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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1615 Monarquía indiana (Fragmento)

Fray Juan de Torquemada

CAPITULO  XIII

Que trata de los gigantes, primeros moradores de estas indianas tierras antes de los tultecas.

SUPUESTO QUE a tantos mil años que pasó el Diluvio e inundación general con que Dios castigó los moradores del mundo, y que después acá de este universal anegamiento se volvió a poblar y henchir de gentes que procedieron de Noé y sus tres hijos (que fueron los que por mandamiento de Dios, entraron en el Arca y en ella se salvaron), digo: que habiendo sido de estos dichos (o descendientes de ellos) los que habitaron y poblaron las tierras (tomando cada cual nombre y apellido, como más a su propósito y plácito hizo) decimos consecutivamente que los que hasta agora se sabe haber morado estas extendidas y ampliadísimas tierras y regiones de la Nueva España, fueron unas gentes muy crecidas de cuerpo que llamaron después otros quinametin (que quiere decir gigantes), porque sin duda los hubo en estas provincias cuyos cuerpos han aparecido en muchas partes de la tierra cavando por diversos lugares de ella; y hemos visto sus huesos tan grandes y desemejados que pone espanto considerar su grandeza. De donde hubiesen venido estos gigantes acá, no se sabe; pero sabemos que antes del Diluvio, dice la Sagrada Escritura, que habla gigantes sobre la tierra que nacieron de las hijas de los hombres que se copularon con los hijos de Dios. Que si tomamos el parecer de muchos hombres doctos fueron éstos los mayores, así en dignidad como en cuerpo, de los de la república, escogiendo también mujeres corpulentas y muy crecidas para sus ayuntamientos (según lo nota Oleastro sobre el capítulo sexto del Génesis). Y dejando aparte el averiguar de qué gentes habían nacido, sólo digo, haberlos habido en el mundo, en aquellos primeros tiempos de él, diciendo la Sagrada Escritura: que había gigantes sobre la tierra, en aquellos días; y aprovechándose el excelentísimo doctor San Agustín de este lugar, dice: que no hay duda, sino que antes del Diluvio hubo muchos gigantes y que éstos estuvieron avecindados con los otros hombres del mundo.. Luego, más abajo de estas palabras, dice: haberlos criado Dios para mostrar en su creación y grandeza no sólo deber ser alabado en la hermosura y bizarría de las cosas, sino también en su hechura y grandeza. Y cita luego a Baruch, que dice: allí hubo gigantes, varones muy nombrados, que desde los principios fueron fuertes y grandes guerreros. Theodoreto, contradiciendo a los que niegan no haber sido los gigantes mayores que los otros hombres del mundo, dice en una cuestión que hizo contra ellos: pero yo, cuando oigo la divina escritura, que dice: que Enach, gigante, nació de gigantes; y que el lecho y cama del rey Og, que era de hierro y de nueve codos en largo y de ancho cuatro; y cuando oigo a los exploradores de Jesu que cuentan que los hebreos que iban entrando a la tierra de promisión eran langostas, en comparación de los gigantes que moraban la tierra; y a Dios, que dice: entregué a Amorreo, cuya altura y grandeza era del tamaño de un cedro y sus fuerzas las de un roble, pienso haber algunos muy grandes hombres, dispensando en su naturaleza y grandeza, el sapientísimo Dios, para que los que le conocen omnipotente en la creación, echen también de ver cómo lo muestra en hacer unos hombres mayores que otros. Beroso Anniano, en el principio de su historia dice: que halló escrito que en aquellos primeros siglos del mundo, antes del general anegamiento de los hombres, había una ciudad junto al monte Líbano llamada Henos, que era de gigantes que se enseñoreaban de toda la tierra, desde oriente a poniente; y luego dice muchas cualidades de estas gentes muy proprias de gente poderosa, fuerte y atrevida; de manera que por lo dicho queda probado haberlos habido en el mundo, no en pequeño, sino en muy cuantioso número. Pues que los había habido después del Diluvio pruébase con que Og, rey, lo fue de Basan (como se lee en el Deuteronomio) y los hubo en Hebrón, ciudad de Judea y en Tani, ciudad de Egipto, como se refiere en el mismo lugar. En tiempo de Abraham hubo también gigantes, los cuales destruyó Amtaphel, como parece luego en el capítulo catorce; aunque no fueron muchos después del Diluvio, como lo fueron antes como parece que en tiempo de Moisén, sólo Og resistía su entrada en la tierra prornetida; y en Hebrón fueron sólo tres de la casta de Enach.

Siendo pues esto así verdad y siéndolo también que los hubo en esta tierra de la Nueva España, está ahora la duda en si los huesos que ahora parecen de estos desemejados gigantes fueron de antes del Diluvio o después de él, para cuya inteligencia digo que he tenido en mi poder una muela, que para estar entera le falta paco y es dos veces tan grande como, el puño y tan pesada, que tiene de peso mís de dos libras; y enseñándola a un hombre llamado Pedro Morlet (francés de nación, natural de la ciudad de París, hombre peritísimo en el arte de la escultura) y diciéndole, ¿qué le parecía de aquel tan monstruoso hueso?, me dijo: que en el convento de San Agustín, de esta ciudad de Mexico, acababa de ver aquel día un hueso que parecía ser de muslo y que según su tamaño era todo el cuerpo de más de once o doce codos (cosa monstruosísima) y añadió diciendo que era de gigante, de los del tiempo del Diluvio, y preguntándole: ¿que cómo lo sabía?, respondió que en no sé qué parte de España (que no me acuerdo bien la que me nombré) cavando en una sierra, donde buscaba piedra para su arte y escultura, fue descubriendo mucha osamenta, como ya convertida en piedra, -que parecían -huesos de gigantes y que comunicándoolo con otros dijeron: que fueron de aquellos que hablan ahogado las aguas del Diluvio; porque así lo teñían de opinión muchos, que en otras partes, por allí cerca, hablan dado con otros huesos de aquel mismo tamaño y que en aquellos tiempos se habían repartido por todas las tierras estos hombres grandes y tan crecidos. Y dado caso que, esto no sea así, es cierto que fue verdad ésta, después del Diluvio y que los hubo en estos nuevos mundos; y se dice que hubo gran noticia en el Pirú, de unos gigantes que vinieron a aquellas partes, cuyos huesos se hallan hoy día de disforme grandeza, cerca de Manta y de Puerto Viejo; y en proporción, habían de ser aquellos hombres más que tres tanto mayores que tos indios de ahora. Dicen que aquellos gigantes vinieron por mar y que hicieron guerra a los de la tierra y que edificaron edificios soberbios, y muestran hoy un pozo hecho de piedras de gran valor. Dicen más, que aquellos hombres, haciendo pecados enormes, y especialmente usándolo contra natura, fueron abrasados y consumidos con fuego que vino del cielo. Del tiempo que se pobló la provincia de Tlaxcallan (en esta Nueva España) se dice que habitaban aquella tierra gigantes y que como llegaron los forasteros se la quisieron defender; pero los recién venidos, como viesen la desigualdad dé las fuerzas de los moradores y cuánto se les aventajaban en valor, los aseguraron y fingiendo paz con ellos los convidaron a una gran comida y teniendo gente puesta en celada, cuando más metidos estaban en su borrachera hurtáronles las armas con mucha disimulación (que eran unas grandes porras y rodelas, espadas de palo y otros géneros). Hecho esto dieron de improviso en ellos; queriéndose poner en defensa y echando menos sus armas, acudieron a los árboles cercanos y echando mano a sus ramas, así las desgajaban como otros deshojaran solas las hojas; pero como al fin los advenedizos venían armados y en orden, desbarataron a los gigantes e hirieron en ellos sin dejar hombre a vida. El padre Acosta dice: que estos que hicieron esta matanza fueron los tlaxcaltecas que poblaron aquella ciudad; pero la verdad es que entraron en la posesión de su sitio como lo decimos en el libro de las poblaciones; y los que pienso que fuesen fueron los xicalancas y ulmecas, que fueron primero que los tlaxcaltecas (como allí decimos); a los cuales echaron después los theochichimecas que vinieron allí (como dijimos), de los cuales no se trata que tuviesen guerra con gigantes. Y nadie se maraville ni tenga por. fábula lo que decimos de estos gigantes; porque hoy día se hallan huesos de hombres de increíble grandeza y la muela, que en mi poder tuve, se sacó de una quijada que ya como tierra se iba desmoronando y haciendo ceniza; cuya cabeza, afirman muchos que la vieron (de los cuales son fray Hierónimo de Zárate que era predicador y ministro de los indios del principal convento de Tlaxcalla y Diego Muñoz Camargo, gobernador de los mismos indios, en esta dicha provincia), que era tan grande como una muy gran tinaja de lis que sirven de vino en Castilla; la cual, aunque trabajaron mucho por sacarla entera, no pudieron porque se deshacía y quebraba toda. Esto vieron también algunos otros religiosos de San Francisco, mi padre y se descubrió cuatro leguas de la dicha ciudad de Tlaxcalla, en un pueblo que se llama Atlancatepec, que puede ser prueba esto de la verdad que afirmamos. Y para el que le pareciere grande muela esta referida, lea a San Agustín en los libros de la Ciudad de Dios, donde dice: que vido una muela (con otros muchos que estaban presentes) que partida en muy pequeñas partes hiciera ciento de las nuestras. Y el padre Acosta dice que estando él en esta ciudad de Mexico, año de mil quinientos y ochenta y seis, toparon un gigante de éstos, enterrado en una heredad suya, llamada Jesús del Monte (cuatro leguas de esta dicha ciudad de Mexico) y que les trajeron a mostrar una muela, que sin encarecimiento sería bien tan grande como un puño de un hombre y esta proporción lo demás; lo cual afirma haber visto. Otra vide yo, en casa de un mercader y todos los que quieren la ven agora, en la calle de Santo Domingo de Mexico, tan grande como esta dicha; pero la que yo tuve es mucho mayor (como ya hemos dicho) y se sacó en el lugar arriba referido y se la di al visitador Landeras de Velasco (que hizo la visita de la Audiencia de esta ciudad de México, los años de mil seiscientos y siete y otros adelante) y se la llevó consigo a España para enseñarla por cosa maravillosa. Estos gigantes se acabaron de todo punto sin quedar ninguna memoria de ellos. Dicen algunos que se murieron de hambre, porque no comían lo que el cuerpo les demandaba y que andaban entre las gentes como bestias en el campo, no atendiendo a más que a comer y vivir la vida, hasta que les llegó la muerte.