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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Tropas mexicanas al mando de Valencia, luchan contra los invasores norteamericanos al mando de Scott en Padierna, Contreras, D. F.

Agosto 19 de 1847

En la batalla de Padierna, Gabriel Valencia vence al invasor, pero Antonio López de Santa Anna ordena absurdamente la retirada, orden que Valencia no cumple. Por el desacuerdo, cunde el desconcierto que aprovechan los invasores para rodearlo y apoderarse del punto al día siguiente. Santa Anna asume el papel de simple espectador y se retira con su tropa a San Ángel, procurando concentrar las fuerzas a su mando.

Se cuenta en Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos:

Entre doce y una del día, el coronel Barreiro se presentó al general Valencia, diciendo que los americanos subían el cerro de Zacatepec.

Efectivamente, los enemigos, saliendo de la Peña Pobre, se dividieron en dos columnas principales: una subió al cerro de Zacatepec, y describiendo su marcha una curba, descendió a la falda del mismo, reuniéndose a la otra parte; y avanzando de frente, amenazaron a las fuerzas nombradas del rancho de Padierna, situando sus piezas ligeras a la falda del N. del cerro. Entonces anunció el clarín: "enemigos a la derecha", y se disparó el primer cañonazo sobre la sección de Zacatepec.

Inmediatamente mandó el general Valencia traer de Anzaldo la reserva, y la colocó cerca de las baterías, dejando desguarnecido aquel punto. Avanzó también la caballería del mando del general Torrejon, hasta colocarse entre la loma y Anzaldo. Este movimiento se ejecutó con un orden y con un concierto, que todos admiraron.

Entre tanto, hubo algunos tiros de cañón de San Antonio y Coapa: se creyó que el enemigo atacaría por distintas partes; pero el general Valencia, consecuente con su primer plan, tenia atalajadas las mulas, y todo listo para acudir al socorro de San Antonio en caso necesario.

Entre dos y tres de la tarde se empeñó el combate. En todas las alturas de las inmediaciones había multitud de espectadores. Era un cuadro imponente y sublime el que se ofrecía a las miradas de todos.

La avanzada que mandaba el capitán Solís, hacia esfuerzos estraordinarios de valor; la artillería nuestra pretejía su defensa, y las fuerzas de Padierna fulminaban sus tiros, al mando del general D. Nicolás Mendoza, cuya presencia no les faltó un instante en los puntos de mayor riesgo. Entonces hacen los enemigos un empuje vigoroso: se escucha el alarido de sus hurras salvajes, y toman el punto de Padierna. En estos momentos salió herido el general Parrodi, que estaba inmediato a nuestras baterías. La retirada de Mendoza fue tranquila. Antes de tomar Padierna, los americanos se dividieron en dos fracciones; una que atacó aquel punto, y la otra que se emboscó por el pedregal, amagando nuestro flanco izquierdo. El fuego de artillería no cesaba: los enemigos también generalizaron el suyo, jugando sus piezas de campaña con celeridad y sus cohetes a la congreve con repetición. La voz del general Valencia se escuchaba en todas partes, animando a los cuerpos que se batían a pecho descubierto. Todos cumplían exactamente con sus deberes...

Los americanos, que se habían ocultado desde el principio de la acción en el pedregal, aparecieron por frente a Anzaldo que por un falta imperdonable estaba, como tenemos dicho abandonado, avanzando en dirección a San Gerónimo. El general Valencia manda al regimiento de caballería de Guanajuato por el camino a que los contenga. Esta fuerza era insignificante en su número, e ineficaz por la arma a que pertenecía. Hay un corto tiroteo: queda cortado parte del regimiento: los enemigos atraviesan uno a uno, y se emboscan la arboleda que rodea a San Gerónimo, frente de la cual hay un plano de poca estension, rodeado de lomas escabrosas organizándose en el bosque, intentan una salida sobre el punto que ocupaba Valencia. Los avisos que desde el principio la acción se habían mandado a los generales Pérez y Santa Anna, se repiten ahora en vista del peligro inminente que nos amenaza. Ordénase a Torrejon, al ver la tentativa del enemigo, que cargue con toda la caballería: ejecuta la orden decidido el general Frontera con el número 2: resuena el tropel de los caballos, y se percibe el ruido de los sables... En estos instantes aparece sobre las lomas del Toro, que dominan el camino, la brigada del general Pérez, y en medio de sus músicas y vivas, se desplega en guerrillas y en columna, y se prepara a atacar al enemigo de San Gerónimo. Compraba entonces Frontera con su sangre el lauro de los héroes: daba libertad a su alma generosa el plomo del invasor, y dejaba con su cadáver sangriento un recuerdo, para sus amigos, de ternura; para la patria, de gloria.

El camino recto estaba cortado por los americanos, que pasaban con dificultad del Mal-Pais a S. Gerónimo; pero las fuerzas que tenían allí eran aun muy reducidas, y cualquiera esfuerzo hubiera bastado para restablecer la comunicación entre los dos ejércitos mexicanos.

Pocos minutos antes nuestra situación era desesperada: estábamos cortados; cualquiera habría predicho la derrota; pero la situación cambia ahora enteramente: ahora los americanos son los cortados; ahora todo es favorable; y efímera, alumbra la luz de la victoria por un momento, nuestras armas desventuradas.

Se toca retirada a las tropas del general Pérez por tres veces, y el general Santa-Anna permanece inmóvil con aquella división, cuya presencia había hecho vacilar al enemigo, y temer al general Scott por el éxito de la batalla; pero el mismo hecho de no pasar por el camino, cuando aun era muy posible, hizo creer a la generalidad, que Santa-Anna quería encerrar entre su división y la nuestra las fuerzas enemigas, y verificar de aquel modo su derrota.

No obstante, la ocasión oportuna se había perdido. Luego se supo que cuando después de atacar el general Frontera, llegaron las fuerzas de Santa-Anna, Scott hizo un movimiento de desesperación, como quien de repente se encuentra con un gran peligro. ¿Cómo se responderá de esta inconcebible negligencia?

Durante todo este tiempo de inmovilidad inesplicable de las fuerzas de Santa Anna, el fuego se empeñaba en varias direcciones: los cuerpos todos competían en arrojo: el general Valencia redoblaba más y más sus esfuerzos. En lo más empeñado de aquella acción, el general Valencia dio muestra de un valor, que nadie, sin villanía, se atreverá a negarle.

AI punto de disponer el general Valencia la carga de caballería de que hemos hablado, mandó que se situara una batería a la retaguardia del campo. Luego que murió el general Frontera, frustrada su operación, quedó formada en batalla a la derecha del bosque, marchando a reforzarla el batallón de Aguascalientes, cuando se observo que los americanos de San Geronimo hacían una nueva tentativa sobre el campo.

Al oscurecer, repentinamente entre mil vivas, hacen un esfuerzo nuestros soldados para recobrar Padierna. Allí trepa el comandante de batallón Zimavilla, al frente de su cuerpo, blandiendo su espada, alentando a sus soldados. Nuestras baterías los pretejen con sus fuegos: Cabrera, con el resto de su brigada, lo sigue valientemente: se confunden los nuestros; con los enemigos: una bala de cañón derriba la parte supenor de una de las pareces de Padierma; y al disiparse el polvo, coronan nuestros hermanos vencedores aquel punto, con tan tenaz arrojo disputado, gritando y repitiéndose el clamor de ¡Viva la Republica!

Después de las oraciones de la noche, y entre la lluvia, se oyeron algunos cañonazos en las lomas del Olivar de los Carmelitas, donde estaba a esa hora Santa-Anna. Esto, que parecía su auxilio era su despedida.

Efectivamente, después de aquellos tiros, descendió el general Santa-Anna del Olivar, y sus acompañantes en coro se jactaban de que con su presencia había libertado al insubordinado Valencia de la derrota. Las tropas que fueron con el general Santa-Anna se retiraron después por su orden, dejando circunvalado a Valencia por todas partes, y yéndose a alojar a San Ángel...

A poco de haber llegado a dicho punto el general Santa Anna, algunas personas, entre ellas el Sr. Diputado D. José Maria del Rio, Ie esplicaron la verdadera posición del general; Valencia, y entonces envió con sus ordenes a su ayudante D.J. Ramiro, a quien acompañó el Sr. del Río por veredas seguras, como práctico en el conocimiento del terreno...

Muy distinto era el aspecto del general Valencia a la caída; de la noche: persuadido de la permanencia en sus puntos de las tropas de Santa-Anna, viendo que conservaba sus posiciones; reconociendo corta su perdida, y contentos y con denuedo sus soldados, soñó en el triunfo, se entregó a vanas demostraciones de gozo, y estraviado por él, dictó él mismo su parte, después, por la derrota, convertido en ridículo, y en que el despilfarro de empleos y condecoraciones producía hoy cargos contra su persona, aun dado caso que hubiera triunfado.

El campo quedo tan a cubierto como era posible; sirviendo de grandes guardias los cuerpos colocados en los puntos avanzados, y eran: en Padierna, la brigada de Cabrera; enfrente de San Geronimo, Aguas-Calientes; en el puente, la brigada de Torrejon; y por la Fabriquita, la del general Romero.

Los soldados no habían comido: después de la fatiga del combate no tenían ni un pedazo de pan, ni un leño para calentarse, ni un lugar en que reclinarse. Estaban traspasados por la lluvia, y sin embargo, no había una queja, ni una murmuración, ni un sólo signo de descontento. El general Valencia se guareció en una barraca que había en el lugar de las baterías. A las nueve llegaron a ella Ramiro y del Río, diciendo que iban de parte del general Santa-Anna. Comenzaban a dar su orden, cuando interrumpió Valencia, preguntando donde se hallaba aquel general. Se lo dijeron; se cercioró entonces de la retirada de sus tropas; y ya frente de su horrible posición, en tono colérico, brotando fuego sus ojos, descompuesto, abandonando la circunspección y lo que a sí mismo se debía, prorrumpió en imprecaciones contra el general Santa-Anna, en voz alta, en medio de todos, que participaron de su enojo... El general Santa-Anna Ie decía que quería se pusiesen de acuerdo: el general Valencia, sin oír nada, sin atender a nada, frenético, continuaba sus quejas, hasta que dio por respuesta que Ie mandara la tropa y la artillería que tenia, y que no quería mas. El Sr. Ramiro, en la declaración que dio sobre la conferencia que tuvo con el general Valencia, asegura que Ie llevó ya la orden de retirarse; pero tal aserto esta en contradicción con el informe del general Salas, que asistió a aquella entrevista, y ha dicho que esa orden la llevó el ayudante de Valencia D. Luís Arrieta, a las dos de la mañana.

La impresión que produjo la noticia de la retirada de las tropas auxiliares, fue horrorosa: entonces se tradujo como abandono criminal la inmovilidad de Santa-Anna en la tarde, y cundiendo rápido el descontento, el menos conocedor habría predicho la derrota del siguiente día. Efectivamente, esa noticia, relajando en lo absoluto la moral de la tropa, consumó aquella desgracia.

Con todo, el general Valencia esperaba en la noche algún refuerzo, porque el mal temporal no era disculpa, puesto que nuestros soldados lo sufrían también, y los americanos no tei nian mas techo que el mismo cielo...

A las dos de la mañana, un ayudante del Sr. Valencia como acabamos de indicar arriba, fue a decirle, de parte Santa-Anna, que se retirase, clavando las piezas, inutilizando el parque, salvando sólo lo que fuese posible. La retirada se consideró como una cobardía: las posiciones de los americanos la hacían muy difícil, y el vilipendio de ella sobrecogió a todos generalmente. Rehusóse a obedecer Valencia, ya bajo la influencia de la desesperación.

Este nuevo mensage hizo apurar más hiel a los que tanto estaban sufriendo. Padecían la vigilia a la intemperie, y en tremenda espera, espera de agonía, de una derrota afrentosa y segura...
A las cuatro, el general montó a caballo, reunió a algunos gefes, les preguntó su juicio, y la mayoría se sometió a su solución. Ella fue que todos se colocaran en sus puntos.

AI alumbrar la primera luz del día 20, todos volvieron con ansia sus ojos al rumbo de San Ángel; y cuando se convencieron de que no había auxilio alguno, varios soldados abandonaron el campo desde entonces, y todos se abatieron profundamente. ¡La derrota estaba casi consumada!

AI amanecer, las fuerzas enemigas avanzaron en tres columnas: una se dirigió a una altura que está a la retaguardia de la loma de Pelon Cuauhtitla, sobre nuestro flanco derecho: otra atacó por San Gerónimo: la otra permaneció en el Mal-Pais, frente del camino recto, y se echó sobre el rancho de Padierna. La primera columna, arrojándose sobre nuestra posición con la mayor celeridad, arrolló la pequeña que se le opuso a las órdenes del general González de Mendoza, y desbordó nuestro campo. El general Valencia quiso contener aquel impulso con nuevas fuerzas; pero envueltas por todas partes, reducidas en instantes a un circulo pequeño; agrupadas, confundidas con las mulas del parque, las mugeres, los trenes y todo, la derrota fue momentánea. Hubo esfuerzos estériles y heroicos que seria una ingratitud callar. El teniente coronel Zires se revolvió luchando con los enemigos: los generales Blanco y García trataban en vano de sostenerse, hasta que los pusieron fuera de combate sus graves heridas. En estos momentos verificó su honrosa retirada de Padierna a Anzado el escaso resto de la brigada de Cabrera.

EI general Valencia condujo alguna fuerza de infantería sobre el enemigo; pero el círculo de fuego de los americanos ceñía como una serpiente nuestras fuerzas, y las ahogaba ya desordenadas, ¡perdidas!

Dos caminos quedaban: uno por las inaccesibles lomas de San Gerónim.o; el otro por el de AnzaIdo, ambos cortados por los amencanos. Los que tomaron el primero, rodaban como un torrente de las alturas, revueltos en tropel, soldados, mulas, caballos sin ginete, heridos que poblaban con sus gritos el aire, y mugeres que dando alaridos, discurrían por todas partes como furias. Toda esta masa informe era atropellada por los enemigos, y a ella asestaban sus tiros los bárbaros vencedores.

AI retirarse también en tropel confuso los que tomaron el camino de Anzaldo, se encontraron con la columna de los americanos que había avanzado, y rompiendo sus fuegos, asesinaba a los nuestros. AlIi algunos de los gefes hicieron tentativas valerosas para rehacerse. Salieron en este lugar heridos varios recomendables militares.

Antes de llegar al puente de corta el camino de San Ángel, anterior a Anzaldo, el general Valencia supo que Santa-Anna no había salido de San Ángel sino hasta las seis y media tomando el rumbo del Olivar, donde se cercioró de la derrota. Entonces, torciendo a la izquierda del puente, tomó por las lomas, con dirección, según dijo, a San Ángel; pero lo disuadieron sus amigos, diciéndole que el general Santa-Anna estaba furioso, y en uno de sus ímpetus había dado orden para que lo fusilasen. AI saber esta noticia, tomó otro rumbo el general Valencia.

En el puente merece una especial y honorífica mención el Sr. general Salas, que en medio del fuego, entre tanto desorden, espada en mano, se colocó a la cabeza de la caballería de Torrejon, detuvo un tanto la dispersión, e intentó cargar sobre el enemigo, hasta caer prisionero cerca del mismo puente.

Tal fue la memorable derrota de Padierna. Cuando se consumó, sonrieron satisfechas la ambición y la envidia, y se vio próxima y casi inevitable la pérdida de nuestra hermosa capital.”
 
La difícil situación del general Valencia lo obligó a retirarse rumbo a Churubusco.

Roa Bárcena (Recuerdos de la Invasión Norteamericana) refiere: "Yo creo que el plan defensivo de Santa Anna era bueno, y que su ejecución habría salvado a la capital; pero creo también que el auxilio eficaz… de Santa Anna a Valencia en los campos de Padierna, habría impedido nuestra derrota, determinado un triunfo, y dado muy diverso y favorable curso a la campaña. ¿Hasta qué punto las malas pasiones… se mezclaron en los cálculos y determinaciones de esos dos jefes que en las primeras horas de una mañana nublada y triste como el porvenir de México, marchaban en direcciones opuestas, ceñudo el rostro y ardiendo el pecho en indignación y odio mutuo, al ver cada cual deshechos por su enemigo sus propios sueños de victoria? ¿Creyó realmente Valencia que de la defensa del punto por él fortificado dependía la salvación de la plaza? ¿Juzgó sinceramente Santa Anna que no podía ayudarle sin exponer la suerte de sus tropas de reserva, y que, supuesta la fatal necesidad de la destrucción del cuerpo del ejército del Norte, su deber como general en jefe consistía, ante todo, en salvar los demás elementos defensivos de la ciudad? ¿Qué parte de responsabilidad cupo a cada uno, dado que los dos la tuvieron, en tan horrible y sangrienta catástrofe que comprometía, acaso para siempre, los destinos de la patria?...

Como consecuencia de la derrota de la división del Norte en Padierna, las tropas norteamericanas avanzarán por el sur y suroeste; finalmente… se harán del control de nuestro territorio hasta la firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.