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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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Se firman los Tratados de Córdoba que ratifican el Plan de Iguala por el que se consuma la Independencia de México

24 de Agosto de 1821

Los Tratados de Córdoba (Ver Documento) ratifican el Plan de Iguala por el que se consuma la Independencia de México. El virrey Juan de O’Donojú, antes de tomar posesión de su cargo y en camino a la ciudad de México, firma estos tratados en la Villa de Córdoba, Veracruz.

O’Donojú, quien formará parte de la Junta Gubernativa del Imperio Mexicano, llegó a Veracruz como Capitán General y Jefe Superior Político cuando España tiene como últimos reductos Veracruz y Acapulco, plazas desprotegidas y sin capacidad para resistir un sitio bien organizado. Ante esta situación invitó a Iturbide a discutir la independencia y logra modificar el Plan de Iguala en el sentido de que las cortes del imperio mexicano puedan elegir libremente un gobierno monárquico moderado.

Iturbide tiene los recursos militares para tomar la capital, pero estima que puede hacerse sin derramar sangre y con una capitulación honrosa. Así que entra en comunicaciones con Iturbide y acuerdan firmar un tratado el 24 de agosto siguiente.

El día anterior, O’Donojú arribó a Córdoba acompañado por una escolta de Puebla y fue recibido “con el decoro correspondiente”, por el coronel ViIlaurrutia, el conde de San Pedro del Álamo y el marqués de Guardiola; por la noche llegó Iturbide a villa de Córdoba. Carlos M. de Bustamante refiere sobre el hecho: A pesar de estar “lloviendo salió mucha gente al camino a recibirlo, la cual quitó las mulas del coche y a brazo lo condujo hasta su posada, encontrándose iluminada la villa. Aguardábalo en su misma habitación el señor O'Donojú. Ambos jefes, rodeados de un brillante concurso, se abrazaron y dieron muestras de un cordial cariño”.

Este día, 24 de agosto por la mañana, Iturbide va a la casa de O'Donojú y antes que nada Iturbide dice: "Supuesta la buena fe y armonía con que nos conducimos en este negociado, supongo que será muy fácil cosa que desatemos el nudo sin romperlo'". Sigue refiriendo Bustamante: “Dados los puntos y encerrados en el despacho del señor O'Donojú dichos jefes con sus respectivos secretarios, el de Iturbide extendió el Tratado; llevóselo a O'Donojú, quien después, desde luego, aprobó la minuta y sólo tachó de mano propia dos expresiones que cedían en elogio suyo.

En ellos se estipula: “Esta América se reconocerá por Nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano... El Gobierno del Imperio será monárquico constitucional moderado... Será llamado a reinar en el Imperio Mexicano en primer lugar el Sr. D. Fernando Séptimo, Rey Católico de España y por su renuncia o no admisión, el... Sr. Infante D. Francisco de Paula; por su renuncia o no admisión, el... Sr. D. Carlos Luis, Infante de España,... y por renuncia o no admisión de éste, el que las Cortes del Imperio designaren... El Emperador fijará su Corte en México, que será la capital del Imperio... Se nombrará inmediatamente, conforme al espíritu del Plan de Iguala, una junta compuesta de los primeros hombres del Imperio, por sus virtudes, por sus destinos, por sus fortunas...

El 31 de agosto siguiente, desde la misma Villa de Córdova, O’Donojú envía la justificación de su actuar a España, en ella dice: “¿Quién ignora que un negociador sin fuerzas está para convenirse con cuanto le propongan y no para proponer lo que convenga a la nación que representa?... envié al Primer Jefe del Ejército Imperial Iturbide dos comisionados con una carta en que le aseguraba de las ideas liberales del Gobierno, de las paternales del Rey, de mi sinceridad y deseos de contribuir al bien general e invitándole a una conferencia. Otra recibí del mismo Jefe, que al ver mi proclama me dirigía también comisionados para que nos viésemos. Repito que jamás pensé en que podría sacar de la entrevista partido ventajoso para mi patria; pero resuelto a proponer lo que, atendidas las circunstancias, tal vez se consiguiese; a no sucumbir jamás a lo que no fuese justo y decoroso, o a quedar prisionero en poder de los independientes si faltaban a la buena fe, como por desgracia es y ha sido siempre tan frecuente, salí de Veracruz para tratar en Córdoba con Iturbide… tuvieron cuidado de formar apuntes de mis contestaciones, de las bases en que era preciso apoyarse para que pudiésemos entrar en convenio… Yo no sé si he acertado… cuando reflexiono que todo estaba perdido sin remedio, y que (hoy) todo está ganado, menos lo que era indispensable que se perdiese, algunos meses antes o algunos después… La Independencia ya era indefectible, sin que hubiese fuerza en el mundo capaz de contrarrestarla. Nosotros mismos hemos experimentado lo que sabe hacer un pueblo que quiere ser libre. Era preciso, pues, acceder a que la América sea reconocida por nación soberana e independiente y se llame en lo sucesivo Imperio Mexicano.”

Ciertamente O’Donojú estaba en una situación muy delicada; en el momento de su llegada, solamente México, Veracruz, Durango, Chihuahua, Acapulco y la fortaleza de San Carlos de Perote, permanecían bajo el dominio español.

Carlos María de Bustamante escribe en su Cuadro histórico: “Tal fue el Tratado de Córdoba, confirmación del Plan de Iguala, aunque modificándolo en el importante punto de designación de las personas que se llamaban a ocupar el trono del nuevo imperio, pues además de señalar para ellos al rey Fernando VII y a sus hermanos don Carlos y don Francisco de Paula, se hizo también mención del príncipe heredero Luca, sobrino del monarca español y se omitió el nombre del archiduque Carlos de Austria; pero se introdujo en el tratado la notable novedad de que por la no admisión del rey y los infantes, las Cortes elegirían al soberano, sin expresar que había de ser de casa reinante, como se fijó en el Plan de Iguala. Iturbide dejó con esto abierta la puerta a su ambición, y O'Donojú, «empeñado únicamente en asegurar el trono a los príncipes de la casa de España, dice Alamán, quizás no reparó en la variación muy sustancial que Iturbide había introducido, bastante a minar todo el edificio que acababa de levantarse.» No pudo ocultarse al sagaz primer jefe del ejército libertador que el tratado era esencialmente nulo, por falta de poder para ajustarle por una de las partes, pues el carácter de capitán general y jefe superior político que tenía O'Donojú era insuficiente para celebrar un contrato de tanta entidad; pero el tratado le allanaba la posesión de la capital, y dividía más y más a los últimos defensores de la dominación española”.

Entretanto, en la ciudad de México, el mariscal Novella trataba de mantener el orden, concentraba fuerzas en los poblados cercanos y expedía severos bandos, perseguía a los simpatizantes de la independencia y asistía a Catedral a novenarios a la Virgen de los Remedios por el triunfo de las armas realistas. Entre las medidas que dispuso, fue ordenar al ayuntamiento que proveyese a la ciudad de víveres y demás efectos de consumo y trató de hipotecar las rentas públicas. Enérgicamente el Ayuntamiento se opuso.

Poco después, O’Donojú ofrecerá sus buenos oficios como autoridad para que las tropas realistas se retiren y entrará a la capital con el Ejército Trigarante. En breve morirá poco después de pleuresía. El rey español, Fernando VII no reconocerá los Tratados de Córdoba. En los hechos, con la firma de estos tratados será arreado el estandarte virreinal que ondeó en la Nueva España desde el siglo XVII, un lienzo de seda en forma de cuadrado, de color pardo leonado, con la cruz de San Andrés al centro, de color morado.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.