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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1519 Carta que Diego Velázquez escribió al licenciado Rodrigo de Figueroa, para que hiciese relación a sus majestades de lo que le había hecho Hernán Cortés.

Noviembre 17, 1519

 

Carta que Diego Velázquez escribió al licenciado Figueroa, para que hiciese relación a sus magestades de lo que le habia  hecho Fernando Cortés.



Muy noble señor.- En 26 días de Octubre pasado que llegó al puerto de esta ciudad de Santiago un navío que venía del puerto desa ciudad de Santo Domingo, recibí dos cartas de V. Merced, que Manuel de Rojas y Francisco de Santa Cruz me dieron, que en su recomendación venían, con las cuales y con cada una dellas, yo recibí tanta merced como fuera y es razón, así por ser de V. Merced, como por saber de su disposición y salud, que Dios Nuestro Señor siempre le prospere; y asimismo por ser V. Merced servido de me enviar en ellas a mandar alguna cosa que su servicio fuese; porque muchas veces las manos de V. Merced beso, y le suplico que ofreciéndose caso en que mi persona en su servicio se pueda ocupar, me lo mande, porque será muy cierto que con todas mis fuerzas y posibilidad será todo puesto en ejecución y ejercicio, conforme a sus letras y mandado; y así se hará con el dicho Manuel de Rojas y Francisco de Santa Cruz todo lo que V. Merced manda, y de manera que claramente ellos conozcan que por respeto de la letra e mandado de V. Merced les resulta todo favor y acrecentamiento de provecho. Y porque en la dicha letra de V. Merced no se contiene otra cosa a que responder, haré relación a V. Merced de lo que en estas partes se ha ofrecido acerca de la postrera armada, e tierras nuevamente descubiertas. Los días pasados envié, así para que V. Merced tenga entera relación de todo, como para suplicarle que sea servido de me mandar hacer merced de hacer dello relación al Emperador e Rey nuestro señor, representándole mis claros y leales servicios, informando a S. M. y a los del su muy alto Consejo tan grande maldad y feo caso como se ha cometido, en muy grandes deservicios de Dios Nuestro Señor y de su Cesárea Majestad; y como V. Merced tendrá relación, envié hará siete u ocho meses a tierras e islas nuevamente por mí e en nombre e servicio de SS. AA. descubiertas, una armada que fue la única que fue, que después que se descubrieron para ellas armé, en la cual después de enviarla muy copiosa y proveída de todo lo necesario, envié en ella seiscientos hombres, entre los cuales nombré por capitán y principal caudillo della y dellos, a un Hernando Cortés, así por parecerme cuerdo y haberle tenido en esta isla mucho tiempo por muy mi criado y amigo, y como a tal le había hecho siempre mucha honra, y honrádole con mi persona y mucho de mi hacienda, como por este cargo le había dado, y encargado en esta isla otros de mucha honra; e por esto, e por la experiencia que era razón que él tuviese de haberme visto a mí tratar las gentes, Españoles e naturales destas partes, y por la mucha confianza que de él hacia, me pareció que con él pudiera en aquellas partes adelantar e mejor servir a SS. AA. que con otro, puesto que con los dichos seiscientos hombres que con él envié, había muchos dellos unos y otros caballeros de mucha más calidad que él; y en pago de escogerle y honrarle entre todos, y le confiar la mi persona y toda mi honra, e estando al cabo de siete meses con estas congojas, esperando la nueva de él y de todo lo que en tal viaje se le había ofrecido, para hacer dello entera y verdadera relación a SS. AA., y proveyéndolo con otros tres navíos, de todos mantenimientos y de lo demás necesario, llegáronme nuevas desta isla abajo de San Cristóbal de la Habana y de punta, donde se tomó la derrota para las dichas tierras, de cómo en 23 días de Agosto pasado había llegado a un Puerto Escondido de la dicha Habana una carabela que venía de las dichas tierras, la que yo había nombrado por capitana en la dicha armada, y que venía dentro en ella un Antón de Alaminos, piloto mayor, que desde el principio que a se descubrir aquellas tierras, le he traído siempre muy salariado e pagado aventajadamente a su voluntad; y que de gente de la tierra que se pudieron conocer, venían un Francisco de Montejo y otro Alonso Hernández Puerto Carrero; y que llegados al dicho puerto habían tomado un Español que estaba en una estanza del dicho Montejo, cerca del dicho pueblo, y lo juramentaron que no los descubriese; y que tomaron de la dicha estanza todo el pan, cazabe y puercos, y todos los otros mantenimientos que pudieron, y cuarenta botas de agua, y hurtaron ciertos Indios de los desta isla; y metiendo todo en el dicho navío, mostraron al Español mucha parte del oro y riquezas que en la dicha carabela llevaban; y con juramento que de él se ha tomado dice, que vio tanto, que cree que iba lastrada dello, ademas de piezas señaladas de trescientos mil castellanos arriba; y que de entre las otras cosas que de aquellas partes le dijeron, fue una y la principal, que en lugar de seguirse dicho Cortés para la pacificación de las gentes della conformándose con mi instrucción, tuvo tanta fuerza con la codicia, como muchas veces es raíz de los males, que como se vio forzado mi poder y mano, y en las dichas otras tierras, y con tan copioso ejército, e vio la manera dellas, que por robarlas alborotó y mató mucha cantidad de los Indios dellas en un río grande, donde por ello peleó con ellos, de que sobre todo en mucho grado me ha pesado, porque yo pensaba traer todas las gentes de aquellas partes en el conocimiento de nuestra santa fe, y ponerlas debajo la real corona con el menos mal y detrimento dellas que posible fuese, conformándome con la instrucción y voluntad de S. M. e demás de esto decía el dicho Español, que salido que se hubo atrás, se hicieron con el navío a la vela los dichos que con él venían, e sin dar parte al justicia ni a otra ninguna persona, tomar la derrota y seguir su viaje hasta las islas de los Lucayos, por parte y navegación no sabida ni usada, por muy escondido e peligroso viaje, así por ir por entre islas, como por nunca se haber por allí navegado para los reinos de España; por donde se cree e tiene por cierto lo que se puede colegir, según de los indicios y la manera y calidad de las personas que en los dichos navíos van, que se van a reinos e tierras e país extraño.

Yo hice hacer comprobación de todo, así del oro que parece que llevaban, como de todo lo demás que me pareció que convenía, e la envié al Emperador y Rey nuestro señor con Gonzalo de Guzmán, como tesorero que es de SS. AA. en aquellas partes, que partió desta isla a 5 días de Octubre pasado, y para que como tesorero siga en demanda del dicho navío y de lo que en él llevan, por donde, puesto que no se vayan a otros reinos e tierras extrañas, por no atreverse a poder salir con su instancia, y no puedan hacer otra cosa sino se presentar ante su Real Alteza con el oro, podrían hacer en ello mucha fraude y engaño, según la mucha cantidad que llevan; y suplico a S. M. sea servido de mandar ver en su muy alto Consejo tan gran maldad y caso, y castigar la turbación que estos malos y los demás que en ello han sido han puesto en su real servicio.

Ahora a V. Merced muchas veces suplico, puesto que mis servicios aun no lo hayan merecido, que por lo merecer el deseo que es de su servicio tengo, que V. Merced me haga merced de que en el primer navío que desta isla para España partiere, V. Merced haga relación a S. M. de todo, y al señor obispo de Burgos, e a los demás de su muy alto Consejo que convenga, favoreciendo mis claros y leales servicios, y afeándoles la maldad y exceso e hurto tan grande como éstos han cometido, para que sean muy castigados; porque demás de aventurarse tanta cantidad de oro, han puesto tan grande alboroto en esta isla e entre los vecinos e moradores e tratantes della, considerando el atrevimiento que éstos tuvieron, que las rentas e intereses que en esta isla S. A. tiene serán el año presente harto menoscabados; y si las justicias e gobernadores que en estas partes S. M. tiene e pone no fuesen muy castigados, sería bastante para que lo tal pusiese atrevimiento a que todo lo destas partes se pusiese en condición, según los nuestros Españoles son deseosos de revueltas e novedades, y para dar atrevimiento a que muchos malos hiciesen lo mismo.

Yo quisiera mucho ir a las dichas islas y tierras nuevamente descubiertas, por dar orden como en ellas no se hagan más daños e deservicios de SS. AA. de los que se han ofrecido, e las gentes naturales de aquellas partes padecían desaguisadamente, y a ponerlas e dejarlas en tal estado, que Dios Nuestro Señor y SS. AA. fuesen muy servidos; pero considerando como esta isla está muy inficionada desta dolencia de las viruelas, e que con mi ausencia podrían los Indios della padecer, e asimismo considerando a que los hombres son obligados a cumplir más que con su sola voluntad, he acordado de para todo ello enviar a ellas a Pánfilo de Narváez, con todos los navíos que se han podido haber, e con los más mantenimientos que en ellos se han podido meter, y con mi información de todo lo que se ha de facer; e para que con más diligencia todo se ponga en efecto, me parto hoy día de la fecha desta, del puerto desta ciudad a la villa de la Trinidad e a San Cristóbal de la Habana e Guaniguanigo, desde donde con toda brevedad pienso despacharle, y despachado volverme por la tierra adentro viendo y visitando todas las villas e pueblos desta isla, e los caciques e Indios della, e saber cómo son tratados e curados desta enfermedad.

A Dios Nuestro Señor por su infinita clemencia plega de lo guiar e encaminar como más a su servicio fuere, y al de su Cesárea Majestad conviene. Nuestro Señor la muy noble persona de V. Merced por largos tiempos guarde, con acrecentamientos e todo lo demás que por V. Merced se desea.

De la ciudad de Santiago del Puerto desta isla Fernandina, diez e siete de Noviembre de mil e quinientos e diez e nueve.

Besa las manos de V. Merced.

Diego Velázquez.


 

 


Fuente:

Colección de documentos para la historia de México. Tomo Primero. Publicada por Joaquín García Icazbalceta. Edición digital a partir de la edición de Joaquín García Icazbalceta, México, Librería de J.M. Andrade, Portal de Agustinos n.3, 1858. Edición facsímil: México, Porrúa, 1980.