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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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Las fuerzas expedicionarias españolas al mando de Barradas, invaden el país, pero España ya no tiene posibilidades de restaurar su dominación

26 de Julio de 1829

Las fuerzas expedicionarias españolas desembarcan en Cabo Rojo, cerca de la desembocadura del Pánuco, en Veracruz; son tres mil hombres con suficientes armas y municiones; pretenden recuperar México para la Corona española.

El Brigadier Isidro Barradas los comandaba, procede de Cuba, viene apoyado por Fernando VII y convencido por los emigrados o expulsados españoles de nuestro país de que México quiere volver al mando hispano. Sus planes fallarán desde el principio, pues la flota que los trae se vuelve a La Habana, dejándolos abandonados y sin recursos; al escasear los avíos y monturas, no pueden comprarlos en Tamaulipas. En este lugar emite una proclama dirigida a las tropas mexicanas: “Cuando servíais al rey nuestro señor, estabais bien uniformados, bien pagados y mejor alimentados; ese que se llama vuestro gobierno, os tiene desnudos, sin rancho ni paga. Antes servíais bajo el imperio del orden para sostener vuestros hogares, la tranquilidad y la religión; ahora sois el juguete de unos cuantos fejes de partido, que mueven las pasiones y amotinan a los pueblos para ensalzar aun general, derribar un presidente y sostener los asquerosos templos de los francmasones y yorkinos y escoceses… oficiales, sargentos, cabos y soldados: abandonad el campo de la usurpación: venid a las filas y a las banderas del ejército real, al lado de vuestros antiguos compañeros de armas, que desean, como buenos compañeros, daros un abrazo… a los oficiales, sargentos y cabos se les conservarán los empleos que actualmente tengan, y a los soldados se les abonará todo el tiempo que tengan de servicio, y además, se les gratificará con media onza de oro al que se presente con fusil…”. 

Antonio López de Santa Anna, al enterarse de la invasión, asume la jefatura del ejército de defensa, consigue dinero, ocupa barcos mercantes y de guerra y con mil quinientos hombres zarpará de Veracruz rumbo a Tuxpan donde desembarcará y seguirá hacia Tampico. Mientras tanto, otro cuerpo del ejército al mando de Manuel Mier y Terán, avanzará sobre Tampico, fortificará Altamira, la Hacienda del Cojo y otros lugares y comenzará a combatir a las tropas españolas. Al llegar Santa Anna, abrirá un segundo frente contra los invasores, quienes capitularán tras alguna resistencia.

Tanto Santa Anna como Mier y Terán, se mostrarán generosos ante las capitulaciones, pues permitirán que una flota recoja a los vencidos a quienes se les garantizará ampliamente su vida y sus pertenencias todas; aún los símbolos de jerarquía y dignidad militar, sus espadas, las conservarán y serán atendidos en hospitales mexicanos. “A las capitulaciones entregadas a Santa Anna por los invasores, solamente se agregará una en la que prometen no volver jamás”.

Pese a todo, esta victoria demostrará a España que ya no tiene posibilidades de restaurar su dominación.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.