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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1504 Carta de Américo Vespucio, de las islas recientemente halladas en sus cuatro viajes

4 de Septiembre de 1504

Magnífico señor: Después de humildes reverencias y debidas recomendaciones, etc.

Será posible que Vuestra Magnificencia se maraville de mi temeridad y que conocida vuestra sabiduría, tan absurdamente me mueva a escribir a Vuestra Magnificencia la presente carta tan prolija, sabiendo que continuamente está Vuestra Magnificencia ocupada en los altos consejos y negocios sobre el buen regimiento de esa excelsa República. Y me considerará no sólo presuntuoso, sino también ocioso, por ponerme a escribir cosas no convenientes a vuestro estado ni deleitables, escritas con estilo bárbaro y fuera de toda regla humanista; pero la confianza que tengo en vuestra virtud y en la verdad de lo que escribo, que son cosas no mencionadas ni por los antiguos ni por los modernos escritores, como a continuación conocerá V. M., me hace ser osado.

La causa principal que me ha movido a escribiros, fué la súplica del presente portador, llamado Benvenuto Benvenuti, nuestro florentino, gran servidor de V. M., según lo ha demostrado, y muy amigo mío; el cual, encontrándose aquí en esta ciudad de Lisboa, me rogó que diese parte a Vuestra Magnificencia de las cosas vistas por mí en diversas regiones del mundo, en cuatro viajes que hice para descubrir nuevas tierras: dos por orden del rey de Castilla, don Fernando VI, por el gran golfo del mar Océano hacia el occidente, y los otros dos por mandato del rey don Manuel de Portugal, hacia el austro; diciéndome que Vuestra Magnificencia tendría placer en ello, y que en esto esperaba serviros.

Por lo cual me dispuse a hacerlo, pues siendo verdad que Vuestra Magnificencia me tiene en el número de sus servidores, acordándome cómo en el tiempo de nuestra juventud era vuestro amigo y ahora servidor, e íbamos a oír los principios de la gramática bajo el buen ejemplo y doctrina del venerable religioso, fraile de San Marcos, fray Giorgio Antonio Vespucci, cuyos consejos y doctrina hubiese querido Dios que yo siguiese, pues como dice Petrarca, sería otro hombre del que soy. De cualquier manera que sea no me quejo, porque siempre me he deleitado en cosas virtuosas y aunque estas invenciones mías no sean convenientes a vuestras virtudes, os diré como dijo Plinio a Mecenas: vos solíais, en otro tiempo, deleitaros con mis pláticas.

Aún cuando Vuestra Magnificencia esté ocupada continuamente en los negocios públicos, tomará alguna hora de descanso para gastar un poco de tiempo en las cosas singulares o entretenidas; y como se acostumbra a dar hinojo después de las viandas deleitosas para disponerlas a una mejor digestión, así podréis para descanso de vuestras muchas ocupaciones, mandar que se os lea esta carta mía para que os aparte un tanto del continuo cuidado y asiduo pensamiento de las cosas públicas, y si fuese prolijo os pido perdón, Magnífico Señor mío.

[Primer viaje]
Vuestra Magnificencia sabrá como el motivo de mi venida a este reino de España fué para negociar mercancías y cómo seguí en este propósito cerca de cuatro años, durante los cuales vi y conocí distintas vicisitudes de la fortuna y cómo mudaba estos bienes caducos y transitorios, y cómo un tiempo tiene al hombre en la cima de la rueda y otro lo arroja de sí y lo priva de los bienes que se pueden llamar prestados; de modo que, conocido el continuo trabajo que pone el hombre en conquistarlos, sometiéndose a tantas incomodidades y peligros, decidí abandonar el comercio y poner mi propósito en cosas más laudables y firmes, y fué que me dispuse a ir a ver parte del mundo y sus maravillas, y esto se me ofreció [en] tiempo y lugar muy oportunos, pues el rey don Fernando de Castilla, teniendo que mandar cuatro naves a descubrir nuevas tierras hacia el occidente, fuí elegido por Su Alteza para que fuese en esa flota para ayudar a descubrir.

Partimos de Cádiz el día 10 de mayo de 1497 y tomamos nuestro camino por el gran golfo del mar Océano, en cuyo viaje estuvimos 18 meses y descubrimos mucha tierra firme e infinitas islas, muchas de ellas habitadas, de las cuales los antiguos escritores no hacen mención; porque creo que de ellas no tuvieron noticia; que si bien me recuerdo, en alguno he leído que consideraba que este mar Océano era mar sin gente, y que de esta opinión fué Dante, nuestro poeta, en el capítulo XXVI del Infierno, donde finge la muerte de Ulises. En este viaje vi cosas muy maravillosas, como verá Vuestra Magnificencia.

Como dije antes, partimos del puerto de Cádiz cuatro naves en conserva y comenzamos nuestra navegación en derechura a las Islas Afortunadas, que hoy se llaman la Gran Canaria, que están situadas en el mar Océano al extremo del occidente habitado y colocadas en el tercer clima, sobre las cuales se alza el polo del septentrión, fuera de su horizonte, 27 grados y medio, distan de esta ciudad de Lisboa 280 leguas, por el viento entre mediodía y lebeche, donde estuvimos ocho días, proveyéndonos de agua y leña y demás cosas necesarias; y desde aquí, hechas nuestras oraciones, levamos anclas y dimos las velas al viento, comenzando nuestra navegación por el poniente tomando una cuarta del lebeche.

Y tanto navegamos que al cabo de 37 días llegamos a una tierra que juzgamos ser tierra firme, la cual dista hacia el occidente de las Islas de Canaria, cerca de mil leguas fuera de lo habitado, dentro de la zona tórrida, porque encontramos el polo del septentrión levantarse 16 grados fuera de su horizonte, y 75 grados más occidental que la Isla de Canaria, según lo mostraban nuestros instrumentos.

En la cual anclamos con nuestras naves a legua y media de tierra y botamos nuestros bateles completamente llenos de hombres y armas dirigiéndonos a tierra y antes de llegar a ella, vimos mucha gente que andaba a lo largo de la playa, de lo cual nos alegramos mucho, y advertimos que era gente desnuda; mostraron tenernos miedo, creo porque nos vieron vestidos y de distinta apariencia; se recogieron todos en un monte, y pese a cuantas señales les hicimos de paz y amistad, no quisieron venir a conversar con nosotros; de modo que viniendo ya la noche y porque las naves estaban ancladas en lugar peligroso, por estar en costa brava y sin abrigo, decidimos irnos de allí al otro día, e ir a buscar algún puerto o ensenada donde asegurásemos nuestras naves; y navegamos por el maestral que así se recorría la costa siempre a vista de tierra y viendo continuamente gente en la playa, tanto que después de navegar dos días encontramos lugar muy seguro para las naves y anclamos a media legua de tierra, donde vimos muchísima gente.

Y ese mismo día fuimos a tierra con los bateles, y saltamos a tierra 40 hombres en buen orden y los de tierra todavía se mostraban esquivos de tratar con nosotros, pero tanto trabajamos ese día en darles nuestras cosas, como cascabeles, espejos, abalorios, cuentas y otras bagatelas, que algunos de ellos se confiaron y vinieron a tratar con nosotros; y hecha buena amistad con ellos, viniendo la noche, nos despedimos y nos volvimos a las naves; y al día siguiente, al alba, vimos que había en la playa infinita gente, y traían con ellos a sus mujeres y a sus hijos; fuimos a tierra y vimos que todos venían cargados con sus mantenimientos, que son tales como en su lugar se dirá.

Y antes que llegáramos a tierra, muchos de ellos se echaron a nado y vinieron a recibirnos en el mar a un tiro de ballesta, pues son grandísimos nadadores, con tanta seguridad como si hubiéramos tratado con ellos mucho tiempo, y de esta seguridad suya tuvimos placer. Lo que de su vida y costumbres conocimos fué que todos van desnudos, tanto los hombres como las mujeres, sin cubrir vergüenza ninguna, tal como salieron del vientre de sus madres.

Son de mediana estatura, muy bien proporcionados, su carne es de un color que tiende al rojo, como melena de león; creo que si anduvieran vestidos serían blancos como nosotros; no tienen en el cuerpo pelo alguno, salvo que tienen el cabello largo y negro, especialmente las mujeres, lo que las hace hermosas; no son muy bellos de rostro, pues tienen la cara ancha, queriendo parecerse a los tártaros; no se dejan crecer pelo ninguno en las cejas, ni en las pestañas, ni en ninguna parte, salvo el de la cabeza, pues consideran al pelo como cosa fea.

Son personas muy ligeras al andar y al correr, así los hombres como las mujeres, que una mujer no tiene reparo en correr una legua o dos, que muchas veces lo vimos; y en esto nos llevan grandísima ventaja a los cristianos. Nadan de una manera increíble, y mejor las mujeres que los hombres, porque las hemos encontrado y visto muchas veces dos leguas mar adentro, nadando sin apoyo alguno.

Sus armas son arcos y flechas muy bien fabricados, salvo que no tienen hierro ni otro género de metal duro, y en lugar de hierro ponen dientes de animales o de peces, o un pedazo de madera dura afilado en la punta; son tiradores certeros, que dan donde quieren; y en algunos lugares usan estos arcos las mujeres; tienen otras armas, como ser lanzas endurecidas al fuego y unas porras con cabezas muy bien labradas, Guerrean entre sí con pueblos que no son de su lengua muy cruelmente, sin perdonar la vida a ninguno, sino para infligirles mayor castigo.

Cuando van a la guerra llevan con ellos a sus mujeres, no para que guerreen sino para que lleven detrás de ellos el sustento: que una mujer lleva sobre sí una carga que no la llevaría un hombre, treinta o cuarenta leguas, que muchas veces lo vimos.

No tienen capitán alguno, ni andan en orden, pues cada uno es señor de sí mismo; y las causas de sus guerras no son la ambición de reinar, ni por extender sus dominios, ni por codicia desordenada, sino por una antigua enemistad que tuvieron entre sí en tiempos pasados; y cuando les preguntamos por qué guerreaban, no nos sabían dar otra razón sino que lo hacían por vengar la muerte de sus antepasados o de sus padres.

Éstos no tienen rey ni señor, ni obedecen a nadie, y viven en entera libertad. La manera como se deciden a ir a la guerra es que cuando los enemigos han muerto o apresado a alguno de ellos, se levanta el pariente más viejo y va arengando por las calles que vayan con él a vengar la muerte de aquel pariente suyo, y así se mueven por compasión.

No tienen justicia ni castigan al malhechor, ni el padre ni la madre castigan a los hijos; y sea o no asombroso, nunca vimos que hubiera disputas entre ellos. Muéstranse sencillos en el hablar y son muy maliciosos y agudos en aquello que les interesa, hablan poco y en voz baja; usan los mismos acentos que nosotros, porque forman las palabras o en los dientes o en los labios, pero dan otros nombres a las cosas. Mucha es la diversidad de las lenguas, pues de 100 en 100 leguas encontrábamos cambios de lenguaje, que no se entienden el uno con el otro.

Su modo de vivir es muy bárbaro, porque no comen a horas fijas, y lo hacen tantas veces como quieren y no les importa mucho que la gana les venga más a media noche que de día, que a toda hora comen, y comen en el suelo, sin manteles u otro paño alguno, porque colocan sus viandas en vasijas de barro que ellos mismos fabrican o en mitades de calabazas. Duermen en ciertas redes muy grandes, hechas de algodón y suspendidas en el aire, y aunque esta manera de dormir parezca incómoda, digo que es agradable dormir en ellas, y mejor dormíamos en ellas que en nuestras mantas.

Son gente limpia y aseada en sus cuerpos por la mucha frecuencia con que se lavan, y cuando evacúan el vientre, con perdón sea dicho, procuran por todos los medios posibles no ser vistos; pero todo lo que en esto son limpios y honestos, son sucios y desvergonzados en hacer aguas, porque estando hablando con nosotros sin volverse ni avergonzarse, dejaban salir tal fealdad, que no les daba vergüenza alguna.

No usan entre ellos matrimonio, cada uno toma las mujeres que quiere, y cuando las quiere repudiar las repudia sin que se le tenga por injuria ni sea una vergüenza para la mujer, pues en esto tiene la mujer tanta libertad como el hombre. No son muy celosos, pero son lujuriosos fuera de toda medida y mucho más las mujeres que los hombres, que por honestidad se deja de decir los artificios de que se valen para satisfacer su desordenada lujuria.

Son mujeres muy fecundas y en sus preñeces no excusan trabajo alguno; sus partos son tan fáciles, que después de un día de paridas, van por todos lados, especialmente para lavarse en los ríos, y están sanas como peces. Son tan desamoradas y crueles que si se enojan con sus maridos hacen en seguida un artificio con el que matan a la criatura en el vientre y la abortan; por cuyo motivo matan infinitas criaturas.

Son mujeres de cuerpos gentiles, muy bien proporcionadas, y no se ve en sus cuerpos cosa o miembro mal hecho; y aunque andan completamente desnudas, son mujeres carnosas y de sus vergüenzas no se ve aquella parte que puede imaginar quien no las ha visto, pues la cubren con los muslos, salvo aquella parte a la que la naturaleza no ha proveído, que es, hablando honestamente, el pubis.

En conclusión, no tienen vergüenza de sus vergüenzas, así como nosotros no la tenemos de enseñar la nariz o la boca; por excepción veréis los pechos caídos en una mujer, así como tampoco el vientre caído o con arrugas, que todas parece que no pariesen nunca. Se mostraban muy deseosas de ayuntarse con nosotros los cristianos.

No supimos que esa gente tuviera ley alguna, ni se les puede llamar moros ni judíos; son peores que gentiles, porque no vimos que hiciesen sacrificio ninguno y tampoco tienen casas de oración; juzgo que su vida es epicúrea.

Sus habitaciones son comunes, y sus casas hechas en forma de cabañas pero muy fuertemente construídas y fabricadas con troncos de árboles grandísimos, cubiertas con hojas de palma, a prueba de tempestades y de vientos, y en algunos lugares tan anchas y tan largas, que en una sola casa encontramos que había 600 almas; y vimos poblaciones de sólo trece casas donde estaban cuatro mil almas.

Cada ocho o diez años cambian las poblaciones, y habiendo preguntado por qué lo hacían [respondieron] que a causa del suelo, pues por las inmundicias estaba infecto y corrupto, produciéndose enfermedades en sus cuerpos, lo que nos pareció buena razón. Sus riquezas son plumas de pájaros de muchos colores, o rosarios que hacen con huesos de pescado, o piedras blancas o verdes que se incrustan en las mejillas, en los labios o en las orejas; y de otras muchas cosas que nosotros no estimamos en nada.

No tienen comercio, ni compran ni venden. En conclusión viven y se contentan con lo que les da su naturaleza. Las riquezas que en esta nuestra Europa y en otras partes usamos, como oro, joyas, perlas y otras riquezas, no las aprecian en nada, y aunque las poseen en sus tierras no trabajan por obtenerlas ni las estiman. Son liberales en el dar, que por maravilla os niegan cosa alguna; y en desquite liberales en el pedir, cuando se muestran vuestros amigos.

El mayor signo de amistad que os demuestran es daros sus mujeres y sus hijas; y un padre y una madre se tienen por muy honrados si, cuando os traen una hija, aunque sea moza virgen, dormís con ella; y con esto os dan su mayor prueba de amistad. Cuando mueren, usan varios modos de exequias; a algunos los entierran con agua y alimentos en la cabecera, pensando que los han de comer. No tienen ni usan ceremonias de iluminación ni de llantos.

En algunos otros lugares usan el más bárbaro e inhumano de los entierros, y es que cuando un doliente o enfermo está casi a un paso de la muerte, sus parientes lo llevan a un gran bosque, y cuelgan de dos árboles, una de las redes donde duermen y después lo ponen en ella, danzándole alrededor todo un día; y cuando viene la noche le ponen en la cabecera agua y otras viandas, de manera que pueda mantenerse durante cuatro o seis días, y después lo dejan solo volviéndose a la población, y si el enfermo se ayuda a sí mismo, y come y bebe y vive, se vuelve a la población, donde lo reciben los suyos con ceremonias; más son pocos los que se salvan; mueren sin que nunca sean visitados, y aquella es su sepultura. Y tienen otras muchas costumbres que por prolijidad no se dicen.

En sus enfermedades usan varias clases de medicinas, tan diferentes a las nuestras, que nos maravillábamos que alguno sanase; que muchas veces vi que a un enfermo de fiebre, cuando la tenía en aumento, lo bañaban con mucha agua fría, de la cabeza a los pies, luego le encendían un gran fuego alrededor, haciéndolo volverse y revolverse durante dos horas, hasta que lo cansaban y lo dejaban dormir; y muchos sanaban.

También usan mucho la dieta, que están tres días sin comer, y el sacarse sangre, pero no del brazo, sino de los muslos, las caderas y las pantorrillas; también provocan el vómito con yerbas que se meten en la boca, y otros muchos remedios que sería largo de contar. Padecen mucho de la flema y de la sangre a causa de sus viandas, que son principalmente raíces de yerbas, frutas y peces. No tienen semillas de trigo ni de otro grano y para su uso común y comer utilizan la raíz de un árbol, de la que hacen una harina muy buena que llaman yuca, y otros la llaman cazabe, y otros ñame.

Comen poca carne, excepto carne humana, pues Vuestra Magnificencia sabrá que son en esto tan inhumanos, que sobrepasan toda costumbre bestial, pues se comen a todos sus enemigos que matan o hacen prisioneros, tanto mujeres como hombres, con tanta ferocidad, que al decirlo parece cosa brutal, cuanto más verlo como me ocurrió infinitas veces, y en muchas partes verlo; y se maravillaron oyéndonos decir que nosotros no nos comíamos a nuestros enemigos.

Y esto téngalo por cierto Vuestra Magnificencia, son tan bárbaras sus otras costumbres, que el hecho de decirlas las disminuye; y porque en estos cuatro viajes he visto tantas cosas distintas a nuestras costumbres, me dispuse a escribir una miscelánea, a la que llamo "Las cuatro jornadas", en la cual relato la mayor parte de las cosas que vi, muy detalladamente, según me lo ha permitido mi débil ingenio; la cual todavía no la he publicado, porque estoy de tan mal talante para mis propias cosas, que no tengo gusto en esto que he escrito, aunque muchos me animan a publicarla; en ella se verá cada cosa en detalle, así que no me alargaré más en este capítulo, porque en el transcurso de la carta veremos muchas otras cosas que son particulares: esto baste en cuanto a lo universal. Al principio no vimos cosa de mucho provecho en la tierra, salvo alguna muestra de oro, creo que era porque no sabíamos la lengua, pues en cuanto al sitio y disposición de la tierra no pueden ser mejores.

Acordamos partir e ir más adelante costeando de continuo la tierra, en la cual hicimos muchas escalas y tuvimos trato con mucha gente, y al fin de varios días, fuimos a dar a un puerto donde tuvimos grandísimo peligro, pero plugo al Espíritu Santo salvarnos, y fué de esta manera.

Bajamos a tierra en un puerto donde encontramos una población edificada sobre el agua como Venecia; eran cerca de 44 casas grandes, en forma de cabañas, asentadas sobre palos muy gruesos y teniendo sus puertas o entradas de las casas a modo de puentes levadizos, y de una casa se podía ir a todas, pues los puentes levadizos se tendían de casa en casa, y así como las gentes de ellas nos vieron, mostraron tenernos miedo y súbitamente izaron todos los puente, y mientras veíamos esta maravilla, vimos venir por el mar unas 22 canoas, que son la clase de sus navíos, fabricadas de un solo árbol, las cuales venían alrededor de nuestros bateles; como se maravillasen de nuestra figura y vestidos, se alejaron de nosotros, y estando así les hicimos señales de que viniesen hacia nosotros, dándoles confianza con señas de amistad; y visto que no venían, fuimos hacia ellos, y no nos esperaron, sino que se fueron a tierra y con señas nos dijeron que esperásemos, y que pronto volverían.

Fueron detrás de un monte y no tardaron mucho, y cuando volvieron traían consigo 16 de sus hijas y entraron con ellas en sus canoas, y vinieron a los bateles y en cada uno dejaron cuatro, que tanto nos maravillamos de este acto, cuanto puede comprender Vuestra Magnificencia; y se metieron con sus canoas entre nuestros bateles, hablando con nosotros, de modo que lo juzgamos signo de amistad. Y andando en esto, vimos venir mucha gente nadando por el mar, que venían de las casas, y como si viniesen acercándose a nosotros sin malicia alguna; en esto se asomaron a las puertas de las casas algunas mujeres viejas dando grandísimos gritos y mesándose los cabellos en señal de tristeza; lo que nos hizo sospechar y recurrimos cada uno a las armas; de pronto las mozas que teníamos en los bateles se arrojaron al mar, y los de las canoas se alejaron de nosotros y comenzaron a tirarnos flechas con sus arcos, y los que venían nadando, cada uno traía una lanza bajo el agua, lo más escondida que podía; de modo que reconocida la traición, comenzamos no sólo a defendernos, sino a ofenderlos vigorosamente, e hicimos zozobrar con los bateles muchas de sus almadías o canoas, que así las llaman, hicimos estragos y todos huyeron a nado, dejando desamparadas sus canoas, y con mucho daño de su parte se fueron nadando a tierra, y murieron de ellos cerca de 15 o 20 y muchos quedaron heridos; y de los nuestros fueron heridos 5, y todos se salvaron gracias a Dios; nos apoderamos de dos de las muchachas y de dos hombres, y fuimos a sus casas y entramos en ellas, y en todas no encontramos otra cosa que dos viejas y un enfermo. Les tomamos muchas cosas, pero de poco valor, y no quisimos incendiar las casas porque nos parecía cargo de conciencia; y volvimos a nuestros bateles con cinco prisioneros, y nos fuimos a las naves, y les pusimos a cada uno de los presos un trozo de hierro en los pies, menos a las mozas; y llegada la noche se huyeron las dos muchachas y uno de los hombres, de la manera más sutil del mundo. Al día siguiente acordamos salir de este puerto y seguir más adelante; anduvimos continuamente a lo largo de la costa, hasta que vimos otras gentes, distantes de las anteriores unas 80 leguas; las encontramos muy diferentes en su lengua y en sus costumbres.

Acordamos surgir, y fuimos con los bateles a tierra, viendo en la playa muchísima gente, que podían ser al pie de 4000 almas; y cuando nos acercamos a tierra no nos esperaron, y se pusieron a huir por los bosques, desamparando sus casas. Saltamos a tierra y nos fuimos por un camino que conducía al bosque, y a un tiro de ballesta encontramos sus cabañas, en donde habían hecho grandes hogueras, y dos de ellos estaban cocinando sus viandas y asando muchos animales y varias clases de peces; donde vimos que asaban un cierto animal que parecía una serpiente, salvo que no tenía alas, y de aspecto tan feo que nos maravillamos mucho de su deformidad.

Caminamos así por sus casas o mejor cabañas, y encontramos muchas de estas serpientes vivas que estaban amarradas por los pies y tenían una cuerda alrededor del hocico, que no podían abrir la boca, como se hace a los perros alanos para que no muerdan; tenían tan fiero aspecto que ninguno de nosotros se atrevía a tocarlas, pensando que eran venenosas; son del tamaño de un cabrito y de braza y media de longitud; tienen los pies largos y gruesos y armados de fuertes uñas; tienen la piel dura y son de diversos colores; el hocico y la cara la tienen de serpiente y de la nariz les sale una cresta como una sierra, que les pasa por el medio del lomo hasta la punta de la cola; en conclusión juzgamos que eran serpientes y venenosas, y se las comen. Encontramos que hacían panes de pequeños peces que sacaban del mar, dándoles primero un hervor, amasándolos y haciendo con ellos una pasta o pan que tostaban sobre las brasas y así lo comían; lo probamos y encontramos que era bueno. Tenían tanta clase de manjares, principalmente de frutas y raíces, que sería cosa larga contarlos minuciosamente.

Y visto que la gente no volvía, acordamos no tocarles ni tomarles cosa alguna para darles confianza, y dejamos en sus cabañas muchas cosas de las nuestras, en lugares a propósito para que las viesen y a la noche nos volvimos a las naves. Al día siguiente al amanecer, vimos innumerables gentes en la playa; y fuimos a tierra y aunque aún se mostraban temerosos de nosotros se atrevieron a acercarse y a hablarnos, dándonos cuanto les pedíamos y mostrándose muy amigos.

Nos dijeron que esas no eran sus habitaciones y que habían venido aquí a pescar; y nos rogaron que fuéramos a sus casas y poblaciones, porque querían recibirnos como amigos. Y nos hicimos tan amigos a causa de dos hombres que nosotros traíamos presos, porque eran sus enemigos; de modo que vista su mucha insistencia, habiendo hecho consejo, acordamos ir con ellos 28 cristianos de los nuestros bien prevenidos, y con el firme propósito de morir si fuese necesario.

Después de haber estado allí casi tres días, fuimos con ellos tierra adentro, y a tres leguas de la playa dimos con una población de mucha gente y de pocas casas, porque no eran más de nueve, donde fuimos recibidos con tantas y tan bárbaras ceremonias, que no basta la pluma para describirlas; que fué con danzas, cantos y lamentos mezclados con regocijo, y con muchas viandas. Nos quedamos allí la noche, donde nos ofrecieron a sus mujeres [de tal manera] que no nos podíamos defender de ellas; y después de haber estado allí la noche y la mitad del día siguiente fueron tantos los pueblos que por maravilla nos venían a ver, que eran incontables; y los más viejos nos rogaban que fuésemos con ellos a otras poblaciones que estaban más hacia el interior de la tierra, mostrando que nos harían grandes honores; por lo tanto acordamos ir, y no es posible decir cuantos honores nos hicieron.

Y fuimos a muchas poblaciones, tanto que empleamos nueve días en el viaje, de modo que nuestros cristianos que habían quedado en las naves, estaban con recelo por nosotros; y estando como a 18 leguas tierra adentro, determinamos tornarnos a las naves, y a la vuelta era tanta la gente que venía con nosotros hasta el mar, así hombres como mujeres, que fué cosa admirable. Y si alguno de los nuestros se cansaba en el camino, lo llevaban en sus redes muy descansadamente; y al cruzar los ríos, que son muchos y muy grandes, los pasábamos con sus artificios con tanta seguridad que no teníamos peligro ninguno, y muchos de ellos venían cargados con las cosas que nos habían dado, que estaban en sus redes para dormir: plumajes muy ricos, muchos arcos y flechas e innumerables papagayos de variados colores. Y otros traían la carga de sus alimentos y de animales; y aún diré una maravilla mayor, y es que se tenían por bienaventurados aquellos que, teniendo que pasar un río, nos podían llevar a cuestas.

Y cuando llegamos al mar y a nuestros bateles, entramos en ellos, y era tanta la lucha que hicieron para meterse en ellos e ir a ver nuestras naves que nos quedamos asombrados; llevamos de ellos cuantos pudimos en los bateles y fuimos a las naves, pero vinieron nadando tantos, que nos tuvimos por locos al ver tanta gente en las naves, que eran más de mil almas, todos desnudos y sin armas; se maravillaron de nuestros aparejos e instrumentos, y de la grandeza de las naves; y con éstos sucedieron cosas que dieron risa, y fué que acordamos disparar algunas piezas de artillería, y cuando salió el estampido la mayor parte de ellos se arrojó de miedo al agua, no de otro modo que como lo hacen las ranas que están en las orillas, que viendo algo temeroso, se tiran en el pantano, tal hizo aquella gente; y los que quedaron en las naves estaban tan asustados que nos arrepentimos de haberlo hecho; también los tranquilizamos diciéndoles que con aquellas armas matábamos a nuestros enemigos.

Y habiendo holgado todo el día en las naves, les dijimos que se fuesen, porque queríamos partir esa noche y así se separaron de nosotros con mucha amistad y cariño y se fueron a tierra. Y en esta tierra y su gente conocí y vi tantas costumbres suyas y modos de vivir, que no me preocupo de extenderme en ellas, porque sabrá V. M. que en cada uno de mis viajes he apuntado las cosas más notables y con todas he escrito un volumen en forma de geografía, y lo llamo "Las cuatro jornadas", en cuya obra se encuentran las cosas en detalle, y aún no lo he publicado porque necesito revisarlo. Esta tierra está pobladísima y llena de gente, y de infinitos ríos; pocos animales son semejantes a los nuestros, salvo los leones, panteras, ciervos, cerdos, cabras y gamos, y éstos también tienen diferencia; no tienen caballos, ni mulas, ni, con perdón, asnos, ni perros, ni clase alguna de ganado ovino ni vacuno; pero son tantos los otros animales que tienen, aunque son salvajes y no se sirven de ellos, que no se pueden contar. Qué diremos de otros pájaros, que son tantos y de tantas clases y colores de plumaje que maravilla verlos.

La tierra es muy amena y fructífera, llena de grandísimas selvas y bosques siempre verdes, que nunca pierden las hojas. Las frutas son tantas que son innumerables y completamente diferentes de las nuestras. Esta tierra está dentro de la zona tórrida, cerca o debajo del paralelo que describe el trópico de Cáncer, donde el polo de su horizonte se eleva 23 grados, al extremo del segundo clima. Vinieron a vernos muchas gentes, y se maravillaban de nuestra figura y de nuestra blancura, y nos preguntaron de dónde veníamos, y les dábamos a entender que veníamos del cielo y que andábamos viendo el mundo, y lo creían.

En esta tierra pusimos pila bautismal e infinita gente se bautizó; y en su lengua nos llamaban carabi, que quiere decir varones de gran sabiduría. Partimos de este puerto; la provincia se llama Lariab; y navegamos a lo largo de la costa siempre a vista de la tierra, tanto que recorrimos de ella 870 leguas, siempre hacia el maestral, haciendo en ella muchas escalas y tratando con mucha gente; en muchos lugares rescatamos oro, pero no mucha cantidad, que ya hicimos mucho con descubrir la tierra y saber que tenían oro.

Llevábamos ya 13 meses de viaje y los navíos y los aparejos estaban muy maltrechos y los hombres cansados; acordamos de común acuerdo, arrimar las naves a la orilla y examinarlas para repararlas porque hacían mucha agua, y calafatearlas y embrearlas de nuevo y tornarnos de vuelta a España, y cuando deliberábamos ésto estábamos en un puerto, el mejor del mundo, en el que entramos con nuestras naves, encontrando mucha gente, que nos recibió con muestras de gran amistad; hicimos en tierra un bastión con nuestros bateles, y con toneles y cubas y nuestra artillería, que lo dominaba todo; y descargadas y aligeradas nuestras naves, las llevamos a tierra, y les arreglamos todo aquello que era necesario; y la gente de tierra nos prestó grandísima ayuda y continuamente nos proveía con sus alimentos, que en este puerto poco gustamos de los nuestros, que nos hicieron gran servicio, porque teníamos el mantenimiento para la vuelta poco y pobre. Allí estuvimos 37 días, y fuimos muchas veces a sus poblaciones, donde nos hacían grandes honores.

Y queriéndonos partir para nuestro viaje, se nos quejaron de que en ciertas épocas del año venían por la vía del mar a su tierra una gente muy cruel que eran sus enemigos y con traiciones o por violencia mataban a muchos de ellos y se los comían y capturaban a algunos, y los llevaban presos a sus casas o tierra, y apenas se podían defender de ellos, haciéndonos señales de que eran gentes isleñas y podían estar a 100 leguas mar adentro; y con tanta emoción nos decían ésto, que los creímos y prometimos vengarlos de tantas injurias; se quedaron muy contentos con ésto y muchos ofrecieron venirse con nosotros, pero no quisimos por muchas razones, salvo siete que llevamos, a condición de que se viniesen después en canoa, porque no nos quisimos obligar a volverlos a su tierra, y estuvieron contentos, y así nos separamos de esa gente dejándolos muy amigos nuestros.

Remediadas nuestras naves, navegamos siete días por el mar por el viento entre greco y levante, y al cabo de los siete días nos encontramos en las islas, que eran muchas, algunas pobladas y otras desiertas, y surgimos en una de ellas donde vimos mucha gente, que la llamaban Iti, y equipados nuestros bateles con gente capaz y en cada uno tres tiros de bombarda, fuimos a tierra, donde encontramos al pie de 400 hombres y muchas mujeres, y todos desnudos como los anteriores.

Eran de buen cuerpo y parecían hombres belicosos, porque estaban armados con sus armas, que son arcos, saetas y lanzas, y la mayor parte de ellos tenían unas tablas cuadradas que se las colocaban de tal modo que no les impedía tirar del arco; cuando estuvimos cerca de tierra con los bateles a un tiro de arco, todos saltaron al agua a tirarnos saetas y a impedirnos que saltáramos a tierra. Todos tenían su cuerpo pintado de diversos colores y emplumados con plumas, y nos decían los lenguas que iban con nosotros, que cuando así se mostraban pintados y emplumados, que daban señales de querer combatir.

Y tanto perseveraron y nos impidieron desembarcar, que nos vimos forzados a hacer fuego con nuestra artillería, y cuando oyeron el estampido y vieron caer muertos a algunos de los suyos, se recogieron todos en tierra; por lo cual, después de hacer consejo, acordamos saltar a tierra 42 de nosotros, y si nos esperasen combatir con ellos; así cuando llegamos a tierra con nuestras armas, se lanzaron sobre nosotros y combatimos cerca de una hora, llevándoles poca ventaja, salvo que nuestros ballesteros y espingarderos mataban algunos, y ellos hirieron algunos nuestros; y esto era porque no nos esperaban ni a tiro de lanza ni de espada, y tanto ímpetu pusimos finalmente que estuvimos a tiro de espada, y como probasen nuestras armas se pusieron en fuga por los montes y los bosques y nos dejaron vencedores en el campo con muchos de los suyos muertos y muchos heridos.

En este día no intentamos seguirlos de otro modo, porque estábamos muy fatigados, y nos volvimos a las naves con mucha alegría de aquellos siete hombres que vinieron con nosotros, que no cabían en sí. Y llegado el otro día vimos venir por la tierra gran número de gente, todavía en actitud de pelea, tocando cuernos y otros varios instrumentos que ellos usan en la guerra, y todos pintados y emplumados, que era cosa muy extraña de ver.

Por eso todas las naves hicieron consejo y se decidió que ya que esa gente quería enemistad con nosotros que fuésemos a vernos con ellos, y hacer cualquier cosa por hacerlos amigos; en caso que no quisiesen nuestra amistad, que los tratásemos como enemigos, y que cuantos pudiésemos tomar de ellos, todos fuesen nuestros esclavos. Y armados como mejor pudimos, fuimos hacia tierra, y no nos impidieron saltar a ella, creo que por miedo de las bombardas.

Saltamos a tierra 57 hombres, en cuatro escuadras, cada capitán con su gente, y fuimos a las manos con ellos, y después de una larga batalla, muertos muchos de ellos, los pusimos en fuga, y los perseguimos hasta una población, habiendo apresado cerca de 250 de ellos. e incendiamos la población; y nos volvimos victoriosos a las naves con 250 prisioneros, dejándoles muchos muertos y heridos, y de los nuestros no murió mas que uno, y veintidós heridos, que todos sanaron, gracias a Dios.

Ordenamos nuestra partida, y los siete hombres de los que cinco estaban heridos, tomaron una canoa de la isla, y con siete prisioneros que les dimos, cuatro mujeres y tres hombres, se tornaron a su tierra muy alegres, maravillándose de nuestras fuerzas. Y nosotros también hicimos vela hacia España, con 222 prisioneros esclavos. Llegamos al puerto de Cádiz a 15 días de octubre de 1498, donde fuimos bien recibidos y vendimos nuestros esclavos. Ésto es lo que me ocurrió de más notable, en este mi primer viaje.

Termina el primer viaje.

Comienza el segundo

En cuanto al segundo viaje y lo que en él vi más digno de memoria, es lo que aquí sigue. Partimos del puerto de Cádiz tres naves en conserva, el día 16 de mayo de 1499 y comenzamos nuestro camino hacia las islas de Cabo Verde, pasando a la vista de la isla de Gran Canaria; y tanto navegamos que fuimos a una isla que se llama Isla del Fuego; y hecha aquí nuestra provisión de agua y leña, tomamos nuestra navegación por el lebeche.

En 44 días llegamos a una nueva tierra, que juzgamos era tierra firme y continuación de la más arriba [en el primer viaje] mencionada; la cual está situada dentro de la zona tórrida y fuera de la línea equinoccial a la parte del austro, sobre la cual se alza el polo meridional 5 grados fuera de todo clima, y dista de las dichas islas, por el viento del lebeche, 500 leguas, y encontramos que los días eran iguales que las noches; porque fuimos a ella el día 27 de junio, cuando el sol está cerca del trópico del Cáncer; encontramos que esta tierra estaba toda anegada y llena de grandísimos ríos.

Al principio no vimos gente alguna; surgimos con nuestras naves y botamos nuestros bateles; fuimos con ellos a tierra y, como digo, la encontramos llena de grandísimos ríos y anegada por grandísimos ríos que encontramos; la abordamos por muchas partes para ver sí podíamos entrar por ella, y por la gran cantidad de agua que traían los ríos, a pesar de los muchos esfuerzos que hicimos, no encontramos sitio que no estuviese anegado; vimos por los ríos muchas señales de que la tierra estaba poblada, y visto que por esta parte no la podíamos penetrar, acordamos volvernos a las naves, y abordarla por otra parte.

Levamos nuestras anclas y navegamos entre el levante y el siroco, costeando continuamente la tierra, que así se iba a prisa, y en muchas partes la abordamos por espacio de 40 leguas, y todo fué tiempo perdido; encontramos en esta costa que las corrientes del mar eran de tanta fuerza que no nos dejaban navegar, y todas corrían del siroco al maestral; de modo que vistos tantos inconvenientes para nuestra navegación, hecho nuestro consejo, acordamos volver el rumbo a la parte del maestral. Tanto navegamos a lo largo de la tierra, que fuimos a dar a un hermoso puerto, el cual estaba formado por una gran isla, que estaba a la entrada, y dentro se formaba una grandísima ensenada; y navegando para entrar en ella, siguiendo la isla, vimos mucha gente, y alegrándonos, enderezamos nuestras naves para surgir donde veíamos la gente, que podíamos estar más hacia el mar cerca de cuatro leguas; y navegando de esta manera, vimos una canoa que venía de alta mar, en la cual venía mucha gente. Acordamos echarle mano, y viramos con nuestras naves sobre ella de modo que no la perdiésemos, y navegando en su dirección con viento fresco, vimos que estaban detenidos con los remos levantados, creo que maravillados de nuestras naves.

Cuando vieron que íbamos acercándonos a ellos, pusieron los remos en el agua y comenzaron a navegar en dirección a la tierra; y como en nuestra compañía venía una carabela de 45 toneladas, muy velera, se puso a barlovento de la canoa y, cuando le pareció oportuno llegar a ella, largó los aparejos y vino [fué] en su dirección, y nosotros también; y cuando la pequeña carabela se emparejo con ella no la quiso embestir, la pasó y luego quedó a sotavento; y como se viesen con ventaja, comenzaron a hacer fuerza con los remos para huir; y nosotros que llevábamos los bateles a popa equipados ya con buena gente, pensamos que la tomaríamos; luchamos más de dos horas y, en fin, si la pequeña carabela en otra vuelta no hubiese tornado sobre ella, la perdíamos.

Y como se vieron rodeados por la carabela y los bateles, todos se tiraron al mar, que podían ser 70 hombres, y estaban lejos de tierra cerca de dos leguas, y siguiéndolos con los bateles, en todo el día no pudimos coger más que dos, y fué por casualidad; todos los demás llegaron a tierra a salvo.

En la canoa quedaron 4 muchachos, los cuales no eran de su linaje, pues los traían presos de otra tierra; y los habían castrado y todos estaban sin miembro viril y con la herida fresca, de lo que nos maravillamos mucho; y puestos en las naves, nos dijeron por señas, que los habían castrado para comérselos, y supimos que esta era una gente que se llaman caníbales, muy feroces, que comen carne humana.

Fuimos con las naves, llevando con nosotros la canoa por la popa en dirección a la tierra, y surgimos a media legua; y como en tierra vimos mucha gente en la playa, fuimos con los bateles a tierra, y llevamos con nosotros a los dos hombres que cogimos; y llegados a tierra, toda la gente huyó y se metieron por el bosque, y libertamos a uno de los hombres, dándole muchos cascabeles y [encargándole dijese] que queríamos ser sus amigos; el cual hizo muy bien lo que le mandábamos, y trajo consigo a toda la gente, que podían ser 400 hombres y muchas mujeres, los cuales vinieron sin arma alguna donde estábamos con los bateles; y hecha con ellos buena amistad, les dimos el otro preso y mandamos a la nave por su canoa y se la dimos.

Esta canoa tenía 26 pasos de largo y dos brazas de ancho, y toda de un solo árbol ahuecado, muy bien trabajada; y cuando la hubieron varado en un río y puesto en lugar seguro, todos huyeron y no quisieron platicar con nosotros, lo que nos pareció un acto absolutamente bárbaro, y las juzgamos gente de poca fe y de mala condición. A éstos vimos, algo de oro que tenían en las orejas. Partimos de aquí y entramos dentro de la ensenada, donde encontramos tanta gente que fué maravilla, con los cuales hicimos amistad en tierra, y muchos de nosotros fuimos con ellos a sus poblaciones, con mucha seguridad y bien recibidos.

En este lugar rescatamos 150 perlas, que nos las dieron por un cascabel, y un poco de oro que nos lo dieron de gracia. Y encontramos que en esta tierra bebían vino hecho de sus frutas y semillas a la manera de cerveza; y blanco y rojo, y el mejor estaba hecho de mirabolanos y era muy bueno, y comimos infinitos de éstos, que era el tiempo. Es muy buena fruta, sabrosa al gusto y saludable al cuerpo. La tierra es muy abundante en alimentos, y la gente de buena conversación, y la más pacífica que hemos encontrado hasta aquí.

Estuvimos en este puerto 17 días con mucho gusto, y cada día nos venían a ver nuevos pueblos de tierra adentro, maravillándose de nuestra figura y blancura, y de nuestros vestidos y armas, y de la forma y grandeza de las naves. Por esta gente tuvimos noticias de cómo había una gente más hacia el poniente de ellos, que eran sus enemigos, que tenían infinita copia de perlas, y que las que ellos tenían eran las que les habían quitado en sus guerras, y nos dijeron cómo la pescaban, y de qué manera hacían, y encontramos que era verdad, como oirá Vuestra Magnificencia.

Partimos de este puerto y navegamos por la costa, por la cual continuamente veíamos hogueras y gente en la playa; y al cabo de muchos días fuimos a detenernos en un puerto, con motivo de remediar una de nuestras naves que hacía mucha agua, donde encontramos haber mucha gente, con la cual no pudimos ni por fuerza ni por grado tener ninguna conversación; y cuando íbamos a tierra la defendían ásperamente, y cuando no podían más huían por los bosques y no nos esperaban. Sabiéndolos tan bárbaros nos fuimos de allí, y navegando divisamos una isla en el mar que distaba de tierra 15 leguas, y acordamos ir a ver si estaba poblada.

Encontramos en ella la gente más bestial y la más fea que vimos jamás, y era de esta manera. Eran muy feos de gesto y cara; todos tenían los carrillos llenos por dentro de una yerba verde que la rumiaban continuamente como bestias, que apenas podían hablar, y cada uno llevaba al cuello dos calabazas secas, y una estaba llena de aquella hierba que tenían en la boca, y la otra de una harina blanca que parecía yeso en polvo, y de cuando en cuando con un palillo que tenían, mojándolo en la boca, lo metían en la harina y después lo metían en la boca, con los dos extremos en cada una de las mejillas, enharinando la yerba que tenían en la boca, y esto lo hacían muy a menudo; y maravillados de tal cosa no podíamos entender ese secreto, ni con que fin lo hacían así.

Cuando esta gente nos vió, vinieron hacia nosotros tan familiarmente como si hubiésemos tenido amistad con ellos; anduvimos hablando con ellos por la playa, y deseosos de beber agua fresca, nos hicieron seña de que no la tenían y nos ofrecieron de su yerba y su harina, de modo que dedujimos que esta isla era pobre de agua, y que por defenderse de la sed tenían aquella hierba en la boca y la harina por la misma razón. Anduvimos por la isla un día y medio sin que jamás encontrásemos agua alguna, y vimos que el agua que bebían era el rocío que caía de noche sobre ciertas hojas que parecían orejas de asno, y que se llenaban de agua, y de ésa bebían; era agua óptima; pero ellos no tenían hojas de éstas en mucho lugares.

No tenían ninguna clase de viandas ni raíces como en tierra firme; su alimento era pescados que sacaban del mar, y de éstos tenían grandísima abundancia, y eran grandísimos pescadores; y nos presentaron muchas tortugas y muchos pescados grandes muy buenos. Sus mujeres no acostumbran tener la yerba en la boca como los hombres, pero todas llevan una calabaza con agua, y de ella beben. No tenían poblaciones de casas ni de cabañas, sino que habitaban debajo de enramadas que los defendían del sol y no del agua, pero creo que pocas veces llovía en aquella isla.

Cuando están pescando en el mar, todos tienen una hoja muy grande y de tal anchura que debajo de ellas estaban a la sombra, y la fijaban en tierra; y según iba dando vueltas el sol, así giraban la hoja, y de esta manera se defendían del sol. La isla tiene muchos animales de distintas clases que beben agua de los pantanos.

Y visto que no teníamos provecho alguno, partimos y llegamos a otra isla, y encontramos que en ésa habitaba gente muy grande; fuimos en seguida a tierra para ver si encontrábamos agua fresca; y creyendo que la isla estaba despoblada por no ver gente, andando a lo largo de la playa, vimos huellas de gente en la arena muy grandes, y pensamos que si los otros miembros respondían a la medida, que serían hombres grandísimos; andando en esto nos encontramos en un camino que iba tierra adentro, y acordamos nueve de nosotros, y juzgamos que por ser chica la isla no podía haber en ella mucha gente; pero anduvimos por ella para ver qué gente era aquella, y cuando habíamos andado cerca de una legua, vimos en un valle cinco de sus cabañas, que nos parecieron deshabitadas; y fuimos a ellas, y encontramos sólo cinco mujeres, dos viejas y tres muchachas de estatura tan alta que las mirábamos con asombro. Así como nos vieron les entró tanto miedo que no tuvieron ánimo para huir, y las dos viejas comenzaron con palabras a convidarnos trayéndonos muchas cosas para comer; y nos llevaron a una cabaña, y eran de estatura mayor que un hombre grande, que bien serían grandes de cuerpo como fué Francisco degli Albizi, pero de mejores proporciones; de modo que todos tuvimos el propósito de tomar a las tres jóvenes por la fuerza y como cosa maravillosa traerlas a Castilla. Y estando en estos razonamientos, comenzaron a entrar por la puerta de la cabaña unos 36 hombres mucho más grandes que las mujeres, hombres tan bien hechos que era admirable verlos, los cuales nos turbaron tanto que mejor hubiéramos querido estar en las naves que encontrarnos con tal gente.

Traían arcos grandísimos y flechas, con porras, y hablaban entre sí en un tono como si quisieran atacarnos. Viéndonos en tal peligro, hicimos varios consejos entre nosotros, algunos decían que nos echásemos sobre ellos dentro de la casa, y otros que era mejor en el campo, y otros decían que no comenzásemos la contienda hasta tanto viésemos que querían hacer; y acordamos salir de la cabaña e irnos disimuladamente por el camino de las naves; y así lo hicimos, y tomado nuestro camino nos volvimos a las naves, ellos nos seguían siempre a un tiro de piedra, hablando entre sí, creo que no con menos miedo de nosotros que nosotros de ellos, porque alguna vez descansábamos y ellos también, sin acercarse a nosotros; hasta que llegamos a la playa donde estaban los bateles esperándonos.

Entramos en ellos, y cuando nos largamos saltaron y nos tiraron muchas saetas, pero ya poco miedo teníamos de ellos; les disparamos dos tiros de bombarda, más para asustarlos que para hacerles mal, y al estampido huyeron todos al monte; y así nos separamos de ellos y nos pareció salvarnos de una peligrosa jornada. Andaban desnudos del todo como los otros. Llamo a esta isla la Isla de los Gigantes, a causa de su gran talla; y fuimos más adelante bordeando la tierra, en la cual muchas veces nos ocurrió combatir con ellos porque no nos dejaban coger cosa alguna de tierra.

Ya teníamos deseos de volvernos a Castilla, porque habíamos estado en el mar cerca de un año, y teníamos poco alimento, y ese poco dañado a causa de los grandes calores que pasamos; porque desde que partimos de la isla de Cabo Verde hasta aquí, habíamos navegado continuamente por la zona tórrida, y dos veces atravesamos la línea equinoccial; que como dije antes, fuimos 5 grados fuera de ella hacia el austro, y estábamos a 15 grados hacia el septentrión. Estando en este consejo, plugo al Espíritu Santo dar algún descanso a tantos trabajos nuestros, y fué que buscando un puerto para reparar nuestros navíos, dimos con una gente que nos recibió con mucha amistad, y encontramos que tenían grandísima cantidad de perlas orientales muy buenas; con los cuales nos detuvimos 47 días, y rescatamos de ellos 119 marcos de perlas con muy poca mercancía, creo que no nos costaron el valor de cuarenta ducados; porque lo que les dimos no fueron sino cascabeles, espejos y cuentas, diez balas y hojas de latón: que por un cascabel daba cada uno cuantas perlas tenía. Por ellos supimos cómo las pescaban y dónde; y nos dieron muchas ostras, en las cuales nacen, rescatando una ostra en la que había 130 perlas y otras con menos; ésta de 130 perlas me la tomó la reina; las otras cuidé que no las viese.

Y ha de saber V. M. que si las perlas no están maduras y no se desprenden por sí mismas, no duran, pues se dañan pronto; de ésto tengo experiencia; cuando están maduras permanecen desprendidas dentro de la ostra y puestas sobre la pulpa: éstas son las buenas. En cuanto a las malas que teníamos, pues la mayor parte eran toscas y mal horadadas, produjeron buen dinero, ya que se vendieron a... el marco.

Y al cabo de los 47 días dejamos a la gente muy amiga nuestra. Partimos y por la necesidad de alimentos fuimos a dar a la isla de Antilla, que es la que descubrió hace años Cristóbal Colón, donde conseguimos muchos alimentos; estuvimos dos meses y 17 días, pasando muchos peligros y trabajos con los mismos cristianos que estaban en la isla con Colón, creo que por envidia; los cuales dejo de contar por no ser prolijo. Partimos de dicha isla a 2 días de julio y navegamos un mes y medio, entrando al puerto de Cádiz el día 18 de septiembre, de día. [Éste fué] mi segundo viaje. Dios sea loado.

Terminado el segundo viaje.

Comienza el tercero
Hallándome luego en Sevilla, reponiéndome de tantos trabajos como habíamos pasado en estos dos viajes, y con deseo de volver a la tierra de las perlas, cuando la fortuna, no satisfecha de mis fatigas, no se cómo inspiró el pensamiento del serenísimo Rey don Manuel de Portugal de querer servirse de mí; y estando en Sevilla sin el menor pensamiento de venir a Portugal, me llegó un mensajero con una carta de la real corona, en la que me rogaba viniese a Lisboa a hablar con Su Alteza, prometiendo hacerme mercedes.

Me aconsejaron que no fuese. Despaché al mensajero diciendo que estaba enfermo y que cuando estuviese bueno, si aún Su Alteza quería servirse de mí, haría cuanto me mandase. Y visto que no podía atraerme, acordó mandar por mí a Giuliano de Bartolomeo del Giocondo, que estaba en Lisboa, con la misión de que me trajese de cualquier modo.

Vino el dicho Giuliano a Sevilla, y por su venida y sus súplicas me vi forzado a venir; y mi venida fué tomada a mal por cuantos me conocían; porque me fui de Castilla donde me honraban y donde el rey me tenía en buena consideración; y lo peor fué que partí sin despedirme de nadie. Y presentándome ante este rey, mostró placer por mi venida y me rogó que fuese en compañía de tres de sus naves que estaban prestas para ir a descubrir nuevas tierras, y como el ruego de un rey es un mandato, hube de consentir en todo aquello que me rogaba.

Partimos de este puerto de Lisboa tres naves en conserva, a 10 días de mayo de 1501, tomando nuestro derrotero derecho hacia la isla de la Gran Canaria; pasamos a vista de ella sin detenernos y desde aquí fuimos bordeando la costa de África por la parte occidental, en cuya costa pescamos una especie de pez que se llama parchi; donde nos detuvimos tres días y desde allí nos dirigimos a la costa de Etiopía, a un puerto que se llama Besechicce [Beseguiche, hoy Dakar] que esta dentro de la zona tórrida sobre el cual alza el polo del septentrión 14 grados y medio, situado en el primer clima; allí estuvimos 11 días aprovisionándonos de agua y de leña, porque mi intención era navegar hacia el austro por el golfo Atlántico.

Partimos de este puerto de Etiopía y navegamos por el lebeche tomando una cuarta del mediodía, de manera que en 67 días llegamos a una tierra que estaba del dicho puerto a 700 leguas hacia el lebeche; y en aquellos 67 días tuvimos el peor tiempo que jamás tuviese navegante alguno del mar, por los muchos aguaceros, turbonadas y tormentas que se desataron; pues estábamos en un tiempo muy adverso, ya que la mayor parte de nuestra navegación la hicimos continuamente junto a la línea equinoccial, donde en el mes de junio es invierno; y encontramos que el día y la noche eran iguales, y encontramos la sombra continuamente hacia el mediodía.

Plugo a Dios mostrarnos nueva tierra, y fué el día 17 de agosto. Surgimos a media legua, botamos nuestros bateles y fuimos a ver si la tierra estaba habitada por gentes y qué tal eran. La encontramos habitada por gentes que eran peores que animales; sin embargo, V. M. entenderá que al principio no vimos gente, pero bien conocimos que estaba poblada, por las muchas señales que en ella vimos. Tomamos posesión de ella por este serenísimo Rey, y encontramos que la tierra era muy amena y verde y de buena apariencia; estaba 5 grados fuera de la línea equinoccial hacia el austro.

Por este día volvimos a las naves; y porque teníamos gran necesidad de agua y de leña, acordamos tornar a tierra al día siguiente para proveernos de lo necesario; y estando en tierra, vimos unas gentes en la cumbre de un monte que nos estaban mirando y no se atrevían a descender. Estaban desnudas y eran del mismo color y apariencia de las anteriores [de los otros viajes]; y aunque estuvimos tratando de que vinieran a hablar con nosotros, jamás pudimos atraerlos, que no se fiaban de nosotros; y vista su obstinación y que ya era tarde, volvimos a las naves dejándoles en tierra a su alcance, muchos cascabeles, espejos y otras cosas. Y cuando nos alejamos en el mar, bajaron del monte y vinieron por las cosas que les habíamos dejado, de las cuales se admiraron mucho; y por este día no nos proveímos sino de agua.

A la mañana siguiente vimos desde las naves que las gentes de tierra hacían muchas humaredas, y pensando que nos llamaban, fuimos a tierra, donde encontramos que había venido gran multitud; y todavía estaban lejos de nosotros, y nos hacían señas de que fuésemos con ellos tierra adentro.

Dos de nuestros cristianos fueron a pedir al capitán que diese su licencia, pues deseaban arriesgarse a ir con ellos tierra adentro para ver qué gentes eran, y si tenían alguna riqueza, o especiería, o droguería.

Tanto suplicaron que el capitán estuvo conforme; y se prepararon con muchos objetos de rescate, separándose de nosotros con orden de que no tardasen más de 5 días en regresar, porque éso los esperaríamos; y tomaron su camino por tierra, y nosotros hacia las naves a esperarlos. Casi todos los días venían gentes a la playa, pero nunca nos quisieron hablar.

El séptimo día fuimos a tierra y encontramos que habían traído con ellos a sus mujeres, y así como saltamos a tierra, los hombres de la tierra mandaron a muchas de sus mujeres a hablar con nosotros; y viendo que no tenían confianza, acordamos mandarles a uno de nuestros hombres, que era un joven muy esforzado, y nosotros para ampararlo entramos en los bateles y él se fué hacia las mujeres.

Cuando llegó junto a ellas le hicieron un gran círculo alrededor, y tocándolo y mirándolo, se maravillaban. Y estando en ésto vimos venir una mujer del monte que traía un gran palo en la mano; y cuando llego donde estaba nuestro cristiano, se le acercó por detrás y, alzando el garrote, le dió tan gran golpe que lo tendió muerto en tierra.

En un instante las otras mujeres lo cogieron por los pies, y lo arrastraron así hacia el monte; los hombres corrieron hacia la playa con sus arcos y sus flechas a asaetearnos, e infundieron tanto miedo a la gente nuestra que estaba en tierra, surta con los bateles sobre las anclas, que ninguno acertaba a tomar las armas.

Sin embargo, les disparamos cuatro tiros de bombarda que no acertaron, salvo que, oído el estampido, todos huyeron hacia el monte, donde ya estaban las mujeres despedazando al cristiano, y en un gran fuego que habían hecho, lo estaban asando a nuestra vista, mostrándonos muchos pedazos y comiéndoselos.

Los hombres nos hacían señas con sus gestos, de como habían muerto a los otros dos cristianos y se los habían comido; lo que nos pesó mucho, viendo con nuestros ojos la crueldad que tenían para con el muerto, cosa que fué para todos una injuria intolerable; y teniendo el propósito, más de 40 de nosotros de saltar a tierra y vengar muerte tan cruel y acto bestial e inhumano, el capitán mayor no quiso consentirlo, y se quedaron ufanos de tanta afrenta. Nos alejamos de ellos de mala gana, y con mucha vergüenza a causa de nuestro capitán.

Partimos de este lugar y comenzamos nuestra navegación entre levante y siroco, que así se seguía la tierra, e hicimos muchas escalas, pero jamás encontramos gentes que quisieran tratar con nosotros. Así navegamos tanto que encontramos que la costa daba vuelta hacia el lebeche, y doblando un cabo al que pusimos por nombre Cabo de San Agustín, comenzamos a navegar hacia el lebeche.

Dista este cabo de la tierra antes mencionada, donde vimos que mataron a los cristianos, 150 leguas hacia levante, y está este cabo 8 grados fuera de la línea equinoccial, hacia el austro; y navegando vimos un día mucha gente que estaba en la playa para ver la maravilla de nuestras naves y cómo navegábamos. Fuimos hacia ellos y surgimos en un buen lugar, y fuimos con los bateles a tierra, y encontramos que la gente era de mejor condición que la anterior, aunque nos costó trabajo domesticarlos; logramos hacerlos amigos y tratamos con ellos.

Estuvimos en este lugar 5 días, y aquí encontramos cañafístula muy grande, verde y seca, [que excedía] las cimas de los árboles. Decidimos llevar de este lugar un par de hombres para que nos enseñasen la lengua; y se ofrecieron tres, por su voluntad, para venir a Portugal. Y con esto, cansado ya de tanto escribir, sabrá Vuestra Magnificencia que partimos de este puerto, navegando siempre por el lebeche a vista de tierra, haciendo continuamente muchas escalas y hablando con infinidad de gente.

Tanto navegamos hacia el austro que ya estábamos fuera del trópico de Capricornio, donde el polo del mediodía se alzaba sobre el horizonte 32 grados y la habíamos perdido completamente la Osa Menor, y la Mayor estaba muy baja, y apenas aparecía en la línea del horizonte.

Nos regíamos por las estrellas del polo meridional, las cuales son mucho más grandes y más brillantes que las de nuestro polo, y de la mayor parte de ellas tracé sus figuras y especialmente de las principales y de mayor magnitud, con la descripción de las órbitas que hacen alrededor del polo del austro y con la declaración de sus diámetros y semidiámetros, como se podrá ver en mis "Cuatro jornadas".

Recorrimos al pie de 750 leguas de esta costa; 150 desde el dicho Cabo de San Agustín hacia el poniente, y 600 hacia el lebeche; y si quisiera contar las cosas que en esta costa vi, y lo que pasamos, no me bastarían otros tantos folios. Y en esta costa no vimos cosa de provecho, excepto innumerables árboles de brasil y de casia y de los que producen la mirra y otras maravillas de la naturaleza que no se pueden referir.

Habiendo estado ya en el viaje diez meses, y visto que en esta tierra no encontrábamos ninguna mina, acordamos despedirnos de ella e ir a explorar el mar por otra parte. Hecho nuestro consejo se resolvió que se siguiese aquella navegación que me pareciera bien, y fue puesto en mí todo el mando de la flota. Entonces mandé que toda la gente y la flota se proveyesen de agua y leña para 6 meses, pues ese tiempo estimaron los oficiales de las naves que podríamos navegar en ellas.

Hecho nuestro aprovisionamiento en esta tierra, comenzamos nuestra navegación por el viento siroco, y fué a 15 días de febrero, cuando el sol estaba buscando el equinoccio y volvía a nuestro hemisferio del septentrión; y tanto navegamos por ese viento, que nos encontramos tan altos que el polo del mediodía se elevaba fuera de nuestro horizonte 52 grados y no veíamos las estrellas de la Osa Menor ni de la Mayor, estando alejados del puerto de donde paramos unas 500 leguas por el siroco. Eso fué a 3 días de abril.

En este día se levantó en el mar una tormenta tan recia que nos hizo amainar del todo nuestras velas, y corrimos a palo seco, con mucho viento, que era el lebeche, con olas grandísimas y el aire tormentoso; y era tanta la tempestad que toda la flota estaba con gran temor.

Las noches eran muy largas, que tuvimos una, la del siete de abril, que fué de 15 horas, porque el sol se encontraba al final de Aries, y en esta región era invierno como puede calcular V. M.

En medio de esta tormenta avistamos el día siete de abril una nueva tierra, de la cual recorrimos cerca de 20 leguas, encontrando la costa brava; y no vimos en ella puerto alguno, ni gente, creo porque era el frío tan intenso que ninguno de la flota se podía remediar ni soportarlo.

De modo que viéndonos en tanto peligro y con tal tormenta, que apenas podíamos ver una nave a la otra por las grandes olas que se levantaban y por la gran cerrazón, acordamos con el capitán mayor hacer señales a la flota de que se reuniese, y dejar la tierra retornando al camino de Portugal.

Y fué muy buena decisión, porque si demoramos aquella noche, de seguro nos perdíamos todos; pues en cuanto viramos, y la noche y el día siguiente, arreció tanto la tormenta que temimos perdernos, y tuvimos que hacer [votos] de peregrinos y otras ceremonias, como es uso de marineros en tales ocasiones.

Corrimos 5 días y aún no habíamos alcanzado la línea equinoccial, con aire y mares más atemperados; y plugo a Dios librarnos de tan gran peligro. Nuestra navegación se realizaba por el rumbo entre tramontana y greco, porque nuestra intención era ir a reconocer la costa de Etiopía, que estábamos lejos de ella 300 leguas por el golfo del mar Atlántico.

Con la gracia de Dios, llegamos el día 10 de mayo a una tierra hacia el austro que se llama Sierra Leona, donde estuvimos 15 días reabasteciéndonos; de allí partimos con rumbo a las islas de los Azores, que distan del sitio de dicha Sierra cerca de 750 leguas.

Arribamos a las islas a fines de julio, y allí estuvimos otros 15 días tomando alguna recreación; y partimos de ellas para Lisboa, de la que estábamos 300 leguas hacia el occidente. Y entramos en este puerto de Lisboa a 7 días de septiembre de 1502, sanos y salvos, loado sea Dios, y con sólo dos naves, pues la otra la incendiamos en Sierra Leona porque no podía navegar más.

Empleamos en este viaje cerca de 15 meses, y durante 11 días navegamos sin ver la estrella tramontana o la Osa Mayor y Menor, que se llaman el Cuerno, rigiéndonos por las estrellas del otro polo. Ésto es lo que vi en este viaje o jornada.

Cuarto viaje
Me queda por decir las cosas vistas por mí en el cuarto viaje o jornada; y por estar ya cansado, y también porque este cuarto viaje no se completó según el propósito que yo llevaba, por una desgracia que nos ocurrió en el golfo del mar Atlántico, como por lo que sigue brevemente sabrá V. M. me ingeniaré para ser breve.

Partimos de este puerto de Lisboa 6 naves en conserva con propósito de ir a descubrir una isla hacia el oriente que se llama Melaccha, de la cual se tiene noticia de que es muy rica, y que es como el almacén de todas las naves que vienen del mar Gangético y del mar Índico, como es Cádiz el lugar de reunión de todos los navíos que pasan de levante a poniente, y de poniente a levante por la vía de Calicut; que esta Melaccha esta más al occidente que Calicut, y mucho más hacia la parte del mediodía; porque sabemos que está en una paraje a 33 grados del polo antártico.

Partimos a 10 días de mayo de 1503, y fuimos derecho a la isla del Cabo Verde, donde carenamos [nuestras naves] y nos abastecimos nuevamente, estando allí 13 días. De aquí partimos a nuestro viaje, navegando por el viento siroco; y como nuestro capitán mayor fuese hombre presuntuoso y muy tozudo, quiso ir a reconocer la Sierra Leona, tierra de Etiopía austral, sin tener ninguna necesidad, sino por hacer ver que era capitán de seis naves, contra la voluntad de todos nosotros, los otros capitanes.

Y así navegando, cuando estuvimos en la dicha tierra, fueron tantas las turbonadas, que nos alcanzaron, y con ellas el tiempo contrario que, estando a la vista de ella durante 4 días, nunca nos dejó el mal tiempo desembarcar; de modo que fuimos forzados a volver a nuestro verdadero rumbo y dejar la dicha Sierra, navegando desde aquí al sudoeste, que es viento entre mediodía y lebeche.

Y cuando hubimos navegado sin dificultad cerca de 300 leguas por el inmenso mar, estando ya fuera de la línea equinoccial hacia el austro cerca de 3 grados, se nos apareció una tierra, de la que podíamos distan 22 leguas, de lo que nos maravillamos. Encontramos que era una isla en el medio del mar, y era cosa muy excelente, verdadera maravilla de la naturaleza, porque no tenía más que dos leguas de largo y una de ancho; isla que nunca estuvo habitada por gente alguna; y fué isla desdichada para toda la flota, porque sabrá V. M. que por mal consejo y dirección de nuestro capitán mayor, perdió aquí su nave, pues dió con ella en un escollo y se desbarató la noche de San Lorenzo, que es el 10 de agosto; y se fué al fondo, y no se salvó de ella cosa alguna, salvo la gente.

Era nave de 300 toneles, en la cual estaba lo más importante de la flota; y como toda la flota trabajase en remediarla, el capitán me mandó que fuese con mi nave a la dicha isla a buscar un buen surgidero, donde pudiesen anclar todas las naves; y como mi batel equipado con 9 marineros míos estuviese en servicio y ayudando a ligar las naves, no quiso que lo llevase, y que me fuese sin él, diciéndome que me lo llevaría a la isla.

Me separé de la flota como me mandó, para la isla sin batel, y con menos de la mitad de mis marineros, y fuí a la dicha isla, distante cerca de 4 leguas; en la cual encontré un puerto buenísimo, donde muy seguramente podían surgir todas las naves; allí esperé a mi capitán y a la flota durante 8 días, y jamás vinieron; de modo que estábamos muy disgustados, y la gente que me quedaba en la nave estaba con tanto miedo, que no la podía consolar.

Estando así, al octavo día vimos venir una nave por el mar, y de miedo que no nos viese, salimos con nuestra nave y fuimos hacia ella, pensando que me traía mi batel y gente; y cuando emparejamos con ella, después de habernos saludado nos dijeron que la capitana se había ido al fondo, y que la gente se había salvado, y que mi batel y gente quedaban con la flota, la cual se había ido por aquel mar adelante, lo que nos causó tan gran tormento como puede imaginarse V. M., por encontrarnos a 1000 leguas de distancia de Lisboa y en el golfo, y con poca gente; con todo, afrontamos a la fortuna, y fuimos todavía adelante. Volvimos a la isla y nos abastecimos de agua y de leña con el batel de mi conserva; la cual isla encontramos despoblada, y tenía mucha agua viva y dulce, infinidad de árboles, llena de tantos pájaros marinos y terrestres, que eran innumerables; y eran tan mansos que se dejaban coger con la mano; y tantos cogimos que cargamos un batel de esos animales. No vimos ningún [otro animal], salvo topos muy grandes y lagartos con dos colas, y alguna serpiente.

Hecha nuestra provisión partimos por el rumbo entre mediodía y lebeche, porque teníamos una orden del Rey mandándonos que cualquiera de las naves que se perdiese de la flota, o de su capitán, fuese a la tierra que el viaje pasado descubrimos en un puerto que le pusimos por nombre Bahía de Todos los Santos; y plugo a Dios darnos tan buen tiempo que en 17 días fuimos a tomar tierra en él, que distaba de la isla cerca de 300 leguas; donde no encontramos ni a nuestro capitán, ni ninguna otra nave de la flota.

En dicho puerto esperamos durante dos meses y 4 días; y visto que no llegaba seña alguna, acordamos la conserva y yo recorrer la costa; y navegamos más hacia adelante 260 leguas, tanto que llegamos a un puerto donde acordamos hacer una fortaleza, y la hicimos, dejando en ella 24 cristianos que tenía mi conserva, recogidos de la nave capitana que se había perdido.

Estuvimos en aquel puerto cerca de 5 meses haciendo la fortaleza y cargando nuestras naves de brasil; porque no podíamos ir más adelante a causa de que no teníamos gente y me faltaban muchos aparejos. Hecho todo esto, acordamos volvernos a Portugal, que estaba por el viento entre greco y tramontana.

Y dejamos a los 24 hombres que quedaron en la fortaleza con mantenimiento para seis meses, y 12 bombardas y muchas otras armas, y pacificamos toda la gente de tierra; de la que no se ha hecho mención en este viaje, no porque no viésemos y platicásemos con infinidad de gente de ella, porque fuimos tierra adentro unos 30 hombres, 40 leguas; donde vi tantas cosas que dejo de decirlas, reservándolas para mis "Cuatro jornadas".

Esta tierra está 18 grados fuera de la línea equinoccial hacia la parte del austro, y 37 grados fuera de la posición de Lisboa, más al occidente, según lo mostraban nuestros instrumentos.

Y hecho todo ésto, nos despedimos de los cristianos y de la tierra, y comenzamos nuestra navegación hacia el nordeste, que es viento entre tramontana y greco, con propósito de ir directamente con nuestra navegación a esta ciudad de Lisboa; y en 77 días, después de tantos trabajos y peligros entramos en este puerto a 18 días de junio de 1504.

Dios sea alabado: donde fuimos muy bien recibidos, fuera de toda creencia, pues toda la ciudad nos daba por perdidos, porque todas las otras naves de la flota se perdieron por la soberbia y locura de nuestro capitán, así paga Dios la soberbia.

Al presente me encuentro aquí en Lisboa, y no sé que querrá hacer de mi el Rey, que mucho deseo reposar. El presente portador, que es Benvenuto de Domenico Benvenuti, dirá a V.M. cómo estou, y algunas cosas que se han dejado de decir por prolijidad; porque las ha visto y oído. Dios sea con él.

Yo he ido ciñendo la carta cuanto he podido, y he dejado de decir muchas cosas naturales para excusar prolijidad. V.M. me perdone, y le suplico me tenga en el número de sus servidores. Os recomiendo a mi hermano Antonio Vespucio y a toda mi casa. Quedo rogando a Dios, que os acreciente los días de la vida, y que eleve el estado de esa excelsa República, y el honor de V.M., etc. Dada en Lisboa a 4 días de septiembre de 1504.

 



Fuente:

Américo Vespucio. El Nuevo Mundo. Cartas relativas a sus viajes y descubrimientos. Estudio preliminar de Roberto Levillier, Editorial Nova, Buenos Aires, 1951, pp. 201-267.