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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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Se libra la batalla de Palo Alto, cerca de Matamoros, Tamaulipas

8 de Mayo de 1846

Las tropas del general Arista enfrentan al ejército comandado por el general Taylor. En los Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos se lee:

“Nuestras baterías rompen el fuego, que es al punto contestado por la artillería superior del enemigo, situada a seiscientas varas de distancia de nuestra línea: las fuerzas que traía Ampudia siguen acercándose: el 4º regimiento de línea avanza en columna cerrada en el mejor orden: los americanos lo notan y la reciben con un fuego vivísimo de cañón: el 4º no se desconcierta: sereno en un peligro tan grande como en una parada, continúa su movimiento hasta llegar a la línea, donde desplega en batalla a la izquierda del 10º.

EI fuego sigue destructor y mortífero: el enemigo, cuyo objeto principal era pasar para su campo retrincherado de enfrente de Matamoros, se vale de la estratajema de incendiar el pasto que tenía a su frente, para que el denso humo que se levantara ocultase sus operaciones. Transcurre en esto como una hora, pasada la cual, se manda al general Torrejon que cargue con la caballería sobre el ala derecha del ejército contrario. Efectúase este movimiento, que se hizo desfilando por hileras por la izquierda: a cierta distancia del enemigo, y cuando ya se había introducido alguna confusión por lo largo del espacio que se había tenido que atravesar, una voz detuvo la carga, diciendo que las tropas que estaban al frente se nos iban a pasar. Todos los cuerpos se pararon: en aquel instante, las dos piezas que tenían situadas en aquella parte los americanos, hicieron fuego, causando algunos destrozos: el desorden se aumento; y en vez de darse la carga cejo nuestra caballería... No hubo en realidad obstáculo en su transito, pues una ciénega que era necesario atravesar, no obstruía verdaderamente el camino.

EI enemigo que se ha visto amenazado por esta fuerza, destaca para contenerla un batallón y dos piezas de artillería, que hacen considerables estragos. El general Torrejon tiene que retirarse, dando lugar con su conducta a que se hiciera por primera vez a la caballería un cargo que se ha repetido luego otras varias.

También había hecho avanzar Taylor parte de su caballería sobre nuestra derecha. Recibida por dos piezas ligeras, se vio obligada a retroceder, y los fuegos se suspendieron por ambas partes, durante más de un cuarto de hora, al cabo de cuyo tiempo se renovó el cañoneo con más actividad y continuación que antes.

Favorecidos los norteamericanos por el humo del incendio, que era ya entonces espesísimo, se preparan a pasar por nuestra izquierda que quedaba flanqueada con este movimiento: el general en gefe que lo nota lo evita diestramente mandando un cambio de frente a vanguardia sobre nuestra ala izquierda. EI ejército practica esta operación con un orden y disciplina admirables, sin que el horroroso fuego que se le hace desordene un solo momento a aquellos intrépidos soldados, siendo muy de notarse la serenidad y bizarría con que marcaron la nueva dirección los guías, las banderas y los ayudantes. A consecuencia del cambio, nuestra ala derecha quedó a poco menos de tiro de fusil de los enemigos.

La artillería de los norteamericanos, muy superior en número a la nuestra. Hace estragos horrorosos en las filas del ejército mexicano. Los soldados sucumben, no envueltos en un combate en que pueden devolver la muerte que reciben, ni en medio del aturdimiento y arrojo que produce el ardor de la refriega, sino en una situación fatal en que mueren impunemente, y diezmados a sangre fría. Horas enteras se prolonga la batalla bajo tan funestos auspicios: las bajas se aumentan por momentos: las tropas, cansadas por fin de morir tan inútilmente, piden a gritos que se les conduzca sobre el enemigo a la bayoneta, porque lo que quieren es batirse de cerca, y sacrificarse como deben hacerlo los valientes. EI general en gefe no se decide de pronto a complacerlas: entonces se introduce algún desorden en los cuerpos de la derecha, que tratan de retroceder: alIí acude veloz el general Arista: restablece la disciplina: ordena por fin que se dé la carga tan apetecida. Empezaba ya en aquellos momentos a oscurecer. Para ejecutar esta maniobra, el ejército se apoyaba por su izquierda en la caballería de Torrejon, y por su derecha en el Escuadrón Ligero de México y en el regimiento numero 7 que se acababa de colocar allí. Esta fuerza al moverse se echa sobre nuestra infantería, en la que introduce el desorden: desconcertadas nuestras tropas se atropellan unas a otras y no pueden ya llegar hasta los enemigos, pasando solamente a tiro de pistola de sus baterías, que las desorganizan, las destrozan y las obligan a retirarse por la izquierda de nuestra batalla. Contribuyó también muy eficazmente a producir este mal resultado, el que en vez de formar al ejército en columnas para acercarse al enemigo, se Ie hizo avanzar en batalla.

Afortunadamente los americanos no supieron aprovecharse ni aun acaso notaron el desorden de nuestras fuerzas porque ya la noche había cerrado completamente; así es que creyendo el ataque más serio y peligroso, se retiraron al abrigo de sus carros. EI ejército mexicano lo verificó igualmente sobre la colina en que se apoyó en su primera posición.

EI incendio continuaba propagándose: su resplandor siniestro alumbraba el campo, en que poco antes resonaba el estallido del cañón, y en que ahora sólo se oían las sentidas quejas de nuestros heridos. Como la mayor parte de estos lo eran de bala de cañón, estaban horriblemente mutilados: su vista entristecía profundamente, y su desgracia llegaba al estremo de que no podía hacérseles ni la primera curación, porque el médico que llevaba los botiquines, había desaparecido desde los primeros tiros, sin que se supiera dónde los había dejado. No hubo, pues, más arbitrio que mandar a algunos de aquellos a Matamoros, en unas carretas que habían conducido víveres: los demás quedaron abandonados el día 9 en el campo.

Los enemigos estuvieron tan lejos de creer que habían alcanzado un triunfo, que en la noche del 8 tuvieron una junta de guerra, en la que la mayor parte de los gefes opinó por la retirada al Frontón: Taylor insistió en seguir adelante; y a su decisión tenaz se debió que no se efectuara aquella; pero este hecho es la prueba mas clara que pudiera darse de que en la batalla de Palo-Alto quedó bien puesto el honor de nuestras armas.

EI ejército mexicano pasó la noche triste y abatido: aunque el combate había quedado indeciso, reinaba ya un funesto presentimiento de derrota: comenzaba a darse crédito a las voces de traición que circulaban desde antes: se temía de antemano la batalla del siguiente día, porque dominaba la persuasión de que no se iba a luchar para que la victoria se decidiera por el más diestro y el más valiente, sino que la perfidia y la ambición intentaban sacrificar a la república a sus torpes miras, derramando la sangre mexicana”.

Así, los norteamericanos derrotan a los mexicanos, quienes tienen doscientas cincuenta y cinco bajas (102 muertos) contra cincuenta y cuatro de los invasores (11 muertos). Según R. G. Grant (1001 Batallas que cambiaron el curso de la historia) las bajas norteamericanas fueron 5 muertos y 48 heridos; las mexicanas 102 muertos, 129 heridos y 26 desaparecidos. El ejército de Taylor contó con 2,228 hombres y cañones, incluidas dos baterías de piezas de artillería volante de 2,7 kg arrastradas por caballos; los mexicanos eran 3,300 soldados.

En el parte oficial de la batalla de Palo Alto, Arista describe lo sucedido:

 “Llegué frente a Palo Alto como á la una del día y observé que los contrarios entraban a dicho paraje. […] Las fuerzas que tenia a mis órdenes completaban tres mil hombres y doce piezas de artillería, las de los invasores ascendían á tres mil soldados, más que menos, y era superior en artillería, pues contaba con veinte piezas de los calibres de á seis y diez y ocho.

Comenzó la batalla de un modo tal ardoroso que no cesaba el fuego de cañón un momento; en el curso de ella el enemigo quería seguir su camino hacia Matamoros para levantar el sitio a sus tropas […] El general Taylor mantenía su ataque más bien defensivo que ofensivo, jugando su mejor arma, que es la artillería, protegida por la mitad de la infantería y toda la caballería, conservando el resto fortificado en la Resaca, a cosa de dos mil varas del campo de batalla.

Ansiaba por la carga, porque el fuego de cañón hacía muchos estragos en nuestro filas […] El combate fue largo y sangriento […] desde las dos de la tarde, en que comenzó la lucha, hasta las siete de la noche en que terminó, disparándose seiscientos cincuenta por nuestra parte.”

Por su lado, el general Taylor informa a su gobierno: “EI fuego de nuestra artillería era en ese momento de los más destructores: abría espacios a cada momento en las filas de los enemigos y la constancia con que la infantería mexicana resistía este cañoneo, fue un hecho que llamó la atención y admiración de todos.”

Al día siguiente, será librada la batalla de la Resaca de la Palma y de Guerrero.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.