más que la ciudad de Santo Domingo y algunos cortos pueblos que reconocen vasallaje, no se puede hacer oposición á sus acometimientos, y si llegan á conquistar esto poco, quedan dueños de todo, y poniéndola en la defensa de mantenerla con la cautela y resguardo que saben executar á vista de nuestra desprevención, quedará desierta la esperanza de volverla á recuperar.

Sirva de exemplo la isla de Jamáica, que se reconocen hoy los inconvenientes tan perjudiciales que ha ocasionado su población de ingleses; quánto más ponderable será la pérdida de aquella isla para los intereses de España, mayormente hallándose casi á barlovento de todas las Indias, colonia y antemural que tomaron los españoles para desde ella poder conquistar aquel grande imperio; conociéndolo así la oportunidad de su sitio como la bondad dé sus muchos puertos y surgideros, y la fertilidad de sus campiñas y abundancia de maderas en todas partes para fábricas de naos, minerales muy preciosos de diferentes géneros, carnes en mucha abundancia para mantener gran número de gente; de donde se saca por consequencia que, cultivaba esta isla, igualará ó excederá en fertilidad y riqueza á toda España.

Compruébase lo referido con decir á V. M. que antiguamente, recién poblada esta isla y por muchos años en adelante, iban ocho registros todos los años á ella y volvían muy interesados sus dueños, y V. M. percibía muchas utilidades, las quales hoy han cesado, porque ya va siendo un páramo lo que pocos años há era pobladísima sobre todas las del mundo, llegando á este estado tan infeliz sus habitadores que ya no se pueden mantener en ella, y cada qual solicita el irse á vivir fuera, reconociendo que lo que pocos años antes era la más opulenta de las Indias, hoy, por la destrucción de sus campos y esterilidad de sus frutos, es el lamento de la mayor desgracia por falta de agricultores y sobra de nuestro descuido en haber dejado perder lo más de ella, haciendo juicio de que será de menos importancia en dispensar en algunos leves inconvenientes, que el perderla; pues quando los males llegan á estado tan desesperado, es la más segura política despreciar algo por no aventurarlo todo, porque después de fortalecida la salud del cuerpo místico de esta república, es más fácil corregir los desórdenes que permitieron disimular las circunstancias de los tiempos en que subcedieron, y si no se puede de otra suerte ocurrir al daño que se ve amenazar, debe ser el más prudente acuerdo el solicitarlo por ahora.

Sacando por consequencia clara que con las máximas políticas que tiene en las Indias la Francia y la utilidad que perciben en la isla los de esta nación, se harán dueños de toda ella y pasarán á conquistar los dominios de V. M. más inmediatos á sus confines, que será la isla de Cuba, que no la dividen más que siete leguas que hay desde el Cabo de San Nicolás, último remate de la tierra de Santo Domingo, á la punta de Mayci, que es la dicha isla de Cuba, y con la misma facilidad que pueden el día de hoy ser dueños de Santo Domingo, lo vendrán á ser entonces de la Habana y Cuba, y en tal caso se hallará Y. M. imposibilitado de que vayan á las Indias flotas y galeones, porque si subcediese, no sería fácil su vuelta á estos reinos sin el beneplácito de los dominantes de estas dos islas, por ser dos llaves principalísimas que Y. M. debe conservar para la manutención de su imperio, porque luego que subcediese, lo quedarían del todo los reinos de las Indias y toda aquella máquina del mundo no ha de servir entonces á la Corona de utilidad y conveniencia alguna; y así con los desengaños que tenemos de lo apetecido que tantas veces ha sido esta isla de Francia é Inglaterra, no se debe juzgar que han cedido en su deseo, y viviendo con él, como se experimenta, si la lograren del todo como en la parte que poseen, ¿dónde parará su codicia? Dígalo el que menos conocimiento tuviere de ella, que á buen seguro que no podrá dexar de confesar el riesgo evidente en que hoy se hallan aquellos reinos, en cuyo conocimiento V. M. le aplicará el remedio más conveniente de que necesita.

El que yo tuviera por más eficaz fuera su población; pero reconociendo que es el día de hoy imposible, por no haber en estos reinos quien lo haga, se podrá Y. M. valer de llevar 500 familias de las islas de Canarias y otros dominios de Castilla, dando á entender que se les hará alguna merced á las personas que se animaren á hacer á V. M. el servicio de conducirlas por su quenta desde donde salieren las familias hasta ponerlas en la isla Española, á los quales, el Presidente y Real Audiencia repartirán tierras para sus labranzas y crianzas, obligándose V. M. á sustentarlos un año desde el día que lleguen, lo qual se podrá hacer con menos de 17. 000 pesos.

Viendo lo desamparado que está la isla, y que todas sus utilidades se reducen á 7 ú 8. 000 cueros que se sacan cada un año, los quales vienen á estos reinos, y que de todos derechos pagan poco más de 3. 000 pesos de galeones á galeones, y al respecto, debiera V. M. hacer puerto franco al de Sto. Domingo por algunos años, para que comercien sin impedimentos los vasallos de V. M., que lo pueden hacer en las Indias, y no otros que estén excluidos, por el inconveniente que tiene.

Para que esta población vaya en aumento, necesita V. M. poner un astillero de navios en esta isla, pues supuesto que Y. M. los fabrica en Olanda y tienen el mismo costo, aunque no la bondad de la madera de las Indias, lo que se gasta hoy entre los vasallos estraños, se quedará entre los propios, y por este medio gozarán de la opulencia que hoy no pueden, por no tenerla, y á la imitación de esta fábrica se alentarán los de otros puertos de Indias á ir á fabricar á aquel astillero, viendo que hay oficiales en abundancia, y en adelante se podrá fabricar para V. M. todos los años una ó dos esquadras, y no necesitará de más astilleros que los de las Indias y Vizcaya.

Para que Sto. Domingo florezca y en pocos años se halle con grande número de gente y con opulencia sus moradores, debe introducir V. M. por su quenta 300 piezas de negros, mitad varones y mitad hembras, los quales dará V. M. fiados por un año á los vecinos y nuevos pobladores, no dando más que uno por vecino, y no alcanzando la armazón á todos, serán preferidos el otro año los que faltaren, y será el costo de cada negro, pieza de Indias, 107 pesos en Curazao ó el Barbado y 3 de conducción hasta ponerlos en Sto. Domingo, y será todo su costo 110 pesos, que habiéndoles de dar V. M. á los vecinos á razón de 130 pesos cada pieza, queda utilizado V. M. en 40 pesos en cada uno (así); del principal  y ganancias se ha de aplicar á la paga del presidio de Sto. Domingo, para que los paguen por su quenta á los vecinos cada quatro meses, para que tengan algún alivio los que asisten en él: introduciéndose por 10 años consecutivos estas 300 piezas, hacen al cabo de ellos 3. 000, y dando el tercio por muertos y estériles, hombres y mugeres, procrearán al cabo de 10 años 5. 500 personas, que por lo menos, con éstas y las introducidas, serán 8. 500.

Y porque medio tan conveniente para el mayor servicio de Y. M. no se malogre, mandará V. M. que estos negros que se han de introducir de quenta de V. M. no sean esclavos perpetuamente, sino que sea limitado el tiempo de veinte años, y que acabados, gocen de su libertad, sin que con ningún pretexto sus dueños los puedan enagenar fuera ni dentro de la isla, corriendo este orden con los ministros de V. M. que hay en ella, aunque sean promovidos para otra parte, guardándose inviolablemente esta orden, porque como el fin principal para que esto se hace es que la isla se pueble en número bastante que se pueda defender de las operaciones estrangeras, no aplicándole extraordinario y eficaz remedio, otro qualquiera que no sea éste será inútil y no se podrá conseguir, porque los negros, viendo que la esclavitud es por su vida, y que han de vivir siempre en esta miseria, se van á los montes, y sus dueños pierden el esclavo, y él se aparta del rebaño de la iglesia y vuelve á la idolatría; y al contrario, sabiendo que son esclavos con limitación, sirven con gusto y después se pueblan en la isla, enriqueciéndola con sus trabajos.

Y porque en esto haya la claridad necesaria, y que estos negros tengan el resguardo suficiente para que gocen de la libertad que V. M. les ha de conceder por dos fines: la primera para que se multipliquen y vayan en aumento esta población y no se retiren á los montes refugiándose en los palenques, que ellos llaman, que es un género de circunvalación que hacen á su modo para defenderse de que los puedan ir á sugetar; y la otra, que de este modo podrá tener cabimiento este armazón todos los años, y se puebla con gran número de gentes esta isla, y saldrán los demás que están retirados en los palenques luego que se publique cédula de Y. M. en que les concede libertad á todos los que salieren dentro de un año ó dos.

Asimesmo es menester que V. M. conceda libertad á los muleques y mulecas que procedieren de la procreación de las 300 piezas que se han de introducir cada un año, y la esclavitud de éstos sea hasta los 30 años de edad, porque los diez los han de menester para criarse y aprender la doctrina y rezar, y de los diez adelante gocen sus amos el beneficio, todo lo qual se podrá disponer con aquella claridad bastante que pide para su resguardo este negocio, para que se consiga el que de estos pobres no los puedan apremiar á la esclavitud más tiempo del que se señalare por V. M.

Y si acaso se repugnare ó contradigere esta proposición, por decir que perjudica al asiento de los negros, se responde que á esta isla rara vez va armazón ninguna de negros, porque la pobreza de sus habitadores no los puede comprar. Y supuesto que los que se hubiesen de introducir de quenta de Y. M. no pueden salir nunca de ella para venderse en otra parte, no les podrá perjudicar á los asentistas, y en caso que fuese así, debía V. M. hacerlo, porque perdida la isla, lo que Dios no permita, el comercio de Sevilla y asentista de negros ni demás tribunales no se la han de recuperar á V. M., y así atendiendo á causa tan obligatoria y de tanta consequencia y peso, debe ser preferida á qualquier inconveniente, en siendo tan leve como decir un asentista que ganará en el negocio menos de lo que juzgó su codicia.

La isla Española de Santo Domingo tiene de longitud muy cerca de 300 leguas y de latitud de 60 á 80; más de las 200 la habitan franceses, que empezaron á poblarla por la parte del norte y han penetrado hasta la del sur, de manera que son dueños de la mayor y mejor parte de la isla, y con la multiplicidad se han acercado tanto á la ciudad, que se puede temer su total ruina si no se dispone el remedio tan eficaz como pide la causa, la qual se considera muy remota por la injuria de los tiempos y otros accidentes que puede discurrir el político. Dícese que como se asista á olandeses con 500. 000 pesos, se obligarán á limpiar la otra isla de todos los enemigos que la infestan, y se responde la imposibilidad que se reconoce por muchas causas que se es cusan de referir por no molestar al que viere este papel, y sólo se dirán por mayor los motivos de la imposibilidad que supone. Lo primero porque es necesario el ir á una conquista formal, no menos de 200 leguas de tierra montuosa, cerrada y en parte fortificada, y que es común la opinión que pasan de 20. 000 franceses los habitantes de gente foragida y belicosa, tanto que á su mismo rey y señor natural le niegan la obediencia, supuesto que no han querido admitir sus gobernadores, diciendo que son conquistadores por sí mismos y como tales se administran en forma de provincia libre: con las circunstancias referidas considere la mexor comprensión en qué tiempo y con qué fuerzas se pueden sugetar unos hombres tan ostinados y silvestres que sólo ellos son sabidores de las sendas de los montes y demás dificultades de una tierra tan dilatada y cerrada como es la dicha isla. Lo segundo, porque dado caso que los olandeses hagan fácil la conquista por el interés referido, de qué servicio será para España, si le falta la prevención de habitadores que ocupen y fortifiquen lo que se fuere conquistando, pues faltando este reparo, si hoy desalojan al francés, mañana, que quedará desembarazado de los olandeses, volverán á poblar, por los grandes provechos que sacan de la isla, ó se quedarán con ella los conquistadores, y en opinión del que escribe este papel, por tan enemigos tiene á los unos como á los otros, y de los dos motivos referidos se vale para decir que si la sangría de 500. 000 pesos dados á olandeses ha de enflaquecer la monarquía y no ha de quedar reparada la isla, sino en el mismo peligro, quánto mexor consejo de Estado sería que con este caudal se formasen 20 fragatas naturales (que se puede muy bien, administrado por buenas manos), para que las operaciones se executen con los propios, que redunde crédito al monarcha y la conveniencia sea para sus vasallos, sin permitir el vilipendio que salga fuera del reino, además de las buenas consequencias que resultarán teniendo la Magestad Cathólica armas natales con que hacerse respetar en mar y tierra, debiéndose tener muy presente que por haberse olvidado este empleo en España es la razón por que ocupan franceses la isla de Sto. Domingo y las demás de la América por todas las naciones, las quales hacen ventajosas paces; y, finalmente, por falta de Armada subsiste Mecina (Mesina) en su rebelión y toda Italia está muy vidriosa, y España amenazada por Cataluña, y así el Rey nuestro Señor, todos sus ministros y vasallos se debían emplear, procurando reducir todas las fuerzas á exércitos de mar, con que se asegurarían todos los dominios y tendrían gran respeto las naciones.

 

2.

(1686.)—Memorial dirigido al Rey contra D. Gabriel de Villalobos, Marqués de Varinas. —(Academia de la Historia. Copia sin firma en los Papeles de Jesuítas. Est. 17, tab. 4, leg. núm. 2. Carpeta rotulada «América en general.»)

Un fiel vasallo de V. Magd. que há más de treinta años que asiste en las regiones americanas, celoso del real servicio del bien común desta Monarquía, por haberse hallado en la mayor parte de todas las Indias y hallarse con bastantes experiencias y notorias de lo que los enemigos de la corona Rl. de V. Magd. ejecutaban en aquellas partes, postrado á los reales pies de V. Magd., dice: que todas estas causas le han movido á venir á esta Corte, dejando en las Indias su conveniencia y familia, por sólo representar á V. Magd. y á sus leales ministros la formalidad que se puede tener para dar la providencia necesaria á asegurar aquellos estados, que en la ocasión presente se ven más arriesgados que jamás se han visto.

Y siendo así que al suplicante le han traído estos motivos solos á esta Corte, hallándose ahora en ella recién venido con ánimo de poner en ejecución ante la real persona de V. Magd. todas sus representaciones, ha hallado que se jacta don Grabiel de Villalobos, marqués de Varinas, de que se toman algunas resoluciones sobre las defensas y gobierno de las provincias de las Indias por informes suyos, y pudiendo llegar el caso de que haya quien le crea, imaginando que el dicho marqués Villalobos tiene bastante ciencia, conocimientos y práctica de los dominios de V. Magd. en las Indias septentrionales y meridionales del occidente, se le hace lícita al suplicante esta representación.

Y atento há más de veinte y dos años que conoce al dicho don Grabiel de Villalobos, por haberle visto servir en la ciudad de la Habana de mayordomo de una hacienda de campo gobernando la agricultura y esclavos de ella, y después le conoció sirviendo de corredor de los comercios de los contrabandistas y piratas, introduciendo sus efectos en las costas de Caracas y en las de Cartagena, Puerto velo y de la Nueva España, ocupando en dichos ministerios ocho años cuando más, y éstos contra las rentas reales de V. Magd. y contra sus dominios y vasallos, se le hace al suplicante dudoso creer que no siendo el dicho Villalobos menos merecedor que de la muerte, por lo que ha obrado en perjuicio de la Corona de su propio rey y patria, como es público y notorio, y por habérsele ajustado que tenía vendida la provincia del Darién al francés y al inglés, á quienes tuvo engañados para introducirlos por ella, no pudiendo porque el dicho don Grabiel no es ni ha sido capaz para haberlo podido hacer, por no entender el arte de la navegación ni la de las milicias navales y terrestres, que haya llegado á tal permanencia el engaño que haya prevalecido entre algunos ministros el que crean que el dicho marqués de Varinas sabe por teoría y práctica las disposiciones de poderse defender y engrandecer las provincias de América, cuando todo lo que por su dictamen y consejo se dispusiere, no sólo no miran á la mayor seguridad y conservación de aquellos reinos, sino á totalmente propiciar la destruición de todos ellos, así porque el dicho Villalobos nunca ha sido suficiente para el dicho efecto, como porque no ha tenido experiencias del manejo de las materias de Estado, Gobierno y Política de las Indias ni de otras partes: porque cuanto ha ocupado, cuanto más los dichos ocho años entre gente insolente, soez y enemiga de la Monarquía de V. Magd., que han sido la causa de haberle condenado algunos gobernadores y jueces de las Indias á muerte.

Por lo cual y porque ansimesmo há más de once años que asiste en esta Corte, siendo confidente de algunos que habitan las extrañas, á quienes participa las disposiciones de la de V. Magd., amenazando á cara descubierta que en caso que no se le diere todo lo que pidiere dará las Indias á quien le pareciere y que después las volverá á quitar y á dar á otro príncipe; por ser todas estas dichas causas y razones directamente dirigidas á quitar el crédito á toda la monarquía y á los vasallos de V. Magd. y suplicante, sabed que el dicho don Grabiel de Villalobos tiene tres libros manuscriptos por él y por el piloto Joseph Gómez Jurado [19], copiados de las obras que escribieron Juan de Roge Genen, el Grande Espejo y Piloto del marcolón [así. Mar Colón? ] y Turba ardiente, porque todos han sido autores Olandeses que escribieron los dichos libros y derrotas en su lengua en una manera razonable, y en la lengua española de otra falsa y engañosa, como de las dichas obras se colige, y el grande intento de engañar á los vasallos de V. Magd. describiendo los puertos de las Indias de diferente manera de lo que están, para que se olviden aquellas navegaciones y por ellas las buenas disposiciones y defensas de aquellas costas.

Por lo cual para que V. Magd. conozca que todo lo referido es así y que el dicho don Grabiel de Villalobos produce por relaciones y demostraciones verdaderas suyas las que ha copiado y hecho copiar de las falsas extranjeras, haciendo con ellas hacer muchas disposiciones que arruinan aquellos estados, porque todas ellas se hacen con falsos fundamentos, perdiéndose en el ínterin la ocasión de dar buena providencia, porque el dicho marqués de Barinas tiene sus inteligencias para hacer subsistir sus engaños. A fin de que éstos se conozcan, el suplicante

A V. Magd. pide y suplica con todo rendimiento se sirva de mandar al dicho don Grabiel de Villalobos, marqués de Barinas, que exhiba los dichos tres libros que intitula Restauración de estos Reynos, para que en vista de ellos pueda el suplicante manifestar á V. Magd. que son copiados de obras falsas (así) y que el dicho Villalobos es un mero engañador y poco fiel á la Rl. Corona de V. Magd.

 

3.

(1688.)—Memorial de la Marquesa de Varinas al Rey, en queja de las persecuciones que sufre su marido. —Incompleto. (Biblioteca Nacional. Sala de Manuscritos, códice 1. 001, fol. 75.)

Señor: Para asegurar el concepto que debe haber V. M. del celo del marqués de Varinas á su real servicio, es preciso significarle primero que quien se pone á sus Reales pies es la Marquesa de Varinas, mujer del vasallo más ardiente en su real servicio, que por no faltar á él ha despreciado quanto hubiera podido ofrecerle la fortuna, teniendo siempre por la mayor cumplir con sus obligaciones.

Asentada esta verdad tan infalible como la acredita la experiencia, paso á representar á V. M. las circunstancias de que se ha de componer este memorial, para que V. M. entre en la verdadera inteligencia, sin que se pueda vestir de disculpa, ni yo la tuviera en el Tribunal de Dios, si habiendo conocido el engaño con que hasta ahora se ha paliado con disimulo la verdad no corriera el velo para que no duren más tiempo las sombras que impiden caminar al acierto que ha solicitado el marqués de doce años á esta parte, que se halla detenido en la Corte, sin que en ellos se le haya permitido ponerse á los pies de V. M., temiendo que sus voces sendignen (así) á los que no quisieran ver en él tan favorecido el servicio de V. M., que es el que le obligó á gastar 22 años en percibir la inteligencia de los dilatados reinos de las Indias, pasando los trabajos que carecen de explicación. Conducido de este celo vino á la Corte el año 75, venciendo las dificultades que se interponían. Habiendo llegado á ella empezó á poner en práctica el dar quenta á Y. M. por el Consejo de Indias, que era la senda por donde debía buscar los aciertos. No sólo no se le admitió con aquella benevolencia que debía su celo ser acogido, sino es que se vistió de mortal odio su Presidente (que entonces lo era el Conde de Medellín), de que su conocimiento, práctica, noticias, sondeos, advertencias y prevenciones y preciosos resguardos le acusaba su ignorancia, teniendo por menos inconveniente el quedarse con ella que confesarla, por no rendirse al desaire é imaginado de la enseñanza, torpeza la mayor que puede tener quien se nombra razional; porque no saber es floxedad del sujeto que no se aplicó; pero querer ignorar cuando hay quien alumbre, es error de la voluntad. Viendo tan desusadas imaginaciones, y que no había forma de encaminar por esta parte el servicio de V. M., dixo el Marqués se pondría á sus Reales pies, y entendido por el Conde se le previno que no sólo cediese, sino que si no salía de la Corte se le quitaría la vida, con colminaciones (así) tan horrorosas que le obligaron á ponerse en paraje que afianzase su seguridad, como lo permite el derecho natural. Pasóse á Lisboa, y teniendo noticia de su llegada, diferentes ministros de Príncipes solicitaron verle, si bien no se olvidó nunca de sus obligaciones y fidelidad, cerrando la puerta á los acometimientos y deviándose de sus instancias, que eran muchas. Escribió diferentes cartas certificadas á Madrid dando quenta de lo que pasaba, con el fin de que se le llamase, y viendo que se retardaba el intento con que lo hacía, se fué á recluir voluntariamente á casa del Imbiado de V. M., el Abad de Mazarrate [20], desde donde dió quenta á Y. M. de hallarse en aquella ciudad, sacrificándose á lo que Y. M. fuese servido de disponer de su persona, como consta de las cartas é instrumentos que paran en el Consejo de Estado, cuya verdad declarará el Marqués de Canales, que entonces corría en el Ministerio de Secretario de aquel Consejo.

Entendida la fineza del Marqués en este tribunal, se le llamó por esta vía, tomando á su cargo resguardarle de las amenazas antecedentes, y se le imbió un salvoconducto de Y. M. para su seguridad, perdonándole en lo que hubiera delinquido hasta la fecha dél, y doblo aquí la hoja para desplegarla en otra parte, que me será preciso. Volviendo á mi discurso, despreció el Marqués con fervoroso celo cualquier riesgo, y con ciega obediencia se puso luego en camino; llegó á la Corte, exibió al Consejo de Estado, por mano del Marqués de Canales, tan bastantes instrumentos de su procedimiento y verdad, que satisfechos plenamente todos los Consejeros de Estado, hicieron á V. M. infinitas consultas en abono del Marqués, poniendo en su Real Consideración los motivos que había para hacerle merced, de donde resultó el darle 5. 300 ducados de renta, situados en los Reales gastos secretos, y para que se consiguiese el efecto del servicio de V. M., se nombró al Marqués de Mancera que viese mil proposiciones con asistencia del Marqués; aprobólas, y no contento con esta diligencia, por influencias del Conde de Medellín, luego que llegó S. A. se formó otra junta de Estado y Guerra y hombres prácticos, que se componía del Duque de Medinaceli, Marqués de Mancera, Marqués de Villafiel, el de Ontiveros, D. Diego de Portugal y D. Joseph de Avellaneda, en la qual se vieron sus proposiciones con gran aplauso y crédito del Marqués; pero no sirvió más que de gastar tiempo sin utol (así), porque no ha llegado á tener execución nada de lo que propuso, así que se han perdido más de 50 millones de pesos en este tiempo, y sólo se ha dado con la suspensión lugar á mayores ruinas en la religión y profanamiento de templos, menoscabando la honra de Dios y la de V. M. en sus armas, y en menoscabo de aquellos pobres y míseros vasallos.

Reconociendo que se iba deteriorando y menoscabando todos los intereses de la América, y que los Ministros da aquel tiempo de V. M. que debían remediarlo, no lo hacían, aplicó á este fin las eficaces instancias que contienen las representaciones siguientes, de que haré un breve resumen, aunque me son ocultos muy singulares servicios que ha hecho el Marqués en este tiempo, separando lo más sustancial de ellas por no ser prolija, para que el mundo vea lo que se persigue al Marqués de Varinas.

La primera fué hacer una planta general de todos los puertos, escuadras, lagunas, ríos, caletas y playas por donde pueden ser invadidas la mar del Sur y Norte, y situación de sus islas, para resguardarlas, conservarlas y resistir á las invasiones de tantos enemigos de esta Corona como las apetecen, y materia de tan suma importancia en que se había de acelerar los instantes, se ha dejado en el desdén despreciable de no atenderla.

2. En otra propuso, con la inteligencia que hasta ahora nadie ha dado á entender después que se descubrieron las Indias, la forma cierta de asegurar todos los parajes que hay para tener conservadas, defendidas y totalmente aseguradas las Indias.

3. En otra es que habiendo reconocido la miseria en que se halla esta monarquía, y el descaecimiento que va corriendo á toda aceleración, dejándola necesitada, pobre y exhausta las sanguijuelas de los extranjeros, porque substraen y supuran toda su sangre con sus codicias y comercios, debióse á la fatiga del Marqués, en tiempo de S. A., la forma de remediarlo tan de raíz en un comercio activo fundado para Indias, que no le dejaba facultad á los enemigos para las excursiones de su deseo, y á V. M. le resultaba en beneficio más de seis millones de pesos, sin que antecedentemente hiciese V. M. desembolsos ningunos al segundo año, y no que siendo el apresto de flota y galeones por quenta de V. M. hoy apenas percibe el real fisco, pagadas las libranzas á los cabos de galeones, 300. 000 pesos en cada viaje, y ésta es la verdad cierta, sin que pueda tener réplica, apoyada de la voz que corre quando llegan flota y galeones, de que traen para V. M. un millón ó dos, que es preciso que se distinga, porque lo que excede de dicha cantidad es procedido de lo que cobra V. M. en Indias, de sus derechos reales, almojarifazgos, tributos de indios, alcabalas, quintos de la plata, derecho de Cobos, y no utilidad que produce la navegación y comercio de flota y galeones. Cargue Y. M. en este punto la madura consideración que pide su gravedad.

4. Otra fué repetir las instancias de remediar tantos desórdenes como se están practicando en los puertos de V. M., fabricadas de sus mesmos criados y vasallos, que debían desviarlas, sino atendieran más á sus intereses y á parecer leales.

5. Otra, estando el Consejo de Estado y S. A. en gran aflicción sobre los sucesos que tendría la Armada del Conde de Estre [21] en Indias, por no haber oposición ninguna, siendo avisado por Ministro que el fin del Conde era tomar la isla de Curasao y que se hallaba en la Martinica, aseguró que perdería lo más de su Armada nueve meses antes, como sucedió, escusándose los gastos que estaban destinados para la oposición de este apresto.

6. Otra contiene las maldades que ejecutan los Corregidores y Ministros, á quienes V. M. encarga los gobiernos, con aquella inocente gente de los indios, que excede todos los términos racionales, valiéndose de ellos, de sus mugeres, de sus hijos y haciendas con más apremio que si fueren esclavos, sin piedad de considerarlos racionales y redimidos con la sangre de xpo. nuestro bien, materia la más escrupulosa que puede nivelar la consideración, no sólo la de los que lo executan, sino para los que lo consienten y no lo remedian como deben.

7. Otra es una representación que contiene muchos pliegos, reducidos á un libro que puso en manos de V. M., en que se hacen palpables muchos daños, ruinas, robos y desórdenes de que se han ocasionado la destruición y consumo de doce millones de indios, y tampoco se ha aplicado remedio.

8. Otra sobre el resguardo y conservación de la isla Española y de la Habana, de cuya omisión se originó el tener poblada la mayor parte de Santo Domingo.

9. Otra para reducir las provincias del Dorado dando medio V. M. para lograrlo sin que tuviese gasto la real hacienda, quando se debía hacer tanto aprecio, y que á estas horas podían estar vencidas muchas dificultades, se ha dejado con el desdén que se pudiera hacer de un peñasco inútil.

10. Otras seis ó siete fué reparar los inconvenientes que pueden resultar por el río Orinoco, sendas y tropiezo para conquistar el reino de Santa Fée, y esta proposición ha quedado en la misma línea que las demás.

11. Otras muchas representaciones, conociendo el descaecimiento que V. M. tenía en el asiento de negros, que sólo parece se instituyó para utilidad de las naciones, porque ellos perciben la riqueza que de aquí resulta y nosotros el engaño que hace el sonido de la voz de que pagan el asiento poniendo un español por testaferra; pero es tan desgraciado el servicio de V. M., que se dejó pasar la coyuntura de un servicio muy singular que se ofrecía por él, quedándose sólo en su deseo, sin haberse dado facultad para el efecto.

12. Otra para asegurar la Guayra, puerto de Caracas, y dicha ciudad de la facilidad que hoy tiene de perderse.

13. Repetidas consultas sobre cosa tan importante, resguardar la laguna de Maracaybo y todos los intereses que de ella dependen.

14. Duplicadas representaciones sobre proponer los medios de que se había de valer V. M. para conservar la pesquería de perlas de la ciudad del Río de la Acha.

15. Otras sobre conservar la ciudad de Santa Marta, puerto de Cartagena, que puede el enemigo hacerse dueño de ellas con la facilidad y evidencia que dixo, y resguardarse por los medios que propuso, de suerte que no la pueda conquistar el mayor poder.

16. Otras infinitas en tiempo de S. A., Medinaceli y Gonzaga, reconociendo los daños que podían resultar, y se han empezado á experimentar por el golfo del Dariel [22], propuso á Y. M. repetidas veces el eficaz y sólido remedio de asegurar este fin, no se ha hecho para asegurar á Portovelo y Panamá, porque queda una y otra al advitrio del que fuere dueño del golfo del Dariel. Este paraje es el que imputó al Marqués, Sexías y Bustamante en el manifiesto, que quería entregar á las naciones. Juzgo que en proposición ninguna ha causado á Y. M. más, y sobre este particular, y constándole á V. M., no castigó á los inventores de tan execrable maldad.

17. Otra sobre los inconvenientes que resultarían contra V. M. de permitir el contrato que tenía hecho la república de Olanda con D. Antonio Vélez de Medrano para ponerle en la isla del Tabago con la soberanía de príncipe, cuya fábrica quedó desvanecida por las razones que contuvo en consulta.

18. Otra con los medios que se debían aplicar para evitar el mayor fraude, y el que más enflaquece la opulencia de estos reinos, permitiendo saquen toda la plata y oro las naciones, y aunque debe hacer esto suma lástima, es mucho mayor el dolor de que se esté viviendo en la ceguedad de dejar continuar este desorden para no enmendarle en lo presente y venidero, como lo propuso en tiempo de S. A. con aquellos fundamentos que daba á entender en su explicación.

19. Otra en que viendo tantas dolencias sin aplicación de medicina se desveló la atención del Marqués por el celo de ser recobrada esta monarquía, dando forma, en tiempo de S. A., cómo se podían mantener 50 navios de Armada y un grande exército en Flandes.

20. Otras muchas representaciones á Y. M. y á sus primeros Ministros sobre puntos particulares de Estado y políticos, según los accidentes que había.

21. Otras sobre los intereses de la Vaya [23] del Spiritu Santo, que algún día se acordará V. M. de la omisión.

22. Otra previniendo once meses antes á V. M. y á sus ministros, la pérdida de la Veracruz, y por no creerle se perdieron seis millones.

23. Otras muchas sobre la Colonia del Sacramento, en el Río de la Plata, á que tampoco se ha respondido, dejando en posesión á la corona de Portugal.

24. Otra para socorrer la mar del Sur, viendo á V. M. ahogado con tantas desdichas como sucedían en aquel reino, ofreció el Marqués á V. M. dos navios, el uno de 50 cañones y otro de porte mediano, sin desembolso ninguno, cuya carta, en que se los ofrecían sus amigos españoles, pára en poder de Vuestra Majestad.

25. Otra, por despreciar los avisos que dió á V. M. el Marqués, antes que saliesen los galeones del cargo de D. Juan Vicentelo, se perdieron seis navios y se abogaron 1. 700 hombres.

26. Los pliegos que V. M. mandó ir al Marqués á despachar á Lisboa á los dos avisos, á fin de que errase este negocio, no se le quiso entregar el derrotero que deja el General de galeones y piloto mayor antes que salgan de España, con fin de que errase las órdenes.

27. Otra que las letras que le dieron de crédito, para el despacho de los avisos, sabiendo por las cartas del Virrey no había tiempo para más que alcanzarlos en la Habana, fueron á 15 días vistas y 8 de mala paga, y los suplió los gastos á su crédito, haciéndolo con la limpieza que á V. M. le consta, y no mereció un papel de gracias.

28. Otra que, á fin de ajarle, dejaron correr ocho meses con la nota de traidor y falsario, en toda Europa y América, por acumularle el Juez de Indias de Tenerife que los pliegos eran falsos, haciéndole proceso al Marqués hasta que el tiempo manifestó lo contrario, y en ínterin padeció la inocencia, como padece ahora por ser buen criado de V. M.

29. Otra á Joseph de Alva y Christóval Sánchez Lavado, que fueron los soldados que sacó de Vadajoz para imbiar los pliegos, aunque V. M. mandó por su trabajo se les diese dos patentes de capitanes, no lo han querido hacer, á fin de desairar al Marqués.

30. Los testimonios que le acumularon mientras estuvo en Santander, V. M. no los ignora, pues fueron públicos, en pago de estar ocupado en reparar los tres castillos indefensos; que tenía V. M. toda la artillería desencabalgada, no queriéndose valer de un real de lo destinado para su sustento, sino aplicarlo á este fin, siendo así que el Conde de Altamira tomó doce mil reales para venirse, y el Marqués no percibió un maravedí, antes sí se podrá mostrar carta de ministro en que se le reprende porque representó el estado en que halló la plaza.

31. A D. Pedro Oreytia, porque excedió en la carta que escribió al general de galeones, se le premió de contado.

32. A muchos de los cabos que venían con don Gonzalo Chacón se les ha premiado, y al General, que faltó á las órdenes de V. M., se ha indultado en cuatro mil ducados de plata, y al Marqués porque salió de su casa enfermo en la riguridad del invierno, se le persigue y acumula á que fué el instrumento del fondeo y del crecimiento de la plata, sabiendo V. M. es falsa esta calumnia, porque lo contradixo muchas veces.

33. Hácesele cargo al Marqués que tenía correspondencia en el Norte; V. M. sabe con el fin y el fruto que ha cogido de ello, pues ha puesto en manos de V. M. las cartas de su correspondencia, en que habrá visto las ofertas que le han hecho, y ha despreciado y respondido de orden de V. M. á algunas cosas que no eran de su real servicio.

34. Hásele propuesto en diferentes veces dejase el servicio de Y. M. y no se metiese en cosas del Gobierno, y se le darían las conveniencias que quisiese. Señor, si V. M. no tiene por delito el que propongan esto al Marqués, tampoco lo puede ser el que no obedezca á los que se lo han propuesto, mayormente quando le consta á V. M. que el Marqués se ha retirado algunas veces de su correspondencia y le ha solicitado V. M.

35. Hácese duelo de que el Marqués aconseja á V. M. que gobierne por sí: de este cargo que le imputan pudiera esperar un gran premio de Dios y de V. M., si las cosas corrían regulares en la era de hoy.

36. También se le persigue porque dicen que hace evidencia á Y. M. de que se pierden las Indias: pluguiese á Dios el Marqués mintiese, que fuera mucho menor inconveniente que esotro; que era señal que todo corría bien.

37. Entre las otras quexas que se forman contra el Marqués es que aconseja á V. M. que vele sobre sus tribunales para que premie á los buenos y castigue á los malos. Creo que hará el Marqués de esto gran vanidad.

38. Otra es que interviene en los puntos de Estado: notorio es al mundo que tiene más obligación de hacerlo el Marqués que algunos que le ponen esta calumnia.

39. Otra que dice á V. M. que funde en España un comercio activo, y que le facilita los medios de conseguirlo. No es digna de culpa esta proposición, aunque lo hubiese hecho.

Otras infinitas cosas le ponen al Marqués por óbice que, á verse en justicia, podrá esperar una gran remuneración que yo omito. Sólo referiré la mayor, por más capital, que es que el Marqués dió á V. M. para la Reyna nuestra Señora las tres perlas de Porcio [24], por mano del Conde de Benavente, podiéndose haber quedado con todas las demás, pues se las ofrecieron. Y. M. es buen testigo fueron dadas graciosamente, sin ninguna capitulación. Pues, señor, por dónde se entra á hacer cargo al Marqués? No es delito el haber solicitado el Marqués de los Vélez jurídicamente, con orden supuesta de V. M., estas perlas, y se hace delito que un vasallo le dé á V. M. una halaja del gusto de la Reyna, nuestra Señora. Quizá es esta calumnia, no se quexe de las Indias y libelos infamatorios que han hecho contra su buen crédito y opinión, acumulándole se había coechado en dichas perlas y que yo me las había puesto. Bien sabe V. M. que las recibió en bruto, como salen del mar, y que esto es siniestro. Qué culpa tendrá el Marqués de lo que dijo la Reyna nuestra Señora á la Marquesa de los Vélez quando la besó la mano, diciéndole que su tío había sido desgraciado en no encontrar estas perlas. De aquí nació el encono y el dar quenta al Confesor de V. M. dándole otros pretextos para perseguirle y hacer que el Marqués se retrajese á San Gil [25] tres meses y medio. Cierto, Señor, que no cabe en la benignidad de V. M. el dar lugar á que se persiga á un vasallo, que ninguno sabe más bien que V. M. cómo le sirve, que tiene escandalizado tantas insidias á toda la Europa, como se le han puesto al Marqués, nacidas de envidia de estas perlas y de que V. M. le favorece y le hizo título de motu propio. Qué dirá el mundo sabiendo estas circunstancias y las de haber traído asesinos públicamente para matarle, como fué Pedro de Rama [26]; pero no es esto lo peor, sino es que los ministros de V. M. le truxesen en su coche al que poco antes, perseguían por delincuente. Estos fueron los delitos del Marqués para echarle de la Corte en la reguridad del invierno. Luego que llegó á Andalucía se concitó los odios de los ministros y comerciantes contra él, por las muchas cartas de Bustamante [27] y otros ministros imbiaban, asegurando fué el motor del fondeo de galeones y crecimiento de la plata, y que nuevamente iba á recibir la flota y á averiguar todo lo que pasaba en aquellos parajes, y así que se guardasen, de que resultó otra mayor persecución contra el Marqués, como se vido con los desaires que el Conde de Portollano le hizo, obligándole á pasar á vivir á Sevilla, donde fué muy mal recibido, como se vió con el desaire que le hizo la ciudad, á instancias del Asistente y Conde de la Calzada y un sobrino de D. Benito Trelles, que mató á un sacerdote en la Coruña y se le premió por él. Huyendo de estas insidias, y por librar su vida y la mía, por mis muchos achaques, se vino á Madrid, dió quenta á V. M. tres correos antes, suplicándole se sirviese avisarle á Illescas si era gusto suyo el que viniese á Madrid. No tuvo novedad ninguna, y así entró á las diez del día públicamente. Luego que V. M. le imbió á mandar por el Conde de Benavente, según él dice, se saliese de la Corte, lo hizo. A otro día vino papel de Lira, en nombre de V. M., en que manda vuelva el Marqués á Sanlúcar y que desde allí represente donde quiere estar. Esta orden no puede ser de V. M., porque sabiendo lo que sabe V. M. tocante á Sevilla y á quererle matar por buen criado de V. M., no cabe. El matarle fuera, á ser el Marqués homicida de sí mismo, pues en tal caso era preciso ocurrir al derecho natural, que le permitió Dios para semejantes casos, mayormente quando el Marqués no ha delinquido contra V. M. en cosa ninguna, antes sí le vienen estos daños por su celo y limpieza, de que es V. M. testigo de mayor esención, pues le consta ha despreciado algunas gruesas cantidades y que se deja perecer por no faltar á su obligación, quando otros vasallos de mayor  representación se han  olvidado de ellas.

 

 

(1689. —Mayo 15. —Cádiz.)—Carta del Marqués de Varinas al Rey sobre el despacho de flotas y galeones. (Biblioteca Nacional, Sala de Manuscritos, códice 1. 001, fol 150.)

Señor: No habrá quien siendo leal vasallo de vuestra magestad y desee el bien de su patria, pueda negar el daño evidentísimo que tantos años ha se está experimentando en esta monarquía, de permitir que tan fraudalentamente se hagan dueños de las riquezas que pertenecen á V. M. los cabos de flotas y galeones, con el pretexto ó sonido de que aprestan estos bajeles por su cuenta, sin reparar en que tienen de útil cada uno 150. 000 pesos, los cuales son en daño de V. M. Esta permisión no se concede en ningún reino ni república, á ningún vasallo, porque atienden todas á conservarse, para que no se introduzgan en sus términos males que, después de arraigados, tienen tan difícil remedio, que es casi imposible encontrar la medicina. Si correspondiese el celo á las voces que publican, y precediera el conocimiento en la causa, no es dudable que se hubiera remediado ruina que tanto consume el patrimonio de V. M.; pero es la desgracia que, no faltando ojos para verla, se han escondido los demás instrumentos para obrar, y así es preciso que se haga evidente el engaño que padece V. M. en la realidad del hecho.

La necesidad obligó á discurrir en el medio de que los vasallos aprestasen las naos de la guarda de la carrera de las Indias, de Tierra-firme y Nueva España, por cuyo medio se vinieron á vender tácitamente todos estos empleos á mercaderes y gentes que no han disparado un mosquete ni visto la cara al enemigo, con que sin ser temeridad se podrá afirmar que están dispuestos á muchos daños este tesoro, siempre que hubiese guerras con cualquiera nación.

Estos cabos de estas armadas hacen asiento con V. M. en esta conformidad: fabrican un navio, cargan el costo que importa la nao hasta ponerla á la vela, que suelen ser 80. 000 pesos y más. V. M. les paga 17 ducados de plata por cada tonelada carenada; de uno y otro les da libranza V. M. para Puertovelo, y le cargan ocho por ciento de interés, que hace otra suma considerable. Desde Vizcaya pone V. M. marinería, soldados, artilleros, y les da de comer y paga sus soldadas, y lo mesmo hace siempre que van á Indias. Este Capitán ó General carga de mercaderías y frutos el buque: aprovéchase de las cámaras de ida y vuelta á Indias, de cuyos fletes suele buscar 150. 000 pesos en el viaje, que son los que le quedan libres, respecto de que el costo principal dale cobro en Puerto velo ó Veracruz, de forma que todo lo que importa el derecho de Haberlas y indulto que el Consulado hizo con V. M., se consume en pagar la gente de mar y guerra, y en la comida, porque todo es á costa de V. M., de forma que nunca alcanza la contribución que hace el comercio á cubrir el empeño que causan galeones y flotas, y las más veces sale V. M. condenado en costas; verdad infalible que no habrá quien la niegue, sino es aquel que tiene su utilidad en que V. M. pierda su corona porque 20 ó 30 personas se hagan poderosas en su reino cada viaje; y si éstos fuesen españoles, no fuera tan malo, pero son los franceses, ingleses y olandeses los que cojen este usufructo, porque les dan el dinero con que suplen la fábrica y carenas, y ellos no vienen á ser sino unos meros factores de las naciones, y V. M. no queda servido, como se manifiesta en la proposición que sigue.

Llevan, de que menos, los galeones y flota 30 millones de mercaderías y frutos á Indias por los asientos que V. M. tiene hechos con el Consulado. En las Haberlas pagan los navios de Tierra-firme 400. 000 ducados de plata, las flotas 300. 000, que son 700. 000 ducados, los cuales se consumen, y mucho más, en los gastos y demoras que tienen estas armadas en las Indias, que se suplen de los imbíos que hacen los virreyes de México y el Perú.

Por este asiento hace dueño expótico V. M. al Consulado, y queda el real fisco agraviado en la contribución que debían pagar estas mercaderías, de saca y entrada en Indias, que por muy limitada que fuese importaría dos millones más que lo que ahora pagan.

La razón de lo dicho pende de una sola y sólida consideración: treinta millones, pagando en España cinco por ciento de almojarifazgos y demás derechos, importa 1. 500. 000 pesos: en Indias otro cinco por ciento de alcabala y derechos de entrada, es otro millón y medio: juntas estas dos partidas hacen tres millones de pesos. Rebajados los 700. 000 que ahora se cobran, quedan de más útil para V. M. 2. 030. 000, con que hay la inormísima que se deja entender.

Si V. M. aprestase estos navios, como se le dará medio, doce para Puertovelo y seis para Nueva España, que son 18, y los cargara como ahora hacen los generales y cabos de ellos, cobrando sus fletes, llevara cada uno 50. 000 pesos de aprovechamiento de ida y 40. 000 de vuelta, que eran 90. 000 pesos, y todos juntos 1. 620. 000 pesos, que juntas las partidas de arriba, hacen todos 4. 630. 000 de una flota y unos galeones, que no los ha percibido V. M. del comercio en 40 años.

En los navios de Buenos Aires, si se hiciese esta mesma diligencia, tendría V. M. medio millón de derechos y fletes, que venían á ser 5. 130. 000 pesos, con cuya cantidad se pudiera mantener setenta navios de Armada real y á incluir debajo de este estandarte los que iban en galeones y flotas, y sobrara mucho para subcunvir á otras necesidades.

Resta sólo una dificultad, que no lo fuera para mí si me hallara con manejo y en la presidencia de la Casa de la Contratación, que es poner estos navios corrientes; el dar satisfacción á los que han hecho asiento de Generales de galeones y flota, y los demás cabos. A esta duda se responde que de lo que produciera este derecho de diez por ciento, se les diera satisfacción conforme la antelación que tuvieren, pues ninguno entra en su empleo sino es cuando le toca. Lo demás de poner corrientes estos 18 navios que se consideran, también tendrá fácil salida con los mesmos buques que hay hoy; y aunque fuese preciso tomar del primer viaje algún dinero á riesgo, siendo la conveniencia tan grande, había para todo, y se ponía corriente el negocio para en adelante, quedando planta y reglamiento para que V. M. fuese monarca muy poderoso, sólo con poner cobro á este comercio, no haciendo caso de otros muchos desperdicios y útiles que V. M. pudiera percibir de este mesmo negocio, luego, al instante que se fundase este comercio activo y se restituyese la fe pública, que está perdida y menoscabada por la parte de V. M. y sus vasallos.

Verdaderamente este punto no es de los casos en que solamente deba estar V. M. al informe de ministros poco expertos en estos negocios, mas antes á la experiencia y á la evidencia que resulta de los sucesos, cuanto más que muestra que las cosas crecen y menguan al paso de los tiempos, porque vemos que muchas y grandes mássimas de Estado que se tuvieron por buenas y útiles para el servicio de los príncipes, hoy, si se hubieran de poner en execución, se reconocieran graves inconvenientes y dejarían de exercitarse por la imposibilidad que descubre la postura en que está la monarquía de V. M. y la debilidad y irresolución que padece.

Habiendo dicho los fraudes y deservicios que se hacen á V. M. con los aprestos de flotas y galeones, no será fuera de propósito decir los que hace á V. M. el Consulado, por no entender los presidentes de la Casa ni del Consejo de Indias su mal proceder. Consulado es tres sujetos que se elijen cada año con nombre de Cónsules y Prior. Estos no tienen más autoridad ni poder que el que les dan los mesmos comerciantes que los nombran; tienen una Sala diputada en Sevilla para tratar sus negocios, de calidad que sin junta particular de hombres de comercio no pueden hacer cosa ninguna, aunque sea un servicio de cien pesos que hubiesen de dar á V. M., por cuanto ellos no son dueños de darlo; tienen obligación de dar cuentas á los que entran á ejercer los empleos, para ver en qué gastaron el dinero que sacaron en flotas y galeones, lo cual no hacen hoy; y como estos indultos y contribuciones que hacen los comerciantes, que importa millones, es muy dura cosa no se les tome cuentas, pues un medio por ciento que repartan importa cien mil pesos, y más antiguamente, y en el tiempo del Conde de Medellín se observaba el no permitir á este Consulado pudiese comerciar en flota ni galeones, y era bien fundada la prohibición, por la mano que se toman y los fraudes que se hacen. A D. Francisco de Contreras, prior del Consulado, se le depuso de su empleo porque embarcó 30 botas de vino que le tocaron por el sorteo, siendo de su mesma cosecha, y hoy no se depone á los del Consulado sabiendo meten mano en todos cuantos negocios hay, y tiene estancado los viajes de Buenos Aires en testaferra, no pagando derechos de más de cien mil pesos que tienen de permisión, y dejan de pagar de tres millones en que van interesados. A V. M. se le engaña con decirle que estos hombres son los que le hacen el servicio de ciento y doscientos mil pesos con sus intereses. Lo mesmo hicieran cuatro esportilleros que nombraran en lugar de ellos; todo esto lo presta el comercio y no ellos, como dice Vélez y Calzada, y ésta es la verdad cierta, como está Dios en los cielos. Así se sirve á V. M. y así tiene el paradero de todo.

El Presidente de la Casa de Contratación se erigió para freno del Consulado; es el Presidente un fiscal del comercio, que está mirando y notando sus acciones para corregirlas y dar cuenta á V. M. de todo lo que obran. Sirve también el Presidente de informar á vuestro Consejo de Indias de todo lo que toca á registros sueltos que van en conserva de flota y galeones y despacho de avisos. Está en su mano el excluir los navios ó aprobarlos; es una puerta por donde pasa todo lo que se embarca para Indias; sirve de celador para hacerles, cuando llegan á España, que manifiesten la plata y frutos en que consiste la paga de los derechos reales; así mesmo sirve en todas las demás ocurrencias que se ofrecen en aprestar y bastimentar los navios de la carrera de las Indias; es un ministerio tan grande y de tanta confianza, que si fuera dable el poner un ángel en él, era digno de que le exerciese para su pureza é integridad, y para decirlo en una palabra, el Presidente y Consulado siempre deben estar opuestos. Hoy el Conde de la Calzada es más del Consulado que de V. M. Considere cómo andará su real servicio ni cómo se le opondrá á sus inicuas pretensiones, habiendo abierto la mano el Conde á recibir los 50. 000 pesos del Consulado, pues los puede dar más bien que V. M. diez pesos. De este modo sirven todos á V. M., y así prémielos su mal obrar, que presto se acabará con todo al paso que caminan éstos desaciertos. ¿De qué se queja V. M. que no tiene sujetos de quien fiarse, sino castiga estas traiciones, antes las premia? Castigue V. M. á tres ó cuatro ó cinco, y verá como se remedia todo. Pero dejarlos vivir á cada uno como si no hubiera Dios ni Rey, y querer que corra todo con felicidad, no cabe ni puede ser, antes se hace reo V. M. de todo lo que sucede; para el tribunal de Dios. ¿En qué piensa Y. M. si no piensa en estas cosas de tanta monta? ¿De qué sirve estar embebido en sí mesmo, dando á entender está pensando en el remedio de su monarquía, si no vemos un rasgo de resolución y de honra en V. M.? ¿Qué naturaleza es la de V. M.? Si es insensible, dígalo; con eso no nos cansaremos: si no lo es, hable claro y aplíquese á lo que tanto le importa. ¿Cómo se absuelve á V. M.? ¿Cómo se confiesa de estas cosas que están pasando, que no hacen escrúpulo de ver se pierde la honra, la religión, no tener una armada ni un pie de exército, y lo que es más, ni una cabeza que gobierne, porque no las cría ni las premia? En qué ha de parar, es buena consecuencia el haber dado la Presidencia de Santo Domingo á D. Ignacio Caro, un sujeto inútil, incapaz y que hizo la traición á V. M. de dos navios de 18 y otro de 23 años para la Armada de barlovento, por 8. 000 pesos que dió al Conde de la Calzada. ¿Qué puede esperar V. M. de este sujeto, sino otro suceso como el de la Veracruz [37]? Demás, ¿cómo se da presidencias con el pretexto que ha de fabricar una nao de 600 toneladas, cuando se prohibe por las leyes á estos ministros el que tengan fábricas por los daños que hacen? V. M. es dueño de todo, pero en verdad, Señor, que en perdiendo las Indias, que no ha de bastar el decir, Quien pensara; no me lo dijeron; lo hice por dictamen de mis ministros. Dios, etc. Cádiz y Mayo 15 de 1689.

 

 

12.

(1689. —Diciembre 11. —Cádiz.)—Carta del Marqués de Varinas al Rey repitiendo sus representaciones. (Biblioteca Nacional, Sala de Manuscritos, códice 1. 001, fol. 73.)

Señor: Es tanto y tan repetido lo que mi celo tiene dicho á V. M. después que vine á este país, que tengo por odioso representar á V. M. lo que está sucediendo por dos razones: la primera, por no contristar á V. M. con ello, y la segunda, porque no hace impresión en V. M. nada de lo que se dice; tan poco lo hará el sitio de Melilla. Esta insensibilidad da muchos motivos para que se discurra melancólicamente para lo de adelante. Si V. M. no abre los ojos, presto se hallará un Rey sin reino y aborrecido de todos, pues le culpan á V. M. Los vasallos padecen fuerza; los pobres viven oprimidos y cargados de tributos; los soldados y beneméritos sin premio; los huérfanos y pupilos sin padre; las injusticias constantes, y las puertas cerradas de bronce para no oir á nadie. V. M. considere si éstos son buenos medios para permanecer en el cetro; pero todas estas obligaciones se cobrarán al trenzado con la llegada de los azogues á Cádiz, vendiendo á V. M. que es un gran servicio, aun viniendo perdidos los españoles en un 25 por ciento de sus empleos. Dios abra los ojos de V. M., que bien lo hemos menester, y guarde su C. R. P. los dilatados años que la xpndad ha menester. Cádiz y Diciembre 11 de 1689.

 

 

VATICINIOS
DE LA
PÉRDIDA DE LAS INDIAS

 

Desagravios de los indios y reglas precisamente necesarias para jueces y ministros de V. M., reducidas á epitome por el almirante don Gabriel Fernández de Villalobos, caballero del orden de Santiago. Dedicadas á la Magestad del Rey nuestro Señor Don Carlos segundo, que Dios guarde los dilatados años que la Cristiandad ha menester. Año 1685.

Pongo á los reales pies de V. M. este corto obsequio de mi trabajo en esta obra intitulada Desagravios de los indios y reglas precisamente necesarias para jueces y ministros, porque sirviéndose V. M. de honrarla, salga con el lustre que merece, porque, aunque es pequeña, es su argumento grande, para que consiga el fruto, el autor, que espera del servicio de Dios y de V. M., propagándose la fe en aquellas distantísimas provincias de las Indias, que está menoscabada.

Sólo puedo yo ofrecer á V. M. un afecto humilde y materia para que el ingenio de V. M. acreciente algo á sus avisos y advertencias políticas, con que enriquecer la posteridad de la gran Casa de Austria con acciones grandes y enseñanzas á sus ministros.

Este afecto se servirá V. M. de admitir afable, y no desdeñar la cortedad de la ofrenda, pues vestida de buena voluntad fue grande en las manos de un rey de Persia el sorbo de agua de un rustico. Esta mía, si la acredita un rey de España, quedará muy premiada, por ser empresa la más digna de V. M., que con su cristiano celo asistirá al remedio de que necesita sin ruegos, favorecerá liberal por lo que interesa la propagación del Evangelio, fabricando en este asunto pira en que su honor renazca fénix, á los rayos del sol de V. M., que dure y permanezca en su memoria de los siglos, para que logre los aplausos de la vida y las admiraciones de la posteridad el nombre de Carlos segundo, triunfante siempre, siendo sin ejemplar envidia de herejes, asumpto de la fama, admiración del orbe y gloria de España.

Señor.
No dudo de la gran clemencia de V. M. que el discurso de tan repetidas representaciones como he hecho de nueve años á esta parte sobre los intereses de la América, de los daños internos que hay en ella, habrán ofrecido motivo para hacerla con V. M. muy amable y digna de su amparo real, sobre lo que antes lo era, y así, para conmover el real ánimo de V. M., referiré en este discurso los muchos trabajos que afligen á los indios y españoles, para que se logre en ellos esa esclarecida piedad, y se ayude también de su justicia, pues estas dos manos serán únicamente su remedio, si V. M. las aplica á este fin.

Para esto he dividido esta segunda parte del libro que tengo escrito, cuyo título es Restauración de estos reynos, porque aunque la toco en él, es muy de paso, porque la escribo con intento de que sea reservada sólo á la noticia de V. M. y ministros más celosos y superiores, que son los que asisten en su supremo Consejo de Estado y cercare la real persona de V. M. en su Corte, pues aunque cuanto aquí escribo es notorio al Consejo de Indias, donde (según dicen) se ha tratado de satisfacer á las muchas quejas que llegan á él, de las vejaciones de los indios, aunque muy apagadas desde tan larga distancia, pero siempre es justo en los públicos daños conservar reservadas las noticias de este hecho, así porque se apliquen más eficaces (antes de derramarse) los remedios, como porque las naciones extranjeras, y aquellos á quien no pertenecen estas materias, ni su censura, no tengan en qué fatigar el discurso ni manchar su concepto en su calificación, y para mayor inteligencia de este ceñido tratado, que podía ser dilatadísimo según su asumpto, haré algunos breves presupuestos, que son como se siguen:

Lo primero, que de ninguna manera desconfío de la grandeza de V. M. y de su admirable piedad y cristiano celo, que creerá que no me mueve otra cosa á representar esto á V. M. que el de su mayor servicio y desempeño de mi obligación jurada de criado de Y. M. y de vasallo que ha servido 20 años incesantemente en las Indias, corriendo todas las provincias y reynos que incumben ambos mares, con todas las islas y puertos de Tierra-firme; navegando los ríos, lagos y esteros que dan entrada á sus espaciosas provincias, y siempre cumpliendo con mi obligación con el amor que es notorio y me anima hoy á sacar á luz esta representación, conocer que defiendo la causa de unos vasallos pobres y desamparados, y que ellos mismos ignoran lo que estoy haciendo por su bien; y que ni pueden ni tienen con qué reconocérmelo; y así todo esto mira sólo desapasionadamente al mayor servicio de Dios y de V. M., y por esto más benignamente merece ser oído y recibido de V. M. y de sus ministros.

Lo segundo, que de ninguna manera deseo que vasallo alguno de V. M. ni ministro superior ni inferior, ni otro sujeto particular de cualquiera calidad que sea, por mucho que hubiere excedido en daño de estos pobres indios (antes de ahora) sea castigado ni aun lastimado en el concepto real de V. M., y por eso no se nombrará persona alguna en todo este tratado, ni se descenderá á casos individuales ni particulares, que pudiera proponer, de tantos como he visto, porque todo cuanto pudiere desviar la pluma de esto, lo haré, respecto que sólo se dirige al bien público y no á la reformación del particular.

Lo tercero, que si bien la frecuente defensa que tienen todos aquellos á quien he procurado moderar y contener el celo de algunos ministros ajustados que ha enviado V. M. (y sus antecesores) á las Indias, á las averiguaciones de su mal proceder, y defenderse de la censura y reformación de las leyes, para continuar en sus utilidades han desacreditado los remedios con ponderar y aun informar á V. M. que estos tales ministros que han pasado á Indias, procuran poner las cosas en la última perfección, y que esto ocasiona públicos disgustos, y que reducir por justicia el mundo á lo perfecto, es una máxima política muy errada, pues en él no cabe el obligar las naciones ni á los ministros que asisten en aquellas partes á esta última y estrecha regla; con que se pone en mala fe las ejecuciones de las órdenes de V. M., por decir que pueden causar nuevos y mayores cuidados á su monarquía y á la paz y seguridad de aquellos reinos. Pero á la verdad, en llegando á tocar las cosas con las manos y á correr la cortina á los especiosos pretextos con que los interesados ministros, ó dilatan los remedios prosiguiendo con sus utilidades, ó de una clarísima evidencia los reducen á términos dudosos, á que ayuda la distancia de aquellas provincias y la mala calidad de los tiempos y públicas turbaciones, que hace todo que se discurrra, obre y ejecute con recelos, se hallará que no sólo no se trata de reducir las cosas en las Indias, á la perfección, que es la más subida y perfecta regla de la vida cristiana, pero ni á la común virtud, que es la más moderada, y lo que es más, ni aun á sacar los excesos de los términos del vicio, sino sólo á moderar lo que sucede, no en reinos católicos, sino en los de infieles, y el más pernicioso tenor de gobierno que se ha visto en cualquiera monarquía medianamente política, y aun en las muy olvidadas de razón y religión, y á templar los vicios públicos más opuestos á las órdenes y cédulas de V. M. y de mayor ruina á su corona y á su real hacienda y á la conservación de sus reinos, y demás fácil reformación y remedio que puede proponerse á cualquier moderado juicio, como V. M. verá. Y así, de la manera que sería prolijo y aun intolerable el juez que no permitiese (antes castigase) á sus súbditos, porque alzaban la voz en la república, pretendiendo que todos guardasen silencio, y el que no consintiese que decentemente se alegrasen, ó que tuviesen banquetes, fiestas y otros permitidos regocijos, intentando reducir los seglares á la reformación que deben tener los religiosos (pero no lo sería) sino justo y cristiano el magistrado superior que obligado de su oficio tratase sólo de reformar á los que consumen á los inocentes, á los que afligen ó maltratan á los pacíficos, á los que quemasen las casas de la ciudad, á los que salteasen los caminos, á los que envenenasen las aguas, á los que abrasasen las mieses, á los que saqueasen las haciendas, á los que despoblasen los reynos, ó otros delitos semejantes, y á este juez no se podía decir con verdad que quiere reducir á la perfección las cosas, sino á moderado desorden y término los escándalos. Y si este género de delitos, Señor, no se pudieren reformar en las Indias, menester era que se saliese huyendo de los reynos de V. M. la Justicia, y tras ella la paz y tranquilidad de la república.

Ultimamente, presupongo que los daños que se proponen á V. M. en este discurso, sobre no ser ligeros, sino gravísimos y perjudicialísimos á su real corona y hacienda, y á la paz y justicia de aquellos reynos, son de calidad que no los ocasiona la multitud de los vasallos ni la mala condición de las naciones, ni causas complicadas y dificultosa curación y comprensión, que podían poner en cuidado al de V. M. ni al Gobierno; con que en su santo celo fuera molesto el ser, y aun entender lo que no se puede remediar y en mí de grande aflicción y pena, por ofrecer á Y. M. nuevos cuidados, sino que se compone de una materia facilísima de remediar, y de entretenimiento y gusto el ver por donde se desvía y derrama el agua de la justicia, paz y felicidad de aquellos reynos y así mismo el discurrir los medios de reducirla á sus canales, consistiendo aquel daño y este remedio en ministros de V. M. muy leales y resignados, y con gran gusto y suavidad recibirán de su real mano la curación, con que viene á ser ésta tanto más fácil y apacible, cuanto se han de curar pocos enfermos, y sujetos en todo al médico, varones considerados y católicos que fácilmente se rendirán á la medicina, y más viendo que ésta se les aplica por la real mano de V. M. y en su real nombre, y de su Consejo de las Indias, á quien tiene sometidas estas materias, que no dudo lo harán con la prudencia, suavidad y acierto que lo han acostumbrado tales y tan grandes ministros, pues no se puede dudar que si á V. M. le ven inclinado al remedio de aquellos reynos, se desvelarán todos los hombres prácticos á contribuir á este fin, para que vuelvan aquellos reinos de Indias á la paz y quietud que deben tener, sacando á los naturales indios de la dura esclavitud que hoy padecen por los Corregidores y alcaldes mayores.

 

CAPÍTULO I
De lo poblado que fueron las Indias.

Las Indias, Señor, han sido las provincias más pobladas del mundo, tanto que el cuchillo de la idolatría con abominables sacrificios había menester sangrar el reyno para poder caber en sus términos, y aun con ser así, que se comían los indios los unos á los otros (cuando se cautivaban por causa de las guerras continuas que entre sí traían), con todo eso, no se podían acabar de consumir; y cuando entró Hernando Cortés en la Nueva España, y Pizarro en el Pirú, las hallaron tan llenas de gente, que apenas había palmo de tierra despoblada en todas ellas, y se juntaban (de la mesma manera) cien mil hombres, al son de cuatro caracoles marinos, como pudiera en Europa juntarse veinte mil al de las trompas y clarines, con rigurosas órdenes de sus príncipes y reyes.

Entró la religión católica con las victoriosas armas y banderas de V. M. y con ellas, sobre hacerlos dignos de su empeño y de su amparo real, los limpió de vicios abominables y los apartó de la idolatría y de la voracidad de comer carne humana, y levantó aquellos naturales (encarnejados en los vicios) á pensamientos nobles y celestiales, y les dió ministros de espíritu y los guió y redujo á toda policía cristiana, racional y honesta, y de esclavos del Demonio los hizo (por la profesión del bautismo) siervos de Dios, su autor y criador.

De estos y otros beneficios son deudores á V. M. aquellos reynos, y de haberlos favorecido siempre con sus cédulas reales y decretos, incesantemente, desde los Señores Reyes Católicos (que santa gloria hayan) hasta la real persona de V. M., sin haber permitido aquellas magestades que en su tiempo, ni aun los indios habidos en guerra, se tuviesen por esclavos, ni que después de sujetos conociesen otro señor sino á ellos; privilegio que no tiene reyno alguno de la monarquía, pues en todos ellos han dado los reyes gran número de vasallos á señores particulares que, reconociendo aquel supremo dominio á la corona, poseen como propio su mayorazgo y estado, cosa que no hubo en las Indias, porque apenas se conocen vasallos (sino muy pocos) que no estuviesen sujetos inmediatamente á la jurisdicción real, hasta que después de muchos años se dieron las encomiendas, de que se han ocasionado gravísimos deservicios á Dios y á V. M. en los muchos indios que se han acabado, por huir desta dura sujeción.

Después de eso, comúnmente hablando, ó por natural desdicha de los indios, ó por la miseria de nuestra naturaleza, ó porque Dios quiere castigar las culpas de sus pasados, y lo que es más cierto, las nuestras, no parece que hay remedio que á los indios se le aplique (en estos tiempos) que no se les vuelva daño, y lo más útil se les convierte en veneno, y lo que sale santo y perfecto de las resoluciones de V. M., en llegando á las Indias, ó por el modo ó por las circunstancias, ó por la mano que lo ejecuta, ó porque no se ejecutan ni cumplen (que es lo más cierto) ó porque se embarazan las órdenes y provisiones de V. M., ó porque nunca les dura el ministro bueno, ó porque nunca se les muere ni castiga el malo, viene á ser la asolación de estos pobres perseguidos, cuanto se forma para su conservación. Y para ver que esto es así, no es necesario averiguar las causas, sino reconocer y considerar los efectos, y mirar el curso acelerado con que se está despoblando la América, y que ya va siendo un páramo infinito lo que pocos años ha era pobladísimo sobre todas las del mundo.

La isla de Santo Domingo, de Oriente á Poniente es casi tan grande como España, y Norte Sur tiene más de cincuenta leguas de latitud. Descubrióla Colón, tomando posesión en ella el año 1492; toda ella pobladísima, con diversos reyes y caciques, y con más de tres millones de almas.

Mande V. M. (le suplico) que le hagan relación si dentro de los términos de aquella dilatada isla, que es la mayor de todas las descubiertas y doblada mayor que las mayores de Europa, si hay un indio natural ó descendiente de aquéllos, ni si se sabe de qué color fueron cuantos vivieron allí. Despoblada se halla del todo, menos una ciudad y algunas villas que habitan los españoles en la banda del Sur, y esas muy cortas.

La isla de Cuba es la mayor después de la Española, y aun más larga que ella: hallóse pobladísima de indios, y no ha quedado ninguno.

Jamaica sucedió lo mismo en tiempo de los españoles, siendo una de las más pobladas que hubo en la mar del Norte.

Puerto-Rico la poseía un rey muy poderoso, y los vasallos de V. M. con sus tiranías no han dejado ni la noticia de los que hubo.

En el Pirú es mayor su acabamiento y destruición, por la impiedad que usan con ellos con un género de mitas que hay repartidas para las minas de la plata y guardias de ganados, haciendas de obrajes y chácaras del campo, que sobre haber hecho éstas, por falta de gobierno, inescusables, no dudo que si hubiera habido Providencia, no los hubiera consumido tanto.

De Lima á Paita hay 200 leguas. Había en este distrito más de dos millones de indios, y hoy no se ven en todo este camino veinte mil, aunque se reconoce á brevísimas distancias en él, montes de calaveras y huesos de estos miserables, que da horror (á los que pasan por el camino) ver tanto indio muerto á manos del rigor de unos católicos vasallos de Y. M. Lo mismo sucede en todo lo restante del reyno del Pirú y provincias de Quito, Río-Bamba y Jaen de Bracamoros.

En el reyno de Santa Fe eran tantos los indios, que algún día los conquistadores (y muchos años después) los llamaban Moscas, por la multitud que había, y los ministros que han pasado de España á gobernarlos (que son más perjudiciales que las moscas que salieron del sepulcro de San Arcis, en Girona) no han dejado ya, de veinte partes, la una. Lo mismo sucede desde el Orinoco á la Vera-Cruz, que hay cerca de mil leguas de costa, que algún día se contaban por millones, y hoy no han quedado cien mil.

Y es de admirar que según el mal trato que se ha usado con ellos, parece imposible y aun milagro que se conserve ninguno. ¿En qué nación agena de toda política se contará que en mi tiempo entrasen españoles á los llanos de Caracas, Sarare, Orú y márgenes del río de la Portuguesa á caza de indios (como si fueran javalíes) para servirse de ellos, dándolos por esclavos, y los acollaraban en sartas de 30 y más personas con una precinta de cuero, y al que se cansaba, por no detenerse á desatar los demás, le cortaban la cabeza al inocente indio. (Yo lo he visto, y si se me pregunta quién lo hacía, lo diré.) Todo lo cual pasaba por saciar la codicia de dos gobernadores que tenía V. M. en Mérida y Caracas, que daban estas licencias á los españoles por tres ó cuatro mil pesos, por la facultad de la saca de indios de los Llanos.

Causó tanto escándalo estos rigores entre aquellos bárbaros, que no sólo se imposibilitó la saca que había de ellos, mas dispertó á los domésticos que estaban reducidos á doctrina, en la jurisdicción de Mérida, y otras partes que sacudieron el yugo suave de nuestra santa ley, apartándose del rebaño de la Iglesia, volviendo innumerables almas á la idolatría. De forma que hoy ocupan los indios levantados lo mejor y más florido de estos parajes, de calidad, que los españoles para ir de Mérida á la villa de Barinas, es necesario salir armados, por la gente que hay de guerra, que son diez y ocho naciones, que pudieran estar sujetos y pacíficos, si se atendiera á la conversión de las almas de estos gentiles, que muchos de ellos lo desean.

Duélase V. M., como príncipe tan católico, del rigor que han usado sus vasallos con esta inocente gente, que excede de los términos racionales y se pasa á entrar en los límites de la tiranía, en vejar, azotar, afligir y acabar á los indios reducidos.

En la Nueva España es tan grande la disminución de los indios, y lo que frecuentemente se minoran, que con ser descuidados de contarse á menudo para la paga de sus tributos, porque no los graven más de lo que deben, todavía necesitan de hacerlo. En el lugar donde ahora veinte años había 200 tributarios, ya no llegan á 40, y no pueden pagar tributo como 200.

Desde México á la Vera-Cruz fué la tierra más poblada que había en el reino; hoy no se ven sino pueblos deshechos de Indios. Lo mismo sucede desde México á Zacatecas, y desde allí á Guadalajara, que son 100 leguas, y desde Guadalajara al Parral, Durango y Sombrerete. Lo mismo pasa hasta Guatemala, que hay 300 leguas, las cuales se andan la mayor parte despoblado, y así es necesario llevar para los caminos cuanto es menester para el uso de la vida humana, como son tiendas y pabellones, y todo género de alhajas de la casa portátil, porque no se hallan posadas ni lugares para hospedarse, y así es fuerza que se duerma en las más partes en el campo.

Y como quiera, Señor, que la última ruina y miseria mayor de los reynos y provincias es su despoblación, porque á ella conspiran todas las desdichas humanas, y lo que más puede hacer una furiosa peste, el hambre, la guerra, el cuchillo y la persecución y la crueldad, es despoblar una provincia, y aun eso no lo puede conseguir frecuentemente; fácil es de conocer cuál y cuán terrible es esta enfermedad de las Indias, por los efectos que causa; que son el descaecer del todo y para siempre sus naturales, y con ellos, ellas. ¡Qué sentimiento causara á V. M. si paseándose por lo mejor de España no hallase apenas hombres ni mujeres, lugares ni ciudades! y esos pobres y desnudos, sin tener con qué cubrir las carnes sus moradores, y viese los templos y las casas caídas, y toda su hermosura y grandeza por el suelo! Así se ven en las Indias; apenas se halla lugar en que hospedarse, sino que todo es páramo y soledad, y llegará tiempo en que se vea ni aun vestigios de lo que fué, estando tan á los principios.

Señor; un mal ministro y un mal gobernador toma Dios por azote de las repúblicas; pero cuando el príncipe, viendo que se despeña, no le va á la mano, vuelve contra los ministros la suya, y se acaban los reynos por los pecados y falta de caridad que se tiene con los súbditos. Parece que ya vemos cumplida esta sentencia en mucha parte de los dominios de V. M., según la suma pobreza que tienen los vasallos de estos reinos, con las cargas de tantos tributos, que dejan sus casas y las labranzas y crianzas porque no pueden más. Duélase Y. M. de esta desdicha, que Dios aplacará su ira y dará á Y. M. fuerzas para remediar los desórdenes de sus reinos, que son con exceso muy grandes.

 

CAPÍTULO II
Pruébase que en las Indias hay más motivos para ser más pobladas que cuantas naciones hay en Europa.

Que en las Indias hay más motivos para la población, que en España y en cuantas partes hay en Europa, es certísimo, como se hará evidencia á V. M.

Lo primero. Por la fecundidad de la gente y natural benigno para su multiplicación, y así se ve que hay innumerables familias que tienen diez y doce hijos.

Lo segundo, porque los indios siempre se conservan en estado de casados, sin que entre ellos haya diez personas sacerdotes, ni entren en religiones, así hombres como mujeres, cosa que no sucede en Europa, donde es tan promovida y frecuente la virginidad.

Lo tercero, que no los puede consumir á los indios la guerra, como á las demás naciones, á quien suelen talar los campos y asolar las casas y las ciudades, y los indios, ni sirven en la guerra ni la padecen.

Lo cuarto, porque tampoco los puede consumir la mar, porque los indios no navegan, y bien se ve en Europa que suelen naufragar seis y ocho mil hombres de una vez, y otros muchos naufragios más frecuentes, que también ayudan á consumir las naciones.

Lo quinto, porque no salen los indios á poblar á otras partes, como las naciones española, alemana, francesa, inglesa, olandesa y otras, sino que viven y mueren en su suelo y patria.

Lo sexto, que es vano decir que cuando se conquistaron las Indias se derramó mucha sangre, y que así desde entonces están despobladas, porque esto es apócrifo y engaño grandísimo, pues aunque era fuerza que se derramase alguna, respecto de la que se ha vertido en Europa estos años con las guerras tan continuas y porfiadas que ha habido, y de la que derramaron los Medos al sujetar á los Asirios, y los Persas á los Medos, y los Griegos al conquistar á los Persas, y los Romanos al conquistar todas las naciones de Europa, África y Asia, y las demás monarquías al hacerse superiores á las otras, no es apenas una gota de sangre la que se derramó en las Indias, porque eran seiscientos hombres los que conquistaron á Nueva España, y el Pirú pocos más contra muchos millones (que luego se rindieron), y á este respeto sucedió en todo lo demás. Y con todo eso vemos que quedaban pobladas las naciones y reinos que conquistaron todas las monarquías antiguas de los Asirios, Medas, Persas, Griegos y Romanos, y que las Indias se hallan ya despobladas, que es donde no ha habido guerras ni se ha derramado casi sangre humana.

A esto se añade que es cosa certísima que en las Indias, no sólo no se derramó mucha sangre de sus naturales, porque luego se rindieron, sino que en seis años siguientes que la corona de V. M. se señoreó en ellas, se guardó, reservó y conservó más sangre de indios (sólo con prohibir los sacrificios humanos que se hacían á los ídolos) y las carnicerías públicas de carne de hombres y niños que comían, y reducidos á la cristiana mansedumbre y fe, que pudo derramarse en muchos, cuando ellos se hubieran defendido en una prolija guerra, y ésta no la hubo.

Lo séptimo, porque tampoco los tributos, que suelen despoblar las provincias, pudieran causar esta ruina, porque no hay en el mundo nación que pague menos tributo á su rey que aquellos reinos, pues todos se reducen á las alcabalas en los españoles, que no es ni á 2 por 100, y en los indios á un tributo personal que en todo el año y de todos géneros, servicio y vasallaje, no pasa de seis pesos, con lo cual tienen hoy, y han tenido los indios todos cuantos motivos pueden considerarse para la multiplicación, y muchos más (después que se hicieron cristianos) que los tenían de antes, por haber cesado los sacrificios y guerras, y el comer carne humana, que los consumía.

Lo octavo, tampoco puede decirse que las enfermedades han sido mayores en estos tiempos que en aquellos de su gentilidad.

Lo noveno, porque si miramos á lo natural, no hay razón para creer que ahora ha de haber menos salud en la ley cristiana, fácil, suave y saludable, que en la gentílica, llena de vicios y sensualidades, que son los que la consumen y acaban.

Lo décimo, porque si miramos á lo sobrenatural, antes ha de creerse que ahora que son cristianos les ha de hacer Dios más mercedes, y mirar por su conservación y aumento.

Lo noveno, porque no vemos en toda Europa, ni he entendido del Asia, Africa ni Oriente, que haya isla ni reino, ni nación, cuya gente, toda ella, se haya consumido de enfermedad, con ser así que Francia, Alemania y gran parte de Septentrión y España, padecen estos trabajos, y muy frecuentemente los garrotillos, viruelas y otras enfermedades generales, que no son tan comunes en las Indias, porque siempre la Providencia divina, si con la una mano castiga, con la otra fomenta y multiplica y fecunda las naciones, y deshaciendo los individuos, siempre conserva el común; y así no puede haber duda que es necesario averiguar la razón por qué hoy se van despoblando tan aceleradamente aquellos reinos, sin evidente, sensible y eficaz causa para ello.

Y aunque muchos dicen que las minas han sido gran parte de la despoblación de las Indias (no dudo es algo de esto), pero no puede serlo tan general, porque en Santo Domingo y isla de Cuba, Jamaica y las demás, nunca hubo fuerza de minas, mitas ni descubrimientos, y vemos que se han acabado todos los indios. Lo mismo sucede en los valles del Pirú y Tierra-firme, que no hay minas, y se han acabado más de ocho millones de indios.

Lo último, porque en la provincia de Yucatán no hay minas de plata ni de azogue, como la de Huancabelica en el Pirú, y con todo eso han acabado los gobernadores de V. M. con más de cuatro millones de indios, y no es esto lo peor, sino que con sus malos procedimientos están hoy levantados (de diez y ocho años á esta parte) en las provincias de Sacanchen y Lacandones más de doscientas mil familias, segregadas de la religión católica, que huyeron del excesivo rigor que se hacía con ellos. ¿En qué nación se contará, después y antes de la venida de Cristo, nuestro bien, al mundo, que los católicos se sirvan de las gentes que conquistaron (por fuerza, contra el derecho natural) de pollinos y muías de carga, como se hace hoy en esta de Campeche? Pongo á Dios por testigo, que así como se encuentran en España recuas de mulos y borricos, así se encuentran recuas de indios, de diez y más personas, con las cargas en la cabeza, de á ocho y diez arrobas, traginando en toda esta provincia, del gobernador, teniente, curas y demás gentío, de forma que todos los indios plebeyos traen hundida la frente (como si fueran bueyes) del temacán con que cargan, que es una faja que se ponen para aliviar el peso que les echan, impiedad notable y digna de que V. M. mande que no lo hagan en adelante, porque no hay razón que lo que no hacen los Moros, Persas ni Tártaros, ni otras naciones, por bárbaras que sean, que lo permita en sus reinos V. M., que es coluna de la Iglesia, mayormente cuando hay en la tierra tantos caballos y mulas en que poder traginar de una parte á otra, se debe excluir que los indios, que son católicos, lo hagan, por el escándalo que causa la irrisión que se hace de estas gentes, redimidas con la sangre de Cristo, nuestro bien, estando los herejes á la vista notando las acciones de los españoles, cuyo inicuo y riguroso proceder con estos inocentes, les da motivo á sacar libros á luz para conmover los ánimos de las demás naciones, y que caigamos en odio de todos, como se hizo con el libro que se imprimió en Amsterdán el año de 1681 con. título de Bárbaras tiranías cometidas por los españoles en Indias, de que haré mención adelante á V. M., en un pliego que me inviaron de Olanda por ver si podía recoger la impresión, y ahora proseguiré con mi asumpto.

Es necesario buscar y averiguar con grande atención, para poderla prevenir, qué otra causa puede ser la de tan grave y universal daño en deservicio de Dios y de V. M., no siendo alguna de las que suelen promoverlo en otras partes del mundo.

 

CAPÍTULO III
Señálase la dificultad que tiene hallar la causa de la despoblación de las Indias, y adviértense dos que parecen las más verosímiles.

Viendo este impetuoso torrente de la asolación de los indios y su acabamiento, y que sin ellos se acaban del todo las Indias, porque ni los españoles bastan á cultivarlas, ni á labrar sus campos, ni á beneficiar sus minas, ni á poblar sus costas, ni á llenar tan grandes vacíos, aunque fuese sólo á esto todo lo restante de la Europa, y que despoblada de indios no ha de servir toda esta máquina de mundo á la corona de V. M., sino de un nombre más á sus ínclitos títulos y provisiones, sin utilidad ni conveniencia alguna, me he puesto muchas veces á considerar con alguna atención, por ver si podía curar esta enfermedad que hay en la América, y ver de dónde procede y qué remedios se le podían aplicar para ver si puedo conseguir que en el reinado de V. M. viva con alguna esperanza de salud, y para esto, con atención y celo del servicio de Dios y de V. M., he procurado penetrar y profundar la causa de esta ruina, perdición y destruición de las Indias y indios.

Y suponiendo todo lo referido, de que en aquellas provincias (por la misericordia divina) ni se matan los indios, ni la crueldad ni el cuchillo los consume, ni se queman sus casas, ni los destierran, ni con mano violenta deshacen, ni es de creer que esto bastase, aun cuando lo hicieran, pues vemos que la Italia estuvo tantos años deshaciéndose en guerras, y los Países Bajos, y Alemania y otras provincias, las cuales, como si estuvieran juramentadas á su mesma ruina y acabamiento, se estuvieron haciendo tan sangrienta guerra, talando sus campos, consumiendo á sus moradores, destruyendo sus provincias y ocasionando otras hostilidades de hambre y peste (que tantos hombres ha consumido), y después de eso, apenas se puede andar por toda Europa una jornada en que á tres ó cuatro leguas no se hallen lugares poblados, y que las Indias (donde nada de esto sucede), sin violencia exterior que los acabe, se anden veinte, treinta, cincuenta y cien leguas despobladas, siendo más fecundas y habiendo sido poco ha más pobladas que todas las restantes del mundo, es menester buscar otra causa de esta enfermedad y ver si ésta tiene curación, porque si en su raíz y fuente donde nace se corrige el humor pecante, claro está que cobrará á poco tiempo salud el enfermo, y así, habiendo considerado con todo desvelo, qué es la causa de esta ruina, yo no hallo sino dos, y éstas me hacen gran fuerza, y por ellas he procurado en diferentes escritos dárselas á entender á V. M., por su Consejo de Indias; pero no las quieren entender, siendo así que puede ser la restauración de aquellas provincias, ó su perdición el no quererlo oir, por lo cual he padecido algo, y muchas mortificaciones por los que me debían premiar (aunque poco), respecto de lo que merece la causa de estos inocentes indios, y yo debo al servicio de Dios y al de V. M., que es morir en defensa de ella. Y así protesto hacer este cargo en el tribunal de Dios á los ministros que tienen obligación de remediarlo y no lo hacen, ó son parte para que no se ejecute obra tan santa, apartándola de que llegue á los reales oídos de V. M.

Señor, lo primero de su asolación es la codicia de los que cuidan de aquellos indios con la administración de la justicia. Y ésta, que no parece eficaz para tan gran ruina á la primera vista, en viéndola practicada V. M. y reconociendo los medios con que se ejercita, y experimentándolos y considerándolos V. M. como los consideran los que con celo y amor al servicio de Dios y de la causa pública han vivido en aquellos reinos y lloran estos daños, se le hará evidente del todo á V. M.

La segunda, que también ayuda y concluye con la despoblación de aquellos reinos, debe ser particular castigo que Dios por estas culpas aplica, así por los pecados que en este género se cometen, como por otros secretos, juicios y fines suyos, á la humana capacidad impenetrables, con lo cual, de la manera que algunos vicios con su mesmo ejercicio acaban la salud y la vida de quien los ejercita, y le son juntamente deleite y perdición, así también en las Indias el mesmo ejercicio de la codicia acaba con la materia y los indios sobre que se frecuenta y ejercita, y con un mesmo golpe lastima y destruye á los despojados, empobrece y consume á los codiciosos, permitiendo Dios que sea el cuchillo de la duración del vicio su mesma causa, y que consuma la materia de sus excesos la ansia mesma de exceder en ellos, para que el que no se quisiere enmendar, con faltarle el efecto se acabe por lo menos con faltarle el sujeto de los indios, por ser la materia sobre que ejercita la codicia su ambición.

 

CAPÍTULO IV
Cómo puede ser que la codicia sea medio más eficaz para despoblar los reinos de Indias, que la crueldad, guerra, peste y hambre.

Pero todavía puede admirar á V. M. y moverle razón á dudar. ¿Cómo es posible que la codicia pueda hacer más eficaces y vehementes efectos en la asolación de los indios, que la crueldad, la guerra, la peste y hambre? ¿Que en la Italia, Francia y Asia, pues las vemos pobladas con estos trabajos y despobladas las Indias sin ellos?

Es cierto, Señor, que cualquiera que no hubiere visto las cosas en las Indias, ó en ellas las mirare sin más celo del servicio de V. M. que el de la propia conveniencia y aumentos de hacer hacienda, creerá con razón que es más violenta para acabar las naciones y despoblar los reinos el furor de la guerra, la desesperación del hambre, el rigor de la peste, que los vicios y relajaciones de la paz en el ejercicio desapoderado de la codicia; pero quien tocare con las manos (como yo he hecho) los males que causa ésta, cuando se ejercita sobre naturales pobres y miserables, pusilánimes y sin resistencia alguna, como no la ha habido por esta parte en tanto tiempo, con repetidos excesos de los jueces, hallará que es más vehemente sin comparación este mal que todos los otros juntos, para acabar con la despoblación de aquellos reinos.

Esto, cuando la experiencia no lo estuviera persuadiendo, pues vemos aquellos reinos de Indias tan despoblados, y éstos de Europa y Asia tan poblados (respecto de aquéllos), y aquéllos en paz y estotros en guerra, no deja de haber razones eficaces que lo persuadan á V. M.

Lo primero, porque la guerra, peste y hambre, aunque son vehementes enemigos del género humano, pero son abiertos y declarados, y puede haber resistencia para ellos, como son, contra la guerra, la fuerza, contra la peste la prevención y curación, contra el hambre los propios y ajenos socorros, provisiones y bastimentos, y de la manera que la violencia que viene avisando y haciendo ruido con la amenaza previene á los hombres y los arma de defensa, aunque unos perecen, pero otros libran, así la guerra, peste y hambre á unos acaba y otros se libran de su furor.

Pero la paz rebajada con un rostro agradable y de felicidad, lo trae todo deshecho, y á pocos años lo despuebla y deshace, porque con ella, el nombre Real, que ha de ser amparo de los vasallos, es en el mal ministro toda su ruina y perdición, y con él se cubren los delitos y se acreditan los robos, y se defienden los públicos latrocinios, y es una pública fuerza que no espanta, sino que, llama á la conveniencia, y conservando por afuera una apariencia de dichas, por no poner en cuidado al gobierno, como la guerra y la peste y el hambre, ni tener tan fea la cara, va secretamente quitando la autoridad real á V. M., consumiendo sus fuerzas al fisco, gastando los reales tesoros y cortando los pies y las manos de la república (que son los indios), y en poco tiempo hace mayor mal esta interior violencia, secretamente obrando con perpetuidad y dentro de la paz, y en sus entrañas introduciendo una oculta y cruelísima guerra contra la mesma paz y contra el servicio de Dios y de V. M., que no la abierta y clara, y aquella que con la mesma amenaza nos previene y concita á la propia defensa.

 

CAPÍTULO V
En que se prueba los rigurosos efectos de la codicia, y que por ella viene la asolación de los reinos.

Que la codicia sea la peste y la guerra de las repúblicas y la ausencia y destruición de toda virtud, paz y tranquilidad, cuando se ejercita desmedidamente, como en las Indias, puede fácilmente probarse con autoridades y ejemplos, porque á la codicia la llama San Pablo raíz de todos los males, y Cristo, bien nuestro, cuando quiso enseñar y señalar á sus discípulos una cosa opuesta diametralmente á Dios, de todos los vicios eligió á la codicia, como quien vía que dentro de ella los incluía todos; y así, en cuanto significa la codicia latamente un inmoderado deseo (en que arde el corazón humano) de lo ajeno, claro está que de la masa de la codicia y soberbia se hicieron los demonios, pretendiendo hacerse iguales á Dios. También es cierto que á los primeros hombres, Adán y Eva, y al género humano con ellos los puso en desgracia de Dios la codicia de ser dioses, y á Caín la codicia le hizo cabeza de todos los réprobos con darle defratidadas las primicias debidas á Dios, y á Esaú le hizo cabeza de la idolatría por querer quitar á su hermano Jacob la primogenitura, que por secretos juicios le había aplicado Dios, y á Absalón la codicia le hizo cabeza de los rebeldes por querer quitarle á su padre David el reino, y á Judas le hizo la codicia cabeza de los codiciosos y herejes, pues por plata vendió al Hijo de Dios, y á Simón mago la codicia le hizo cabeza de los simoniacos por querer comprar el Espíritu Santo á San Pedro, vicario de Dios; y así no se admire V. M. que la codicia de sus ministros en Indias, en lo práctico influya tan perniciosos efectos, si en lo doctrinal consta por autoridades y ejemplos que tiene la Sagrada Escritura tan detestable censura y calificación en la Iglesia universal. Señor, los daños que ha causado la codicia son muy notorios, y más para llorar que no para referir, pues han llegado los santos á escribir admirables tratados para desterrar este vicio de la cristiandad, y ninguno puso el azote en la mano (dos veces) al redentor de las almas, Jesucristo, Dios nuestro Señor, ni le obligó á castigar por su mesma persona á sus criaturas, sino es este vicio, como quien veía que por él se había de profanar lo sagrado y arruinar y destruir la virtud y acreditar la maldad, acción y demostración en el Salvador de las almas, bien digna de ponderación, porque bien se ve cuánto es de admirar ver al mesmo Verbo encarnado, hijo eterno de Dios, siendo la mesma misericordia, tomar el azote en la mano para castigar por sí mesmo á los codiciosos, el que perdonó á la adúltera, el que recibió al pródigo, el que reprendió con menores demostraciones á los demás vicios, verlo azotando por su mano á los codiciosos, no puede dejar de causar notable admiración. Si viéramos á V. M. con la espada desnuda en la mano andar castigando algunos vasallos con publicidad, ¿qué horror causara á los demás? Pues vea V. M., cuál lo debe causar, andar el Hijo de Dios, rey de los reyes y señor de los señores, tras la codicia y los codiciosos por su persona mesma, con el azote en la mano, y por aquí puede colegir cuál debe ser este vicio. Y así, no se desdeñe Y. M. en hacer lo que hizo nuestro Dios y Señor, porque lo dejó para ejemplo de los príncipes de la tierra, para que castiguen los excesos de codicia que hubiera en sus reinos. Ninguno hay en todo lo descubierto del mundo en donde esté más arraigada que en los de V. M. Castigúense, Señor, á los que la tienen, que si el ejemplo no se introduce con la pena, poca fuerza tendrá la ley con sólo el amago. Este último es el que ha habido en las Indias hasta ahora, y así no espere Y. M. buen suceso en ellas si no se ejecuta contra los que lo merecieren, porque cada día se va arraigando más, y se puede temer una desdicha.

 

CAPÍTULO VI
Que la mesma razón persuade cuánto excede á los demás males públicos la codicia.

Todas las monarquías grandes, por la mayor parte, murieron de codicia, como peste y enfermedad mortal de los reinos. La Romana, desde que por la codicia corrompió los Consejos, despreció las leyes, afligió á las naciones y desterró la justicia é igualdad de los juicios, se perdió.

Lo mesmo sucedió á la Griega y las demás, de que se podían hacer grandes tratados; pero omitiendo todo esto, es cierto que sólo la razón natural, midiendo y ponderando el mal de la guerra, el de la peste y el del hambre, con el mal de la codicia, manifiesta que es éste peor mal que no aquél, para despoblar las naciones.

Lo primero, porque la guerra obra con temores y recelos en que le pone la resistencia del enemigo, y así no puede lo que desea; pero la codicia, cuando es contra flacos y miserables, obra todo cuanto quiere, y más daño causa un mal menos poderoso no resistido, que uno grande contenido y refrenado.

Lo segundo, porque la guerra obra con iguales, como son reyes con reyes, reynos con reynos, repúblicas con repúblicas, y así anda más contenida; pero la codicia, como entra superior con súbditos, obra más desenfrenada, y así es grande el trabajo, que no tiene más limitación que la voluntad del violento.

Lo tercero, que la guerra obra causando gastos en quien la hace, y así tal vez se deja y se limita, no por falta de voluntad, sino de poder; pero la codicia de los ministros está causando utilidades á quien la ejercita, y así crece con exceso.

Lo cuarto, porque la guerra consume á los que la hacen, y así vemos tantas provincias vencedoras que padecen como si fueran vencidas; pero la codicia sólo á aquellos que despoja, aflije, y los que despojan á los indios, que son los jueces, enriquecen.

Lo quinto, porque en la guerra no en todo tiempo es continua, pues en el invierno las más veces no campean los ejércitos, y entonces, por lo menos, descansan los enemigos; pero la codicia de los jueces de las Indias, ejercitada inmoderadamente (como hoy se hace), no deja descansar á los súbditos ni en invierno ni verano, de día ni de noche, por los montes, por los ríos y los campos; todo y en todos tiempos lo tala y destruye.

Lo sexto, porque para la guerra hay remedio, que son las treguas, paces y otros tratados en que pueden capitular las partes, y si dura un año, cesa otro, y si consume una provincia perdona á otra; pero este género de guerras que se hace á las provincias de las Indias por la codicia, es perpetua, universal, acreditada y favorecida, honrada y aplaudida de los superiores, y se defiende con lo mesmo que fructifica, y así crece cada día con exceso y no perdona rincón, ni se halla apenas ángulo en todos aquellos dominios, donde no gima el miserable natural y español y donde no le esté azotando el poderoso.

Lo séptimo, que sobre militar en la peste y hambre algunas de estas razones que hemos dicho de la guerra, son azote que está en las manos de Dios, el cual es padre, y conserva más que aflije, y así David escogió el mal de la peste por esta razón, y huyó de los que estaban en manos de los hombres, que son codicia, guerra y crueldad, porque grande esperanza puede concebir el destinado al castigo cuando ve el azote en las manos del piadoso, y así se ve que no hay provincia ninguna despoblada de la guerra, de la peste ni de la hambre y que las de América lo están por la codicia, Señor.

 

CAPÍTULO VII
Qué género de codicia es la que asuela los reynos.

La codicia, Señor, que destruye los reynos, no es la moderada y templada, porque ésta es tolerable, pues imposible es contenerse el hombre dentro de los términos y líneas de lo más perfecto; y el vivir sin exceder en algo no es dado á la naturaleza humana, sino á la angélica; y éste ha sido siempre el dictamen práctico y especulativo y con él se satisface á los malos cristianos, de los que, por poner en descrédito los remedios que se han propuesto para atajar el deservicio de Dios y de V. M., han querido persuadir á los ministros superiores y á V. M., que aquellos excesos no tienen remedio, porque de ponerlo, no le valdría al ministro su ocupación más que su sueldo; pero bien he conocido que los tiempos que naturalmente empeoran las cosas, porque han hecho imposible lo justo y intolerable lo debido. Y lo que á los ojos de V. M. era algún día el pan cotidiano, que es vivir los ministros con sólo su salario, puede ser que en otros ministros se tenga por veneno.

Por esto siempre los vasallos cuerdos y deseosos del bien público, dicen que es tolerable en las Indias que el real del ministro togado valga real y medio, y del superior y virrey valga dos reales, y á este respecto en los otros, de suerte que el virrey del Pirú, sobre 50. 000 pesos que V. M. le da cada año, haga ciento, y el de Nueva España sobre 30. 000 haga sesenta, y el ministro de 3. 000 cuatro mil y quinientos, porque aunque éste es exceso era tolerable con una disimulada conveniencia, como quien no lo sabe ni lo cree, porque éste no es de los que asuelan ni despueblan los reynos, aunque no hará bien quien lo practicase sin licencia de V. M.

Sirva de ejemplo. Si sucediese que por hacer los virreyes que las utilidades de su oficio, que no tiene más que 50. 000 pesos cada año le valga 500. 000, y á este paso fuesen los demás creciendo en los presupuestos de lo que han de sacar, no dude V. M. que se asuelan los reynos, se despueblan las provincias, se pierde lo público, se arriesga la corona, y lo que es peor, que todo se aparta Dios de ella, y la deja, y permite de muchas maneras que la aflijan y la castiguen.

La causa de esto es, que cuando esto sucede, ni hay ley, ni razón, ni justicia, ni la paz, ni la fe, están seguras, porque todo se vende lastimosamente.

 

CAPÍTULO VIII
Pruébase la codicia de los ministros.

Supongo, Señor, que tiene V. M. en todas partes excelentes ministros, celosos y doctos, y que en las Indias hay y ha habido en muchas ocasiones ajustados virreyes y oidores de gran cristiandad y limpieza, y muchos presidentes y gobernadores en Nueva España y el Pirú, como lo fueron algunos en todas virtudes y en particular uno fue tan limpio y celoso, que habiéndole ofrecido al salir de México cuando acabó su gobierno, un indio, un ramillete de flores, le recibió con benignidad, diciendo: «Esto es lo primero que recibo en este reyno.» Gran virrey, Señor, que murió tan pobre, que sus deudas las pagó de sus reales cajas el Señor rey Felipe II (que Dios haya). Y puede ser que estas virtudes (sobre los méritos de su casa), á sus hijos los hubiese puesto después en la gracia del Señor Felipe IV, padre de V. M.

Otros virreyes antecesores á éste, como posteriores, habrán obrado con este dictamen, y así yo, en este discurso, no califico ni acuso á nadie; pero digo los daños que he visto y los remedios que son necesarios, tratando de las causas sin tocar en las personas.

Suponga V. M. real y físicamente que el ministro superior que se deja llevar del deseo inmoderado de hacer hacienda obrase de la manera siguiente:

Lo primero, que beneficiase ó vendiese (que es más propio) para sí, á subidos precios, todo género de oficios de justicia, alcaldías mayores, corregimientos, comisiones y residencias.

Lo segundo, que también vendiese las gracias de las encomiendas, licencias y permisiones, facultades para diversas cosas que se prohiben por las leyes y ordenanzas, y son dispensables.

Lo tercero, que proveyese de esta suerte todo lo que mira á guerra, como son títulos y patentes de tinientes, de capitanes, de generales, conductas, banderas, plazas de castillos en inter, artilleros, condestables y muchas plazas muertas.

Lo cuarto, todo lo que mira á Hacienda real, como son libranzas sobre las cajas (que es la ruina de la hacienda de V. M.), comisiones de cobranzas, jueces á diversas averiguaciones, de quintos y de otras composiciones, visitas de minas y tierras, alcaldías de aguas y otras de esta calidad.

Lo quinto, que recibiesen regalos por razones del real patronato, de las presentaciones eclesiásticas, cosa tan escrupulosa, perniciosa y dañosa á las almas.

Lo sexto, negociaciones grandes y vehementes en materias muy reservadas, porque de ellas dependen las gruesas rentas de las doctrinas.

Lo séptimo, las negociaciones y autos de asesoría en cualesquiera materia en que intervenga arbitrio y elección en el superior y algún descanso ó comodidad en el inferior.

Lo octavo, que travesase los géneros más nobles muchas veces (como yo he visto) y los comprase por testaferros en su fuente y reservase en sus trojes, y tal se ha visto castigar al que los vende más baratos que no él, y todo esto se hace por interpósitas personas, que es otro no pequeño inconveniente para la vindicta publica de aquellos reinos.

Lo nono, que partiese en este género de negociaciones (si quiere conservarse y salir bien de ellas y de su residencia) con los terceros de quien se vale, y con los ministros que son cómplices en estos daños, para empeñarlos en ellos, y no sólo en la Real Audiencia pueden remediarse, pero ni averiguarlos después en la visita, de forma que ocultan al Consejo de Indias, y aunque se sepan en este tribunal se tapan en él, como se verá después.

Lo décimo, que proveyese de esta forma los juzgados de milpas en las provincias de Guatemala, y las protectorías de indios que hay en todos aquellos territorios, que fué santa su institución y hoy son la perdición de los vasallos.

Lo onceno, que los oficiales reales de todo el reyno embarazasen el comercio á los españoles navegantes que traginan en aquellas mares, no dándoles los despachos á su tiempo si no se los pagan muy bien, de forma que el maestre del navio que hace más fraudes á V. M., ése es el más bien despachado, y al contrario el que trae toda la carga registrada y cumple con su obligación.

Lo duodécimo, que en los castillos y compañías de campaña que V. M. tiene para defensa de las plazas, el gobernador castellano, sargento mayor y capitanes, tengan siempre la cuarta parte de plazas muertas en ellas, estándolo éstas vivas para las pagas que hace V. M., lo cual se reparte entre todos los que cooperan al fraude, que son los oficiales reales.

Lo décimotercio, que en todas las Indias no se administra justicia, y que dejan vivir á los súbditos en la ley que quiere cada uno, con escándalo público de todo el reyno.

Lo décimocuarto, que se quita la libertad que el derecho natural tiene concedida á los hombres, por ley divina y humana; aquí no los dejan que compren ni vendan libremente sus géneros ó mercadurías á los comerciantes y cosecheros del reyno.

Señor, éstos son los artículos de fe que guardan los ministros de las Indias con grandísima observancia.

El ministro que esto hiciere, Señor, claro está que no ha de cuidar de lo que es razón, sino de lo que es conveniencia, y así elegirá para tener cerca de sí los sujetos que puede promoverle las utilidades de este género, y á ellos les dará mano para que excedan, y á los virtuosos, rectos y cristianos ha de traer siempre oprimidos, perseguidos y arrastrados, porque á éstos sólo los teme, y á los que teme aborrece, persigue.

También es preciso que anden todos estos ministros solicitando voluntades, así de superiores como de inferiores, y partiendo con todos, y dándoles la mano para que hagan lo mesmo, á fin de que escriban á España en su favor y que no se entienda en ella lo que hacen, y ha de cuidar persuadir á esto mesmo á los tribunales, á unos por temor y á otros por premio, y hacerles que firmen las cartas que les remite escritas para que viva acreditado con Y. M. y al Consejo (quizás sin ser juicio temerario) las más veces sus maldades.

Así mesmo á los presidentes y virreyes les es necesario andar siempre temerosos y desconfiados del pueblo, el cual, como ve lo que pasa, lo mormura, se queja, habla en ello abierta y públicamente, y se hacen sátiras y pasquines, y de ahí resulta el recelo del superior y el levantar compañías para su guardia, tomando otros pretextos, y gravar las cajas de V. M., de que se sigue poner en mala fe los reynos.

Todas estas cosas juntas, y cada una de ellas son, no sólo peste, guerra y hambre de la república indiana (como suelen ejercitarse), sino su total ruina y destrucción, porque de cada una de ellas, como de un manantial de daños políticos y pecados escandalosos, nacen infinitas miserias, y para que V. M. se sirva de hacer de ellas el concepto que merecen, para su corrección, se irán explicando algunos de sus efectos, sólo en lo que mira á los corregidores y alcaldes mayores, y venta de oficios de justicia, dejando la consideración de los demás, al prudente juicio de V. M.,

 

CAPÍTULO IX.
De los daños que causa el vender los oficios de justicia los superiores de Indias [73].

No trataré aquí, Señor, los daños que causa comúnmente el vender los oficios de justicia que se proveen para las indias, aun cuando se vendan á beneficio del fisco (como hoy se hace), porque esto debe constar á V. M. que no se puede hacer en conciencia, porque se ha representado vivamente por todos sus Consejos y por las juntas de muchos teólogos en tiempo del padre de V. M. (que Santa gloria haya) que las públicas necesidades obligaron á poner en duda si era conveniente ejecutar tan constante ruina y perdición de los vasallos y jurisdicción real de V. M., y así sólo hablaré de lo que mira á las Indias, cuando el superior que los provee, secretamente vende ó beneficia (contra las órdenes de V. M. ) para sí, estos oficios, que no quiso aquella Magestad hacerlo á vista de tantas necesidades, para su real corona y hacienda. Saque V. M. la consecuencia de los oficios que en su reinado se han vendido públicamente á muchos mercaderes y gente indigna, qué se podrá esperar de estos gobernadores, sino otro suceso semejante al de la Vera Cruz, que por haber vendido aquel oficio á un sujeto que no era militar [74], le saqueó el enemigo y hizo de daño más de seis millones, sin las consecuencias que trae consigo su pérdida en el descrédito con que se saqueó. Verdaderamente que no puedo dejar de representar á V. M. que le ha salido muy cara esta venta de este puesto, porque por dos mil doblones se perdieron seis millones. No sé cómo hay teólogos ni ministros que hayan opinado esta venta de oficios; sin duda que no han leído los opúsculos de Santo Tomás, que si los hubieran visto, allí hallaran los inconvenientes que tiene esta venta; y sirva de ejemplo, que buen suceso ha experimentado V. M. de este caudal adquirido de los oficios. No se sabe que se haya (hasta ahora) sacado ningún fruto de él, porque permite Dios que hacienda tan mal habida no se logre ni sirva á nadie.

Señor, si al ministro se le vende el oficio ¿quién le podrá castigar cuando venda la Justicia? Veamos el ejemplo que nos da un gentil. Los romanos pintaban la Justicia en una estatua sin manos, y los ojos fijos en tierra, para significar que los jueces que han de administrar justicia recta, ni las han de tener para recibir ni las han de levantar para ofender. Nada hace tan seguro el imperio como no consentir el príncipe al ministro (por grande que sea) que arbitrie las leyes, porque paliando con el celo fingido lo que es pasión arraigada, primero ejecuta lo que ésta le persuade, que lo que estotra le aconseja. Grande severidad de justicia es obedecer ejecutando y informar advertido á V. M. A todos estos medios se opone el que alcanzó el oficio por dineros y no le mereció por premio. Este daño debe ser más reparable con Y. M. en los que se proveen en las Indias, por ser por donde se distribuye la real hacienda.

Estos fraudes no tienen comparación ni aun semejanza con todo lo de Europa, por la diversidad, así de la distancia de la real persona de V. M., que reforma sólo con su vista todo lo que alcanza fácilmente á saber, como por la naturaleza de la gente, frutos y tratos de sus provincias, asolación y ruina de aquellos inocentes, y de la real hacienda de V. M., y para esto hablaré con ejemplos, refiriendo sencillamente y explicando.

Lo primero, cómo se consigue comúnmente un oficio.

Lo segundo, cómo se entra en él.

Lo tercero, como se ejercita.

Lo cuarto, cómo se sale de él.

Lo quinto, cómo se deja en él á los vasallos de V. M., á su real hacienda, y á todo lo divino y lo profano.

Presuponiendo que yo aquí hablo de los que así lo hubieren proveído, dejando en su clara opinión á los que no hubieren obrado de esta manera, que serán muy contados.

 

CAPÍTULO X.
De la manera que se pretende y consigue un oficio en las Indias.

Pretenden un oficio en Indias diversos beneméritos á los cuales, conforme á cédulas de V. M., se les debe dar libremente y sin interés aquella ocupación. Entre ellos pretenden otros que no lo son tanto, pero tienen más con que poder grangear la voluntad de los que los han de proveer, de forma que se dan al que más da por él. Y suele valer cada uno de estos oficios, al superior, cuatro, ocho, doce, veinte y treinta mil pesos (que hasta esta cantidad se han vendido muchas veces en mi tiempo) según es la calidad y la grandeza del oficio, y siendo en la Nueva España ciento y sesenta los de todos géneros que provee el virrey, y en el Pirú muchos más; Guatemala, Santa Fe, Chile, Filipinas, y demás, bien se ve, de dos á dos años, qué valdrá este género de utilidad.

Para esto se valen de medios iguales al contrato, porque ninguno hay reservado para proponer el precio, así el tiempo como las condiciones y las personas, y todo cuanto es necesario para un calificado exceso. Desacredítase con esto el magistrado superior que los vende; no se acredita el inferior que los compra; escandalízase la república y desespéranse los beneméritos; anímanse los indignos; véndense los vasallos y derríbanse con ellos las canales de la justicia, cédulas y órdenes de V. M.

De que se sigue que los vasallos de Indias, viendo que sus servicios no los premian los superiores, no hay quien se aplique á servir á V. M. Y por eso aquellos reinos carecen de toda doctrina militar, y en las ocasiones que se ofrecen de invasión de enemigos, ninguno cumple con su obligación. Porque dicen que no distribuyéndose los premios con igualdad, que no tienen obligación de pelear, y así siempre, salen victoriosos los enemigos, y llegará tiempo (si V. M. no corrije este desorden) en que trastorne la fortuna con accidentes lo que no afirmó el poder con resistencias; por no premiar á los beneméritos.

Un mal gobierno, más cerca está de perderse en el odio común, que perpetuarse con los medios violentos que se practican hoy. A lo que se mira, se debe dar crédito: á lo que se imagina, desconfianza. ¿De qué sirve tentar el ánimo del pueblo lastimado, si el daño se remedia quitando á los ministros endurecidos?

Menos se aventura en deponer un vasallo, que en toda una república, que no es lo más fácil saber conservarla, donde unas veces la fuerza causa la ruina, y otras el mayor estrago la blandura.

Grande ejemplo de severidad fué el de Cambises, rey de Persia, que hallando mal juez á Sisano, le hizo desollar vivo y aforrar con la piel la silla en que había de juzgar su hijo. ¡Que de ellas se podían aforrar en las Indias!

¿Qué le obligó al emperador Trajano á visitar su imperio, sino saber por sí mesmo cómo se administraba la justicia?

Es gran seguridad de la monarquía oir V. M. las quejas del pueblo para remediarlas, y no cerrar los oídos para no entenderlas, como se hace boy en algunos tribunales de V. M. Si el ministro es malo, conviene quitarle, porque los súbditos no se despeñen. Así, se ha de castigar al que procede mal; así se ha de reprimir la soberbia. Quien no vive como hombre, que habite entre fieras. Es muy mal juez el que castiga por delito lo que él ejecuta por ambición.

 

CAPÍTULO XI.
De la manera que entran en los oficios los jueces que se proveen de España y de Indias.

Este corregidor ó gobernador, presidente, alcalde mayor, á quien ha costado el oficio diez ó doce mil pesos, ha de cargar de veinte mil de géneros ó mercadurías para repartir en su jurisdicción, para ganar sobre lo que tiene pagado y empleado. Para esto ha de comprar otros géneros que corren en su mesmo partido, vendiendo los suyos á los pobres vasallos, seis ó ocho más de lo que valen, y comprando á los indios y españoles los suyos, cuatro ó cinco á menos del precio corriente de la tierra, con apremio y rigor, violencias y tiranías, no perdonando medio, por ilícito que sea, que no usen para enriquecer y saciar la hidrópica sed que tienen de plata, luego que entró en su gobierno.

Este mesmo ministro de justicia ha de pagar los derechos de su despacho, su avío y viaje de tierra ó de navegación, que suele ser á cincuenta, ochenta y cien leguas de México y Lima, y si va de España, á dos y tres mil, con que hace de deuda en un oficio de estos, antes de que llegue á él, veinte mil pesos y más, los cuales queda debiendo con sus intereses gruesos, y para que éstos le fíen estas mercadurías ó dinero que les prestan á quien llaman armadores, porque arman al ministro de cuanto ha menester para su intento, les obliga que le invíen los géneros con que ha de grangear en su oficio, de los frutos de la tierra y les lleva seis por ciento de encomienda, con que crece la suma sobre los intereses y deuda principal, excesivamente.

Los géneros ó mercadurías que el juez recibe del mercader, se los da á subidos precios, con que ha de crecer también el precio á que él los ha de vender á los indios, y arrastrando estas cadenas este desdichado juez, con la carga de tantas deudas, llega á su partido, que lo halla lleno de indios desnudos y de españoles pobres y de familias cargadas de hijos y de obligaciones, y donde, si se juntase todo cuanto tienen y se vendiese en pública almoneda, no se pudieran hacer seis mil pesos, y con todo eso, ha de sacar dentro de dos años más de treinta mil el juez, para pagar la deuda, y la mitad más para ganar en el oficio, y si esto no hace, no puede salvarse (como ellos dicen) teniendo por salvación para lo temporal, lo que puede ser condenación para lo eterno, como lo será infaliblemente si no restituyen.

 

CAPÍTULO XII.
Cómo se portan en los oficios estos ministros de V. M.

Entrando en el oficio estos jueces, todo su intento y asunto principal es disponer medios para sacar la plata para pagar las gruesas cantidades que quedó debiendo y salir con ganancia de este oficio, y como quiera que el tiempo es corto, la cantidad gruesa, la tierra cansada, los vasallos pobres, es menester que consigan el rigor, la violencia, la crueldad, la opresión, la injuria, el poco temor de Dios, lo que natural y templadamente no pueden la equidad ni la moderación ni el buen proceder.

Para esto necesita de atravesar los géneros de la tierra y obligar á los miserables vasallos que todos sus frutos se los vendan á él, el cual, con la vara en la mano, es juez y fiel, mercader, corregidor y teólogo de su mesmo contrato, sin que al pobre vasallo le quede respiración ni recurso para poder beneficiar ó poner precio ó reservar ó remitir su mesma hacienda y frutos adonde quisiere, sino que de todo ha de ser árbitro y dueño el juez, y á él se los ha de vender aunque no quiera, resultando de aquí los daños siguientes.

El primero, que compra el juez á sus súbditos los frutos y géneros al precio que él quiere, y pierden su hacienda los vasallos de V. M.

El segundo, que como el juez no tiene plata suficiente las más veces, con que pagar estos géneros, antes la queda debiendo en España, Lima ó México, y la ganancia consiste en pagar en los géneros que él trae de allá, paga los géneros nobles (que los otros no quieren vender) con los géneros viles que no han menester comprar, y tal vez, y aun frecuentemente, paga el trigo, el cacao, el maíz, la grana, el añil, el brasilete, la corambre, á bajísimos precios, con sombreros, corazas y machetes ó vino corrompido, á subidísimos precios, con que sobre darles lo que no han menester, es tan caro, que se hallan perdidos del todo, recibiendo con un mesmo contrato seis injusticias terribles: la primera, la de quitar la libertad en el contrato, pues las hace vender y comprar por fuerza; la segunda, la del precio, pues les da carísimo lo que vale poquísimo; la tercera, la de obligarles que tomen lo que no han menester, pues ya se ve el indio, que anda siempre descalzo, para qué quiere los zapatos; el que no tiene caballo, para qué quiere las riendas y la coraza; el que anda siempre á pie, para qué quiere las espuelas. La cuarta, en que tome á inmoderado precio aquello que ni dado necesita de ello. La quinta, que lo pague antes de tiempo, como se verá después. La sexta, el contratar sin recurso alguno para pedir sus agravios.

Volviendo á lo de atrás, resulta también lo tercero, que viendo los vasallos de V. M. que los géneros se los usurpan los jueces y que nada se les hace, no tienen con qué sustentarse ellos ni sus familias, rehúsan lo posible trabajar para ageno fruto, y así ha sucedido en muchas partes, no sólo no querer sembrar ni plantar, pero aun cortar los árboles fructíferos, porque son la materia de sus trabajos, como lo hicieron en la Misteca, cortando las moreras, y en otra los nopales que fructifican la grana, y otras matan las vicuñas y los carneros de la tierra, podan el algodón, achote y pitas, y entonces el ministro de V. M., viendo que si sólo benefician ó siembran lo que basta para su sustento de ellos, y no para la ganancia de él, queda perdido del todo, convoca los indios, los llama y les obliga á terribles tareas; á unos á tejidos, á otros á hilados, á otros á andar por los montes buscando grana silvestre, á otros á beneficiar la doméstica, á otros que saquen pita, á otros que discurran por los bosques juntando vainillas, á otros que le traigan la cera, á otros que vayan á buscar coca, á otros que le lleven las recuas, á otros á sacar la zarza, á otros á cortar palo de Campeche, á otros á serrar maderas, á otros que hagan la brea y alquitrán, á otros venden á los obrajes, y á las indias que hilen y tejan de día y de noche, y de esta manera anda todo el partido, hombres, mujeres, niños, viejos y viudas con una perpetua inquietud, ejercitados, afligidos y vejados necesariamente, para satisfacer á la codicia del juez que le dieron las leyes para su bien, y es toda su perdición y ruina.

Lo cuarto, no siendo posible que en tan breve tiempo como el de dos años, pueda conseguir de tierra tan pobre y desnuda, cantidades tan gruesas, válese de otros medios para salir de su empeño, y uno de ellos es preciso que sea el de los tributos y alcabalas de V. M., que como quiera que estén á su cargo, y que él es el juez de sus mesmos excesos, ya se ve si pagará la alcabala de sus contratos mesmos, y si alguna pagase, si será la ajustada, y si los tributos de V. M. serán también posteriores á sus mesmas deudas, y si cobrará primero para sí que para V. M. Y aunque él es verdad que fió, y corre por su cuenta los tributos y alcabalas, pero echa esa carga más á sus fiadores, y así andan destruidos tantos hombres en las Indias, y con la esperanza de que pagarán, gastan largamente, y después queda él perdido y su fiador perseguido, y su encomendero arriesgado y la hacienda de V. M. consumida.

Lo quinto, en el atravesar de los géneros entra el agravio de los bastimentos, que es terrible, porque como traviesan todos los que pueden causar utilidad, y ordenan que no haya más tienda que la suya, y las tabernas, almacenes y trojes han de ser todas del juez, con esto, el vino corrompido, carísimo ha de venderse y no ha de venderse el baratísimo y bonísimo del vasallo, y lo mesmo sucede del aceite, de la ropa y de todos los demás géneros, con lo cual, sobre el agravio del precio es mayor el de llenar la tierra de malos bastimentos, que no sólo traviesan la hacienda con la codicia, sino también la vida y salud del vasallo con los malos bastimentos.

Yo conocí á ciertos gobernadores que se decía que por travesar los ganados mayoreo que venían de fuera para la pesa de la carnicería, hubo gran carestía y se murió alguna gente, por no permitir que se mataran más que los que él tenía.

Lo sexto, en este género de gobierno (que es el que corre generalmente en las Indias) no puede haber rastro de justicia ni concierto moral, ni político ni cristiano, porque se pone el juez para sí el tributo en el pecado y se funda su venta en la violencia, y así los juegos de naipes son votísimos (donde hay caudal para ello). En casa de los corregidores se destruyen los vasallos que tienen alguna hacienda, y de tratar y contratar un juez tan abiertamente en su jurisdicción, se sujeta á tolerar y fomentar cuantos escándalos hay en él. Á unos porque trabajen en su grangería; á otros porque los ha menester para ministros; á otros porque no le capitulen y destruyan; á otros para que juren bien en su residencia; y finalmente, es menester que á muchos tema por su modo de obrar, con que viene á pagarlo todo el servicio de Dios y el de V. M., y el más poderoso se come al más flaco, porque así como el ministro inferior tributa al virrey, también al inferior le tributa el teniente, á éste los caciques y curacas, á los caciques todos los indios plebeyes, y todo el humor corre á lo más flaco, y uno y otro se va dando materia á la asolación, y corriendo de mano en mano la ruina de las Indias y del servicio de V. M.

Lo séptimo, visitan estos jueces todo su partido para diferentes efectos, que fueron santos cuando se instituyeron y hoy son la perdición de los vasallos. Mandan las ordenanzas que visiten los ministros para que se guarde justicia y ver si viven políticamente, y ellos, de cada visita llevan de cada pueblo de indios veinte y más pesos, y la comida, para reconocer si se hacen puntualmente las tareas que les tiene señalado, si se ajustan á la calidad y cantidad de los géneros que les mandó recojer, si cumplen con los que le tiene ordenado contra las leyes y servicio de V. M., conque estos pobres infelices, sobre trabajar para ellos, les pagan el registro de sus conveniencias, con nuevos y repetidos derechos, que todo viene á ser en mayor ruina de los indios.

Lo octavo, que de aquí resulta otra injusticia y desorden nunca visto en nación ninguna del mundo, aunque sea agena de toda política, y es que siendo las ciudades, provincias y lugares de Y. M. y de su real corona, y no de los jueces que en su real nombre las gobiernan, que fructifique á V. M. solos diez y al juez le valga y rente cincuenta, porque de donde V. M. no saca de alcabalas y tributos dos mil pesos al año, pretende el juez conseguir para sí veinte mil, cosa intolerable á los vasallos y sumamente ofensiva á la corona y contraria á toda orden política y razón natural.

Deben advertir los ministros del Consejo de Indias y el. confesor de V. M., que los repartimientos á dinero que hacen los jueces para comprar los frutos de la tierra y las demás ventas de ropas y mercancías que llevan á sus jurisdicciones, jamás las conciertan con los indios que han de comprar, ni hacen precio con ellos. El modo y costumbre que tienen en esto es llamar el gobernador español á los alcaldes indios y mandones, y á éstos entrega la ropa el juez, con éstos se concierta y hace los precios, y lo común es vender la mitad ó el tercio de lo que vale, más, y comprar el tercio menos de lo que valen los frutos de la tierra. Son fáciles los indios mandones en admitir los precios rigurosos, porque ellos no compran nada de esto; éste es el principal interés de sus oficios, evadirse de la carga, y con esto grangear á los corregidores para que los continúen en los oficios.

Hechos los precios y recibidas las mercancías, los indios, cortísimos de razón, agenos de piedad y caridad, cuentan los vecinos del pueblo, sin que se escape viuda ni pobre, enfermos, viejos, y á todos por igual y por cabezas les ha de caber la paga de estos géneros, y llévanles la ropa conforme á la tasa del corregidor, arrójansela en sus casas, pónenlo por memoria, y esto ha de pagar á su tiempo aunque muera en una cárcel. Y para que conozca V. M. la impiedad de este repartimiento, muchas veces sucede que los indios andan con escapularios de diversos colores, de medias varas de jergueta, que á cada uno les ha cabido del repartimiento y no la pueden aprovechar en otra cosa, conque hacen los indios repartidores tanto daño como los corregidores.

Lo mesmo hacen con el repartimiento del vino, que no queriéndolo recibir las viudas, los alguaciles se lo derraman en la casa ó en otra vasija (que lo pierde).

Con esta violencia les reparten las mercancías del Corregidor, porque los plebeyos resisten notablemente recibirlas, porque las más veces no las han menester, y así, sin consideración, es cierto que los mandones hacen mayores iniquidades que los jueces, porque estos indios nobles carecen de razón y son tiranos notablemente con otro indio que se le sujeta y obedece.

A todo lo dicho parece que tienen fácil salida los corregidores, diciendo que ellos mandan se vendan sus mercancías y pregunten á cada cual compre lo que tuviere necesidad. A esto respondo lo que responden los caciques repartidores á algunos doctrineros ajustados que pretenden reducirlos á razón. Dicen que la Justicia les da cuatro meses de término para que junten el dinero y hagan la paga, so pena de encarcelarlos, que es la mayor pena que ellos pueden padecer (como diré después), y así que lleven la pena los plebeyos y no la padezcan ellos. De más, que siendo, como son excesivos los precios, ningún indio comprara y así lo reparten por fuerza y violencia.

Advierta V. M. ahora y sus ministros, y aun los Confesores de estas justicias, lo que contradicen estos repartimientos al derecho natural de las gentes. Véase á Santo Tomás, San Agustín y otros doctores de la Iglesia lo que dicen sobre esto. Las compras y ventas esencialmente piden el útil del que vende y el provecho del que compra, de lo cual se colige que se han de celebrar los contratos con los mesmos que han de comprar las mercancías, para que vean su útil. Pues si el que compra, que es plebeyo, jamás es llamado para que vea su útil, síguese que los dichos contratos son nulos y contra todo el derecho de gentes.

Lo otro, el valor y estima de la cosa no la tiene tanto en substancia, cuanto en la necesidad para que cada cual la aplique á lo que ha menester. Pues si al indio no se le da lo que ha menester, ni tiene para qué aplicarla, síguese que demás del riguroso precio en que se la venden, es de mucho menos valor, y así, sobre el agravio de llevarle la mitad más de lo que vale, se añade otro mayor, que es dársela á quien no la estima, porque no la há menester. Este es el útil del que compra, suplir la necesidad de aquello que carece, y para esto es necesario que á él se venda y no al indio repartidor. Y así son nulos los contratos (como he dicho) que celebran los ministros de Y. M. con los indios y están obligados á la restitución.

No es menos dañoso el modo que tienen las justicias en el comprar los frutos de la tierra á los indios, porque, lo primero, no se trata con ellos del precio: los mandones son los que venden la mitad menos de lo que valen, y á ellos se les da el dinero, y ellos se conforman con la voluntad del alcalde mayor, porque les está bien su gracia y con ella nada lastan, porque no entran jamás en la cuenta de los repartimientos ni dan sus frutos á los jueces.

A solos los plebeyos se reparte por cabezas, igualmente, tanto á uno como á otro, que haya tenido cosecha ó que no la tenga. Ya está introducido por la Paz que igualmente se lleve la carga entre todos, aunque muy fuera de razón, porque, v. gr.: si un indio coje una arroba de grana y otros muchos no cojieron nada, ni aun tienen nopales, ya está introducido que tanto ha de pagar el que cojió la arroba como el que no cojió. De aquí nace que el plebeyo repugne y no quiera tomar más dinero de lo que cae por cabeza igualmente, y los repartidores se ajustan á lo que está introducido, en lo cual se incluye un agravio notable, porque todos los indios que no cojieron cacao, vainillas y grana, salen á buscarlo á pueblos extraños y llevan á vender sus alhajas, porque compran al doble del dinero que el alcalde mayor les pagó.

De verse, pues, los indios vejados de estos repartimientos y que les pidan más que lo que ellos cojen en sus cosechas, ha nacido la esterilidad de los frutos de la tierra, porque donde se cojían doscientas cargas de cacao les pagaban trescientas y después padecían cárcel por no tener la cantidad que les pedían. De esto ha nacido el dejar perder las huertas todos los indios, porque adredemente cortaron los árboles.

Nacen de aquí otros daños aun mayores que los referidos á V. M., que son que los partidos se despueblan de indios y se van á los levantados, apostatando de la ley de Dios. Otros se aflijen tanto cuando van á buscar los frutos que les mandó el juez, considerando que si no los topa de que menos se ha de ver encarcelado por la deuda, y así muchas veces dicen que es mejor acabar con todo, y se suben á un peñasco y de allí se precipitan; otros se ahorcan; otros toman ponzoña para condenarse sus almas por toda la eternidad, por cuenta y cargo de los tales ministros de justicia.

Colija V. M. de estos hechos y otros semejantes el miedo que los indios tienen á la cárcel, que éste es el que compele á los mandones y plebeyos á ajustarse y á obedecer á sus justicias, y no me admiro, porque la cárcel de los indios es muy rigurosa; porque ésta es un aposento pequeño, lóbrego, sin ventana ni respiradero más que la puerta, y ésta muy pequeña. Allí hacen sus menesteres puestos de pies en el cepo, por lo cual es una mazmorra de notable horror; no tienen camas, y como los traen de otros pueblos, las más veces se olvidan de darles de comer. Padecen hambre y sed y hedor notable, y como estos infelices se crían en el campo, verse encerrados lo tienen por mayor pena que la muerte, y así la eligen muchos voluntariamente.

Señor, el hurto no es otra cosa que tomar lo ageno contra la voluntad de su dueño. Rapiña ó salteamiento es una acción violenta con que se quita á su dueño lo que es suyo, forzándole. Colija Y. M. y su confesor cuál de estas definiciones cuadran más á estos repartimientos que se permiten en los dominios de V. M., por tantos años, sin que hasta ahora se haya aplicado remedio ninguno. Plegue á Dios no venga á ser ésta la causa para que V. M. pierda las Indias.

Dejo de referir á V. M. otras muchas injusticias, molestias, vejaciones y agravios, que van envueltas con éstas, y todas dependencias de aquel primer empeño que trae de pagarse el oficio al conseguirse, al despacharse, al buscar los géneros, al pagar los intereses, al hacer su viaje, y todo lo demás que hace crecer el empeño del corregidor hasta una cantidad insoportable á los pueblos.

Si V. M. está informado de las quejas y ofensas que hacen los jueces en las Indias, si estos agravios suenan á sus oídos, más vale corregir los ministros con la severidad que lastimar al pueblo con la duda.

Los estados se conservan con las acusaciones, aunque se cometan contra el que gobierna, porque V. M. oyéndolas puede examinar si la introducción es hábito para disfrazar la calumnia ó es verdadero lamento para conseguir la justicia, y entonces, ó se remedia el peligro con hacerla, ó se conocen los ánimos para afianzarla, y se premia y castiga la mentira, y el que halló sagrado en su valimiento morirá por defenderla, y el que se opuso falso se arrepentirá de contrastarla. Si los antecesores de V. M. se hubieran valido de esta máxima política, no se lloraran tantas desdichas en las Indias.

 

CAPÍTULO XIII.
Cómo sale el juez del oficio.

En llegando el tiempo de un año, que es por el que se provee el oficio (respecto de que el segundo es de prorrogación), comienza también otro contrato entre el juez y el superior que le proveyó, y añade al primer precio otros mil ó dos mil pesos, si ya no entró esta cantidad en el primer concierto, porque si el juez esto no hace y ofrece, queda destruido del todo, por haber repartido el primer año su hacienda y ocupádose  en sembrar sus utilidades, y así, necesita del segundo, y mucho más, para poder recoger y cobrar lo que tiene repartido á los vasallos de V. M., con que al paso que crece la utilidad en el ministro superior (sea virrey ó presidente), creció la necesidad en el inferior, y há menester vejar, lastimar, afligir á los pobres vasallos de V. M., y de cualquiera manera, ya sea negándole la prorrogación, ya sea dándosela, es cierto que dos años se pasan volando, y más para el que sólo depende en sus conveniencias, del tiempo; conque casi siempre queda el juez (como ellos dicen) derramado y debiéndole aquel partido diferentes deudas de lo que les repartió, que no sólo monta lo que él pretendió ganar, sino lo que há menester pagar, y á esta causa y daño le buscan los jueces los remedios siguientes, que todos son nuevas y mayores injusticias, y perdición al servicio de Dios y de V. M.

Lo primero, viendo que llega el tiempo de acabar su oficio y de que éntre en él sucesor á servirlo, procura cobrar en brevísimo tiempo, de los vasallos de V. M., lo que no se puede en el muy dilatado, y á esto llaman estos ministros recogerse y redondearse, esto es, ir cobrando severísimamente en cuatro días, y con muchas violencias, lo que fiaron para términos más dilatados.

Lo segundo, en estando nombrado el sucesor, se concierta con él (si trae la residencia) en alguna cantidad, sin sus salarios, según es la calidad del oficio; y si no la trae, procura con esta cantidad que se le nombre juez á su satisfacción, para que salga absuelto de todo.

Lo tercero, en cualquier caso procura prendar al sucesor para que no consienta que vecino alguno pida sus agravios en la residencia, ni ponga demandas ni capítulos, poniéndole por delante que lo que hicieren con el juez pasado harán con el presente, pues es preciso que siga los mesmos pasos, tratos y grangerías que él.

Lo cuarto, como quiera que el empeño con que entró, de diez, doce y veinte mil pesos, y sus intereses, es tan grande que no le pueden satisfacer con estas violencias los vasallos, porque el partido, ni usufructuado y vejado con tanto rigor, no puede dar de sí esta cantidad, como cuando se echa más alimento en el estómago de lo que tiene de calor, que no lo puede digerir, así por no tener fuerzas los pobres vasallos para tan grandes tratos, tributos y vejaciones, les es forzoso á muchos jueces, ó quedarse en el oficio por vecino (el que antes era su corregidor) hasta cobrar los rezagos, que son toda la ganancia que juzgó sacar, porque obró lo antecedente, pues lo demás que adquirió se lo llevaron sus armadores y encomenderos, y magistrado superior y residencia, con que les queda á los vasallos de V. M., y aun á los mesmos jueces sucesores, unos durísimos y perjudicialísimos huéspedes, pues sobre embarazarles sus grangerías, les empobrecen los súbditos con las cobranzas, ó si no se queda en el partido el juez antecesor, se concierta con el sucesor, librándole las deudas, perdiendo alguna parte, y luego el juez que está en posesión al siguiente, y como éstas crecen al paso del tiempo, se forma una carga tan insoportable sobre los lugares de españoles é indios, que se empobrecen, y dejan sus casas los unos y los otros, y se despuebla á toda prisa, á fuerza de intolerables agravios.

Lo quinto, á este daño suelen buscarle los malos ministros remedio, unas veces antes de acabar su oficio, por no dejar cosa por cobrar, los venden ó empeñan á los indios á los dueños de obraje para satisfacerse de lo que deben, tomando por pretexto algunos leves delitos, porque con el temor de la facilidad con que esto se hace, se huyen los naturales, y los que nó se eternizan en perpetuas penas por menores delitos que hurtos muy rateros ó deudas de muy poca importancia, que en la realidad no las debían pagar. Otras veces toman por pretextos algunos resagos que deben de tributos á V. M. En otras partes les hacen aún mayores vejaciones y violencias á título de esto mismo, haciéndoles hacer simenteras, en que se pueden decir que son más los agravios que se hacen que las anegas ó granos de semillas que cogen, pues con este color pagan cincuenta indios el tributo de quinientos, en que se ocupan toda la vida sin cesar, sin tener que comer estos indios, ni vestir ni tiempo para sembrar para su sustento ni el de sus familias, y todos andan con una perpetua inquietud, indios, indias, viejos, muchachos, viudas, doncellas y casadas, sembrando y arando, no con bueyes ni otros animales, sino ellos mismos á mano, y trillando á pata, sin recompensa ninguna. En otras partes los hacen que hilen y tejan con la misma violencia, sólo para satisfacer la hidrópica sed de plata de los ministros de V. M., que por ella han acabado casi ya con las Indias.

Lo sexto, siendo así que el primer capítulo de la residencia es preguntar á los testigos debajo de juramento si el juez trató ó contrató, y es necesario que aquello que supieron y vieron todos los vecinos, sólo lo ignore la residencia, y esto es solicitado, ya con amenazas, ya con ruegos, ya con motivos de piedad, ya con dictámenes de conciencia errada, juran todos que el juez no trató ni contrató por sí, ni por interpósita persona, y esto juran los mismos á quien vendió y repartió por fuerza los novillos, las mulas, los géneros con que grangeó todo el tiempo de su gobierno, y á los que quitó los maíces y les travesó los bastimentos, y aun el que hizo otras cosas peores que no se dicen, porque no escandalicen los oídos de V. M.

Y con este género de perjuros, pecados y sacrilegios en quien lo solicita, lo recibe el juez y se concluye, y acaba de servir estos oficios, los cuales, al conseguirlos es con coecho y baratería; al entrar en ellos, con usura y opresiones; al servirlos, con violencias y agravios; al dejarlos, con sacrilegios, trayendo á Dios por testigo de cosas falsas.

Pues ahora sírvase V. M. de considerar qué será ver más de seiscientos jueces de esta calidad, que no dándoles á éstos más que á cuatro tenientes son tres mil, con sus varas en las manos, abrasando las provincias y asolando las ciudades, despoblando los corregimientos, afligiendo los vasallos, defraudando al fisco, usurpando las alcabalas, y otra muchedumbre de agravios; y mande ver V. M. ¡qué lagrimas, qué suspiros, qué clamores, qué desdichas no pasan aquellos vasallos! Y si esto sucediese en España tan públicamente por la culpa de los jueces, y V. M. viese que así se obraba, ¡qué ira y qué furor causara en el corazón real de V. M., qué decretos y despachos se firmarían para su remedio! La mesma obligación tiene V. M. para hacerlo por los reynos de las Indias y sus naturales, porque son vasallos que no se saben quejar y sólo se saben morir, y no saben acusar y sólo saben llorar, y antes se van á los montes que á los tribunales, porque hallan menos duros aquéllos que éstos, porque tienen fundadas sus rentas los jueces de Indias sobre las abiertas espaldas de los naturales.

 

CAPÍTULO XIV.
Si del modo de proceder y servir estos oficios resulta utilidad alguna y á quién.

El mundo, Señor, se halla tan mal acomplexionado, que ya fueran tolerables los males si de ellos se siguiese algún bien para el servicio de V. M., aunque nunca se debe mezclar lo bueno con lo malo; pero cierto, que cuando los pecados no fructifican para cosa ninguna, sino que sólo son fecundos de mayores males á lo público y á lo particular, que están llamando á la reformación.

Los tributos (aunque lastiman) causan utilidad á la pública defensa y conservación. La guerra, aunque mata, tala y destruye, mas al fin fructifica y asegura la paz. Los riesgos del mar promueven la fe y el comercio y enriquecen las provincias; pero si de todos estos riesgos fuesen ciertos los daños y desesperadas del todo las utilidades, ni la guerra era bien sustentarla, ni los tributos imponerlos, ni la mar surcarla.

Confieso, Señor, que he considerado con alguna atención de muchos años á esta parte, y buscado con el discurso, si se sigue utilidad de tan grandes daños, y á quién, y me ha movido á esta duda y á la averiguación, el ver que todos los jueces, alcaldes mayores y gobernadores que han servido los mayores oficios del Pirú y Nueva España, viven pobres y mueren en grandísima necesidad, y lo más frecuente, es necesario enterrarlos de limosna. Lo mesmo pasa á los que se vienen á España. ¿Qué se han hecho tantos millones como han entrado en estos reinos, de virreyes, gobernadores, presidentes, oidores, oficiales reales y particulares que se vienen á vivir á estos reynos, siendo estos ministros en quien más inmediatamente habían de entrar estas utilidades, y los que habían de estar ricos y poderosos? Con lo cual, si éstos quedan pobres, á cuya conveniencia conspiran todos los pasos y líneas por donde se corre en este discurso, bien cierto es que todos los demás interesados no es verosímil queden ricos; pero como quiera que tampoco es verosímil que dejen de fructificar tan vivas y eficaces diligencias y tan abiertas grangerías, debemos creer, piadosamente, que Dios permite que no se logre, porque castiga con necesidades á los que quieren necesitar á muchos para vivir ellos con superfluidades. A que se añade el entrar en estos oficios (los que los sirven) tan empeñados, y hallarse ya los reynos tan gastados y despoblados, que no bastan á satisfacer el empeño anterior las utilidades posteriores del oficio, y muy frecuentemente el mercader y armador pierden parte de la deuda, y el juez queda destruido, y el fisco sin tributos y alcabalas, y la tierra despoblada, y sólo quien consigue (á lo que parece) el fruto de estos oficios, sin carga ni pensiones, es el primer vendedor y superior de los demás, que lo proveyó por el primer precio, y los que intervinieron en estos secretos contratos, porque como los que provee un virrey del Pirú y Nueva España cada año (contando la prorrogación) son muchos, y valen como se ha dicho, y muy pocos de los que se benefician bajarán de mil pesos, éstos, y el precio de las demás gracias y condutas, encomiendas y comisiones, hacen cada año más de 500. 000 pesos sobre su salario, y si en seis años da tres vueltas la rueda de la provisión, viene á ser triplicada cantidad, que es más de millón y medio, los oficios solos, sin las demás gracias, sueldos y grangerías otro millón, que son dos y medio sólo en un virreinato; otro tanto en el Pirú, y las presidencias otro millón y medio, son cuatro y medio, con que viene á pasarse la plata á estos magistrados, dejando, no sólo á los del reino pobres y destruidos, sino el comercio extenuado y necesitado por no correr tan gruesa cantidad en la pública contratación, á que se añaden otras porciones muy gruesas que salen de aquellos reinos, que entran en poder de oficiales reales y otras muchas personas ocupadas en gobiernos, que son de la provisión del Consejo. Es verdad que esta mesma utilidad de los superiores que esto obraron, va mezclada de no pequeñas pensiones.

La primera, la de la mormuración general del reyno, que con públicos pasquinos y maldiciones lo abominan y publican. La segunda, la del remordimiento de la propia conciencia, que, por muy dormida que esté, llama y muerde de ver tanta plata hecha de pasta de carne y sangre de pobres y miserables indios y españoles. La tercera, haber de tolerar muchas cosas indignas é indecentes hacia la parte del punto y de la autoridad del puesto, porque á él le toleren esta indignísima, pues porque no le descubran su flaqueza permite muchas flaquezas á los otros. La cuarta, haber de estar en perpetuo sobresalto temiendo que le venga sucesor, porque aunque ninguno escriba á España su modo de proceder, piensa que todos escriben á V. M. y al Consejo cuanto obra y hace y que ya V. M. y el Consejo lo remedian y le invían quien lo averigüe y castigue, y en el reyno luego los afligidos publican estas nuevas, unas veces para molestarle á él y otras para consolarse ellos, con que siempre lo traen en perpetuo sobresalto y pesadumbre.

La quinta, haber de contemporizar para tener amigos en la residencia, con toda suerte de gentes, eclesiásticos y seculares, y hacerse inferior á todos el que procediendo bien, rectamente, como manda Dios, fuera superior á todos.

La sexta, haber de gastar tiempo, cuidado y plata, en procurar en todas partes que no se averigüen las quejas y no lleguen á los oídos de V. M. y de su Consejo de Indias, y si llegan á éste, cubrirlas y templarlas con diversos medios, que todos son costosos y embarazosos.

La séptima, traer sobre sí las maldiciones de Dios, que acompañan á este género de hacienda, porque el comercio lo siente, los pueblos lo mormuran, el reyno se queja, el juez que le pagó el oficio (que había de darle sus méritos) lo abomina, el teniente a quien vendió el juez la vara (porque á él le vendieron la suya) lo blasfema; los particulares indios de V. M. que están debajo de su mano, que es donde carga todo el peso de las desdichas, se vuelven á Dios y claman; las viudas y casadas y criaturas, con lágrimas tiernas lo lloran, é imposible es, aunque dure algo la felicidad del magistrado superior y demás ministros que esto obraren, dejen de mover la justicia divina tantas maldiciones, quejas y suspiros de pobres agraviados. Durísima es, Señor, la felicidad y riqueza y prenda que con tan terrible pensión se consigue.

Corre la hipocresía de los ministros disfrazada el semblante con visos del servicio de V. M. ¡O engañoso Ector qué suave brindas porque no conozcan tu malicia! Aun la más prevenida cautela. ¿Pero cuándo no se ofreció la mentira con apariencias de verdad? Nunca se hubiera logrado la traición del caballo troyano, á no venir con tantas señales de religión, ni hubiera sido creído el falso Sinon, á no vestirse con tanto aparato de virtud su engaño encubierto. Los ministros de Indias y su nosciva cualidad, con capa de religión y justicia que afectan é introducen la destruición de las ciudades y reynos, aunque luego se dan á conocer en sus lastimosos afectos (que son como los del caballo troyano y engañoso Sinon) que á pocos años se ve padecer toda la república indiana en la devastación de sus naturales y todo el reyno, es una Troya encendida de injusticias, coechos, baraterías, agravios, violencias, opresiones y sacrilegios con los procederes de los jueces, porque no hay reformación ni castigo, y es mala razón de estado esperar tanto tiempo que sufran los vasallos ofendidos, cuando dan voces para ser remediados.

 

CAPÍTULO XV.
Si de estos trabajos pueden tener desagravio los vasallos de Indias, y si hay algunas provincias en el mundo donde esto suceda.

Los trabajos con recurso son males con respiración y enfermedades con medicina, y si lastima la herida, causa consuelo la curación; pero cuando el mal (como el de las Indias) es sin remedio, sólo puede hallarse el consuelo en la muerte ó en la desesperación, y esto conviene que V. M., en los rey nos y provincias apartadas del centro de España, lo remedie, para excusar grandes males que estos vasallos de la América padecen sin remedio, porque la real persona de V. M. no puede aplicárselo cuando lo han menester, estando á dos y tres mil leguas de donde padecen; el Consejo de Indias tampoco dárselo por la mesma razón, y V. M. y el Consejo ya les han dado los remedios que han podido aplicarles inviando cédulas y formando leyes que contengan los vicios, pero qué importa si éstas, en las Indias, más sirven de lazo que de freno, porque ninguna se cumple ni guarda, y ésta es la causa del mayor deservicio de V. M. y del descaecimiento del bien público de aquellos reynos?

Lo más que debe V. M. castigar en los ministros de Indias es la transgresión de las leyes interpretando sus órdenes y reales decretos, en cuya pintura lucen más los colores de la malicia que las sombras que forma la imagen. ¿Qué razón hay para que los gobernadores y magistrados superiores de aquellos reinos se consideren tan eternos en el mando, que castiguen en el vasallo por delito lo que ellos ejecutan por ambición? Y si les replica algún particular le mortifican, porque hace el servicio de V. M. (yo lo he visto).

Ea, Señor, no se diga que por falta de justicia se ven aquellos reynos en la mayor miseria que los puede considerar V. M. y ya parece que los desconocen los más apasionados, y con razón se debe dudar, al paso que camina su asolación, si se acabarán las Indias en el reinado de V. M.

El magistrado superior que representa á Y. M. en las Indias, si no es bueno, es el primer autor de sus maldades, porque en aquella primera venta de oficios se contrata implícitamente y recibe utilidades el superior, con la obligación tácita de no oir las quejas ni remediar los daños de los agraviados, porque el juez que compró el oficio, luego que le van á la mano en sus grangerías, clama y publica el precio que le costó, y se da por agraviado, y en cierta manera pide que se le haga buena la venta, con que ha de callar el primero, porque no hable el segundo.

La Audiencia real, sobre no atreverse á ir á la mano al virrey ó presidente, se halla también embarazada, así con tener ocupados confidentes y amigos, y tal vez hijos y deudos en los mismos oficios, y así no puede bien juzgar condenando lo que están solicitando obrar, lo que hallan necesitados á estar consintiendo, ni reprimir lo mesmo que están haciendo sus allegados.

Los jueces inferiores menos lo remediarán, pues ellos son los inmediatos ministros de la pública ruina de los pueblos.

Si acuden al Obispo los pobres vasallos, no tienen mano para remediarlo, y si lo intentan algunas veces, les hacen los jueces públicas descortesías y disgustos, y luego hacen punto de jurisdicción el exceso. Empéñanse en él los Virreyes y la Audiencia, y lo disponen de manera en España y en las Indias, que cuando bien sale de ello, le cuesta el celo, sobre muchos disgustos, una reprensión del Consejo.

Los religiosos y curas, menos fuerza tendrán para su remedio, que no los obispos, y si en esto se embarazan, les hacen tantas molestias los jueces, como tienen las espaldas seguras en los superiores, que se hallan obligados á dejar destruir los partidos, ó á componerse, ó ir á la parte de los excesos.

Donde resulta una tácita conspiración de voluntades superiores á la ruina de los miserables vasallos y súbditos, hallando los remedios cerrados y las puertas de bronce para respirar y pedir justicia, y los agravios siempre constantes y repetidos y la tierra asolada y perdida, y el nombre real ofendido y la justicia y hacienda de V. M. acabada.

Yo, Señor, he visto buena parte del mundo, y lo que no he visto he leído, y me he hecho capaz de su gobierno, y puedo asegurar á V. M. que no se halla parte alguna, ni provincia, ni isla, ni república, que se gobierne por los superiores, no sólo con un dictamen moral y cristiano (que es más estrecho), sino con el racional y político moderado, donde en tiempo de paz con tanta publicidad ande turbada toda buena orden de gobierno, se vendan los oficios de justicia tan públicamente á indignos, se desprecien las leyes, se desestimen las cédulas y órdenes de los reyes, y todo corra con tan confusa turbación y desorden de codicia.

Apenas hubiera jueces malos sino hubiera vasallos linsongeros. La gracia que no merecen por sus virtudes y buen proceder, la procuran con los males públicos. Por un breve favor (que á veces no se consigue ó se convierte en daño), venden á la patria, como se ve en Indias y España, y dejan en el reyno vinculadas las tiranías de su mal obrar.

 

CAPÍTULO XVI.
Que todos estos daños de codicia en las Indias y en los demás dominios de V. M. acaban con ellas y se puede llevar tras sí la monarquia, por razones de Estado.

Lo primero supongo que cuanta codicia se ejercita en Indias y en algunos tribunales de V. M., en estos reinos, es contra expresas cédulas de V. M., y mucho más el vender los oficios los superiores para sí, y el tratar y contratar los jueces inferiores tan desmedidamente como lo hacen.

De aquí resulta que siempre en los reynos y más en los muy remotos, con publicidad se desprecian las leyes, y esto se obra por los ministros que habían de guardarlas. A los pocos pasos se desprecia á los mesmos reyes y por la falta de respeto á ellas se comienza para perder después el respeto á ellos. Pues asentada máxima es que los reynos que fueren criando mala sangre en lo político contra justicia, la vayan corrompiendo en la lealtad, porque cada ley es un rey y cada agravio á la ley es una ofensa pública á su rey, porque no tienen más fuerza ni voluntad las leyes que la voluntad viva de los reyes, que están animando y autorizando las leyes.

Nace de aquí que viendo los ministros que de esta venta de oficios, tratos y grangerías y opresiones que hacen á los vasallos en todas partes, no hay reformación ni castigo, ni freno alguno, pasan á concebir que aquella ley animada (que es rey) con menor aprecio y decencia que se le debe. Prorrumpen tal vez los ministros superiores (aun á la vista de V. M. ) si les van á la mano con decretos y órdenes de V. M. en razón de muy mala consecuencia y no pequeño escándalo á los vasallos, con oir decir: «Aunque el Rey lo mande no lo he de hacer. » «Aunque vengan treinta órdenes y cédulas, no lo he de ejecutar: vaya y quéjese al Rey, que por lo menos tres ó cuatro años de réplicas habrá de andar arrastrado.» Y todas estas frases, y muchas más de que usan algunos presidentes en provincias remotas, son de grande ofensa al Estado y aprecio de la persona, corona y decretos de la magestad real, y puede causar muchos daños, que vemos causados en Olanda y Portugal, quizá por olvidar esta atención V. M.

Lo segundo es también dañosísimo á la corona, lo que con estas resoluciones y poca fuerza de las órdenes de V. M.; se cierran los recursos en los vasallos, porque viendo que después de haber acudido á V. M. no es obedecido, antes ellos viven más aflijidos porque se quejaron, cesa la ejecución del remedio y la respiración que pueden tener del agravio, y pueden dar los vasallos en uno de dos males, entrambos opuestos entre sí, pero dañosísimos; el primero el de la desesperación (viéndose sin remedio) tomando las armas contra los magistrados con pretexto del mal gobierno, que es la enfermedad de que han muerto á la lealtad tantos reynos.

Lo tercero, hallándose sin esperanza de remedio, olvidarse de España y acomodarse con los tiempos en las Indias, y hacer de la desdicha fortuna y obedecer y respetar de tal suerte el exceso, que se abra camino para otros mayores males, hasta que acaben del todo con el público estado.

Lo cuarto, es también dañosísimo al de la corona real, la conspiración y concordia con este género de excesos que resultan entre los superiores contra las leyes y órdenes de V. M., porque aunque esto en su ejercicio no mira sino sólo á conseguir el superior ministro 500. 000 pesos al año de la venta de los oficios, y en los ministros de V. M. que le asisten, en conseguir con los oficios que les dan, para vender ó beneficiar á sus hijos y deudos ó otras gracias en ocho ó diez mil pesos sobre su salario; pero en la consecuencia de ayudarse unos á otros y en el respeto á las órdenes de V. M., y en el unirse á agraviar los vasallos, y en el escribir al Consejo lo siniestro y en oponerse á lo verdadero y santo, no sólo ocultando las noticias á V. M. de lo que pasa, sino informando lo que no pasa, hay una unión y conspiración tan perniciosa, no sólo á la justicia, sino al Estado, que puede con el tiempo ocasionar gravísimos daños á la corona real, lo cual, Señor, debe prevenir V. M. estos inconvenientes con la prudencia, porque una vez sucedido, imposible será que los pueda remediar con la justicia, y de aquí resultan otras voces poco convinientes, como son: Que si el superior y los que le asisten escriben uniformemente á V. M. lo que no conviene ni pasa, más creídos serán que cuantos escribieren lo cierto, y con eso unen entre sí á las comunidades del reyno y los particulares, y hacen informes siniestros, y todos firman lo que quieren y les parece al intento de que V. M. ignore la verdad de lo que pasa. Y todo esto sólo mira á conservarse en los excesos de la codicia. Pero estas malas introducciones pueden hacer disposición con el tiempo, y sus accidentes á otros géneros de excesos de estado y dañar la pública conservación de la corona y obediencia debida á V. M. y á sus sucesores.

Lo quinto, también padece el estado público y conservación de la corona en que vean los vasallos, y más en provincias remotas, la Magestad real menos estimada de lo que se debe á su grandeza, en sus leyes y ordenanzas, y que toquen con las manos el que no sirven las cédulas de reformación, ni tengan fuerza otras cualquiera que se invíen, en mirando á moderar los ministros, y el verlos tan superiores, éstos á aquéllos, que no sólo no las guardan, antes contravienen á las leyes comunes y reglas de justicia, sino que también á las órdenes expresas de V. M., y así, viendo los vasallos que no tiene fuerza la ley, ni el derecho, ni la voluntad real, sino que prevalece á todo la de los ministros, y habiendo menester V. M. cuatro ó cinco años para ser obedecido en diferentes órdenes que ha dado, crece sobrado la estimación con los pueblos el magistrado inmediato que los gobierna y descaece y se apaga la representación y resplandor del nombre real de V. M., y se introducen comúnmente otras frases peores que las pasadas, y es dar á entender que V. M. no tiene en las Indias más jurisdicción ni mano que el firmar los despachos de las mercedes que hace á los virreyes y presidentes, y nombrarlos, porque después, con un moderado tributo que le invían de la misma hacienda real, todo lo demás les toca, razón sensible sumamente á cualquier ministro y vasallo que amare el servicio de Y. M. y deseare la conservación de las Indias.

Lo sexto, de aquí nace también apagarse el amor y estimación de los vasallos á la real persona y dignidad de V. M., con crecer desmedidamente la representación y la imagen, y irse llevando el culto y reverencia que se debe al original, con lo cual se da lugar (por no hacerse respetar V. M.) á que aquellos reynos vayan apartando la vista y los ojos del original de España, pareciéndoles que tienen lo que han menester en las Indias, de donde puede resultar con el tiempo otra idolatría política, no de menos consecuencia que las anteriores.

Lo séptimo, que siendo la obediencia el único vínculo del estado político, en viendo que se salen con su república los magistrados, se pierde del todo el respeto á los superiores de España, y con eso, no hay daño, por gravísimo que sea, que no pueda fácilmente suceder.

Lo octavo, con estos agravios se aventura el estado político de la corona por el desconsuelo de los vasallos, que frecuentemente, cuando se ven sin recurso, prorrumpen en desesperación y pierden el respeto á los jueces; pero como quiera que Dios tal vez permite, por falta de justicia, que la oveja se vuelva león, porque no quieren transquilarla, sino desollarla del todo, no hay quien pueda asegurar la paciencia á vista de violencias é injusticias que padecen aquellos reynos.

 

CAPÍTULO XVII.
De los daños que causa la codicia á la corona, por lo que consume la hacienda de V. M.

La hacienda de V. M. es la que más conocidamente padece por la codicia, y ésta la tiene ya en Indias en la última ruina, y muy naturalmente sucede esto, y sin violencia alguna, porque si el ejercicio de la codicia es en la plata, y la hacienda real de V. M. se compone de ella, no puede aquélla cebarse y satisfacerse sino en ésta y con ésta.

En primer lugar, lo que antes era tan sagrado, que eran las cajas reales de V. M., hoy no sólo están abiertas á cualquier exceso, y cerradas á todas las órdenes de V. M., pero de ellas y por ellas se hacen grandísimas injusticias. Sirva de ejemplo lo que sucedió al Señor rey don Pedro de Aragón, sólo porque su hermano, el infante don Fernando le abrió sus cajas en Zaragoza para una cosa tan justa como la paga de sus soldados, que estaban en su real servicio. Sólo por el atrevimiento de haberlo hecho de su propia voluntad, sin su orden, le mandó prender, y resistiéndose, le hizo matar en el reyno de Valencia . Y las arcas de V. M. están de calidad, que se le podían referir muchos ejemplos del lastimoso estado que tienen en las Indias y en España; y la prueba más real que hay para esto, es considerar V. M. los salarios que tiene señalados á los tesoreros de España y Indias, que son los muy precisos para mantenerse y portarse con la decencia de ministros de V. M., y no más. Después de diez años de ejercicio y haber gastado en cada uno el sueldo que se les da en seis, sacan de caudal cien mil pesos, y otros más; con que es grande el fraude de la hacienda de V. M.

Yo conocí á muchos (y si se me pregunta quién son, lo diré) tesoreros que obraron de esta manera.

En cierta ocasión benefició un sujeto una tesorería, para cuyo efecto me pidió á mí le prestase cierta cantidad, y se la dí, si bien procuré disuadirle de ello. No obstante, la benefició con el dinero y dentro de cuatro meses me le pagó, y aun otras diferentes cantidades. Admirándome yo mucho que en tan corto tiempo había satisfecho á sus acreedores, me dijo un día, que no teniendo más que un corto salario, no daría su ocupación por veinte mil pesos todos los años; á que le repliqué cómo podía hacer eso. Riyóse mucho y me llevó á su casa y me dijo: «Vea v. m. si yo tengo razón ó no»; y diciendo esto se quitó el sombrero, y haciendo una cortesía muy profunda dijo á la caja donde estaba el tesoro: «Présteme V. M. seis mil pesos. » Abrióla y sacó esta cantidad para emplearlos por su cuenta. Volvióse á mí, y dijo que en las Indias no había oficio mejor que el suyo, y que si no fuera por estas escepciones que tenían no hubiera quien los sirviera. Y no es esto lo peor, sino que después de cometer estas maldades, se ven premiados por V. M.

No digo que todos faltarán á sus obligaciones, pero no las tenía menos que todos este sujeto, y se olvidó de ellas.

Lo segundo está ya sentado en todas partes el comprar las libranzas y beneficiarlas; esto es, que paguen una cantidad á los ministros ó confidentes de los que las tienen á su cargo, y esto lo paga el pobre acreedor que ha de cobrar de las cajas reales, cosa no sólo perjudicialísima á las partes, sino dañosísima sumamente al servicio de V. M., porque recibiendo los superiores y tesoreros (si esto hubieren obrado) de algunos años á esta parte, aunque no sea sino á cinco por ciento de cuanto se paga en las cajas, sólo porque se les paguen y les firmen las libranzas, como son cantidades tan gruesas, de sesenta, ochenta y cien mil pesos, y tal vez más, viene á ser un interés grandísimo para ellos y sumamente ofensivo al servicio de V. M. porque aunque parece que sólo se les quita aquella cantidad á los presidios de la Florida, Habana, Cartagena y los demás, y á los que venden géneros á las cajas para Filipinas y Chile, aprestos y bastimentos para la armada de Barlovento, y á los arrieros que conducen los azogues y la plata de V. M., y á otros acreedores que tienen diversas rentas y mercedes de V. M. en ellas, y á caballeros pobres y viudas, no obstante, recibe V. M. y su real hacienda grandes daños.

Privar á los presidios de aquella cantidad que se lleva (que se reparte entre los cómplices) y es fuerza que falte á los soldados, y puede por ella y las demás que les van quitando, perderse ó amotinarse una plaza, como sucedió en Santo Domingo y Cartagena.

Con esto se desacreditan las reales cajas, que ya no hay quien quiera poner en ellas un real, porque se pierde mucho en cobrar lo que prestaron de buena voluntad á V. M., y con esto se acabó la fe pública, que no hay quien fíe á V. M. un peso, porque le ha de costar la tercia parte cobrarlo.

Encarécense á V. M. todos los géneros que compra, porque en el precio añaden un tercio más que les ha de costar el que les paguen en las cajas reales lo mesmo que venden.

Se destruye la real hacienda con la minoración de los tributos y grangería de los ministros, porque se pierden las alcabalas, que cansándose éstas del comercio del reino, y habiéndolas de cobrar los ministros que vienen á grangear y á cobrarlas de sí mesmos, bien se ve si se perdonará fácilmente el que es juez y fiel de su causa y cobrador de su mesma hacienda. Y esto no parezca á V. M, que es materia despreciable, porque si este renglón se administra en Indias con cristiandad, pasa de tres millones de renta, una vez que se pusiese cobro á él.

Los tributos se minoran de dos maneras; la primera, muriéndose los tributarios por lo que hacen con ellos; la segunda es deshaciéndose los pueblos, porque se despueblan, yéndose á vivir á los montes huaycos, con que faltan los vasallos que han de dar estos tributos á V. M. A que se añade otra perdición, y es que, como el juez que trata y contrata es el mesmo á quien se paga el tributo para V. M., válese de estas cantidades para sus grangerías y después no las puede pagar por diversas pérdidas á que están expuestos los comerciantes, y es necesario cobrarlas de los fiadores de éste, con mucha dilación, molestia y dificultades. De forma que lo que una vez se pierde de la hacienda de V. M., nunca vuelve como sale.

 

CAPÍTULO XVIII.
De los danos que causa la codicia á la justicia y paz pública.

De unirse el magistrado superior y los que le están cerca á los tratos, grangerías y ventas de oficios, y en el ayudarse los unos á los otros, cuando por V. M. se quiere reformar, ó los vasallos se vienen á quejar, sucede la ruina de la justicia y gran peligro á la paz y seguridad.

Lo primero porque en beneficiando el oficio el superior al juez inferior, se halla obligado á su defensa en sus tratos y grangerías, como se obliga á la evacion el vendedor al comprador, como lo he propuesto arriba; porque cuando los españoles y indios se quejan de estas vejaciones, dice el juez que no se puede hacer menos porque le ha costado el oficio siete ó ocho mil pesos; y si se van á quejar al virrey, que V. M. tiene en su lugar, es preciso que defienda á quien él dió el oficio, porque bien saben que no tiene más de 250 pesos de salario, y que los ocho mil que le costó y la grangería y los intereses y lo demás que se ha referido, ha de salir de la sangre del español y del indio.

Lo segundo, si acuden á la real Audiencia ó Consejo de Indias, hallan algunos ministros muy beneficiados por el superior, que están cometiendo los mesmos excesos (poco menos) sus parientes y allegados, con que se hallan necesitados y conspirados á la ruina de los vasallos por la defensa de los jueces.

Lo tercero que cuando se invía el juez de residencia para desagraviar los excesos y vasallos de V. M., con el contrato de la venta del oficio trae consigo tácita permisión de tratar y contratar y fácilmente disponen que los jueces nombrados sean amigos del residenciado.

Lo cuarto, porque no sólo se hacen terribles agravios con estos tratos y grangerías, con tolerancia de los magistrados superiores, sino que animan á ellos, no sólo porque el superior que no castiga los delitos alienta á los delincuentes, sino que claramente ya, cuando les da el oficio se le dice al juez (para la ponderación del valor y crecimiento del precio) los géneros en que puede tratar, el grueso caudal que del puede sacar y lo mucho que le puede fructificar. Y doblo aquí la hoja para desplegarla en otra parte, por los. motivos que me da á ello, para representar á V. M. en la inteligencia de este hecho tan practicado, no sólo en Indias, sino en España.

Lo quinto, cuanto á la poca seguridad de la paz, se conoce manifiestamente en la falta de recurso de los reynos, porque lo que más aflige á cualquiera provincias del mundo, es el padecer sin esperanza de remedio, porque aquellos vasallos se hallan á dos y tres mil leguas de V. M., y así les es fuerza en sus ahogos que acudan al magistrado superior. Este los vendió al juez; y si á los jueces togados, ésos son los cómplices en su daño, y si acuden á los que los afligen, ésos son la causa inmediata, y si intentan recurrir á V. M. para pedir justicia, se les levantan mayores persecuciones, y no lo consiguen, porque todos los jueces que hay en aquellas partes tienen en Madrid sus agentes, y corrompen la justicia, con que todo es clamores, lástimas y lágrimas, pidiendo justicia á Dios; y aunque la suavidad de los naturales (hasta ahora) no ha promovido rebelión, pero como quiera que tantos agravios no pueden criar buena sangre, no se sabe cuándo llegará á corromperse, de manera que perdiéndose la paz se descomponga  todo el estado de la tranquilidad que hoy se goza en aquellos reynos; porque la paz, Señor, es hija de la justicia, y no puede conservarse una sin la otra; y así se abrazan la justicia y la paz como quien dice: No hay rey no, provincia ni ciudad, ni aun compañía de ladrones, que pueda conservar la paz sin la justicia. Así lo previene San Agustín y lo enseñan uniformemente Cicerón, Aristóteles y todos los que trataron de repúblicas. ¿Y quién mejor que la experiencia, como mejor maestra?

Mientras que los Romanos guardaron justicia distributiva, floreció su imperio y fueron señores del mundo; pero luego que la corrompieron, se fue introduciendo la codicia y poca unión en sus ministros y súbditos, y por ahí vinieron á perderse. Esto claman todas las monarquías y reinos con sus mudanzas y todos los imperios con sus ruinas. Buenos ejemplos son éstos para persuadir á V. M. esta verdad tan experimentada en todos los tiempos, de todas las gentes y naciones. Pero porque no quede ninguna duda, quien mejor lo significa es aquella verdad indetestable que ni puede engañarse ni engañar á nadie, que es el Espíritu Santo, que dice, que por los dolos é injusticias se transfieren los reinos de gente en gente; y la causa porque las monarquías y reinos se desunen y no se conservan debajo del dominio de un mesmo señor y sus descendientes, son las injusticias, y por esto vemos pasar unas naciones á dominar á las otras. Las injusticias que permiten los reyes en sus tierras son las que abren la puerta á la justicia del cielo, y como las naciones extrañas son vara de la justicia de Dios, con ellas priva á los hombres de su patria.

Antigua razón de estado de la providencia de Dios; cuando en su viña no se guardaba justicia, la dió á otros labradores que cumpliesen con esta obligación. Bien claramente dice el texto literal de la Sagrada escritura que á los que no hicieren justicia, que les quitará sus reynos para dárselos á los que la hicieren. Pues si por injusticias se quitan los reinos, donde tantas se hacen, como en las Indias, ¿qué se puede esperar, Señor?

 

CAPÍTULO XIX.
En que se prueba que la codicia no perdona á ninguna persona en el reino.

Y porque vea V. M. que la codicia de sus ministros no perdona á los mesmos españoles, mestizos y mulatos (que hay en los reynos de las Indias) y que también los destruye y consume, con los daños que padecen, será bueno referir algo de lo que se hace con ellos.

Ya se sabe que los españoles son el cuerpo más noble de aquellos reynos, y con las vejaciones de los jueces no los dejan comerciar ni usar de sus frutos, como á los indios, y esta mala introducción se halla practicada en casi todos los más oficios que se proveen en ambos reynos, porque á ningún mercader permite el juez que esté en su partido más de tres días, y á los labradores les obliga que le compren los novillos y mulas, rejas y demás aperos, y que le vendan el trigo y lo demás á bajísimos precios, con que en pocos días los destruyen y deshacen como á los indios y cesa la agricultura.

Si son mercaderes de grueso, pasa todo el trato á los jueces y cesa el comercio y las utilidades que se aplicaban á este ejercicio. Piérdense las rentas reales, que se aumentaran si lo dejaran hacer libremente, y á pocos años van deshaciendo lo público y más florido del reyno, que es el cuerpo de mercaderes.

Si son mineros, como los arman y avían los jueces y penden de ellos, no hay igualdad en los precios ni en el contrato, como no le habrá nunca entre el león y la liebre, con que los aniquilan y destruyen.

En las demás gerarquías, de negros, mulatos, libres, mestizos, coyotes é indios, cae todo el daño, y de la manera que el humor de la cabeza corre al pecho y el de todo el cuerpo á los pies, y la parte más fuerte arroja todo el humor á la más flaca, así todas las molestias, vejaciones, ventas, compras, usuras y demás utilidades, y toda la esperanza de los jueces consiste en los azotes que dan en aquellos querpos desnudos y miserables de los indios, y no es esto lo peor, sino lo que dejo de decir. Y así, luego que el trabajo les es intolerable, se echan á morir y se ponen en un rincón y no hay remedio de hacerlos comer, con que va la codicia despoblando á V. M. los reynos de Nueva España y el Pirú, Santa Fe y Filipinas, y presto se verán unos y otros como lo está la isla de Santo Domingo, sin considerar que los indios son útilísimos vasallos, y que aquellos reynos sólo duran mientras se conservan los indios, porque las minas se acabarán y entonces discurrirán los ministros de V. M. como suplirán la falta de ellos, pues sólo en Potosí y diez leguas en contorno es menester todos los años veinte y dos mil indios de mita para beneficiar las minas.

Lo que tiene escandalizado al mundo es que no se prevengan estos daños y que se deje correr esta desorden que ha venido á la América sola, porque en cada reino se hagan trescientas personas ricos y poderosos, que después, siendo aquellas riquezas procedidas de innumerables agravios, rarísima vez se logran. ¿Qué más evidencia quiere V. M. que la pobreza de esta monarquía? ¿No se conoce que es castigo de Dios, que envía por las injusticias? No espere V. M. que se lo diga un profeta para creer lo que le digo, que ya Dios no usa de ellos. Quizá me habrá movido á mí para que V. M. lo remedie ó justificar su causa.

Todos estos y otros muchos males y daños escandalosos hacen los ministros de justicia que V. M. tiene en Indias, no sólo á los miserables indios, sino también á sí propios, pues el continuo cuidado y astucia, no sólo humana, sino diabólica en sus codicias, insaciables grangerías, robos y tratos ilícitos, con otros muchos y malos ejemplos, peores que de gentiles, con lo cual son causa que algunos pobres y desventurados indios (los que son cristianos), falten y dejen la fe, y los que no lo son no la quieran recibir ni arrostrar; pues los que tienen obligación de justicia, de sustentarla y acreditarla con obras de cristianos, la desacreditan con obras de paganos, escándalos, engaños y robos, y con la gran ceguedad de la codicia les parece que lo pueden hacer seguramente, diciendo algunos que como los indios son malos cristianos no importa engañarlos y robarlos.

A lo que respondo por ellos y por la ley de Dios; cuanto á lo primero digo, que debemos de entender y juzgar de cada uno según sus obras, como lo enseña nuestro Salvador y maestro Cristo, nuestro bien, porque, como por el fruto se conoce el árbol, si es bueno ó malo, así las obras exteriores cristianas que vemos en los indios, debemos juzgar por ellas que son cristianos, y al contrario, las malas y perversas que hacen los jueces españoles; ellas mesmas dicen por sí que son de paganos, pues las obras de los unos son de fieles y las de los otros de infieles; y basta la humildad y paciencia con que estos desventurados indios sufren y bajan la cerviz al pesado yugo de las injusticias que padecen con los injustos ministros de justicia, para entender piadosamente que Dios, por su misericordia, como ama á los humildes, atribulados y sufridos, suplirá sus faltas y poco talento y les perdonará sus pecados; y castigará con grande y rigurosísimo juicio á los soberbios y poderosos que con fuerza tiránica y nombre de justicias falsas, sacan á estos pobres en todo la hacienda y la vida y aun el alma (que es lo que más se ha de llorar), haciendo á muchos desesperarse y morirse, y á otros apostatar de la fe. Y para que no quede ninguna duda á los ministros de V. M. en el presupuesto que voy sentando, digo que más grave pecado es engañar y robar á un moro ó gentil que á un cristiano, porque robar á un cristiano no hay más obligación que restituir lo hurtado; pero robar á un gentil es mayor pecado, porque tiene más graves circunstancias y así tiene más que restituir, pues no sólo la ley natural obliga á restituir sólo lo que roban y tomaren á los tales, sino también la ley sobrenatural y divina del Santo Evangelio les obliga á restituir todo lo que hurtaron y defraudaron al gentil. Al mesmo Evangelio (se opone el que lleva aquella opinión), que es el fruto de la pasión de Cristo. ¿ Qué pudiera hacer el infiel y gentil si viera que el cristiano que lo cree y profesa, lo guarda, y hoy lo quebranta engañando y robando al indio, que tiene por infiel y flaco en la fe? No sólo comete pecado de hurto, haciéndose el mesmo que roba infiel á su ley y á su rey, pecando mortalmente, deshonrando la fe y negando el Evangelio que profesa, desacreditando la religión cristiana de que se honra é infamando el santísimo nombre de Jesu Cristo que adora; negando con las obras lo que confiesa con la lengua.

Todo esto niegan y hacen muy al contrario los malos cristianos é injustos ministros, porque si cotejamos sus malos ejemplos con que tanto escandalizan, con sus desenfrenadas codicias, con la ley de Dios que profesan y con la fe que creen, parece, ó que no son cristianos, ó que el ser cristiano no es lo que el sagrado Evangelio enseña; porque un hombre ministro que cree que esta ley no se puede salvar ni tiene otro remedio sino en Jesucristo que nos dió esa ley escrita con su sangre y sellado con el sello real de su cruz, quiera por doce ó veinte mil pesos desacreditar la fe que cree, deshonrar el nombre que adora, profanar los sacramentos que frecuenta, sin conocer la gravedad de sus pecados y arrepentirse de ellos, quiere á sabiendas condenarse.

Por lo cual parece son peores que Judas, que se arrepintió del gran mal que hizo, con tanto dolor y conocimiento de su gravedad, que desesperó de su salvación pareciéndole (como otro Caín) que era mayor su maldad que la misericordia de Dios, y con todo eso se condenaron, así uno como otro, porque no creyeron ni esperaron en la misericordia divina, de la cual se puede despedir el que de veras no se convirtiere y despidiere de sí la hacienda agena, pues Judas, aunque volvió el dinero que idigna y sacrilagamente había recibido, desesperó del perdón de su pecado y se condenó, porque su penitencia no fue verdadera, sino falsa. Si se dolió del pecado de haber vendido á Cristo teniéndole por justo, no se dolió de los demás pecados que había cometido quedándose con la raíz de su antigua codicia de hurtar, y si restituyó los dineros de la venta del Señor, quedóse con los demás que antes había hurtado. Y así le castigó Dios con tan grande castigo como fue permitir que desesperase de su salvación, que ésta es la pena que merece el ciego y obstinado pecador que se contenta con satisfacer y dolerse de un pecado, dejando la satisfacción y dolor de los demás; restituyendo partes, no todo, porque no basta sentir y llorar unos pecados y complacerse y quedarse muy seguro y contento con los demás, ó con las ocasiones y raíces de ellos. Y así no basta que la restitución y satisfacción para los indios sea media, ni parte de ella. Ni aun esto quieren restituir los tales ministros de justicia, si no es por fuerza y sentencia del juez superior que les toma la residencia, lo cual acontece raras veces en las Indias; porque el juez que viene á tomarla, suele venir al mesmo cargo y oficio con la mesma codicia y con intento de hacer lo mesmo que acabó de hacer el pasado juez.

Y así le parece que quedará disculpado de los males que ha de hacer él, si abona y acredita los que el otro tiene ya hechos, y quedará escusado de restituir lo que piensa hurtar, y así enmaraña y falsea la residencia, para que así el uno como el otro no restituyan lo ageno, y entrambos se condenen, no persuadiéndose que el que da la residencia mala, y el juez que lo aprueba, y los testigos que maliciosamente juran falso en abono del que habían de condenar, y los que indujeron á otros y el confesor que los absolvió, pecan mortalmente y están todos obligados á restituir, así como el ejecutor y cada uno de ellos por entero, y restituyendo uno, los demás están obligados á éste que satisfizo. Y con todo esto, al parecer del sabio y prudente confesor, y no ignorante y ciego, ó tal como ellos; así le suelen buscar para llevarle consigo al infierno.

 

CAPÍTULO XX.
De lo que padece lo sagrado en las Indias por la codicia.

Bien cierto es, Señor, que no perdonará la codicia á lo sagrado, no habiendo perdonado á Cristo, nuestro bien, un Judas, su apóstol, pues le vendió por ella á los escribas y fariseos, y así no hay que admirar que cuando este vicio se ejercita desordenadamente, llegue también á los santos.

Lo primero, V. M. se sirva de asentar por cosa cierta que el ánimo que una vez se resuelve á seguir la grangería, y que tiene conciencia y dictamen de que le puede vender á V. M. los oficios de justicia para sí, y todo lo demás de este género, pasa de ahí fácilmente á todo lo sagrado, porque como quiera que esto que llaman coecho ó baratería ó regalo en las Indias, y regulan por tal, no unas truchas ni unas perdices, sino es veinte ó treinta mil pesos que se les llega dando porque dejen libre la elección de un capítulo, que respeto de lo que valen las doctrinas es una muy moderada porción, y viene á ser como especie de regalo una abierta simonía, y aun es peor si se van beneficiando las doctrinas por menor, porque cuestan mayores cantidades, valiéndose de diversas intercesiones de criados, de validos, de mujeres, pues á cuantas manos promueve negociación, va tributando la codicia.

Lo mesmo sucede en cuantos pasos se dan en la jurisdicción eclesiástica, cuando gobierna esta inmoderada sed de plata, porque los autos del asesor del virrey se pagan abiertamente, y en siendo la resolución peligrosa, piden tanto más por ella, cuanto ponderan que se aventura más. Y habiéndose comprado de un asesor ciertos autos gravísimos, siendo este letrado gran jugador y perdiendo una noche, decía en los lances en donde le decía mal: ¿Cómo no he de perder, si es dinero sacrilego cuanto juego, pues lo he recibido de descomulgados, porque hice dar estos decretos? Aludiendo á este género de excesos, haciendo, él mesmo, donaire de ello.

Hace daño terrible la codicia á lo sagrado, y es que siendo tan constante el celo de V. M. para el bien y salvación de los indios, es imposible que pueda lograrse en este género de gobierno, porque todo lo destruye contra Dios y V. M.

Llama al indio la Iglesia á misa, y la codicia y el juez lo llama á que vaya á trabajar para él en los montes, en los ríos y en los campos, porque antepone la codicia á los preceptos de Dios y de Y. M. Manda la Iglesia y la ley de Dios que á los indios los enseñen los primeros rudimentos de la fe; el juez manda que acaben de tejer sus tareas, y que asistan chicos y grandes á buscar la grana, pita, coca y otras más drogas para sus grangerías. Manda la Iglesia que santifiquen las fiestas todos los católicos, y el juez manda que tales días vayan á su chácara, ó á viajes largos, para su codicia. Manda la Iglesia y su párroco que los indios vayan á la doctrina, y el juez manda que vayan á la mita, y esto se antepone, primero para que se prive el indio de oir la palabra de Dios. Mandan las ordenanzas que los indios no tengan embriagueces, y el juez les reparte el vino corrompido para que lo hagan desmedidamente. Manda V. M. que los jueces miren por la conservación de los naturales, y ellos, lo primero que hacen es cooperar á su asolación.

¿Ha ejecutado esto nadie, sino fueron tiranos y crueles como lo era el maldito Membrón, que oprimía á los hombres para edificar aquella torre de Babilonia, cuyo pecado quedó castigado con la confusión de las lenguas?

Es muy propio de la justicia de Dios castigar la soberbia, y en particular á los que oprimen á los humildes, materia la más escrupulosa que puede considerar la nivelación de la conciencia de V. M., y de aquel á cuyo cargo está la obligación de gobernarla, para evitar que anden millones de indios, por estos tratamientos, huidos, sin entrar en poblado ni oir misa, porque ya la Iglesia, que sirve hasta á los delincuentes de amparo y á los temerosos de Dios de casa de oración, á estos afligidos indios sólo les sirve de trampa y red donde los cojen para apercibirlos á otros trabajos mayores de los que vienen; con que no tiene el indio descanso ninguno, y esto sucede después que han venido al conocimiento de la ley de Dios, cuando pudieron esperar muchos alivios, mereciendo ser vasallos de un rey tan católico como V. M.

Quedan expresados los trabajos que padecen los indios, muy parecidos á los que tuvo el pueblo de Dios en su cautiverio, y así se valen hoy por mi medio para conmover á V. M. con las lamentaciones y profecías que hizo por ellos á Dios (que son como se siguen).

El profeta Jeremías. Acuérdate, Señor, de lo que nos ha sucedido; mira el vituperio nuestro; nuestras heredades que poseíamos, están en poder de los extraños.

Este hecho se verifica en los indios y no necesita de ponderaciones que lo expliquen, pues los vemos desposeídos de sus tierras y de sus honores, siendo los españoles los que poseen lo mejor y más florido del reyno, tratando como esclavos á los indios, quitándoles las tierras que por ordenanzas se les repartió en tiempo del señor emperador Carlos V, y se puede decir que no se les conocen bienes ningunos propios ni albedrío, como á las otras criaturas racionales.

Somos menores pueblos debajo del poder de quien no es padre. En los indios se conoce que se ha cumplido esta lamentación á la letra, pues si al tiempo de la conquista y después de ella los hubiéramos tratado con piedad, y como vasallos que eran ya de los Señores reyes de España, no se hallaran menoscabados más de veinte millones de almas que se han consumido.

Nuestra agua la compramos, si queremos beber, y la leña que sirve de materia á la lumbre, para el sustento la adquirimos á precio de la fatiga y pensión de pedirla. Los naturales no son señores del agua en sus dominios, porque los españoles se la quitan para regar sus haciendas y dejan perder las de los indios; y en caso de dársela, después que no la han menester, se la venden, y el indio la compra por la necesidad que tiene de ella, y si no es de esta forma, no riega en tiempo de seca, que es cuando la há menester. La leña que fué suya, aun no permiten en muchas partes que la corten sin expresa licencia de los españoles; suben á la cumbre por ella y la venden para su sustento, y las más veces no se la pagan los compradores, con que padecen más que esotros.

Nuestras cervices están amenazadas con el trabajo; ya á los cansados miembros no se les permite descanso, y nos valemos de los extraños para satisfacernos de pan. Esta lamentación parece que se hizo más para los indios que para el pueblo de Dios, pues por mucho que padeciera éste en su cautiverio, no pudo padecer más de lo que hoy padecen los indios, pues viven en tanta pobreza, que se valen de los extraños para satisfacerse de pan, y si no es de esta forma no le comen en todo el año, y se mueren infinitos de hambre.

Los que eran siervos han sido dueños y señores nuestros, y tratándonos como esclavos, no hay quien nos remedie y saque de su tiranía. Los españoles (por sus pecados) permitió Dios que estuviesen debajo del dominio de los sarracenos nuevecientos años en esclavitud, en tiempo del rey Don Rodrigo. De éstos (que algún día fueron siervos) sus descendientes son dueños de los indios, á éstos los tratan peor que los trataron á ellos los sarracenos, impiedad notable y digna de que la remedie V. M. En cuanto á que no hay quien los saque de la tiranía que padecen, se ve manifiestamente, y así, quéjense los indios á Dios, que no tienen otro remedio si V. M. no lo remedia.

Nuestros padres pecaron, y ya murieron, y nosotros pagamos la pena que merecieron sus delitos y maldades. Los indios fueron gentiles idólatras; V. M. los conquistó y redujo á la ley Evangélica á los que hay hoy, y no obstante pagan éstos la pena de los padres sin tener culpa ninguna.

Acordaos, Señor, que ya somos ovejas de vuestro rebaño y que hemos degenerado de los errores en que nacimos. De la gentilidad pasaron los indios á la ley de Gracia, y no les basta haber detestado los errores en que vivían para que los ministros de V. M. no los traten con el desprecio y irrisión que es notorio, y por el medio que pudieron esperar algún alivio se les recrecieron mayores trabajos y persecuciones.

Estas son las lamentaciones que hizo el pueblo de Dios cuando estaba cautivo en Babilonia. Los indios las hacen á V. M. para que con su grande piedad y cristiano celo los saque del rigor que están pasando, pues es muy de la obligación de V. M. mirar por los súbditos y librarlos de las opresiones que los aflijen, cuando son voluntarias, por los ministros que los gobiernan, como de todo lo antecedente se infiere.

 

CAPÍTULO XXI
De los daños que se siguen á los indios de no saber los curas la lengua en que han de enseñar á los naturales la ley de Dios.

No quiero cansar con apoyar con lugares de la Sagrada escritura, ni con otros casos particulares, cuán grande sea la obligación que tienen todos los que gobiernan, de mirar cómo se adelanta el servicio de Dios y el de V. M., que aunque en todos es recibida esta opinión, pienso que en los que son ministros de este tribunal y en los que tienen el colmo del crecimiento de obligaciones por razón de sus puestos es en los que, como quienes representan la persona real, debe resplandecer más el celo de esta importante empresa, y no sé si diga que el todo de su buen ser ó infelicidad que tienen hoy, ha pendido totalmente de ellos; donde se infiere que no está muy segura la conciencia por la omisión que ha habido en esto, porque, ¿qué importa una buena voluntad que intensamente desee ó haya deseado el bien de los indios si no se pone por ejecución nunca lo que conviene para ello?

Y aunque no puedo negar que V. M. y los señores reyes de España, después que se descubrieron las Indias, y que por merced del cielo y concesión de los Pontífices han gozado de ellas, qué lindos deseos han tenido de su acrecentamiento y de cumplir con los santos intentos de los vicarios de Cristo; díganlo las leyes tan prudentes como se pueden desear para la necesidad de las cosas y para el buen acierto de ellas ¿pero qué se han hecho? Se han quedado muchas, ó las más, en sólo sombra; que aunque muestran bien la disculpa de los señores reyes, acusan mucho más la negligencia de los ministros.

Mi intento en esta obra no es desacreditar con V. M. á nadie, sino dar á entender los daños que hoy corren, que á más andar van cundiendo de manera que á poco tiempo podrá ser que no hallemos qué remediar, porque se habrá acabado el sujeto del remedio, y tengo por tanto más seguro el que puedo representar á V. M. cuanto más han dado en él todos los que con atenta consideración han mirado las cosas de las Indias, que al fin, en lo que tantos han convenido, ó lo podemos tener por instinto de la mesma naturaleza, que á todos mueve á lo más conveniente, que como guiada del Autor de ella, se puede tener por la más acertada. Es el remedio la reducción que se debe hacer generalmente en todas las Indias, que sólo es el único que comprende todos los demás, por los daños grandes que se originan de la idolatría, destierro de vicios, red barredera que encierra todo lo importante de este negocio, y la reformación de los agravios que hacen á los indios los jueces y curas; porque si éstos no fuesen cuales deben ser, conviene y es menester, habría grande estorbo que podía causar la vida pasada, desconcertada y distraída que hasta estos tiempos han tenido los ministros y curas, originado de la codicia de los jueces; y la otra, de no saber muchos de los doctrineros la lengua de los indios. Por lo cual se ha reconocido cuán en vano trata del culto de Dios, extirpación de idolatrías, y de política humana, si no saben los curas muy bien la materna en que hablan los indios.

Cuando Dios, siendo dueño de los corazones y tan poderoso para hacer lo que según el beneplácito de su voluntad es servido; cuando hubo de entablar la predicación en el mundo, repartió universalmente á sus Apóstoles dón de lenguas, y el Espíritu Santo vino envuelto en ellas, para darnos á entender que el modo ordinario de reducir las naciones á la ley de Dios, es y ha de ser por medio de saberla muy bien los que han de predicarla, porque si no se dice y enseña lo que se pretende en lenguaje que se pueda entender, no sirve de nada. Y el argumento es claro, porque haciendo la fe su entrada por el oído, si éste no percibe sino lo que la lengua enseña, y ésta debe ser tal que se entienda por el indio, que cuando no por muy acertado que sea lo que se dice, es una confusión cual fué la de Babilonia, que por no entenderse unos á otros cesó el edificio.

Es el oído la puerta del corazón por donde entra la doctrina de la predicación, y si éste está cerrado porque quien me habla es un bárbaro, y yo que soy el ministro de Dios no sé lo que me digo porque ignoro la lengua del sujeto á quien predico, todo queda frustrado en las Indias.

Lástima grande, que siendo la predicación el universal medio con que se convirtió el mundo, y la que deshizo las piedras de los corazones más empedernidos; la espada de Dios, que penetró hasta el centro del alma falta en las Indias, siendo de un rey católico como V. M. porque falte la lengua con que se hacen tales efectos; y habiéndose conocido este daño y necesidad, de muchos años á esta parte, no se remedie, y que haya entablado la ignorancia de algunos, ó el poco temor de Dios y la poca estimación de la conversión de los indios, que basta saber una medianía de lengua para cumplir con las obligaciones de cura y padre de almas, siendo así que todas, ni ningunas de ellas se satisfacen de la ley de Dios si no es por medio de saberlas muy bien.

Bien veo, Señor, que me dirán los ministros de V. M. las provisiones que han inviado los señores reyes Católicos y demás antecesores de V. M. sobre este punto, y las instrucciones del patronato real; las sinodales de los obispos y arzobispos, el cuidado y diligencia que mandan tener á los visitadores eclesiásticos; mas también veo que puedo repetir en esta razón lo que al principio dije: que lo escrito tocante al gobierno de Indias es maravilloso y lo ejecutado no tan bien; aquéllo, por ser acto de suma importancia, y estotro por ser acto de suma advertencia, y tanto más de llorar, cuanto más se ve que conocida la verdad, no tenga fuerza la voluntad de los ministros que gobiernan las indias, para su ejecución.

De este breve presupuesto conocerá V. M. la necesidad que el indio tiene de que sus curas sepan la lengua que ellos hablan, para que sean buenos católicos, porque se ha de suponer que muchos de ellos hablan diferente lengua, y no se entienden unos á otros, y por eso se deshacen los pueblos yéndose á buscar á otros curas á otros partidos que la sepan, y lo más frecuente es, por el rigor con que los tratan los eclesiásticos con sus grangerías; y por esta razón hay millones de indios metidos en aquellos huaycos, idolatrando, y no se da providencia á reducir tantas almas como hay en aquellas partes, que muchos de ellos se redujeran sino vieran tan gran codicia en los eclesiásticos, con tolerancia de los superiores, que es el mayor desconsuelo ver la mala administración que se tiene con los indios reducidos, que se les deja vivir como quieren, como paguen puntualmente lo que tienen obligación, á su cura; y lo mesmo hacen con el indio forastero que viene de su partido huido; lo recojen con afabilidad por un peso ensayado que le da cada año, y por esta corta conveniencia deja el cura venir al indio como quiere, en su distrito, sin reparar que quizá dejó en su tierra á su mujer y hijos sin comer, y en su doctrina está en pecado mortal. De esta forma andan vagando en el Pirú más de cien mil personas, sin las infinitas que se mueren cada día por mudarse de un temple caliente á otro frígidísimo, caminos largos y peligrosos; y el indio que una vez se fué de su pueblo, nunca más vuelve á él y las más veces V. M. pierde el tributo y aun el vasallo.

Este punto le trato muy de paso, por haberlo hecho más lentamente en el libro que tengo escrito, diciendo el origen de estos daños y los remedios de que necesita para el servicio de Dios y de V. M. y aumentos en la propagación de nuestra santa fe católica.

Estos son los trabajos que padecen los indios y españoles, y los peligros en que se hallan las Indias por estos excesos que van escritos en estas relaciones, con suma verdad tratados, y protesto, por la cuenta que he de dar á Dios en su tribunal santísimo, que todo lo que he dicho y he de decir en esta obra, es un rasgo y un tilde en comparación de lo que está pasando con los indios en aquellas partes tan remotas. Los remedios de estos males, ellos mesmos lo dicen. Si el celo llama al remedio y Dios inspira á V. M. y á sus ministros la obligación que tienen de reparar las ruinas que se ven á los ojos, y si no lo hicieren como deben, yo habré cumplido con mi obligación y con mi conciencia para el tribunal de Dios, donde protesto segunda vez hacer este cargo á los que tienen obligación de remediarlo y no lo hacen. Y porque no quede ningún escrúpulo, pasaré á representar á V. M. el origen y fuente donde nacen estos daños y los demás que quedan expresados, para que V. M. los remedie.

 

CAPÍTULO XXII.
De la fuente de donde nacen estos excesos y escándalos en Indias.

Señor. Si llegase á investigar las causas que ha habido para esta ruina de las Indias, y las antecedentes que quedan referidas á V. M., apenas se hallarán indicios de la más mínima culpa en ningún ministro de V. M.; no se hallará (en su sentir) á quien echarla, porque los Señores reyes antecesores y V. M., es cierto que consta que han solicitado el bien de los indios. A los ministros del Consejo de Indias, así á los presentes como á los anteriores, parece que los veo decir con grandísima justificación, que ellos han hecho lo que han podido. Los virreyes y presidentes parece que lavan sus manos, y dirán que no son parte en estas ruinas, y bien cierto es que á todos les pesará el ver boy el estado infeliz que tienen las Indias, y que si alguno (como yo entiendo) ha tenido culpa en ello, que se habrá arrepentido. Todos, Señor, tendrán su razón en que se funden y disculpen para con los hombres y para con V. M., y aun para con Dios, en el sentir de ellos; así pasó con Adán, nuestro primer padre, que preguntándole Dios por qué había quebrantado el precepto de comer la fruta del árbol de la vida, respondió que quien su divina Magestad le había dado por compañera, le había dicho que comiese; y Eva, que la serpiente la había engañado.

La serpiente fue maldita, Eva condenada á sujeción y dolores, y Adán, porque dió oídos al mal consejo, desde luego fue desterrado del paraíso; y así á ninguno le faltará disculpa para justificarse en este hecho, mas si bien es bastante ó no lo es, ó si debieron dar oídos para ejecutar lo que hoy corre en ellas, sólo está reservado para el juicio de entre Dios y ellos.

Lo repetido de una sentencia suele probar el asumpto con bizarría. He dejado en esta obra referido la causa que todos hallan de la perdición de las Indias, atribuyéndola los más á la codicia de los jueces, y ahora reparo que si bien ésta es muy grande, yo he descubierto otra no de menos consecuencia que la antecedente, y de ésta, como manantial de daños políticos, nace y crece la antecedente de la codicia; y para averiguar que esto es así, es necesario ocurrir á investigar un principio, y éste sea el descubrimiento de Indias, que fué por los años de 1492, hasta el presente de 1685, que van 193 años, en cuyo tiempo dieron principio los señores reyes Católicos (que santa gloria hayan) á la creación de la casa de la Contratación, y poco después al Consejo de Indias (que hoy hay), compuesto de dos salas de oidores y su presidente; catorce camaristas, dos secretarios y más de ochenta oficiales y contadores, además de otros ministros de la junta de guerra, que sirven para consultar los puestos políticos y militares de ambos reynos, á cuyo tribunal vienen las causas, visitas y residencias. De forma que la ocurrencia de tantas como son, dicen los ministros de V. M. (aun siendo tantos) que en realidad de verdad son bastantes para gobernar todos los reynos que hay en Europa, que muchas veces no tienen lugar de responder á la mitad de los negocios que vienen en flota y galeones; y así que no pueden tomar los expedientes con la brevedad que deben ser despachadas las partes que de allá vienen; en que se ve claramente para el conocimiento de V. M. que no está la estimación del juez para con Dios y los hombres, en que sean muchos, sino en que se haga en la substancia el milagro; que corra el despacho, la provisión y sentencia, como el agua de un río, de forma que quede la sed de las partes satisfecha, sino en el tiempo, en el modo de entender los negocios; en que se acorten sin detención, y lo que se puede obrar en una palabra, no lo dejen para una definitiva sentencia. Aquí está el daño, Señor.

¿Cómo se persuade V. M. ni ningún hombre político á que en este Consejo no se dejen de cometer millones de injusticias y deservicios de Dios y de V. M.? No porque sean los ministros malos, sino por faltarles las experiencias que debieran tener, de haber visto con especialidad los reynos de Indias, que bien pareciera en este tribunal que se compusiese de personas que hubiesen tenido algunas experiencias. ¿Qué gravedad conciliara á los vasallos de aquellos reynos ver que V. M. ponía sujetos prácticos de aquellos intereses, que los entendiesen y estuviesen en un negocio ó causa grave, de las muchas que se vienen á quejar y á dar cuenta de los agravios que padecen? Saber entender al doliente, consolarle y aliviar su mal, y no que ahora se fía de quien no ha visto aquellos reynos, y que sólo los gobiernan por las noticias que les dan, que es lo mesmo que por intérprete, que casi jamás tiene las calidades que se requieren, y cuando las tuviera, al fin, Señor, es fiar obligaciones propias de suficiencia agena. Por esta razón, rarísima vez aciertan en las determinaciones que toman para el gobierno de las Indias; engaño que no le padeciera quien por su persona hubiera estado en aquellos reynos, independiente de administrar justicia, para ver cuando se proveían los puestos, á quién encargaban aquella parte de cuidado que deben tener los ministros que han de ejercer la justicia real en nombre de V. M.

Getro, siendo gentil, aconsejaba á su yerno Moisés que buscase los hombres sabios y de experiencia y agenos de avaricia para que le ayudasen al gobierno, luego que entró á ser (por elección de Dios) capitán de su pueblo, porque nada ayuda el saber si no se acompaña con el desembarazo de la codicia y la especulativa práctica de lo que maneja, antes, cuanto más trascendidos son los ministros que les faltan estas dos circunstancias, son sus previsiones más perniciosas para el servicio de V. M. y para los vasallos de las Indias, porque emplean todo su saber en cómo más apurarlos, y esto es muy verosímil que suceda, y en la realidad no se les debe culpar, porque quien hace y ejecuta lo que sabe, no debe más; pero no por eso se librará del escrúpulo que contrae el fuero exterior de la conciencia, porque no quieren preguntar á nadie que lo entienda, y pecan maliciosamente; por lo cual está obligado V. M. á remediar este daño, asentando una resolución forzosa y necesaria que obliga en conciencia á V. M. á hacerlo; pues habiéndose reconocido los gravísimos inconvenientes que se han experimentado hasta ahora en el gobierno de Indias, se debe mudar suplanta, porque no será buena razón de estado proseguir con lo que va sucediendo mal, acabando y destruyendo los reinos de V. M., y es muy de leyes y gobiernos mudarse, al paso que se mudan y alteran los tiempos y necesidades. Por lo cual no puede ser reprensible mudar de parecer en esta materia, ni mudar leyes y derogarlas, y hacer otras de nuevo, que convengan al lugar, tiempo y bien público; y esto debe hacer V. M. cuando conviniere y se mostraren razones evidentes, porque se debe hacer.

Doctrina es, Señor, bien practicada en todas las eras y en todas las monarquías, y aun el mismo auctor de la naturaleza, Dios nuestro Señor, lo hallará Y. M. que lo ha practicado algunas veces, y así no será mucho que lo haga V. M. Hechura fué de Dios el mundo, y le anegó con el diluvio. Hechura fué suya los ángeles, y los arrojó al infierno por la soberbia. La ley de Moisés que permaneció por tantos años, la anuló y hizo la de Gracia que hoy guardamos. Hechura fué de Dios y de sus manos el primer hombre, y le desterró del paraíso.

El artífice rompe su hechura si sale mal forjada; ¿qué importa que los ministros del Consejo de Indias sean hechura de V. M. si de conservarlos en el puesto no se sigue útil ninguno? Depóngalos V. M. y deles ocupación en otra parte que tenga menos inconveniente el conservarlos. No consiste el remedio de la América en cortar las ramas con la espada de la justicia, sino en aplicar los filos á la raíz de este tribunal que está en la corte, que con sólo este golpe comunicará universal el remedio al daño que hoy se padece en las Indias, y así es menester atajarle, escogiendo V. M. Ministros prácticos, que á buen seguro que ellos venzan tantas dificultades como se les ofrece para cualquier cosa, á lo que están sentados en este tribunal. Y si V. M. no hace esto, no será jamás restituida á su antigua robustez la América, ni á la paz y justicia que deben resplandecer en ella.

Lo que tiene admirados á todos los hombres de juicio que hay en Europa, es ver viniendo á la definitiva todos los pleitos, causas civiles y criminales al Consejo de Indias, después que se descubrieron no se haya castigado á ninguno, ni se oiga decir, «ó no debe de haber pleitos, ó todos son santos los que pasan á gobernar, sino que en este tribunal se compongan los delincuentes á una pena presidial, que es lo mesmo que darles tácita facultad y permiso á los delincuentes y súbditos que viven debajo de su mano, para que hurten y hagan las tiranías é insultos que se han referido en este papel á V. M.; porque ya se ve, si aquellos ministros inferiores saben que sus delitos, por muchos que sean, los han de componer en el Consejo de Indias, que era el que los debía castigar, ¿qué han de obrar sino de esta suerte tan escandalosa y perniciosa al estado y conservación de la corona, y con escándalo público de toda la cristiandad?

Veamos qué se hace este caudal de la composición de los delitos, sacrilegios, simonías, mohatras, usuras, rapiñas, asesinatos, deservicios de Dios y de V. M., que son los que frecuentemente se cometen en Indias. ¿Habrá quien crea que éste se reparte entre los ministros, porque la costumbre de tantos años dicen que lo ha hecho ya ley inviolable? No es muy conforme á la ley de Dios, pero ello se hace.

Qué gran cargo es éste para el tribunal de Dios; porque ésta es la razón potísima porque no se castiga á nadie que lo merece, en tanto grado que aunque se cometan delitos de crimen lesse Maiestatis, no se le quita la vida á nadie, sino el dinero, como puedo deponer de algunos que los cometieron; y no tan solamente no se les castigó, antes sí, se les premió, porque tenían plata que poder repartir entre sí.

¿Ha inventado hasta ahora nación ninguna, ley que llamen imaginaria, como este tribunal la tiene para castigar por ella á las partes en la pecunia, cuando no hallan delito sobre que recaiga?

Esta es la causa porque ninguno que entra en este Consejo quiere salir de él, por lo mucho que valen estas baraterías. Si supieran que estas condenaciones habían de ser sólo para V. M., no se amadrigaran en él. Y crea V. M. que no es tampoco esta porción que se pierde (que no aprovecha á Dios) que con ella no pudiera V. M. mantener diez mil hombres en Cataluña, fuera de sus salarios. Y así, Señor, escusado es cansarse en buscar causas para la perdición de las Indias. De España y todos los dominios de V. M., teniendo ésta tan á la vista, ¿qué otra puede haber mayor, y que más irritada tenga la Magestad de Dios (para que no alumbre cosa buena) que esta distribución de justicia que tienen estos ministros? ¿Porqué no se ha de quitar, la mala introducción? ¿Porqué no se ha de examinar, el lamento de los ofendidos de Indias? ¿Su principal instituto de todos los tribunales no fué en su planta un salario? ¿Pues porqué no se han de ajustar á esta regla? ¿Porqué se han de abrogar más jurisdicción y soberanía que les toca? Porque ésta sólo pertenece á V. M., y más si se considera que de tener esta mano el Consejo, es en daño de terceros y en detrimento del servicio de Dios y de V. M., y que por esta regalía ó negro interés, se ve favorecida la injuria, el estelionato y la rapiña, de quien la debe castigar, y con eso se defiende á los perturbadores de la paz, que son los jueces inferiores, que están molestando á los pobres vasallos.

Las pocas experiencias en los ministros, es la evasión de las monarquías, porque siendo su fin su aumento y plenitud, nunca pueden hacer el servicio de V. M., y más si á esto se llega lo que pasa en el Consejo de Indias, que es huir de los hombres que con verdad les tratan los intereses, antes se visten de mortal odio contra él, irritados de que el conocimiento, práctica, sondeos y preciosos resguardos, que no alcanzan, les acusa su ignorancia, teniendo por menos inconveniente el quedarse con ella, por no rendirse al desaire de la enseñanza, torpeza la mayor que puede tener quien se nombra racional; porque no saber es flojedad del sujeto que no se aplicó; pero querer ignorar cuando hay quien alumbre, es error de la voluntad. Daño el más perjudicial que han cometido los hombres, de que se llorarán las desgracias hasta el fin. Y así los que sólo lo gobiernan por su antojo y vana presunción, ¿cómo quiere V. M. que acierten en nada?

Estos tales ministros que así lo practican, imitan en la soberbia á aquel desvanecido Nabuco Donosor, á quien, sin conspirarse contra él más enemigos que un sueño, que es muy bastante enemigo para quien con su conciencia está mal quisto; este sueño se pasó luego al olvido, dejando en el monarca por resguardo el desasosiego y por guardas á un prolijo cuidado. Hallóse desvelado, y con el susto averiguó lo que en sueños había apercibido: llamó á sus adivinos; éstos no supieron descifrarle, aumentando en el corazón de Nabuco más picante latido. En Daniel busca recurso; éste se hace á lo pensativo; habla claro al Rey; dícele lo significado en el sueño; avísale que su desvanecimiento loco tenía más que mucho á un Dios agraviado, y que si descollado árbol se miraba, que advirtiese que para árboles soberbios tenía Dios segures afiladas, y que él había de pasar por estos filos y experimentar lo que hace Dios cuando despica sus agravios. Avísale que busque con tiempo el remedio. ¿Y qué hizo Nabuco? ¿Y qué sacó de la consulta enderezada para su descargo? Estar más proterbo en sus dictámenes con la vana presunción de sus obras; pero apenas asomó por sus labios la soberbia cuando pronunciaron los de Dios la justa, sentencia y se transformó en bestia.

Doctrina es de la sagrada escritura, y no muy fuera de mi intento para mi asumpto. Cuántos sueños, ó por mejor decir, realidades habré yo interpretado de ocho años á esta parte, previniendo lo que podía suceder al Consejo de Indias y á sus presidentes! Cuántos avisos, anteviendo los riesgos en que hoy están! Cuántos escritos al Consejo de Estado, Juntas y validos de V. M., diciendo que de dejar correr el gobierno de las Indias que tenían, se perderían! Y nada aprovecha; y es á vista de tanto mal suceso como se ve, de pérdidas de plazas, que pasan, después que estoy en España, de veinte y cinco las saqueadas y robadas por franceses y ingleses; y no es esto lo peor, sino lo que no se puede decir sin lágrimas del corazón [75].

Aquí es menester la atención de Y. M. Aquí es necesario su cristiano celo y esclarecida piedad, que es tan antigua en los reyes de España. Qué será ver, como yo he visto, por falta de gobierno y no de poder, á los herejes piratas de Indias, profanar los templos y hacerlos cárceles y mazmorras peores que las de Argel; pues éstas sólo sirven á los cautivos de calabozos; pero los templos en las Indias, en donde V. M. es patrono, dedicados á Dios, sirven de establos y lugares aun más inmundos! Qué será ver las imágenes y hechuras de Cristo y su Madre santísima, ultrajadas y arrastradas por el suelo; los vasos sagrados y copón del Santísimo Sacramento hacer urindes en ellos; los demás ornamentos profanados sacrilegamente; las mujeres, viudas, doncellas y casadas, violadas y deshonradas en el templo á vista de sus maridos y padres! Qué será ver las monjas de Trugillo y Panamá, dedicadas á Dios, sueltas de sus clausuras, por los montes, durmiendo en despoblados entre fieras, huyendo de caer en las manos de estos sacrilegos lobos voraces, que según sus obras, proceden más inhumanamente que las bestias irracionales! Apiádese V. M. de tanta desdicha como se padece, por no haber puesto el remedio de que se necesita, que según lo repetido que sucede, más parece que son azote de Dios que castigo de hombres, permitiendo el que en nuestros tiempos los mesmos españoles diesen de valde una flota y unos galeones á nuestros enemigos. Otra se la tragó la mar en tiempo que era virrey el marqués de Villena. Siete navios perdidos estos galeones del cargo de D. Juan Vicentelo (en donde se ahogaron más de 1. 600 españoles) por haber salido de Cádiz sin tiempo regular, como se vió en despacharlos á 28 de Enero de 1681, aunque pudieran escarmentar los ministros del Consejo de Indias con la pérdida de otros galeones que se perdieron (siendo general D. Pablo de Contreras [76]) y inhumanamente, por la orden que le inviaron. Ciento y cincuenta piratas que entraron por el Dariel al mar del Sur, á hacer de daño más de cuatro millones, quemando y haciendo varar veinte y cinco navios y barcos; descubriendo la facilidad que hay de entrar y salir á la mar del Sur por 59 grados; haciendo notorio á todas las naciones lo que estaba oculto. El puerto de Hilos y de Coquimbo saqueados, llevando inmensas riquezas á sus tierras y dejando los vasallos de V. M. pobres y necesitados.

El situado que V. M. inviaba á Santo Domingo en el navio de Bernardo de Espejo el año de 73 se le llevaron los piratas, en que iban de V. M. y de particulares más de 300. 000 pesos.

Por Febrero del año de 82 apresó Lorenzo Corneli [77] á otro situado que iba á la mesma isla y á la de San Juan de Puerto Rico, que inviaba el marqués de la Laguna, á cargo de un oidor de México, en que perdió V. M. 120. 000 pesos y más de otros tantos de particulares, sin el valor de la nao, que era una de las de la Armada de Barlovento, cuya pérdida suma más de 500.000 pesos, sin el descrédito del deshonor.

Por Noviembre del dicho año el mismo pirata con este pillaje se armó de navios y se fué á Honduras, y apresó la nave de registro y su patache, cuya pérdida importó más de 500. 000 pesos.

Por Enero del año 1683 hizo compañía Lorenzo con Baomé, inglés y saquearon con 800 hombres el puerto de Vera Cruz, cuya pérdida se valúa en cerca de seis millones. Y es tan desgraciado el servicio de V. M. que habiéndose sabido siete meses antes por el virrey de Nueva España, no se hizo diligencia para embarazarla, ó por lo menos que aquellos vasallos retiraran su flota. La verdad es que la causa de hallarse este tesoro fué una resolución que tomó el Consejo de Indias, tan irregular, como que se celebrase la feria en la Vera Cruz, no reparando que sacaban las cosas de su quicio, y que si esto fuera conveniente y del servicio de V. M. se hubiera puesto en práctica muchos años há.

Además de este descuido en que cayeron los superiores de aquel reyno, no es para pasar en silencio lo que pasa en España. Si la flota del cargo de D. Diego Saldívar hubiera salido marinera y quince días antes, como pudo, y no tan cargada, falta de bastimentos, no hubiera tardado 92 días en el viaje, 20 más de lo regular y se hubiera escusado el saqueo de la Vera Cruz. Y sin embargo de haber salido á 4 de Marzo, lo ocasionó una carta suya que escribió el Consejo de Indias, que no podía hacerlo antes porque los Nortes duraban en la ensenada hasta Mayo, siendo suposición falsa, que cuando mucho llegan á Abril. Si V. M. tuviera personas prácticas de Indias en este Tribunal, á buen seguro que se hubiera escusado aquella pérdida. Yo no acierto á dar nombre á esta omisión: V. M. la graduará con más propiedad y yo me evadiré del desacierto.

Es constante que habiendo llegado la Flota tan tarde á dar vista á San Juan de Ulúa, si el General quisiera, los enemigos dejaran la presa, porque hallándose á barlovento (con su armada) de la bahía de Sacrificios, que es donde estaba el enemigo dado fondo, le hubiera apresado, y no se hizo diligencia ninguna.

Y después en la residencia no resulta cargo ninguno contra él. El por qué, yo lo sé, y no es esto lo peor, sino que pide satisfacción por lo mal que obró, y se la dió el Tribunal, que debía haber consultado á V. M. que le cortaran la cabeza [78].

Para que conozca V. M. su infelicidad; esta flota de Saldívar fué tan fatal, que habiendo dos años que no había venido nao de Filipinas á Acapulco, puerto de Nueva España, cuyo situado importa 400. 000 pesos al año, que hacen los dos 800. 000 para V. M., no trujo más de 300. 000, que fué la remesa que dejó de ir á Filipinas, en que se ve claramente el estado miserable en que está aquel reyno, pues que en diez y ocho meses de hueco que hubo de una flota á otra, no vino tesoro ninguno de V. M. más del que había de haber ido á Filipinas. Y para esto se tomó prestado algunas cantidades de los reynos de México.

A pocos días de estar en su gobierno el referido Virrey, se levantaron diez y siete provincias de indios en el Nuevo México, matando á muchos religiosos y españoles, y no se ha hecho caso de ello.

Tabasco y San Luis de Tampico entraron los piratas y sacaron más de 400. 000 pesos.

En Campeche han sido cinco veces infestadas por los piratas, y otros muchos pueblos de su jurisdicción, cuyos daños y quema de la villa, plata, frutos y naos, importan más de dos millones y medio.

Honduras y su provincia han sacado los enemigos más de 600. 000 pesos.

La Costa-Rica, la Segovia, Nicaragua y Ciudad de Granada, es más de un millón el que han robado.

El año de 1668 entró Morgan en Puertovelo y apresó los vecinos y rindió los castillos y sacó más de millón y medio, y de V. M. 225. 000 pesos, porque no les demoliese.

El de 1670 quemó y rindió este cossario la fuerza del Río Chagre, y Panamá hizo daño más de ocho millones.

A Cartagena la tiene despobladas sus costas y padece gran falta de bastimentos, y vendrá á caer en sus manos por falta de ellos.

Santa Marta, Tamalameque, Río del Hacha, hálas robado muchas veces. Pasa de más de un millón el daño que ha hecho.

Maracaibo, desde el año de 1641 ha tenido siete invasiones, y la última el de 1678 en el día 6 de Junio por Mosieur Agramón de la Mota [79], tan á su salvo, que estuvo seis meses y tres días robando las ciudades de Gibraltar y Trujillo y más de treinta pueblos de su jurisdicción, donde sacó más de dos millones, sin la pérdida de mil quinientas personas, que murieron de hambre en los montes.

Por los años de 1669 hizo otra entrada Morgan á Maracaibo y quemó de V. M. la Capitana y Almiranta de la Armada de Barlovento, que iba á cargo de don Alonso de Campos, soldado tan grande, que le acredita D. Joseph de Veitia en su libro, porque era compadre suyo [80].

Las costas de Caracas no hay año ninguno que no se pierdan 100. 000 pesos de las presas, robos de esclavos y otros daños muy considerables.

El año 1671 saqueó la Guaira, puerto de Caracas, siendo otro compadre de D. Joseph de Veitia gobernador.

En Barcelona, Cumanagoto y Santa Fe, ha sacado más de 400. 000 pesos.

En Cumaná ha entrado dos veces, cuyos daños de aquellos reinos pasan de 800. 000 pesos.

La isla de la Margarita son tantas las entradas que ha hecho, que está para despoblarse.

Lo mesmo le sucede á la isla de la Trinidad de Barlovento.

En la isla de Cuba ha saqueado la ciudad que llaman de este nombre, el puerto de la Trinidad, Santi Espíritus y todos los corrales de ganado mayor y de cerda, de calidad que se hallan desiertas infinitas haciendas.

En la isla de Santo Domingo no se pueden apreciar los daños que han hecho los franceses, porque ya son dueños de lo más principal de ella, siendo ésta tan grande como España. Considere V. M. en cuántos millones se podrán apreciar.

Las islas de San Gabriel se deja estar en posesión á los portugueses, siendo de V. M., y siendo así, que si puede ser, la ganzúa y llave falsa para perderle el reino del Pirú, se han despreciado estas consecuencias por no entenderlas, y es materia de que se debe hacer toda reflexión, la han dejado en el despreciable desden de no atenderla, como si fuera un peñasco inútil.

Señor, los. daños que se han hecho en las Indias en el reinado de Y. M. pasan de sesenta millones, sin más de doscientos cincuenta navios y fragatas cargadas que han quitado los piratas á los vasallos de V. M., que importan poco menos. Mande averiguar V. M. qué diligencias han hecho sus ministros para poner remedio á tanto desorden; ningunas, sino el duplicar gastos á la real hacienda (sin provecho) en mudanzas de ciudades y castillos que no sirven sino de despojo al enemigo; porque si V. M. no puede mantener los que tenía, ¿cómo lo hará con los que de nuevo se aumentasen? Sirva de ejemplo la mudanza de Puerto velo, que el tiempo desengañará á V. M., manifestando los inconvenientes que veneran los que son más inteligentes que los ministros que V. M. tiene en este Tribunal.

Lo mesmo sucederá con la nueva Panamá, por haberla dejado mucha parte de ella sobre una ciénaga y un padrastro que predomina todas las fortificaciones exteriores de esta plaza.

No es de menos inconveniente los castillos que han aumentado en Maracaibo y la muralla de la Habana, con tan mal acuerdo, que es fortificación tan irregular, como lo manifiesta el riesgo en que hoy está tan gran puerto, de caer en manos de los enemigos, porque teniendo esta ciudad de San Cristóbal de la Habana pocos más de mil vecinos, ¿cómo es capaz de coronar ni guarnecer tres castillos y cinco baluartes que tiene la muralla en recinto de más de tres cuartos de legua que coje su circunferencia? Además de esta precisa guarnición, es necesario que la tengan el castillo de la Chorrera y el de Cojimar, que en todos hacen diez castillos. La guarnición es de 500 plazas, que el Morro las há menester en caso de intentar la sorpresa alguna nación, ¿cómo se acudirá á esta defensa, aunque acudan todos los paisanos, que es lo mesmo que entregar la plaza al que hiciere el acometimiento? Y así es necesario que V. M. aumente este presidio con tres compañías más si quiere asegurar esta llave de las Indias.

Además de estas desdichas tan repetidas, hay otras que representar á V. M., como son las poblaciones y colonias con que se hallan los enemigos en aquellos parajes. La isla de Jamaica, la de Bahama, la de Siguaté, la Virgen Gorda, Santa Cruz, la Anguila, San Martín, San Bartolomé, San Cristóbal, las Nieves, la Barbada, Monsarrate, la Deseada, Guadalupe, Marigalante, la Dominica, Matalino, Santa Lucía, San Vicente, la del Barbado, la de Tabago, la Granada, Estacio, Buen Aire, Curasao, Hurúa, la Tortuga, el Pitihuán y la mayor parte de la de Santo Domingo; y en Tierra-firme la Carlinga, siendo treinta y una islas las que tienen pobladas las naciones, sin más de 150 leguas en la costa del Orinoco, adonde hay ocho ó nueve poblaciones suyas, y muchas más á sotavento de la Florida; y todo se ha enagenado por no haber hecho diligencia ninguna para desalojarlos los ministros de V. M., porque no lo entienden ni es de su profesión lo que manejan, como se reconoció en los pactos de Madrid, que ajustó cierto presidente de este Tribunal, que sin saber lo que hacía, se dió el alto dominio de Jamaica al rey de Inglaterra, de aquella tan preciosa isla, por su situación y por lo demás. Y esto es no pudiendo negar la gran capacidad y celo que tenía este ministro, cometió este absurdo que V. M. le llorará algún día. ¿Pues qué harán los demás que gobiernan este Consejo, que no tienen la superioridad de entendimiento y prendas que tenía este presidente?

Señor, no puedo dejar de reconvenir á V. M. con aquel texto de la Sagrada Escritura tan celebrado, de Roboán, que entrando á reinar después de la muerte de su padre Salomón, le pidieron sus vasallos que les sobrellevase algo de las cargas y tributos que su padre les había impuesto. Aconsejóse con sus ministros sólo y prevaleció el que no lo hiciese. Con este dictamen no atendió á la súplica y inmediatamente se siguió el rebelión de las diez partes de su reino, que se apartaron de su obediencia. ¿Quién duda que fué la culpa de este suceso no haber concedido aquella Magestad lo que pedían sus vasallos?

Hoy piden los infelices indios y españoles que V. M. les quite el rigor con que son tratados y los tributos que les oprimen: hágalo V. M. para no experimentar lo que sucedió á Roboán; porque no son malos principios el haber acabado con veinte millones de indios y el mucho dominio que ocupan los extranjeros en Indias. A mí no me mueve razón particular ninguna, sino sólo el celo del servicio de Dios y de V. M.

Algunos políticos atribuyen en la era pasada y preséntelos malos sucesos, á que el señor rey Philipo IV (que Dios haya) y V. M. está muy ceñido al Consejo de sus ministros. Dicen que tal vez es menester apartarse de ellos y no seguirlos con tanta fe, pues en lo que toca al Derecho positivo en materias de gobierno, es el Príncipe Dueño absoluto de hacer y mandar lo que quisiere.

No me admiro que tanto mal suceso les motive á tal mormuración, siendo españoles, Católica Magestad. ¿A qué otra cosa se puede atribuir, que á castigo de Dios, tanto mal suceso? Tanto temblor de tierra y asolación de ciudades; que la metrópoli del reyno de México estuviese mucho tiempo anegada, y parte de ella se hundiese. Los cielos blandos y suaves, los vimos el año de 83 endurecerse y hacerse de bronce; los aires inficionados, que apestasen á España causando muertes repentinas y esterilidades de la tierra, que seca y abierta echara bocas, y parece que pedía al cielo justicia contra las injusticias que se hacen, que es uno de los grandes pecados que se cometen contra el Espíritu Santo, de que Dios más se ofende y castiga, y ha castigado con grandes y terribles castigos á los que aflijen á los pobres. ¿Qué buen suceso se podrá esperar por la mano de los ministros que lo consienten, ni de los que lo ejecutan, por ser profanadores de la justicia? Por lo cual el recto y supremo juez, nuestro Dios, juzgará y castigará con todo rigor de justicia, sin misericordia, pues ellos hicieron de la misericordia justicia y de la justicia injusticia, sin misericordia ni piedad.

De Aristóteles se cuenta que dijo, que no se habían de traer ni llamar para los gobiernos de las repúblicas ni reynos sino hombres permanentes en ellos y ricos, porque el pobre y forastero lo hace todo vendible. No sé qué dijera el filósofo si viera en este tiempo que el principal artículo que se alega en la Cámara de Indias (para alcanzar un corregimiento, una plaza de oidor, una tesorería, una presidencia, y lo demás) es la pobreza, y el querer medrar y matar el hambre. ¿Que es ver á muchas personas pretendientes, significar necesidades, pedir y recibir como alcanzadas de hacienda, y en llegando á sus oficios no reparan en que lo pidió como menesteroso y que sólo puede hacer el gasto lo que basta para el sustento de su casa y decencia del puesto, sin pasar á gastos de poderoso, y el más rico no les alcanza ni con mucho en la pompa, gala, mesa, sillas y carrozas? Sin duda que la malicia está muy arraigada en las tales personas, y podrá ser que algún día los ministros lleguen á cuentas muy estrechas, por haber gastado sin ella lo que no era suyo, sino del súbdito y pobre vasallo.

Á todo esto se origina de que luego que se provee un oficio en Indias, les dan á entender que llevan una ocupación muy grande y que les valdrá mucho.

Desdoblo aquí la hoja (que dejé plegada en otra parte) por los motivos que me da á ello. Y sirva de ejemplo lo que sucedió con un sargento mayor, que se hizo merced de un corregimiento para Indias, que en muchos días que tuvo el papel de aviso del Secretario, no le acetó; al cual llamó el Presidente y le dijo, que no sabía lo que Su Magestad le había dado, que era corregimiento de cien mil pesos. Respondió este sujeto, que él estaba informado que no tenía de salario más que dos mil pesos cada año, y así, cómo podía sacar la cantidad que le aseguraba su Excelencia. Riyóse el Presidente y dijo: V. m. acete, que cuando vuelva á España me dirá si es cierto lo que yo le aseguro. Este ministro, notando su mal proceder en las Indias, tuvo algunos avisos y reprensiones sobre ello, y decía muchas veces, haciendo donaire, que el Consejo de Indias le había dispensado en noventa mil pesos, pues sabiendo que no tenía más de dos mil de renta, le había asegurado el Presidente y demás ministros que le valdría cien mil, y así, que hasta sacar esta cantidad no tenían los súbditos que quejarse de él, sino del Consejo, porque él cumplía con la orden que le dieron en España.

Considere V. M. cómo dejaría este juez á los vasallos para sacar cien mil pesos de una ciudad y seis pueblos de indios que tenía en la jurisdicción.

No dudo, Señor, que se ha de levantar contra mí gran persecución; ésta muy parecida á la que tuvieron los apóstoles al tiempo de entablar la ley de Dios y al reprender los vicios de los superiores, porque es consiguiente que imitándolos, y diciendo las verdades claramente y sin rebozo, las necesidades y persecuciones mías serán muchas, porque ya la abundancia y buenos bocados, el fausto, la pompa, el puesto, la dignidad y estimación, están vinculados á la lisonja, y así no faltarán algunos ministros de los muchos que la siguen, que soliciten desvanecer estas verdades que ofrezco á V. M. con todo rendimiento. Y si acaso prevaleciese más la malicia que la razón que tan justamente me mueve á haberlo hecho, abandono todos los recelos y gustoso me sacrifico á morir, por decírselas á V. M. fiado en que Dios nuestro Señor me defenderá, viendo que mi sincera intención se encamina al mayor servicio suyo y bien de la religión católica.

Estos motivos me obligan á poner á vista de Y. M. y de su confesor las malas reglas, líneas y pasos por donde se corre y ha corrido en el gobierno de la América y de España, tan verdaderas en la esencia, que no habrá quien las ignore. Sabe la divina Magestad que sólo deseo el amparo de los pobres vasallos, y borrar de la memoria costumbres tan bárbaras y envegecidas de aquellos jueces cuyos excesos tienen á toda la cristiandad en admiración, y tal vez en duda si son cristianos, pues algunos actos desmienten el hábito y profesión que deben tener y practicar por ministros de un rey católico, como V. M.

Muchas veces ha solicitado la fortuna entregar al olvido la memoria de los grandes servicios, como las nubes empañar al sol los rayos, y no contenta con esta sinrazón, á las verdades más desnudas suele vestir del traje de la desconfianza, por detener, ya que no pueda borrar (por mucho que la emulación lo intente) unas veces paliándolo con disimulo y arcanas afectaciones de algunos ministros poco afectos, para que las ignore V. M., temiendo quizá que mis voces sindiquen á aquellos que no quisieran ver en mí tan fervorizado el servicio de V. M. Exclame aquí el corazón de los vasallos leales mientras yo doy cuenta á V. M. de lo que pasa en sus reynos, para que haya materia sobre que caiga la persecución que me espera, que será muy parecida á la que tuvo Mardoqueo, de Amán (aquel valido del rey Asuero), que después de haber librado de traición alevosa que tenían prevenida Tarés y Vagán contra la vida del rey, la remuneración y premio que previno Amán al lealísimo Mardoqueo, fué el suplicio para quitarle la vida; que es muy antiguo el que los ministros allegados á los reyes distribuyan estos premios, por no dar los que tan justamente les toca á los vasallos leales. Y para no incurrir V. M. en lo que se ha referido, desvélese, como hizo el rey Asuero y mande que le traigan las consultas que hay en la covachuela de los acaecimientos de su reinado, de ocho años á esta parte, qué en ellas hallará V. M. servicios míos consultados por el Consejo de Estado, en que he prevenido los daños que han sucedido en las Indias, que pasan de setenta millones que se hubiesen escusado si con tiempo se acudiese al reparo de lo que se propone, y haciendo esto podrá ser que no se arrepienta del empleo del tiempo V. M., y no dudo que se descubrirán, si se repara en ello, menores servicios que los que hizo Mardoqueo al rey Asuero. Y podrá ser que V. M. me halle benemérito de muchos honores por mi fidelidad, y después de estar satisfecho V. M. de lo que digo, llame á los que han ocultado la verdad y consulte con ellos estos servicios (como hizo el rey Asuero sin mencionarles el sujeto) y verá V. M. cómo le aconsejan todo lo que puede dictar su vanagloria, que así lo hizo Amán.

No pido á V. M. merced ninguna de las que se hicieron á Mardoqueo, porque no aspiro á eso, sólo pido á V. M. que mire por sus reynos, que es causa pública y van de caída, y se puede esperar que los pierda V. M. si hoy no se aplica el remedio de que necesitan por la falta de justicia, y es impiedad notable que los reinos de V. M. estén con esta nota en toda la cristiandad, por omisión de sus ministros y no de V. M.

¿Hasta cuándo, Señor, se ha de mirar favorecida la maldad y triunfante la tiranía de los extranjeros? Por no admitir consejo nos vemos todos hechos oprobio de las naciones en la América. Muchos ejemplos de heroicas virtudes admira el mundo; muchas experiencias de pérdidas en Indias califican esta verdad; pero há muchos días que viven sepultadas en el olvido á diligencias del ocio, en este Tribunal.

Arrojo la pluma, porque si la detengo más juzgo que ha de abortar contra mi natural lo que no quisiera decir por ahora á V. M., á quien guarde Dios muchos y dilatados años, como la cristiandad há menester.

 

MANO DE RELOX
que muestra y pronostica la ruina de la América: reducida á epítome por el Marqués de Varinas. Dedicada á la Majestad del Rey nuestro señor Don Carlos II. Año de 1687.

Si el dolor se debe medir con la causa, Señor, por que se padece, ¿qué corazón humano no tendrá por bastante la que cada día le ofrece el miserable estado de las Indias y de sus vasallos, para deshacerse en lágrimas, y más si considera V. M. la poca aplicación que ha habido en la propagación del Evangelio, dejando vivir á los indios en las tinieblas de la idolatría y otros abominables vicios que nacen de ella? No es de menos sentimiento para V. M. los daños que los herejes hacen en el reino del Perú y Nueva España, profanando y quemando los templos y ciudades de todas sus costas; forzando las religiosas, doncellas y casadas, en ellos; profanando los vasos sagrados con sus sacrilegas manos, y los demás ornamentos, en las efigies de Jesucristo y su Madre, echándolas en el fuego: merézcale la atención de V. M. para que ponga el remedio que necesitan las Indias, para que con su cristiano celo asista prontamente á resarcir tan grandes pérdidas, por lo que interesa la propagación del Evangelio y el servicio de ambas Majestades: la Divina le dé á V. M. muchos auxilios para que lo consiga, y guarde muchos años, como la cristiandad ha menester.

Descubriéronse las Indias, conociendo al mesmo tiempo la fertilidad del país, en la abundancia con que corresponde al menor beneficio, pues en recompensa del que aun no merece título de Agricultura, rinde desmesuradas cosechas de trigo y otras legumbres. La fertilidad manifiesta la diversidad de plantas medicinales con que se halló adornada. Cuanto más inculta, lo deleicioso de sus árboles y frutos son saludables y sazonados al gusto, como extraordinarios á la vista; y si de alguna cosa carece, lo debe á la ociosidad de sus habitadores, debiendo muy poco á su diligencia en lo que sin medida produce. Abunda de carnes, así de aves como de cuadrupes; de pesca, en muchos y caudalosos ríos; goza la mayor parte de estas tierras de tan buen temperamento, que sin necesidad ni ejercicio de medicina se conservan sus moradores. Es la joya más preciosa que V. M. tiene en su corona, y si llegasen á conocerse sus utilidades, ninguna estimulara el celo de los Ministros de V. M. para acudir á ella. Ignoran los geógrafos antiguos estas tierras, teniéndolas por inhabitables [en] la parte situada debajo de la tórrida zona, de cuyo sentir fué Tolomeo, San Agustín y otros infinitos autores, siendo así que es el temple más saludable que otras partes de Indias. Los aires son muy puros, el temple fresco, las noches tocan más en frío que en calor, los días de primavera, y con no llover nunca, no faltan flores y frutas en todos los doce meses del año, si bien ésta no es regla tan general, que el paraje que no alcanza riego, es infructífero y despoblado, como se experimenta desde la punta de Manta hasta Lima.

El imperio de las Indias es el más antiguo del mundo, conservando en continuada serie hasta nuestros tiempos, la mesma gente que le fundó, desde la división de lenguas de Babilonia, porque, aunque hay muchos autores que han discurrido que estos tengan origen de Gorlandia, una provincia situada debajo del Norte, es apócrifo y engaño.

Son estas tierras opuestas á aquel clima y las más ricas que se conocen; extiéndense en más de 1.800 leguas de costa por la mar del Sur, desde el estrecho de Magallanes hasta el cabo Mendocino, y muy pocas menos por la del Norte, donde hay infinitas provincias, fecundos ríos, ricas de metales, piedras, esmeraldas, amatistas, pantauras, ámbar, cochinilla, lanas, perlas y otros maravillosos frutos que lisonjean el gusto, de plata y oro, que enriquecen á todas las naciones de Europa.

Esta felicidad se ve interrumpida en nuestros tiempos en fea servidumbre, despojo de haciendas en sus habitadores; insolencias, muertes, profanamiento de templos por los herejes, violando las religiosas en ellos y las doncellas y casadas á vista de sus padres y maridos, sin que haya quien lo remedie.

Este imperio pacífico en tanta edad, se ve reducido á la mayor miseria, y presto imitará al de China, no tan solamente por lo parecido al otro en las riquezas, si, no es en la forma que tenía en el gobierno su emperador cuando lo dominaron los tártaros.

La ruina de la China sucedió por un ministro soberbio y un emperador que, dormido en su confianza, cerró los oídos á las quejas que se daban de él, que fué lo que costó la vida al Phelipo, padre de Alejandro, y á Carlos Estuardo, Rey de Inglaterra. Sembráronse de aquí facciones, y quiso cada uno más para sí al principado que al príncipe para el imperio, y el punto que adolesció la lealtad convalesció: la traición, que da funestos frutos, y así es delirio pensar que el período de los astros mida los imperios que tuvieron edad tan desigual como el asirio, medo, babilonio, persa, griego y romano. Si han durado algo más que unos otros, ha sido porque han tenido más de justicia y equidad, porque acabando el fundamento sobre que se funda la posesión, declina la Corona.

El imperio más breve fué siempre el más injusto, porque cansado Dios de la ingratitud del poseedor, muda coronas como alcaldes. Las injusticias de la tierra son la vara con que mide Dios á los príncipes. El buen gobierno perpetúa el cetro. El gobernador que mira por los súbditos, le eterniza: el desconcertado é ignorante y ambicioso, le degüella, porque desune la cabeza de su cuerpo; porque no se compadecen violencia y duración.

¡Qué vivo retrato es esto de lo que sucede en las Indias! Todas las monarquías acabaron por la codicia de los ministros, como peste, universal, pues por ella se corrompe la justicia; se agravia á los pobres; se aflige á los inocentes; se atropella con lo sagrado y con las leyes y órdenes de V. M., no hay igualdad en los juicios ni se cuida de la religión ni de la propagación del Evangelio. Todo lo profana y destruye este vicio; va cortando los pies y las manos de la república, que son los indios. Que la codicia sea la peste y la guerra de las monarquías, puede fácilmente probarse con autoridades y ejemplos, pues la llamó San Pablo raíz de todos los males, como quien los inclina á todos, y Jesucristo, nuestro bien, cuando quiso enseñar á sus discípulos qué cosa era más opuesta á Dios, eligió á la codicia; y así, no hay que admirar que influya en las Indias tan perniciosos efectos, si en lo doctrinal consta de tantos ejemplos, que ha obligado á muchos santos á escribir tratados para desterrar y apartar este vicio de los corazones de los católicos.

Con los agravios tan desmedidos que se hacen á los indios y españoles en aquellas tierras, se aventura el estado político de la Corona, por el desconsuelo que padecen, que frecuentemente, cuando se ven sin recurso, cuando ven que no se les hace justicia ni les defienden, y les dejan robar sus haciendas, mujeres, hijos y esclavos, prorrumpen en desesperación y pierden el respeto á los jueces y magistrado superior, no obedeciendo sus órdenes. Y como quiera que Dios, tal vez, permite, por falta de justicia, que la oveja se vuelva león, porque no quieren trasquilarla los que gobiernan, sino es desollarla, no hay quien pueda asegurar la paciencia á vista de la violencia que padece.

 

CAPÍTULO II.
Que sigue el mesmo asunto.

No es mi intento probar á Y. M. ni á sus Ministros, que la ruina de la América ha venido por la codicia de aquellos á cuyo cargo está el gobierno, ni que este vicio sea más nocivo para acabar con los reinos, que la peste, el hambre, la guerra, el cuchillo y la crueldad, porque esto lo tengo hecho exactamente en libro aparte, que puse en manos de V. M., cuyo título era: Desagravios de los indios y reglas precisamente necesarias para Jueces y Ministros, aunque no se ha enmendado en nada, sin embargo de haber experimentado V. M. muchas ruinas después que lo escribí. Sólo es mi intento sacar á luz un libro intitulado Mano de relox que muestra y pronostica la ruina de la América, para hacerle las exequias; para no volver á tomar más la pluma en la mano sobre ella.

De estos y otros motivos saqué resolución de escribir este panegírico de desdichas, tan fúnebre como muestra el título, con deseo de escribir verdades y de saberlas decir á Y. M. Por lo menos verá el mundo en él un vivo ejemplo de inconstancia, de infelicidad y desdicha en unos reinos los más ricos del mundo, de quien no se sabrá afirmar si fueron más dichosos en su gentilidad, que desdichados por haber venido á manos de católicos.

Señor, con V. M. hablo, ¡Oh, qué bien dijo aquel filósofo: ¡Cuanto es mayor la fortuna, tanto es más peligrosa! Plutarco y Séneca dicen que está colgada de un cabello, y así se quiebra fácilmente.

De un cabello está pendiente la desunión de las Indias de la Corona de V. M., por no haberme creído. Ya Dios justificó su causa; la experiencia de tan infaustos sucesos como se han originado en los saqueos que han hecho las naciones, de once años á esta parte, que estoy en Madrid, lo autorizan. Consecuencia de aquella que cede en utilidad del bien común, no merecía despreciarse, aunque pareciera increíble, sin examinar primero con la demostración sus fundamentos, el juicio de desestimable, pues antepone el suceso al peso de la nación y de lo que se está tocando con las manos: es apadrinar el «no puede ser» del ignorante, á quien se le niegan las excelencias del Arte, y desanimar á los que gozan privilegios de estas luces, que se ofuscan tanto, cuanto la fortuna patrocina las nubes que interpone la emulación, hija de la insapiencia; es muy mala política, porque desalienta á los hombres de habilidad en la falta de premios, que es el que aviva; en el amanecer de los ingenios, lo que la desestimación sepulta en la ociosidad del olvido español.

 

CAPÍTULO III.
Sobre que los medios que se han puesto para conservar las Indias han sido para su perdición.

Conforme naturalmente vemos es oculta la causa de los perjuicios, poca esperanza se podrá tener del remedio, y menos del acierto, porque faltando el deseo y buen fin para procurarlo, les falta lo esencial, que es el conocimiento de la causa. Que esto es especie de mal, nadie lo duda. Si dijésemos á un enfermo que estaba agonizando, si quería salud, y dijese que no, se le tendría por loco. ¿No está sucediendo lo mesmo con esta monarquía? ¿No ha habido muchos que le han ofrecido el alivio de sus males? ¿No los ha despreciado por capricho ó tema? Pues ¿de quién se queja? ¿Qué hay que espantar que se vea abatida, y ajada, y vilipendiada de todas las naciones? ¿No se ve que es castigo de Dios? Pues ¿qué hay que extrañar que esta mano de relox señale y pronostique la perdición de aquellos dominios?

En los reinos extranjeros, todos los pecados proceden de la abundancia, y en España, de la necesidad, cuando son dueños de las riquezas. Esta parece causa justa, y no lo es, sino muy naturalmente, porque quien castiga y oprime con tiranía á los indios que estaban debajo de su mano, por vivir con superfluidades, permite Dios no les luzca la hacienda que saca de ellos, ni la plata hecha de pasta y sangre de aquellos inocentes; que apenas hay ángulo ni rincón donde no gima el infeliz indio, y donde no le esté azotando el brazo del poderoso.

 

CAPÍTULO IV.
Sobre si se sigue algún bien á la Cristiandad de este género de gobierno, ó á España.

Que el comercio que ha habido en las Indias hasta ahora es la causa de la aumentación de la herejía, y impedimento de su extirpación, nadie lo duda, porque se les favorece con la plata más codiciada, dada del Cielo con las Indias para servicio de sus católicos monarcas y defensa de su santa Fe, que es lo menos que se aplica á esto. También es cierto que la perfidia del judaismo se mantiene en las plazas de comercio, públicamente fuera de España, con lo que sacan de flotas y galeones; no se ignora, como tampoco que no se hace diligencia para reparar este daño; luego es consecuencia que es fomentar sus sacrilegas apostasías, y que no pueden, mientras no se arranca este daño; no conseguiremos prosperidad ninguna de ellos, y asi señale esta mano de relox la perdición de las Indias.

¡ Oh infelicísima España! ¡ Oh infelicísimas Indias! Tuvisteis la ocasión en tus manos, rogándote que lo admitieras, y no lo quisistes hacer. Juzgo que es tarde para el arrepentimiento, y aunque te hallas con él, no has de hallar otro sujeto que te pueda remediar pronto, saludable y más barato, pues era de gracia.

No te han de servir mis documentos si no fuera yo el ejecutor, y haber pasado la coyuntura de ejecutarlos. Siempre conservarán mis máximas su eficacia; pero por parte de los ejecutores que te gobiernan, es evidente el riesgo, y el acertar dudoso, aunque se les prometen honor, riqueza y prosperidad, que es á lo que [en] esta nación son inclinados. Caerán miserablemente en el precipicio con el peso del interés, por ser el centro de la codicia, y con mayor dificultad para el remedio. Mientras no fueren los Ministros guiados del amor y gloria de Dios, sin otro fin del celo y servicio del Rey, sin interés, y de la caridad del prójimo, no hallarás principio á tus beneficios, como tampoco fin á tus perjuicios, y más si prefieres al amor de Dios el tuyo propio. No molestéis á los pobres, queriendo ser servidos de ellos, porque á las vejaciones siguen castigos, y no faltará mano de relox que te señale.

Mi intento no es aconsejar (que fuera sobrada presunción, cuando en mí no puede haberla), sólo sí advertir lo bueno y seguir lo mejor; pues muchos con el consejo se han adelantado, y no son pocos los que sin él, ó con su mala elección, se han perdido.

Los puntos de mi pluma sólo miran á herir el vicio, no á lastimar la virtud. No es mi intento curar como cruel y desapiadado médico, sino como el más acertado en el arte de curar, que entonces echa mano del hierro, cuando la rebeldía del mal no cede á las medicinas. Sufra el enfermo el rigor de ellas por la salud, que muchas veces no se pueden curar sino renovando las heridas, que la hierba más saludable es amarga.

Todas las cosas que se guían por un buen consejo; tienen buen suceso, firmeza y estabilidad. En tanto florescieron los reinos y estados, en cuanto tienen fuerza los verdaderos y saludables consejos. ¡Oh, qué de monarquías se han extinguido por despreciar esta atención! ¡Cuántos príncipes se han despeñado! Dígalo el rey Don Sebastián en la conquista de Africa. Dígalo el rey Don Pedro en España, y Juan de Labrit en Navarra; el rey Don Alonso en Nápoles, y otros infinitos que han sido despojados del cetro en España y otras partes. Quien siembra odios entre sus vasallos, no puede coger más que aborrecimientos concitados. ¿ Qué mayor desdicha le puede venir á un príncipe que caer en odio de sus vasallos?

Conveniencia les es gobernar bien, porque no les pierdan el respeto; conservarlos en paz y en justicia: es la obligación premiar, y castigar á los que faltan á ella; esto es razón y carga del oficio. Consecuencia se sigue á los príncipes de ver se pierden sus reinos, se despueblan sus tierras, no hay igualdad en los juicios, ni reformación en los excesos. Todas las cosas tienen algún objeto á que miran, ó para el bien ó el mal, menos la pérdida de las Indias, que no conduce á cosa ninguna, porque si se mira verdaderamente sin pasión, se hallará que no conduce á ningún fin; porque esto no es honra ni del príncipe ni de los que gobiernan; esto no es por acumular tesoros, como tampoco por dejar memoria en los anales por vanagloria y vanidad. Pues ¿qué puede ser? Castigo de Dios por no cumplir con la obligación, á cuyo, cargo está el gobierno de aquellas tierras. No consiste el remedio en cortar las ramas con la espada de la Justicia, sino en aplicar los filos á la raíz de estos males; que con sólo ese golpe comunicará el remedio que necesitan las Indias. No quitando las causas, no cesan los efectos, antes permanecen los daños, y echan raíces, y renacen como hidras nuevas cabezas y pimpollos, para infundir frutos nocivos, peores que los que de antes teníamos.

Este Gobierno, escándalo del siglo, ha puesto á V. M. y á las Indias en un punto tan crítico, que de muchas edades á esta parte no se ha visto igual.

 

CAPÍTULO V.
Sobre que las Indias se pierden por falta de justicia.

Si al Ministro se le vendió el oficio, ¿quién le podrá castigar cuando venda la justicia? Veamos el ejemplo que nos dan los gentiles. Los Romanos pintaban la estatua de los jueces sin manos, y los ojos fijos en tierra, para significar que la Justicia, ni las ha de tener para recibir, ni los ha de levantar para ofender. Si resucitaran aquellos senadores tan observantes de la razón natural, y vieran lo que está pasando hoy en Indias y España, y vieran las manos de los jueces, de sus hijos, de sus mujeres y de sus criados, en lo que se ocupan, ¿qué dijeran? Nada hace tan seguro el gobierno, como no consentir el príncipe al ministro, por grande que sea, que albitúe las leyes, porque paliando con un celo fingido lo que es pasión arraigada, primero ejecuta lo que esta ley persuade, que lo que esotra le aconseja.

¡Oh, qué gran severidad de justicia es obedecer ejecutando y mirar advertido! A todos estos medios se pone el que alcanzó el oficio por dinero y no le mereció por premio y por idóneo. Este daño debía ser más reparable con los que gobiernan las Indias allá y acá, que es por donde se distribuye la Real hacienda de V. M. y la honra de todos sus vasallos.

En fin, Señor, muchas causas complicadas ha habido para la perdición de la América, pero yo tengo ésta por la mayor: ¿qué importa que el ministro sea hechura del príncipe, si procede mal? el artífice rompe la suya si sale mal forjada. Hechura de Dios fué el mundo, y le anegó con el diluvio: obra de Dios fueron los ángeles, y los arrojó al infierno: el vapor que el sol levanta con blandura, le vuelve á deshacer con los rayos. ¿ Por qué han de abrogar los jueces por introducción lo que es del príncipe por soberanía?

Dice Dios por Isaías: Andad y predicad á mi pueblo; á unos hombres que tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen; tienen boca y no hablan. Responde el profeta: Señor, pues si no me han de oir, ni ver, ni hablar, excusada es esta diligencia. Andad y haced lo que os digo, que quiero justificar mi causa.

¿No es esto lo que pasa con los ministros de V. M.? que tienen oídos y están cerrados para oir las quejas de los pobres y no hacerles justicia. Tienen ojos y los cierran para no ver la pérdida de la religión y la deshonra de Dios y profanamiento de sus templos. Tienen boca, y no para decir la verdad á su príncipe, ni el estado tan miserable de su monarquía, ni la pobreza de sus súbditos; ni le desengañan, ni dicen los que son buenos ó los que son malos, para que los premie y castigue, y sólo tienen boca para lisonjear y divertir á V. M., para hacerle ciego, mudo y sordo como ellos, para que caiga V. M. en odio de todos sus vasallos y llevarle consigo al infierno.

Cualquiera que con un celo cristiano, llevado de la honra y gloria de Dios, dice libremente al príncipe la verdad de lo que pasa, y con resolución depone los recelos que trae en estos tiempos, es profeta; es instrumento de Dios y de su justicia, que le ha tomado para justificar su causa, permitiendo, cuando están todos tan corrompidos, que haya quien hable la verdad, porque no la ignore el que tiene obligación de saber y remediar los desórdenes de sus reinos. ¿ Hasta cuándo se han de despreciar tantas inspiraciones? ¿Hasta cuándo ha de durar este letargo? ¿Espera Vuestra Majestad á que venga Moisés ó Elias á decírsela, como fueron á Faraón, Rey de Egipto, porque no daba libertad á su pueblo? No espere V. M. que le castigue con tantas plagas como al otro; hartas se han visto de pestes y hambres y pérdidas de reinos y provincias en el reinado de V. M. Considere que los indios claman á Dios y piden justicia de las injusticias que se les hacen, y que se ven más oprimidos y vejados que estuvo el pueblo de Dios en poder de Faraón, como lo acredita que [en] los setenta años de su cautiverio no se consumieron tantos israelitas como han consumido indios después que las Indias están debajo del dominio de los señores reyes de España; pues es opinión muy sabida, que son veinte millones de almas con los que han acabado los españoles y ministros con sus tiranías, y no hay quien se duela de ellos ni de aquellos infelices que por huir de ellas se van á dar culto al demonio y apostatar de la religión católica que una vez recibieron, porque no hay celo de ella ni de la propagación del Evangelio, ni en Indias y España; y si dispierta el celo en algún eclesiástico ó secular para mirar por aquellas ovejas y poner en la inteligencia de V. M., ó para dedicarse á la predicación, luego le persiguen; luego le destierran; luego le procesan y le impiden tan santa obra, como sucedió con Fray Cristóbal de Miranda un año ha, religioso de la Observancia, que le tienen preso en Talavera por el Comisario de Indias, á petición del Marqués de los Vélez, porque venía á dar cuenta de los excesos y poco cuidado que hay en la reducción de las almas; y así, ¿qué aciertos pueden tener en cosa que pongan mano? ¿qué fruto pueden esperar, sino es el que cogen, desdichado?

Es el rey, dice el Espíritu Santo por Isaías, que por ajenas orejas ha de oir, y por ajenos ojos ha de ver; pues aunque más se fíe de los que favorece, tiene peligro la verdad desde la boca del vasallo á la inteligencia del príncipe, ó porque en uno falta la fe para escucharlo, y en otro la verdad para decirlo.

 

CAPÍTULO VI.
Que nada asegura el imperio más que hacer justicia y ser el principe buen católico.

La mayor bisagra que abraza á los reinos á la inmortalidad, es la religión, no por razón de estado defendida, sino por naturaleza venerada. Jamás salió David á la guerra sin consultar á Dios primero. Nada hace tan obedientes á los vasallos como ver al príncipe celoso de la religión. No porque haya de afectar la obligación, en los ojos se ha de tener para colocarla; en el alma se ha de escribir para conocerla, y en las virtudes se ha de afirmar para propagarla. ¿Hay algo de esto, Señor, en las Indias? No. Pues señale la mano de relox la declinación del cetro indiano.

¡Oh qué gran seguridad de las Indias fuera oir Vuestra Majestad las quejas del pueblo, para remediarlas, y no cerrar los oídos para no entenderlas! Si el ministro es malo, conviene quitarle, porque los súbditos no se despeñen. Así se ha de castigar el mal gobierno; así se ha de reprimir la soberbia y ignorancia. Quien no vive como hombre racional, que habite entre fieras; que es muy mal juez el que castiga por delito lo que él ejecuta por ambición y codicia.

Cuántos pobres se ven en el suplicio padecer muerte afrentosa por hurtos muy rateros, y no se ve ningún ministro, aunque sepa V. M. que haya hurtado cien mil y doscientos mil pesos, y haya acabado con una república y un reino haciendo cuchillo de sus pasiones con la vara de justicia que había de templarlas y corregirlas. Qué buen efecto puede producir ese gobierno, dígalo el que menos conocimiento tuviere, ya que V. M. no me cree, aunque á bien seguro que no ha de dejar de conocer ruina tan execrable.

Grande ejemplo de severidad de justicia fué el de Cambises, Rey de Persia, que hallando mal juez (á Sisano), lo hizo desollar vivo y aforrar con la piel la silla en que había de juzgar su hijo. ¡ Cuántas sillas se podrían aforrar en las Indias y España con pellejos de ministros, por sus cohechos y baraterías! Yo no acuso ni califico á nadie; sólo digo lo que he visto y ven todos los que son buenos criados de V. M., dejando en su buena opinión y crédito á los que no obraren de esta calidad; y por eso no desciendo á casos particulares, como pudiera, porque todo cuanto estuviere de mi parte desviar la pluma de esto, lo haré, porque no pierdan en el concepto de V. M. ninguno de los que estuvieren sentados en los tribunales.

Hace Dios rey á Saúl, y cuando agradecido debiera buscar caminos para estarle obediente, estudia medios para hacerse ingrato, por el consejo de sus ministros, haciéndose político cuando había de conservarse religioso engañado. Que la razón de Estado que nos vale con los hombres para entendernos, nos asegura con Dios para librarnos. ¡Oh infeliz acometimiento, porque no hay vasallo que guarde respeto á la Corona, que no tenga temor al cielo!

La pena, Señor, se hizo para el delito, como el príncipe para el merecimiento; y si estos dos caminos se confunden, trocando las suertes, no se alaba el príncipe ni el que ejerce la justicia en su lugar que procede como juez, sino confiese que se deja llevar como ambicioso. Si viéramos que Dios no castigaba los delitos, nos persuadiéramos que faltaba su justicia, y si castigara siempre, creyéramos que dormía su misericordia.

Piensa que es desdoro de su grandeza deponer al ministro que gobierna mal y que no tiene la suficiencia que requiere, y que la acusación que se le pone, es la causa no quererle bien; y sí es; pero advierta Vuestra Majestad que quien siembra odios no puede coger sino aborrecimientos de quien agravia. No es introducir sujeción con los vasallos el príncipe, el oir sus quejas para remediarlas, sino mostrar su piedad para tenerlos seguros.

Elección fué de Dios hacer rey á Saúl; pero viendo que se introduce á tirano, dice la Sagrada Escriptura que se arrepintió Dios de haberle hecho rey, siguiéndose á esto quitarle el reino y dársele á David; de suerte que si el buen gobierno ha de ser dechado de lo que Dios ejecuta, ¿por qué no imitará el príncipe lo que Dios hace?

Muy fuera y apartado de esta doctrina se camina hoy en el gobierno de Indias; así han venido á parar ellas. Presto llegará el tiempo en que se diga: «Esto fué de los españoles.» ¡Qué alta razón de Estado de la providencia de Dios! Con la vara que mide cada uno, es medido. Cuando aquel gran padre de familias vio que no se cultivaba su viña, la dió á otros labradores para que lo hiciesen. La idolatría de los indios y voracidad de comer carne humana y otros abominables sacrificios, la castigó Dios por mano de los españoles hasta tiempo limitado. Las tiranías, falta de justicia, robos, insultos y poca caridad y menos celo de la honra de Dios que han tenido los ministros que gobiernan aquellas tierras, la castigó Dios por mano de los franceses, ingleses y holandeses; y si se nota con particularidad, se hallará que todos los medios de que se valieron los españoles para hacerse señores de aquellas tierras, los practican ellos.

Los conquistadores que iban de España, llevaban resgates de abalorios, chaquiras y cosas de vidro, oropeles y cuchillos. Las naciones entraron con esta capa de comercio en Indias y adquirieron riquezas para apoderarse de los territorios que hoy poseen, y no es esto lo más reparable, sino que Dios ha castigado visiblemente la soberbia de los españoles; que nos engañan con las mesmas cosas de vidro que engañamos á los indios al tiempo de su conquista. ¿Qué más claro quiere ver V. M. la ruina de esta monarquía?

¿Qué importa la autoridad sin obras? Y si los que han de ejecutarla son opuestos, los mesmos á quien se encomienda la justicia, eran dignos de que se hiciese en ellos. Sería muy de admirar que los tiranos viviesen largamente, obedecidos, si no se supiese que lo conseguían por medio de ministros fieles que mantienen la severidad y limpieza de manos con el respeto. Es necesario cortar las desobediencias en flor; pero ha acordado tarde V. M., porque están viciados los medios de la obediencia y se han dejado echar muchas raíces á los males.

 

CAPÍTULO VII.
Por qué causa han venido estos daños á la América.

Cosa es asentada entre los que son prácticos: son cinco las causas de este daño. La poca inteligencia que han tenido de aquellas provincias los ministros de España. El mal tratamiento de los corregidores, los casiques y doctrineros. Y la falta de justicia y omisión en atajar estos daños luego que se reconocieron. Pero, á mi ver, estas cinco causas, como los Mandamientos, se podrían reducir á dos: á la tiranía del gobierno y á la falta de justicia. Si ésta no la hubiesen corrompido, se siguieran muchas conveniencias para aquellas tierras. Primeramente, quitar de un partido ó una provincia un ladrón público, que es un corregidor á quien le parece que no le dan aquello para que administre justicia, sino para que se aproveche. Quitar dos ó tres ó cuatro tinientes que lleva cada uno á quien le parece lo mesmo, y á la sombra de éstos, en cada lugar de indios, dos ó tres españoles que son la polilla y la peste de los indios, en cuya cabeza tratan y contratan por no osarlo hacer en la suya. Todos éstos no sirven más que de quitar al indio la hacienda, la hija, la mujer, la honra y las vidas de estos infelices.

Hacen que las indias estén hilando de día y de noche, mucho más de lo que con un mediano trabajo se pudiera hacer, y no se lo pagan, y si lo pagan es á tan moderado precio, que es lo mesmo que no pagarlo. Con esto no tienen lugar de trabajar para sí ni en su sementería; andan desnudos, en carnes; no pueden pagar á los encomendadores ni á V. M., y se les vende el ganado y el maíz, y luego mueren de hambre. Cuando viene el infeliz indio á su casa de cumplir con el trabajo personal de las mitas para las minas, ó guardas de ganado ó culturas de las labranzas del campo, los aperciben para otros trabajos mayores de los que vienen, y así se desesperan y mueren en aquellas quebradas sin confesión, por evadirse del rigor de los jueces que les dieron las leyes para su bien, y es toda su ruina.

Repártenles el vino por las casas, y aun suelen cabezas, y oblíganles á que lo beban, por fuerza, ganando en él trescientos por ciento. Y no es esto lo peor, sino es, como el vino es tan malo, y los miserables indios tan destemplados y tan incapaces, se siguen muchas ofensas á Dios en estar embriagados todo el año; mueren infinidad de ellos; se despueblan los lugares, y los naturales se ausentan á vivir en los guaicos, á la sierra, conservándose en su gentilidad, sin bautizar los hijos ni oir Misa, como cuando se descubrieron estas provincias; y no me espanto, porque ya la Iglesia no sirve á estos desventurados más que de red y trampa donde los cogen para apercibirlos á otros trabajos mayores de los que vienen.

Otros se ahorcan y toman ponzoña para salir de este cautiverio, y muchos, á los hijos que les nacen les pican con una abuja las niñas de los ojos; á otros les tuercen un brazo ó pierna, por excusarlos del repartimiento de las mitas.

Los doctrineros es uno de los principales enemigos  de los indios, principalmente si son frailes. Hacen aún mayores vejaciones que los jueces, y con más insolencia, pues sólo en tiempo de Cazalla y otros heresiarcas, se pudrieran hacer; que por no ofender los oídos de quien leyere, se calla, aunque no le hará novedad si tiene noticia de lo que escribió el Obispo de Chiapa, un varón apostólico, ni lo que escribió Fr. Luis Moreno en México, y otros infinitos, modernamente en Amsterdam, con título de Bárbaras tiranías cometidas en las Indias por los españoles contra Dios y conciencia y contra el derecho natural. En fin, son los doctrineros una gente que no esperan residencia ni temen el castigo, pues si les quitan una doctrina, luego les dan otra. Ellos tratan públicamente, contra tanto motu propio de Su Santidad, y es lo mesmo sacar un fraile de un convento y enviarle á una doctrina, como á un caballo de una caballeriza soltarle en un hato de yeguas. Para decirlo en una palabra: todo esto sólo sirve de muchas ofensas á Dios; por cuyos pecados parece no se acierta ni encamina cosa que haya estado bien á aquellos reinos.

La ley de Dios, después que vino Jesucristo al mundo, se ha entablado por medio de la predicación. Sólo en Indias no ha corrido esta pariedad, porque se entabla á azotes, y por fuerza se les hace cristianos. Esto es contra toda el derecho de las gentes, y no se sabe ni consta de los Apóstoles ni demás operarios evangélicos, que ninguno lo haya practicado hasta ahora, cómo tampoco que los que iban á poblar y conquistar nuevas tierras, se sirviesen de las gentes que en ellas hallaban, de sus mujeres, hijos y de sus haciendas, contra su voluntad y contra el derecho natural, sino fuesen tiranos y crueles como lo era el maldito Membrón, que oprimía las gentes para fabricar la torre de Babilonia; cuya soberbia quedó castigada con la confusión de las lenguas. Temo, por esto mesmo, no se haya cansado Dios de los españoles.

Parece que todas estas cosas referidas para la pérdida de Indias, se deben culpar á las cabezas á cuyo cargo está el gobierno de aquellas provisiones, porque se debe juzgar que un poder tan grande como un Presidente y el de un Virrey, si quisiesen, nada les sería dificultoso; pero vese que no lo han hecho, porque no castigan con pena capital á estos jueces, como traigan plata con que comprar sus delitos. Pues ¿qué otra causa puede haber mayor para la pérdida de Indias, que ésta, y que más irritada tenga la justicia de Dios?

Bien veo que el suelo natural atrae y lleva á cualquiera á su patria; que es dulce su amor; mas ¿qué dulzura ha de llevar el indio en la suya, si el juez, el virrey, el español, el doctrinero, el cacique y otros, le hacen galera, y los trabajos y molestias y injurias le hacen potro y tormento?

El buen gobierno ha de ser padre piadoso que ha de cuidar del pupilo, y su mayor cuidado ha de ser de su bien y su enseñanza. ¿Quién de los que pasan á gobernar tiene estas calidades? ¿Quién procura el corregimiento, sino para ganancias, y á cuál es mejor y tiene más frutos para comerciar?

Getro aconsejó á Moisés que buscase hombres sabios y ajenos de avaricia, para el gobierno. Aristóteles, que no se habían de traer ni llamar para los gobiernos de las repúblicas sino hombres permanentes en ellas, y ricos, porque el pobre y forastero lo hace todo vendible. No sé lo que dijera el filósofo si viera que el principal artículo que hoy se alega para alcanzar un corregimiento de Indias, es la pobreza y el querer medrar y matar el hambre, y después se le vende.

¡Ah, justicia de Dios, ¿cómo sufres tanto? Que se diesen los oficios á quien hubiese derramado su sangre en aquella conquista, parece que era dar alguna conmutación á ella; que fuera menos malo y se atajara la codicia de los que van de España á estos empleos, que no reparan en el juramento que hacen, ni le guardan. Sus medras se experimentan, pues teniendo tan cortos salarios, al cabo de dos años, ó cinco, salen con tan crecidos caudales; y sabiéndose esto, se pasa y disimula todo en España y Indias, y al fin, la voz es que para esto se dan los oficios; y se ve la priesa con que todo se va acabando.

Dióse por remedio que el tiempo de los corregidores fuese menos, y ha sido para mayores daños, porque los más son de la condición, del Padre de la codicia, que por tener poco tiempo, como dice la Escriptura, serán al fin del mundo mayores sus trazas, por no poderlas lograr después.

¡Oh imitadores de los halcones de la Noruega, que por haber de gozar poca luz, es más veloz su vuelo en coger las pobrecitas aves, para compensar lo poco de luz con lo mucho que usan de su ligereza! ¡Oh execrable maldad!

No se puede negar que los señores reyes de España, después que se descubrieron aquellas tierras, han tenido deseos de su acrecentamiento y de cumplir con los santos intentos de los vicarios de Jesucristo, con las disposiciones de leyes tan sabias y prudentes, tan como se podían esperar para la necesidad de las cosas y para el buen acierto de ellas, tantas cuantas los curiosos saben; y los más sabidos admiran más, que se han hecho, se han quedado muchas en solo sombra y bosquejo, que aunque muestran la disculpa en los señores reyes, acusan mucho más la negligencia de los ministros, donde se saca que no se cumple con sólo mandarlo, si no se ejecuta ni cumple la voluntad del príncipe.

Cierta cosa es que el título con que S. M. católica posee aquellas amplísimas regiones tan llenas de riquezas, es ó fué querer Dios dar un buen amparo á los indios en cosas pertenecientes á su salvación, y que, por medio de la Corona de Castilla, se ampliase la ley evangélica en aquellos reinos, título, si bien justificado, no menos tremendo. Llámole así, porque, sin duda, como el fin para que se dió es altísimo, encaminado á cosa celestial y divina, á cosa de salvación, á que se plantee la fe, á que se entable política cristiana y modo de vivir conforme á esta profesión, el descaecer de aquí y abusar de esto, se debe poner á una cosa tremenda, pues al paso que es bueno el fin, á ése se debe temer el faltar en su cumplimiento, y debía haber causado un gran cuidado el cómo se encomendarían las cosas á que esto se consiga. No lo han hecho ni lo harán, porque es tarde y no quieren ceder á su dictamen; bien caro le ha costado á V. M. y no ha parado.

¡Ah, Señor! Nadie, dice San Pablo, danzará al son de una vihuela que tocase uno, si no pone ordenadamente la mano en los trastes, y de suerte que hiciesen consonancias que la guiasen á guardar compás y á concertar los pies con el instrumento músico; ni el clarín que no se percibe en sí, ende alienta los ánimos para la guerra.

No sé quién se queja de que los indios cojeen tanto en la ley de Dios, en las verdades evangélicas, en los misterios de la fe, y de que hagan tan descompasadas acciones como las de su idolatría, abusos y ceremonias, si no hay quien les toque la vihuela acorde del Evangelio, sino, cuando mucho, con un desconcierto tan grande, que, aunque oyen el sonido, no aperciben el són, ni á qué propósito lo hace quien levanta el grito en el púlpito á fuer de una trompeta que mueva corazones y aparte el suyo de la codicia. Se procura que los curas sepan la lengua en que ellos hablan; no se hace diligencia para extirpar las idolatrías; tampoco se mira por los inocentes y desvalidos; no los tratan como prójimos redimidos con la sangre de Jesucristo, nuestro Señor; no se mira por la honra de este Señor y de su religión, no.

Pues si no hay nada de esto, es bien que quien no sabe dar la vida á la vihuela, que es la obligación en los curas y obispos y en el magistrado superior, que representa al príncipe, se la quiten de las manos. Quien no sabe tocar el clarín, no le tenga como muerto en ellas, porque será para hacer más cargo algún día donde le pese.

Pues si no hay nada de esto, es bien que quien no sabe dar la vida á la vihuela, que es la obligación en los curas y obispos y en el magistrado superior, que representa al príncipe, se la quiten de las manos. Quien no sabe tocar el clarín, no le tenga como muerto en ellas, porque será para hacer más cargo algún día donde le pese.

 

CAPÍTULO VIII.
Que por no haber puesto cuidado en la propagación del Evangelio, se han perdido las Indias.

Es constante, y como tal se asegura, que la mala forma de administración de nuestra santa fe en las Indias, y del modo en que lo hacen, se deslustra el culto divino, en que se debía reparar con gran cuidado y vigilancia; porque, demás de la indecencia tan indigna de cristianos hijos de la Iglesia, con que se celebra y administran los santos sacramentos y oficios divinos, en algunas partes se da ocasión para que esta nueva gente carezca de tener entre ellos el Santísimo Sacramento, ni se pueda esperar acrecentamiento de ellos sin este bien, sino es lamentables ruinas y miserias. Así como si faltase el sol faltaría también la generación y demás efectos naturales, es evidente que, faltando la asistencia presencial de este Señor, sol de justicia verdadero, falten también los espirituales; demás, si Él, que de cómo vive, y Él, que no muere eternamente, según San Juan y lo que la fe nos enseña mucliaimas (sic), ¿qué mucha lástima hemos de tener á tantos millares de almas como han tenido y tienen las Indias, que no sólo no han comido ni comen por esta causa, pero ni saben, ni ha venido á su noticia qué sea Santísimo Sacramento? Y de esto no tienen ellos la culpa, sino los católicos, eclesiásticos y seculares, que no les compelen á ello, pues como tan avarientos y miserables despenseros de este soberano tesoro, no sólo no se les comunicamos como Dios quiere, pero tampoco se lo dan á conocer para que lo deseen y busquen para su salvación.

Si esto pasa con los reducidos, ¿qué pasará con los que no lo están? ¡Oh, qué grande, qué larga y qué extendida es la generación de aquellos que tienen á Dios cerca de sí, dice David, y qué desventurada y qué indigna de sucesión y de crecimiento es la de aquellos que le tienen tan lejos, que no saben quién es ni le conocen! ¡Ay de aquellos que se precian de llamarse cristianos y abusan mal de la sangre que derramó este Divino Señor!

Yo me río mucho cuando oigo decir que esta flota, estos galeones, han ido tantas misiones para Indias. Estas no sirven, las más, sino es de solicitar sus conveniencias y relajarse así como lleguen, porque la observancia de su instituto no está puesta en aquel grado que en España, que les hacen guardar. Esta no es regla tan general, que comprenda á todos, porque algunos son muy buenos eclesiásticos, santos y doctos; pero lo cierto es que los más no cumplen con las obligaciones del hábito, ni con los votos que hizo cuando le tomó, y así, estas remisiones no causan otro fin más que despoblarse España y originar muchas disensiones, y relajar las órdenes, porque ellos van engañados, pensando que van á gozar grandes conveniencias; hállanse burlados, porque muchas veces les falta lo muy preciso para su vestuario, y otras cosas que tiene introducido la lisonja, porque los conventos no dan sino es la comida, y tal vez limitada, con que han de abusar de la vocación, si la llevaban, y se aplican á granjeria y á la doctrina, porque es el medio con qué mantenerse y portarse para hacerse lugar con los del siglo y superiores, y tener mano con los ministros para alcanzar el puesto en su religión, á que los ayuda mucho la alternativa que hay para los puestos, que éstos se han de partir entre los criollos y los que van de España, sobre los que se podían decir muchas cosas bien particulares que han sucedido, y escandalosas, que yo omito por no ser de mi estituto. Este es un engaño grande que se padece en España, tocante á enviar misiones para el Perú y Nueva España, porque se ocupan en estas cosas, y sólo sirve en llenarse los conventos de Lima y México de ociosidades, en número de 300 y 400 religiosos, que para buscar de vestir andan sueltos de la clausura, vagando los más, con no poca nota de los seglares. Sólo la que va para Filipinas se coge algún fruto para Dios en todas las religiones, y los capuchinos de Caracas y Cumaná; y así será bien conservarla, porque la emulación santa que hay entre ellos, les obliga á ser buenos operarios evangélicos.

 

CAPÍTULO IX.
En que se señalan algunas causas donde se muestra la ruina de las Indias.

Muy sabido es á todos aquel texto del Espíritu Santo en que dice que por los dolos é injusticias se transfieren los reinos y pasan de gente en gente. Esto lo autoriza aquella verdad indetestable que no puede engañarse ni engañar á nadie; demás de esto, lo acredita la experiencia en muchos imperios, con su ruina, y, entre ellos, como el mayor, el de los Romanos; que así como le faltó las virtudes morales que tenían, y corrompió la justicia y oprimió las naciones, declinó hasta reducirse al polvo de la nada. Veamos qué ejemplo y regla nos da el gobierno de las Indias, para después entrar á hacer juicio fijo en lo que han de venir á parar.

Es disoluble cuestión entre todos los hombres grandes que se han aplicado á la historia, que ningún reino ó monarquía conquistada á fuerza de armas tiránicamente, que no se ha conservado en el dominador ni sus ascendientes más que doscientos años. Díganlo el imperio Griego, Asirio y Medo, y otros infinitos, como los del Tamorlán, Alejandro, de que se pudieran hacer grandes tratados; y aunque parece que los últimos poseedores gozan con buena fe, no obstante, vemos que la corona de Portugal la separó Dios de esta de Castilla, aun habiendo recaído los derechos del Príncipe de Parma en nuestro Rey, que era á quien le tocaba de derecho. Pero omitiendo todo esto, es cierto que Dios castiga y mide con la mesma vara que midió el dominador al rey natural que despojó de sus tierras.

Esta observación se halla entre las naciones bárbaras y entre las de los católicos. No es dudable que cuando se desposee á un rey natural de sus reinos, es por sus pecados, que los castiga Dios por mano de otro rey. Tampoco se puede negar que los indios no dieron causa ninguna al Rey de España para este despojo, ni tuvieron guerra con ellos; porque ni eran confines de sus reinos, ni supieron que tales gentes había, y así, hemos de confesar que hubo violencia y fuerza en este despojo.

Lo segundo es muy reparable para nuestro intento: que el año que nació Lutero para instrumento de pervertir la religión católica, apostólica, romana, y segregar del gremio de la Santa Iglesia tantas almas, nació Cortés en Medellín para ser instrumento de que se propagase la fe en el América, en tan dilatadas regiones, tan ricas y opulentas. Que este beneficio se hizo al Señor D. Fernando el Católico, no hay duda, y que fué por haber dilatado y propagado la fe en la Conquista de Granada, y haber extirpado la secta mahometana, que por tantos años estuvo de asiento en ella.

Tercer punto: Es muy de reparar que el señor Alejandro VI, pontífice máximo, que fué el que concedió la Bula de investidura al Señor D. Fernando el Católico el año 1494, se ha observado que el derecho recayó en sus sucesores, por casar la heredera del Perú con uno de los hijos de la Casa de Gandía. Esto no fué, acaso, sino alta providencia de Dios, y aunque no se duda entre los católicos que los vicarios de Jesucristo tienen el alto dominio en todas las coronas, para dar y quitar reinos, y en particular aquellos que son de gentiles ó sectas infestas, y los que hacen guerra á la Iglesia, como hizo Juan de Labrit, Rey de Navarra, y el de Nápoles, está aprobada y recibida esta opinión por muchos concilios y por todos los teólogos católicos.

4. Sentados estos breves presupuestos, parece que los señores reyes de España poseen con buena conciencia las Indias, así por esta razón, como por haber obtenido la renuncia de los Ingas y Montezuma, ó, por mejor decir, de sus herederos, á quien se les dio en recompensa el título de Marqués y Conde; todavía queda razón de dudar, como con tales circunstancias se pierden aquellos reinos tan aceleradamente, pues habiéndose descubierto el año 1494, que hasta el año de 1687 en que estamos, no van más que 193 años de posesión, se ven tan menoscabadas y aniquiladas de gente, pues les faltan veinte millones de sus naturales, y que las naciones se van apoderando de lo más de ellas, parece que este acabamiento y rumano puede dejar de haber causa oculta; quizá porque no se cumple con la mente del vicario de Jesucristo y intención con que concedió el alto dominio á los Sres. Reyes Católicos; otra que la renunciación que hicieron los herederos del Inga y Montezuma, no fué en tiempo ni con aquellas circunstancias que pedía una materia de este tamaño. El contrato es una excepción recíproca, del que vende voluntariamente, dando lo que es suyo por justo valor, y el que compra acetando la cosa y dando el precio en que se concertó.

Para adquirir dominio en lo ajeno es necesario que el dueño de la halaja la dé voluntariamente y transfiera y pase el dominio al que la da gratis, ó por el justo precio en que se la vende; pues lo primero es que no dieron los herederos del Inga y Montezuma graciosamente la renuncia, ni tampoco la vendieron por las mercedes que les hicieron, porque no los dejaron en libertad donde pudieran capitular las partes; porque los contratos lícitos piden libertad, y los contrayentes han de ser libres en ellos, gozando de lo que les permite el derecho natural. Pruébase que en este negocio no le tuvieron, porque trataban con rey muy poderoso, de quien ellos estaban ya constituidos por sus vasallos, y que si no hacían lo que les mandaba, morirían en un castillo ó les sucedería lo que á Montezuma y el Inga, que fué perder la vida por asegurar la posesión. Yo no discurro ni disputo esto; lo que veo es que si dan reglas tantas monarquías conquistadas por fuerza de armas, que no duran ducientos años, saco que las Indias no les falta para perderse más que seis años y medio.

5. Nótase, para que se vea que Dios quiere castigar esta monarquía, que los conquistadores de estos grandes imperios se han aniquilado sus casas y caudales. La de Cortés la lleva un transversal, y de un estado tan rico ha llegado á una cortedad sus rentas, que se hace increíble á los que saben lo que es.

6. Colón padece la mesma nota, pues se ven los Señores que llevan esta casa, que sus estados los posee el Inglés, y lo de Veragua lo han tiranizado los Indios, y es menester que V. M. los dé unos alimentos.

7. Los Pizarros no corrieron mejor fortuna, pues muchos años padecieron la nota de desleales y prohibidos de pasar á aquellas partes. Dióseles el título de marqueses de la Conquista, y están pereciendo de hambre.

8. Almagro, Carvajal y Luque, que con su caudal hicieron compañía en Panamá para entrar á la conquista del Perú, están extinguidas las familias, y no tuvieron ningún premio en remuneración de tan gran servicio.

9. Los demás descendientes de conquistadores que hay en Indias, es la gente más pobre, abatidos y despreciables que hay en aquellos reinos, de calidad que, en viendo algunas familias que están en suma miseria, se dice: «Ésta es de los conquistadores»; y es cierto, si se pasa á hacer el examen.

10. Los virreyes que han venido de las Indias, en medio de traer tan gruesos caudales, que pasan de millones, no han hecho fondo ninguno con este caudal, y los vemos morir pobres y aun enterrarlos de limosna, como sucedió al Marqués de Cerralvo en nuestros tiempos, siendo hijo de Virrey catorce años.

11. Obsérvase que mayorazgo que se ha fundado en Indias y España con esta plata, no permanece ni llega á cuarto poseedor.

12. Los jueces que han ocupado los mayores oficios de aquel reino, lo más frecuente es enterrarlos de limosna y morir desgraciadamente, pobres, en gran miseria y sin honra.

13. Los tesoros tan grandes que han venido á los señores reyes de España, han sido causa de más empeños á la Corona, porque se han aumentado los gastos y vanidades. En fe de ello, obsérvase que con este caudal no se ha aplicado á cosa que haya lucido, antes se ha tenido mal suceso con él.

14. El caudal de los ministros togados y gobernadores sigue los mismos pasos y líneas que los demás.

15. El de los eclesiásticos no se sabe que tenga mejor fin, pues algunas memorias que han dejado en sus últimas voluntades, no se cumplen, y ha faltado el fondo donde se puso este caudal.

16. La hacienda que ha entrado en España después que se descubrieron las Indias, adquirida por la inteligencia de ser cambiadores ó por administración de justicia, luego que sus dueños llegan á España, no arraiga ni hereda si no la ponen á censo en los estados de los Señores. Hanlos cargado tanto con las facultades que han sacado, que ellos los trae arrastrados, comiendo alimentos, y á los que los dieron su plata, y herederos, pereciendo de hambre. Luego es consecuencia que estas riquezas, en lugar de alivio, han traído su total ruina, porque en fe de aquellas que cada uno se imagina podrá adquirir pasando allá, se ha despoblado España; ha cesado la agricultura de los campos y crianzas de ganado, y los artefactos; están gravados los reinos con los tributos, y así permite Dios que se deshaga y consuma toda la hacienda con quien se mezcla la plata de Indias, imitando á la pluma del águila, que juntándola con otras, se las come. Donde sin temeridad se podrá afirmar que á esta hacienda la acompaña la maldición de Dios.

17. La muerte que se dió á Montezuma, y en Cajamarca la del Inga, fué injusta, y aunque esto se hizo sin consentimiento del príncipe, no justifica la empresa, y así se debe temer la ruina de aquellos imperios.

18. Hay tradición que los antecesores de Montezuma tiranizaron el imperio mejicano, viniendo de la gran Quivira, y que antes que se cumpliesen los ducientos años de posesión, fué despojado del cetro y de la vida aquel emperador por los mesmos á quien él ó sus herederos dominaron, y no tan solamente, sino que le mataron los indios con una piedra, asomándole Cortés á una ventana de su palacio para sosegar un motín.

19. La isla Española fué la que Colón hizo plaza de armas para hacer sus descubrimientos: ésta es la que los franceses están apoderados de la mayor parte, y [de] donde salen á hacer sus correrías marítimas, y pasarán á otras empresas mayores, porque está clamando la sangre de tres millones de indios con que acabaron los que iban á estas conquistas inhumanamente.

20. Y sobre todo, nada es más de admiración que, por los medios que entraron los españoles á la conquista del Perú, le haya conservado Dios entre los ascendientes de los indios, despojados en libertad, para que diesen paso á los ingleses y demás naciones, para hacer de daño de más de cuarenta millones de pesos y turbar aquel reino. Este es el Dariel, que aún no es veinte y cuatro leguas de tierra; que está situada entre los dos mares, dividiéndolos una cordillera donde nacen diferentes ríos de ella, que vierten sus corrientes, unos al Sur y otros al Norte, de calidad que no hay tres leguas y media de tierra; y en medio de que los españoles han poblado muchas veces allí, los han desalojado los enemigos, y no han podido subsistir. Obsérvase más: que nunca poblaron los españoles sino es en tierras ricas; siendo ésta más que todas las que hay en Indias, mantiene Dios 1.500 indios para contradecirles la posesión y dar entrada á las naciones y admitirlos á los rescates, casándose entre ellos y dándoles cuenta de todos los movimientos de los españoles, sirviéndoles de lengua é intérpretes y andando á pillaje con ellos; manifestando Dios algún oculto juicio que no se alcanza, pues se conserva dicho paraje sin conquistarle, habiéndose derramado más sangre en él, que se ha derramado en la mitad de las Indias al tiempo de su conquista.

21. Manifiesta esta ruina el considerar que, después que aquellos reinos se incorporaron en la Corona de Castilla, nunca han faltado rebeliones ni pretextos para derramar sangre humana y aspirar al solio. El primero fué el de los Pizarros, Almagro y Carvajal.

22. Después se siguió el de Lope del Guerra (sic) matando á Orsua (sic), y el de D. Fernando de Guzmán, que tomó el título de príncipe de toda la Tierra firme; puso casa real y todos los oficios que corresponden á semejante dignidad.

23. En la provincia de Nicaragua hubo el de los Contreras, que á no deshacer Dios este nublado, lo hubieran conseguido. También ha habido en el Perú y Chile otros sublemamientos de indios y mestizos, como el de Icacota en tiempo de Santisteban, y el de Borques, á quien se dió garrote en Lima por atajar el fuego que iba prendiendo en los indios, por conquistar de la cordillera.

 

CAPÍTULO X.
En que se hace demostración evidente de quién ha de dominar las Indias si no pone remedio V. M. prontamente.

Las Indias, ya se sabe que es el objeto y blanco á que han mirado las naciones francesa, inglesa y holandesa siempre con cariño; que están envidiosas de que estén incorporadas en la monarquía de España por el lustre que la da en ser dueños de aquellos preciosos territorios, por donde se ha de distribuir la mayor parte de riquezas que poseen en ellas.

Se ha controvertido en sus sambleas y juntas privadas que cada uno tiene acción á ellas; pero viendo que nada les podía estar mejor que se mantuviesen á favor de España, para disfrutarlas á menos costo con sus comercios, por la poca aplicación que tienen los españoles, se han conservado hasta aquí, porque los consideran que son unos meros factores ó fuentes por cuya mano disfrutan sus riquezas. Por un corto interés que les dan, porque llevan sus encomiendas, no lo han hecho hasta ahora.

La otra razón porque no se han dividido, es considerar que si aquel gran dominio llegase á recaer en alguna de estas tres potencias, faltaríales á las otras las conveniencias de que hoy gozan estando en España, y por eso las defiende el respeto que unos á otros se tienen, y están neutrales en lo que deben hacer, y á la mira, observando los movimientos, y se contentan con los robos que hacen y con lo que les fructifica el comercio fraudulento ó permitido en galeones y flotas.

Al mismo tiempo se ve que si Francia puebla una colonia, Inglaterra puebla otra; Holanda hace lo mesmo, de modo que van pesando en equilibrio las fuerzas para cuando llegue el caso del rompimiento.

No es pequeña solidez para este fundamento la observación hecha por el autor de este tratado. Muchas veces [ha] observado la postura en que estas tres naciones están pobladas en las Indias, para mayor argumento de la ruina nuestra. Es á saber: la Francia ha puesto todo su calor en afianzar la conquista del reino de la Nueva España, con la gran colonia que mantiene en la Canadá y Nueva Francia; en la costa de la Florida, donde tiene más de setenta mil personas que tomen armas, naturalizadas en aquellos climas, y ahora próximamente la bahía del Spíritu Santo, ciento veinte leguas de México, dándose la mano con los de la Canadá, por agua. Este descubrimiento le hizo Mr. de Sales (sic), que está pacificando los indios del cabo de Apalache y lagunas de la gran Movila, para facilitar la conquista del reino de Nueva España desde cualquiera de las tres partes. Son tierras llanas, abundantes de mantenimientos, carnes, caballos y muías para los bagajes para ir hasta México sin que nadie se lo embarace, y aquí no se repara en esto, aunque se sabe.

Ingalaterra ha puesto las fuerzas de sus colonias en Jamaica y las Barbadas: hay en cada una más de cien mil personas que tomen armas, con los esclavos, almacenes correspondientes de municiones á este poder. La situación de Jamaica es el paraje más apropósito para hacerse dueños del Perú sin embarazarse con Puertobelo ni Panamá, por ser más fácil la conquista por el río de San Juan, apoderándose de la ciudad de Granada y el puerto del Realejo, donde tienen brea, alquitrán, jarcia y maderas para fabricar cien mil navios que fueran menester. Es tierra muy abundante y fértil de bastimentos para socorrer á Panamá y Puertobelo á muy poca costa, quienes supongo que una vez que se resuelvan á esta empresa, los mantendrán á su devoción, con alguna más prevención de la que V. M. tiene en ellas.

Holanda, como tan sagaz en el punto de su conservación y ensanchar sus dominios á menos costa de gente y plata, es su mira hacerse dueña del reino de Santa Fe y la Tierra-firme, y para eso ha puesto la fuerza de sus colonias á barlovento del río Orinoco, entre éste y el de las Amazonas; en el río Pumarón y río Esgueba y río Merai, Panamaribo y Soromana y otras, enfrente de algunas islas que tiene pobladas de Barlovento, con quien se puede dar la mano cuando llegue la ocasión de poner en práctica el juicio de Salomón, dividatur infans. No es tan corto el número de vasallos que tiene esta República, que no pase de cien mil personas, con los esclavos y otra gran cantidad de indios que están á su devoción por dejarlos vivir á sus anchuras. La conquista de Honda para el reino de Santa Fe lo hace por el río Orinoco, pues es navegable hasta cuatro jornadas de Santa Fe de Bogotá. Tiene asegurada su conquista con fortificar dos parajes que hay en él, con trescientos hombres, y otro que hay desde Honda á Santa Fe, para cortar la comunicación del río de la Magdalena con aquel reino.

 

CAPÍTULO XI.
En que se muestra más claramente los motivos que han tenido las naciones para que no se hayan perdido las Indias.

Sentados los presupuestos de arriba, es preciso confesar que las tres naciones se hallan con gente, municiones y navios sobradísimos para entrar por sí á esta empresa: sólo resta saber cuál es la razón por que no lo han hecho y sólo se contentan con disfrutar lo que pueden. El primer punto queda tocado arriba, aunque de paso; el segundo es, que ninguno quiere echar este cascabel al gato, y no concitar el odio contra él, y este respeto los ha contenido; el tercero es considerar que si Francia se llevase el reino de Nueva España, ó lo intentase, teme que esotras dos potencias se le han de oponer, y ayudar á España á recuperarlo, y nunca se asegura de que dejarán de hacerlo, y queda expuesto á quedar desairado y excluido de los comercios que ahora tiene en nuestras armadas. Lo mesmo pasa á Holanda y á Inglaterra.

Las tres naciones, atentas á sus intereses políticos y al comercio y negociación mercantil á que son entregadas, las contiene, lo que no sucederá de aquí adelante, por la evidencia de que no les justifica sus envíos á Indias, de ropas y mercaderías, lo que de antes, ó ya sea por lo mucho que hay de mala entrada, ó por la mala cuenta que les dan los españoles, que son las que las llevan en su cabeza; los excesivos gastos que pagan por la encomienda y contribución del indulto y donativos que les reparten, no siendo el menos costo lo que pagan en la aduana de Cádiz por razón de almojarifasgos y lo quedan á los metedores porque les extravíen la plata: 44 ducados de plata de flete por cada tonelada, y 14 á los dueños de naos por razón de habería, que hecho balance, son más de 80 por 100 lo que tienen de todos costos, sin la mala cuenta de los españoles, que quiebran con sus haciendas y se meten en las iglesias. Esto les es muy sensible, como algunas veces me han dicho á mí, y para evitarlo y poder fundar sus comercios, así en Indias como en el Oriente, China y Japón, necesitan de plata en pasta, barras y piñas. Estas no las tienen con la abundancia que de antes, y las que adquieren les cuestan nueve pesos por marco, y así es preciso que discurran medio más asequible y fácil que se las pueda suministrar sin el costo de tantas fatigas y desvelos como les cuesta, en el sentir de ellos, y así han de apelar á dividir entre sí las Indias, haciendo una unión recíproca para que libremente puedan negociar sin embarazarse unos entre otros, sobre que se discurre mucho en el Norte.

Facilítales la empresa de las Indias el poco crédito de la nación española que tiene en aquellas partes, en mar y tierra; lo extenuado del caudal pronto en España para acudir á una defensa tan grande como la que se supone de la invasión de tres potencias; no desayuda, antes alienta la flojedad de los criollos y poca experiencia de la milicia; lo desarmado de los castillos y lo odiado que les es el gobierno español á aquellas gentes por la codicia que muestran los jueces, lo oprimidos que están los indios, esclavos, negros, mestizos, mulatos y cojotes, y no haber unión entre los que mandan ni igualdad en los juicios, dejando perecer á los pobres y desvalidos, que es buena materia para que prenda cualquier fuego que se encendiese, á breves días. En esta empresa no hay dificultad ninguna en mar y tierra, porque todo está indefenso, y al primer movimiento de las naciones se harán dueños de todo, porque no se pueden ayudar ni dar la mano unos á otros. A V. M. le faltan los medios con que socorrer los presidios que le quedan en Barlovento, con que por fin y postre, la necesidad les hará que les den la obediencia, porque cogidas las llaves de los reinos, que son Veracruz, Cartagena, Puertobelo, Panamá, Realejo y Río del Orinoco, queda frustrada la esperanza de que V. M. pueda volver á recobrar lo que una vez perdió por omisión, y no creer á quien tan repetidas veces le suministró los medios para evadirse de la ruina que le amenaza.

Hecha esta unión entre las naciones, dividirán el América en la forma que mejor les estuviere, poniendo límite á sus conquistas para que cada uno, sin embarazarse con las fuerzas del otro, tome posesión de lo que le toque, mantenga y fortifique, aunque á poca costa. La tierra es tan grande, que en muchos años no tendrán guerras unos entre otros, porque no tienen fronteras tan estrechas que les pueda obligar á tener topes de jurisdicción, pues cada uno, si les fuere posible transportar todos sus súbditos á lo que le toca, no quedara poblado, aunque se les repartiera tierras, pastos y aguas para las labranzas y crianzas.

Las naciones no han de hacer conquista en forma, como se hace en Flandes y otras partes; sólo poblarán las llaves de aquellos reinos, que son seis. Para cortar el comercio de España y los socorros, serále muy fácil á Francia para que no vayan flotas á la Nueva España, poblando la Veracruz y conservando la bahía de Spíritu Santo con mil hombres en cada uno, de presidio, y tres mil de guarnición en México y la Puebla; los dos mil, caballos, y la restante cantidad, infantes. Pondrá seis fragatas de á 50 cañones en la ensenada por si fuesen á desalojarlos, con otros 1. 200 hombres en ellas, que harán por todos 6. 200; dejarán gobernarse los vasallos de Indias por sus leyes; haránles otros buenos pasajes, vendiéndoles á moderados precios las mercaderías y lienzos que hubiere menester el reino, mucho más que lo hacían las que se les llevaban de España, y si dan libertad á los indios, que no paguen tributos, con mucho menos tienen harto para hacerse dueños de todo.

El Inglés, como cosa tan grande como es el reino del Perú, lo primero que hará es apoderarse de Cartagena, Puertobelo, Panamá, Realejo y Río de San Juan, que son cinco presidios, á 1. 000 hombres en cada uno de guarnición, son 5. 000. Con esto y diez fragatas de guerra que traiga á la mar del Sur con 2. 000 hombres, se le rinde todo y se pone á su obediencia. Sin más gastos que 7. 000 hombres de presidios, logra el comercio pacíficamente y imposibilita á España que pueda socorrerlos, sino es por Buenos Aires, si bien Portugal no se ha de estar mirando repartir la capa del justo, cuando le caen sus conquistas tan cerca de aquel puerto, donde puede ser dueño del Tucumán y Paraguay, y tener muchas utilidades que puede tener en el Brasil.

Holanda le tiene menos costa su conquista, porque embarcando 2. 000 hombres en piraguas, en canoas y lanchas, la tiene hecha por el río Orinoco luego que se apodere de Santa Fe; que se halla indefensa aquella provincia, como muestra de no haber quinientas bocas de fuego en ella. Queda en pacífica posesión repartiendo estos 2. 000 hombres en los parajes que dejo referidos antecedentemente, y para que se vea la fuerza de nuestro destino y el castigo de Dios, sólo con 15. 200 hombres que pongan las tres naciones, queda hecha y asegurada la conquista de aquellos grandes imperios, sin que España vuelva jamás á recuperarlos; y siendo esto tan cierto, no se aplica por España ningún remedio, siendo así que se hallan Francia, Ingalaterra y Holanda con 31 islas pobladas en Barlovento y más de otras tantas poblaciones en la Tierra-firme, que de cualquiera de ellas podrán sacar este número de gente que se supone han menester los tres para esta empresa. Así mesmo tienen embarcaciones para transportar la gente y pertrechos sin que les vengan del Norte: tampoco tienen gastos ningunos para la conducción, pues luego que lleguen á los territorios por donde se han de hacer estas operaciones, los hallarán con tanta abundancia que les sobre para aprestar las armadas que mantuvieren en el mar del Norte, y siendo esto tan cierto, no se quiere abrir los ojos ni poner la mira en enviar ocho ó más navios al mar del Sur, que es el medio único de cortar todas estas trazas, y si V. M. espera á hacerlo cuando las naciones hayan tomado estos parajes, no sirven sino es de dar más poder á los enemigos, pues no tienen puerto en toda la costa donde poder surgir ni dar carena, porque los enemigos son dueños de todo.

 

CAPÍTULO XII.
En que se hace evidencia que perdidas las Indias pierde V. M. á España.

Para estrechar á V. M. á que sea el rey más desdichado é infeliz que haya nacido en estos tiempos, no es menester sino es la unión de las tres potencias para llevarse las Indias. Luego, inmediatamente entrarán rompiendo la guerra á V. M. por Italia, Flandes y Cataluña para hacer diversión y reducir á V. M. á la última miseria, porque no pueda socorrer á las Indias hasta que ellos tengan hecho su negocio asegurando los puertos que se han mencionado, que después importará muy poco á las naciones el que V. M. hiciera el último esfuerzo para recuperarlas. Una vez que estén debajo de su dominio, las defenderán con más honra y punto que saben hacerlo los españoles en aquellas partes.

Con la falta de Indias ó sus comercios, cae España de toda su grandeza, porque le ha de hacer falta la plata que viene para V. M., la de los ministros, la de los particulares, la de encomiendas, la de herencias, que de allí viene. Falta la gruesa de la remesa que todos los años hacían los criollos para sus pretensiones y la que venía de los eclesiásticos para sus negocios, que se les ofrecía á sus provincias: falta también lo que justificaba nuestro comercio, aunque extenuado, y lo que percibían los cargadores, que tiraban de las naciones por sus encomiendas; los fletes que pagaban á los dueños de los navios que andaban esta carrera: pónense en quiebra las rentas de Andalucía; considerase, de que menos, diez millones de pesos de todas estas cosas en estas armadas, y otros de frutos, que son doce. Precisamente han de hacer falta grandísima, mayormente estando estos reinos tan escasos dé moneda, y tan pobres y necesitados sus habitadores. La poca que nos hubiere quedado, nos la sacarán Portugal y Génova, pues no hay fábricas para retenerla, y á una falta de trigo, como sucede en Andalucía, no quedará una cuchara de plata en toda ella, que no se venda; y si viniesen dos cosechas malas, se despoblará lo mejor de España.

Lo mesmo sucederá con los mercaderes extranjeros, que son los que hoy mantienen con lustre todos los puertos de la Andalucía, pues viendo que está cortado el comercio, es preciso que se vaya cada uno á sus tierras; conque precisamente ha de hacer falta tan gran número de mercaderes como se irán por esta causa.

Para mantenerse V. M. y mantener los presidios, fronteras y armada real, aunque no sea más que lo más preciso, es fuerza cargar á los vasallos de tributos, aun más de los que tienen, ó apremiarlos con todo género de rigor á que sea pronta esta contribución, porque habrá faltado el fondo de las Indias y quien entre á hacer asiento ninguno con V. M., ni habrá comercio ni consulado, como de antes lo hacían, que suplan estos gastos ni los que se puedan ofrecer en Flandes y la Italia, ni estos dominios de afuera pueden aliviar á V. M. en estos ahogos, por tener enajenadas V. M. todas las rentas que gozan sus reyes primitivos, y al primer rumor de guerra, viendo que no son asistidos, se separarán del dominio de V. M., ó levantarán entre sí cabeza, ó se entregarán al primero que les hiciese guerra.

Perdidas las Indias, quiebran todas las rentas que hay en estos reinos, y es preciso acuda Y. M. al remedio. Este no puede ser si no es con daño grande de los vasallos de España, pues no se pagará á nadie de los acreedores de V. M., y se da en otro inconveniente, que es fuerza ocurrir á incorporar en la corona todo lo que está enajenado. Este golpe cae sobre toda la nobleza, y está á pique pierdan el respeto á V. M. y tomen las armas, y se dividan en facciones, y por el medio que se pensó podía haber algún alivio, será su perdición y ruina.

Hasta las religiones padecen borrasca en esta pérdida, pues no habiendo moneda y faltando los envíos de Indias, es preciso que falten los sufragios de las ánimas y otras cofradías, porque faltan las rentas con la minoración de vasallos y los fondos en que hoy tenían asegurada la comida y vestuario, con que á breves días se extinguen, y todo será una confusión y un clamor universal, porque no habrá quien siembre ni críe, huyendo de los tributos y grandes gastos que le tiene hasta encerrarlos en sus trojes, porque los precios serán muy limitados, conque V. M. vendrá á ser por esta causa el rey más pobre que haya en toda la Europa.

Los príncipes que por su alianza ó parentesco eran los más interesados en que Y. M. se conservara en su grandeza, inmediatamente han de ser los primeros que falten á su obligación, considerando á Y. M. en la gran debilidad que es fuerza que caiga, y que no les pueda servir de ningún útil la amistad de V. M., como lo experimentó el rey D. Alonso de Nápoles, que los mayores enemigos que tuvo fueron aquellos con quien tenía más parentesco y vínculo de amistad, de que hay varios ejemplos en las historias; que al caído y pobre nadie hace caso de él, porque el que no puede entrar á su ruina, se está en su casa mirando la ajena, y procura repararse para que mañana no le suceda á él otro tanto.

Acábase la dependencia que V. M. tenía con los príncipes del Norte y emperador de Alemania, porque se pierden los estados de Flandes. La Dinamarca, Polonia, Suecia, Holanda y Ingalaterra, porque ninguno de éstos necesita de V. M. para cosa ninguna, antes sí, cada y cuando que quisieren despojar del cetro á V. M. en España, sino es que de compasión le dejen alguna parte mínima de estos territorios para vivir con indecencia, que fuera mucho mejor morir con honra antes que llegara este caso.

Quiera Dios no se acuerde V. M. de mis proposiciones y le remuerda la conciencia por haber despreciado lo que tan bien le estaba. ¡Qué dolor sentirá V. M. de ver que le faltan sus amigos, sus deudos, sus ministros y sus vasallos, y todas las demás clases de gente, conociendo les ha venido esta ruina por la omisión de V. M., por no hacer justicia, por no mirar por la honra de Dios y por la religión, y haber gastado el tiempo en divertimientos, en cazas y comedias, qué memoria quedará en los anales extranjeros del reinado de V. M. ¿Habrá habido rey en el mundo de quien se cuenten más fatales sucesos? Aun sin haber llegado el caso de la pérdida de Indias, ¿no es cierto que algunas veces le ha faltado á V. M. un doblón en su bolsillo para dar de limosna? ¿No se ha quedado V. M. en palacio, queriendo salir fuera, por no tener quien monte á caballo, porque sus criados se han ido porque no los pagaba? [81]

¡Cuántas veces, en tiempo del Duque de Medina, faltó á V. M. con qué hacer un vestido, y fué necesario sacarse fiado por no quererlo dar el mercader de V. M.! ¿No es público y notorio que V. M. estuvo comiendo en unos platos de plata, rompidas las arandelas, derramándose el caldo de la vianda? ¿No han faltado en palacio aquellas luces de cera y aceite que eran de etiqueta? ¿No es público que las damas y camaristas que asisten á la Reina nuestra Señora, la que no tiene casa de donde la socorran perece de hambre? Los criados de V. M., ¿no se han visto azotados públicamente, y V. M. pasó por esta indecencia, que no pasara un pobre hidalgo? Tampoco se podrá negar que sale V. M. á la calle desairado, en funciones públicas, con coches viejos y remendados que han salido á otras funciones, y algunas veces con un vestido bordado, que llamaban el de las fiestas porque le sacó V. M. dos días de Corpus; que se mormura en el mundo de ver salir á V. M. á un divertimiento como el Escurial ó Aranjuez, que no puede estar el tiempo que quiere porque le quitan sus ministros los medios para traerlo á Madrid. ¿Ignoran los embajadores que cada ministro de V. M. es un rey, y que V. M. no hace más de lo que ellos quieren? No, por cierto. ¿No es público y notorio á todos los reyes y príncipes de la Europa la indecencia con que están en sus Cortes los embajadores y enviados de V. M? ¿ Ignoran los que ellos tienen en Madrid que muchas veces está detenido un correo por cincuenta doblones? ¿V. M. tiene hechura ninguna en sus reinos? ¿No son todas de sus ministros, de sus mujeres, de sus criados y confidentes, porque se les paga y cohechan? Y esto no se castiga, porque han perdido el respeto á las órdenes de V. M., y si tiene algún confidente que saben le habla la verdad, le persiguen, le aborrecen y no le dan de comer, á fin de que se una con ellos, y V. M. pasa por esta indecencia aunque lo sabe. ¿No tiene sus ejércitos y armadas sin honra y sin disciplina militar? ¿No sabe V. M. que le están robando todos sus ministros y oficiales su real hacienda, y no se castiga á nadie?

Dejo otras muchas cosas porque me corro yo de traerlas á la memoria de V. M.; pues ¿de qué le aprovecha el ser rey, si carece de todas estas cosas y gusta de estar entregado á los que le tratan mal? Esto no es honra; esto no es justicia, ni conduce á tener socorridas sus fronteras, ni fortificarlas, ni á reparar las quiebras de sus reinos, ni aliviar á los vasallos, ni á volver por la religión, cuando se está perdiendo. Y. M. no lo gasta en divertimientos de mujeres ni juegos, pues ¿á qué conduce esta dejación? A una suma flojedad y abandono de gustar que en toda Europa le tengan á Y. M. por insensible, porque gusta ser menos que el más desdichado vasallo de sus reinos; pues todos cuantos hay procuran ser más, y V. M., que le hizo Dios más que todos, quiere venir á menos, pues no hace diligencia para salir de esta turbación en que le tienen sus ministros, quedes entregada diadema, el cetro y las obligaciones de su oficio en manos ajenas, y así, ¿qué mucho que se vea destituido V. M. de la Corona cuando más descuidado esté?

Y porque no se me arguya con una razón, aunque es sofística, que dirán los que no discurrieren tan melancólico como yo, que aunque V. M. pierda las Indias se mantendrá con lustre con lo que le queda en España, como se mantenían los ascendientes de V. M. antes que tuviesen aquellas tierras, hoy corre diferente pariedad; ahora ducientos años había diez millones más de vasallos, que trabajaban todos; vestían ropas de paño y no estaba introducida la lisonja ni la vanidad. Todos están introducidos hoy á ser caballeros, y ninguno cuida de la cultura de los campos ni de las maniobras. Los tributos son infinitos; los gastos de la casa real, insuperables; los sueldos de la milicia, muy crecidos, y todo lo demás respective; con que precisamente ha de declinar la monarquía de España, porque está despoblada, pobre y sin comercio activo, sin crédito y sin fe pública, que es lo que pudiera adelantar la esperanza de que esto podía convalecer en algún tiempo, y así, la pérdida de Indias se llevará tras sí todos los dominios de V. M.

Yo fuera el primero que, si vuestra Majestad se hallase con la gente que han consumido los españoles después que se descubrieron, las abandonara; pero haber consumido en mantenerlas y conquistarlas la nata de sus reinos, y ahora abandonarlas por tres mil hombres, confieso que no alcanzo el fin con que se hace, porque cualquiera que es de otro dictamen, que no se conserven, es traidor á Dios y á V. M. y á su patria, pues antepone su pasión á la conveniencia de tanto como disfrutan los españoles en aquellas partes, aun no sabiendo aprovecharse de las riquezas que Dios ha dado en aquellas tierras; y cuando no hubiese estos motivos, se debía tener muy presente el punto de la religión, que está á pique de perderse entrando los herejes en aquellos dominios, y fuera de grandísimo gravamen para V. M. si tal se viese por su omisión y descuido.

Ea, Señor, ya es tiempo de que V. M. se desengañe y quite la nota que le han puesto sus ministros; premie y castigue, alivie á sus vasallos, inclínese á las armas, aborrezca el vicio, premie la virtud, aparte la lisonja y cele sobre los tribunales, y verá V. M. cómo se corrigen los desórdenes. Texto expreso del Spíritu Santo, hablando por Isaías [es], que los árboles son conocidos por el fruto que dan. El gusto y sabor de su fruta manifiesta si es buena ó mala, saludable ó nociva; regla que la conoce aun el más ignorante. A los irracionales les dió instinto la naturaleza para preservarse de los venenos, y si alguna vez caen en gustarle, conocen el antídoto para preservarse del contagio que les puede quitar la vida. Sólo el hombre, que fué criado con cinco sentidos y un libre albedrío, teniendo la parte más noble para conocimiento de todas las cosas, es el que más mal usa de ellas.

Qué fruto coge V. M. del gobierno de Indias, ni aun del de España, díganlo las ruinas y miserias que V. M. está tocando con las manos, y los efectos de ver se pierden los reinos y provincias enteras, y las devastaciones y despueblo general de estos reinos, los malos sucesos en mar y tierra y la pobreza de todos los súbditos. Conozca V. M. estos venenosos frutos que le afligen y le consumen y le llevan por sus pasos contados á su perdición y ruina.

V. M. en conciencia está obligado á remediar eficazmente el daño y destruición de las Indias, y á esto está obligado por muchos títulos, por el justo que V. M. tiene de rey y supremo señor natural, á quien de justicia toca amparar, defender y conserrar sus súbditos y reinos y quitarles sus opresiones, porque las Indias son los más grandiosos de ninguno de los que hay en la Corona, porque son los más obedientes de cuantos ha habido, porque sus naturales han sido sus más humildes vasallos y han pagado con llaneza y sin contradicción los tributos que les impusieron, porque son los más ricos y caudalosos de oro y plata y otros metales que se conocen, pues de ellos como de fuente, ó por mejor decir, de mar, goza en abundancia España y toda la Europa de este bien, y si sólo una flota y galeones faltasen, era bastante para descaecer el crédito y comercio de España y reducir á V. M. y á todos sus vasallos á una suma miseria.

Justo es que donde todo este bien sale, se conserve y con desvelo se mire por ello, y pues es la obligación de V. M. mirar por solo un súbdito particular, ¡con cuánta superior razón se debe mirar por unos reinos que van de caída y que es causa pública, mayormente cuando se pierde la religión y se menoscaba la honra de Dios! Cuando V. M. no fuera tan frío y clemente como es, eran estas razones eficaces para mover su real ánimo, cuando se le facilitan á V. M. las disposiciones para que las Indias se gobiernen bien y las asegure de los enemigos para disfrutarlas en pacífica posesión. Todas las veces que V. M. fuere servido mandar y poner en práctica esta planta de gobierno que deben tener, se le obedecerá á V. M. con todo rendimiento, como lo he hecho otras muchas veces, sin más interés que servir á V. M. y desear se propague el Evangelio en aquellas tierras entre tanto gentil é idólatra como hay, segregados del gremio de nuestra Santa Iglesia Romana; pues cumpliendo con esta obligación, no dudo que experimentará V. M. una dilatada sucesión y muchos aciertos para gobernar sus reinos. Nuestro Señor se lo conceda á V. M.

 

 

NOTAS:
1. Pueden verse en las respectivas publicaciones Vida de don Alonso Enriquez de Guzmán, escrita por él mismo. Colección de documentos históricos para la Historia de España, t. LXXXV. Madrid, 1886.
Historia y viaje del clérigo agradecido D. Pedro Ordóñez de Zeballos, natural de la insigne ciudad de Jaén, á las cinco partes de Europa, Africa, Asia, América y Magallánica, con el itinerario de todo él, Madrid, por Luis Sánchez, 1614.
Comentarios del desengañado, ó sea vida de D. Diego Duque de Estrada, escrita por él mismo. Memorial histórico español, t. XII. Madrid, 1860.
Peregrinación del Hermano Bartolomé Lorenzo, escrita en Lima por el P. José de Acosta en 1586. Manuscrito en la Academia de la Historia, Colección Muñoz, t. XCI.

2. Son de consulta mis referencias. Don Diego de Peñalosa y su descubrimiento del Reino de Quivira. Memorias de la Real Academia de la Historia, t. X, y Armada Española, t. V.

3. Archivo general de Simancas. Secretaria de Estado. Legajo número 4. 135. Copia en la Academia de la Historia.

4 Despachos de Lisboa á 27 de Julio, 10 de Agosto y 28 de Septiembre de 1676. Archivo general de Simancas. Estado. Legajo núm. 4. 158.

5. Consultas del Consejo de Estado de 22 y 27 de Octubre de 1676. En el mismo legajo.

6. Se hallan estos documentos juntos en el indicado legajo.

7. Tiene la merced fecha 30 de Noviembre de 1686. Archivo general de Simancas. Dirección del Tesoro. Inventario 24, legajo 845, folio 12.
Barinas es ciudad del territorio de Venezuela. El P. Fr. Jacinto de Carvajal trató de su fundación y condiciones, así como de las de la villa de Guanaure, en la Relación del descubrimiento del rio Apure, escrita en 1648, publicada en León por la Diputación provincial en 1892, Villalobos, variando la ortografía usual, firmaba el Marqués de Varinas.

9. Sor Mariana de la Cruz, Serenísima Señora, hija del infante don Fernando de Austria. Murió en 1715, y fué enterrada en la iglesia de las Salegas Reales de Madrid.
* Original en el Archivo Histórico Nacional.

10. Biblioteca particular de S. M. el Rey.

11. Biblioteca Nacional, manuscrito J, 39.

12. Biblioteca Nacional, manuscrito J, 91, y Dirección de Hidrografía, Colección Navarrete, t. IX, núm. 32. En esta fecha no se titulaba marqués el autor.

13. Manuscrito original, en 4. °, en la Academia de la Historia. Colección Salazar, K, 109.

14. Manuscrito original en la misma Academia, y Colección K, 110.

15. Biblioteca Nacional, códice 1. 001, con 119 fojas en folio.

16. Ídem íd.

17. Ídem, códice 3. 034.

18. Biblioteca Nacional, códice 3. 034.

19. José Gómez Jurado era hidrógrafo entendido. En la Academia de la Historia existe manuscrito (Est. 13, gr. 7, núm. 692-2.) Discurso del capitán José Gómez Jurado, natural de la ciudad de Gibraltar, sobre la línea de demarcación de las posesiones españolas y portuguesas en América. Año 1680. Debe, pues, acogerse con reserva la denuncia.

20. De Maserati.

21. El conde d'Estrées, almirante del rey de Francia. Su campaña en el mar de las Antillas y naufragio en los arrecifes de Aves el año 1679, están narrados en mi historia de la Armada Española, t. V, cap. XII.

22. Darién.

23. Bahía.

24. Don Nicolás Porcio, asentista de esclavos negros.

25. Al convento de esta advocación en Madrid.

26. En otro memorial le nombra Roma.

27. Manuel García de Bustamante, criado y favorito del marqués de los Vélez. Llegó á ser de los Consejos de Hacienda é Indias, con mucho valimiento.

28. Por la muerte de la reina María Luisa de Borbón, que falleció el 12 de Febrero.

29. Según relación de la época, «entrado D. Juan de Austria en el gobierno, echó á D.a Mariana para Toledo; pero estuvo retirada en Aranjuez mientras se aderezaba el Alcázar, y no volvió á la Corte hasta después de morir el que la echó. Pasó el Rey á recibirla á Aranjuez en el día 27 de Setiembre de 1679, y al siguiente entraron madre y hijo en Madrid con muchas aclamaciones y luminarias por tres días, en festejo de tan justo y deseado motivo. Hospedóse la reina en el Buen Retiro, y allí recibió los besamanos, residiendo el Rey en su palacio de Madrid. Sobrevino luego el casamiento del Rey con su primera mujer, y entonces se retiró la reina madre en el 26 de noviembre del mismo año al palacio donde hoy residen los Consejos. Desde Carnestolendas hasta el sábado santo pasaba al Buen Retiro á gozar de los sermones de Cuaresma».

30. Sor Mariana de la Cruz.

31. El conde de Oropesa sucedió al duque de Medinaceli en el cargo de primer Ministro en Junio de 1685; le secundó su primo el marqués de los Vélez como Superintendente de Hacienda, y como Secretario del Despacho universal D. Manuel de Lira. Confesor del Rey era entonces Fr. Pedro Matilla, y lo fué hasta 1697. Oropesa fué exonerado en 1691, y también Lira. El marqués de los Vélez murió en 1693.

32. Sentencia repetida en otros documentos.

32bis. Contrario á esta acusación es un juicio anónimo contenido en los siguientes términos en el códice de la Biblioteca Nacional, H. 99, fol. 492: «El puesto de la Cámara de Indias que tenía Beitia, se lo dió luego S. M. á D. Manuel de Lira para Secretario de Despacho, con retención de la Secretaría, que yendo á besar las manos al Rey, generosamente lo rehusó diciendo á S. M. que en la estrechez de la monarquía y en medio de tantos que se hallan afligidos por haber perdido sus rentas, no podía menos de suplicar á S. M. se valiese de aquel puesto para socorrer las miserias de los que han perdido sus rentas, ya que él tenía lo necesario para pasar decentemente, y que cuando S. M. no fuese servido de valerse del dicho don Manuel de Lira en el ejercicio de Secretario, podría hacerle cualquiera merced que fuese servido para poder pasar».

33. Así, subrayado en el original.

34. La insistencia con que trata en el comercio de Indias parece indicar que le era conocido el papel de otro arbitrista de la época, titulado Medio para sanar la monarquía de España, que está en las últimas boqueadas, en qué sé descubre la destruición que causa el comercio dé la Europa para la América. Impreso s. a. n. 1. en 7 hojas folio. Dirección de Hidrografía, Colección Vargas Ponce, legajo 7.

35. El confesor del Rey.

36. De esta Orden y catedrático de Alcalá era el P. Bayona, que dirigió la conciencia del Rey antes que Fr. Pedro Matilla.

37. Alude el saqueo de la plaza por los filibusteros.

38. Por la publicación del matrimonio concertado con D.a Mariana de Neoburg.

39. Pero en su tratado manuscrito, titulado Descripción general de los dominios de América que pertenecen á S. M., apunta varios de dichos servicios y muchos de sus sucesos personales, entre ellos el de haber concurrido como soldado á la expedición de D. Martín de Riva Agüero, Corregidor de Caxamarca, y á la reducción de los indios Xibaros, por el río Marañón, en 1655.

40. Esto ocurrió en 1671. Se narra el suceso en la Armada Española, t. V., cap. XI.

41. Impresa s. a. n. 1. en 2 hojas folio, hay Relación del socorro que él excelentísimo Señor Conde de Lemos, Virrey del Perú, embió á Tierra-Firme para desalojar de Panamá al Pirata Yngles, con otros sucesos de aquél reino. Academia de la Historia, Colección de Jesuítas, t. XII, folio 301.

42. Muchas veces escribe así este nombre en vez de Petit Goave.

43. En el Archivo general de Simancas, Estado, leg. 4. 158, están efectivamente los papeles de La Junta que se tiene en el aposento del Duque de Medina sobre las proposiciones del capitán D. Gabriel de Villalobos. Madrid, 13 de Abril de 1677.

44. En la obra que tituló Descripción general de todos los dominios de América que pertenecen á S. M. (Biblioteca Nacional, J. 39) escribió en la última hoja: «Las islas que demuestran estos dos mapas último, son las que llaman de Salomón... En nuestros tiempos fué un fulano de Avila, preciado de matemático y cosmógrafo, que murió ahogado en la isla de Manila y en tiempo de S. A., siendo presidente del Consejo de Indias el duque de Medinaceli, Cristóbal Palomino, que el autor de este libro desvaneció dicho viaje por la insuficiencia del sujeto».
En efecto, después de la ocupación de las islas Marianas y el reconocimiento de las Carolinas y Palaos, trataron de extender la empresa á las de Salomón dos aventureros: el uno, nombrado Cristóbal Palomino, no pasó del terreno de los proyectos y pretensiones; el segundo, D. Andrés de Medina Dávila, agenció algo más basta morir ahogado en Manila; pero ambos dieron que hacer al Consejo de Indias con el examen de las propuestas y solicitudes, así como con el estudio de lo que pudiera esperarse de las islas. Sobre el particular informó Fr. Ignacio Muñiz, del Orden de Predicadores, hidrógrafo del Consejo de Indias, 1675, y hállase un escrito en la Academia de la Historia, Colección Mata Linares, t. III, folio 115.

45. Don Jerónimo de Eguía. Fué Secretario del Despacho universal en el gobierno de D. Juan de Austria, y también en el del duque de Medinaceli.

46. D'Estrées. (Véase la nota núm. 21. )

47. Véase la nota núm. 2.

48. El 22 de Febrero de 1680, Federico Cornaro, en las Relaciones de los embajadores venecianos (1678-1681), le estimaba figura no inferior á la de ningún favorito de España, hombre de bellas cualidades, bondad reconocida, integridad, celo, rectitud y sinceridad en el servicio del Rey; de trato cortés, afable, sin vanidad ni jactancia; amigo de lo justo y de lo razonable, «de qualche abilita maggiore di talento o cognizione degli interese del mondo ne sollevare l'animo, convien dire il vero che ne pin aggiustato, ne piu propio ministro potrebbe desirare l'Espagna».

49. White.

50. En 1641 sufrió huracán la flota de Nueva España en el canal de Bahama, y se perdieron varias naves, entre ellas la almiranta, regida por Juan Villavicencio, en el bajo de Los Abrojos. En 1656 tuvo igual suerte la almiranta de D. Matías de Orellana, pereciendo más de 600 personas. Hay noticia particular del accidente en Relación del viaje y sucesos que tuvo desde que salió de la ciudad de Lima, hasta que llegó á estos reinos de España, el Dr. D. Diego Portichuelo. Impresa en Madrid, por Domingo García, año 1657. En 4. °, 70 hojas.

51. Véase la nota núm. 37. El año 1688, los filibusteros, en número de 1. 200 hombres, capitaneados por Van Horn y Lorenzo de Graff, sorprendieron á la guarnición de Veracruz y saquearon la plaza, consiguiendo botín que algunos escritores calculan en seis millones de escudos. Se hace relación del suceso en la Armada Española, t. V, cap. XVII.

52. Confesor del Rey.

53. En 23 de Febrero de 1685 se hizo asiento con Baltasar Coymans, de nación holandés, para la introducción de negros esclavos en Indias, y en 1692 se mudó la concesión, por término de cinco años, á D. Francisco María de Guzmán. Las dos escrituras están insertas en la Colección de Tratados de Abren y Bertodano.

54. Don José de Veitia Linage, cuñado del insigne pintor Bartolomé Esteban Murillo, caballero de la Orden de Santiago, del Consejo de S. M., su tesorero, juez de la real Audiencia de la Casa de la Contratación de las Indias. Escribió una obra instructiva y de gran interés para el conocimiento de la marina, que salió á luz con el título de Norte de la Contratación de las Indias Occidentales. Compone un tomo, dividido en dos libros, que tienen respectivamente 299 y 261 páginas y copioso índice separado. Veitia fué posteriormente Secretario del Despacho universal y de la Cámara de Indias, Murió el 29 de Julio de 1688; dejó regular fortuna y por heredera á su mujer.

55. Albermale.

56. Tabago.

57. Don Nicolás Porcio, en nombre y con poder de D. Juan Barroso del Pozo, suscribió, en 27 de Enero de 1682, asiento para la provisión de esclavos en Indias por término de cinco años. En 1685, esto es, antes de acabar el plazo, se hizo nueva concesión al holandés Coymans, como en nota anterior se ha indicado, y entonces se publicó en Madrid un opúsculo titulado Resumen de lo sucedido en el asiento que ajustó D. Nicolás Porcio, encargándose de la introducción de negros en las Indias. (Impreso en 14 hojas en folio, s. a. n. l. Hay ejemplar en la Academia de la Historia, Colección de Jesuítas, t. CLI, núm. 21. )

58. Antes, en otro memorial, le nombra Rama,

59. Guadalcanal.

60. Don Martín Madera de los Ríos.

61. La proposición citada es del año 1693. Recayó sobre ella consulta del Consejo de Estado, existente en el Archivo general de Simancas, legajo 4. 158,

62. Gerona.

63. Larrea.

64 Veitia.

65 Astillarlo ó Astigliano.

66 Y aun de otras partes; hace fe el libro titulado Llanto sagrado de la América meridional que busca alivio en los reales ojos de nuestro Catholico y siempre gran monarcha señor Don Carlos segundo, Rey de las Españas y Emperador de las Indias, etc. Por el P. Fr. Francisco Romero, religioso del orden calzado de San Agustín. Impreso en Milán, año 1693, en 4. °

67. Guaicos.

68. Entre los papeles satíricos de la época hay uno, en la Biblioteca Nacional (G. 90), en que se trata de algunos de los personajes políticos citados en el memorial del marqués de Varinas, de este modo:
«Medellín, en el pesar, — alivio halla á sus pesares, —pero aunque se mortifique, —gruesas quiere ver sus carnes.
» Los Ríos que mucho crecen, —saliéndose de su margen, — cosa es muchas veces vista — el que la tierra robasen.
»Es cierto que el que ORO-pesa— entenderá de quilates, —que si este metal da Italia, — ¿qué importan otros metales?
»Terranova, Alba y Montalto, — como les ven tan parciales, —nadie se mete con ellos—porque temen la de Juanes.
» Osuna con su valor, — sin que le cueste enojarse, —él hará, aunque no se teme, — el que el francés se amilane.
» Aragón y Fernandina, —con ese ruido que hacen, —si despiertan los que duermen, — han de querer levantarse.
»La Armada y su General—dicen, quejándose iguales, — hominem non habeo, ella, — y él dice: non habeo naves.
»El de Medellín se esmera —en andar muy de mañana—á tomar la cotidiana—con la hermanita librera. — Él mira su faltriquera, —y aunque trata en porquerías, — espera las obras pías — que de las Indias vendrán. » Estribillo: «¿No nos dirán—qué hace el señor Don Juan?

69. El marqués de Villa-Rocha, personaje de historia, contrabandista indiano enriquecido con el fraude. Procesado y sentenciado por esta causa, interviniendo el Rey de Francia fué absuelto y obtuvo nombramientos de Presidente de la Audiencia de Panamá (la misma en que se le instruyó la causa) y de Capitán general de las provincias de Tierra firme. También le resultaron cargos en el desempeño de estos oficios, y volvió á declararle absuelto el Consejo [de Indias en 1713. Navegando posteriormente en el Pacífico, le apresó el corsario inglés John Clipperton y le condujo á las islas de Oriente, esperando buen rescate; pero en las Marianas se evadió, dejando burlados á los aprehensores.

70. Roberto Cavelier de la Salle.

71. Movila.

72. Santa ahora. Según la carta escrita á la Reina madre cuando murió, escudillaba.

73. Paréceme oportuno citar el párrafo siguiente del estudio de D. Antonio Cánovas del Castillo, en su Introducción á las Memorias del Marqués de la Mina:
«Mala era á no dudar, la venta de títulos y hasta de grandezas. Peor todavía que eso era el que á los magnates destinados á los virreynatos de Méjico y el Perú les costase el nombramiento gruesas sumas, habiéndose empezado á desenfrenar la costumbre de tales ventas bajo el influjo de Valenzuela, continuándose no bien falleció D. Juan de Austria, y llegando á su mayor florecimiento con el mando absoluto de la Reina Madre y del Almirante, secundados por la caterva vil de los adeptos á la Berlips y al capuchino su confesor. No siempre encerraban estos deplorables hechos un caracter inmoral y así se vió al propio Carlos II, por lo que el autor de la Relación afirma, tomar parte en ellos personalmente, sirviéndole de corredor uno de los secretarios del Despacho. Buscábanse así recursos juzgados lícitos para atender á las necesidades del Rey y de la Nación, ó al menos para pagar indebidas mercedes regias. »

74. Véanse las notas números 37 y 51.

75. En las instrucciones dadas por el Gobierno de Luis XIV de Francia en 1702 á su embajador en Madrid, conde de Marcin, se contiene este párrafo:
«Los diferentes consejos de Madrid abundan en abusos, particularmente el de Indias. Lejos de castigar las malversaciones, los culpables de ellas encuentran apoyo á medida de los presentes que reparten, quedando siempre  sin castigo los excesos de los virreyes y de otros funcionarios. Esta impunidad y las inmensas fortunas que aquéllos reunen, excitan á sus sucesores á imitar su ejemplo; y, por el contrario, si se da con persona delicada en materia de honor y que sigue diversa conducta, una vergonzosa pobreza es el premio de su desinterés.»

76. Ocurrió en 1655. Salió á luz Relación diaria de la presteza con que se previno la Armada á cargo del general Don Pablo Fernandez de Contreras, y lo que ha sucedido para escoltar los galeones del Marqués de Montealegre. Impresa en tres hojas folio, Biblioteca Nacional, Sala de Varios.

77. Lorenzo de Graff ó Lorencillo. De sus hechos trato en la Armada Española, t. V.

78. El almirante Diego de Zaldívar. De su proceder se trata en la Armada Española, t. V, pág. 272.

79. Grammont, flibustero. El mismo libro relata sus fechorías, págs. 182, 270 y 274.

80. Lo hace con efecto en el Norte de la contratación de las Indias. Véanse en la dicha Armada Española, t. V, págs. 171, 173 y 174.

81. No es exageración. Consta haber adelantado el Condestable de Castilla 20. 000 escudos para la mesa del rey, porque los mercaderes no querían ya fiar las provisiones, y que unos sesenta palafreneros abandonaron las caballerizas porque se les debía cerca de tres años de sueldo, haciendo necesario valerse de mozos de la calle para limpiar los caballos.