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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Francisco Primo de Verdad y Ramos

1760-1808   

Nació en Ciénega del Rincón, Aguascalientes el 19 de junio de 1760. Realizó estudios de leyes en el Colegio de San Ildefonso, en la ciudad de México, y obtuvo el título de abogado del Real Colegio de Abogados. Fue en 1808 cuando fue designado miembro de la Real Audiencia, donde llegó a ser elegido síndico del Ayuntamiento de la capital.

Dicho ayuntamiento estaba integrado por un total de 25 miembros, 15 de ellos regidores perpetuos que habían comprado o heredado el puesto y seis más honorarios, dos alcaldes y dos síndicos. Todos miembros de la nobleza local, prominentes comerciantes, mineros y letrados. Sus funciones eran judiciales, a cargo de los alcaldes y administrativas, de los regidores.

Además, Francisco Primo de Verdad formó parte de una Junta de Caridad encabezada por el virrey Iturrigaray y patrocinada por figuras como Gabriel Yermo y Pedro Romero de Terreros, para realizar obras como el mejoramiento del Hospicio de Pobres  y el abasto de agua potable a la capital de Nueva España.

Cuando España fue invadida por las tropas francesas de Napoleón Bonaparte, Primo de Verdad y el regidor Juan Francisco Azcárate, enterados del cautiverio de la familia real española y del intento de imponer a José Bonaparte en el trono español, propusieron al virrey Iturrigaray la convocatoria a todos los ayuntamientos de la colonia para integrar un gobierno provisional durante la guerra en Europa. Con motivo de esta guerra, las colonias españolas fueron explotadas profundamente por las autoridades españolas, las que extraían recursos para resistir la embestida napoleónica. Esto generó mucha inconformidad entre los criollos, que sufrieron entonces muchos abusos por parte de los peninsulares.

En España se formaron juntas provinciales que decidieron que mientras permaneciera la invasión francesa cada junta conservaría su soberanía y gobernarían en representación del pueblo. El virrey Iturrigaray propuso seguir ese modelo, conservando la lealtad a la corona española. Su argumento era que por la falta del monarca, la soberanía volvía al pueblo.

Pero los criollos descontentos, como Primo de Verdad, ciertos de que la victoria de Francia era segura, fueron en su propuesta más allá: se pronunciaron por la separación absoluta de España y el desconocimiento de su calidad como Colonia. Esta idea la compartían personajes como el oidor Jacobo de Villaurrutia, el marqués de Uluapa, el marqués de Rayas, el conde de Medina y el conde de Regla, así como don Melchor de Talamantes. Varios de ellos se presentaron ante el virrey para pedirle que asumiera el gobierno de Nueva España antes de que Francia reclamara ese derecho. En pocas palabras, proponían la independencia de la Nueva España.

Vicente Riva Palacio (El Libro Rojo) relata el hecho: “Verdad, era un abogado insigne en el foro mexicano, dotado de una gran elocuencia y de un extraordinario valor civil. Habló, habló, pero con todo el fuego de un republicano; habló de patria, de libertad, de independencia, y por último proclamó allí mismo, delante del virrey y del arzobispo y de la audiencia, y de los inquisidores, el dogma de la soberanía popular. Aquella fue la primera vez que se escuchó, en reunión semejante, la voz de un mexicano llamando soberano al pueblo”.

Sin embargo, la Real Audiencia obligó al virrey Iturrigaray a retractarse y mantenerse fiel a la familia real legítima. Esto fue publicado en la Gaceta de México en julio de 1808.

Pese a ello, Primo de Verdad, Talamantes y Jacobo de Villaurrutia insistieron en su propuesta: crear un congreso de notables novohispanos que asumiera el gobierno de la Nueva España, ya que de acuerdo con las Leyes de Partida de Alfonso el Sabio, con los escritos de Francisco Suárez y con autores franceses relevantes, a falta de rey, la soberanía regresa al pueblo y éste debe gobernarse a sí mismo.

En este tenor, Primo de Verdad propuso al virrey que dado que "dos son las autoridades legítimas que reconocemos, la primera es de nuestros soberanos, y la segunda de los ayuntamientos", a falta de rey, convocara a juntas a todos los ayuntamientos de la Nueva España para formar un gobierno provisional legal e independiente a salvo del dominio francés.

Empero la Real Audiencia, que estaba integrada mayoritariamente por españoles peninsulares, pronto se dieron cuenta de lo que ello significaba y rechazaron categóricamente las propuestas de los criollos.

En un contexto conflictivo y confuso, el 15 de septiembre de 1808 se dio una rebelión de españoles encabezados por Gabriel de Yermo en contra del virrey Iturrigaray, a quien apresaron y acusaron de intentar sublevarse contra la corona española. Ese grupo de españoles preferían esperar lo que pudiera ocurrir con la detención de Fernando VII y no convocar a las juntas provinciales que gobernarían en representación del pueblo en tanto España estuviera bajo la ocupación francesa. Iturrigaray y su familia fueron apresados, mientras los españoles rebeldes nombraron como nuevo virrey a Pedro Garibay, un anciano que les sirvió de parapeto perfecto.

Pero no sólo fueron aprehendidos el virrey, su esposa y sus hijos, sino también quienes habían manifestado la idea independentista: Primo de Verdad, Francisco Azcárate, el abad de Guadalupe José Neye de Cisneros, el canónigo José Mariano Beristáin, el licenciado José Antonio del Cristo y fray Melchor de Talamantes, quienes fueron recluidos en las cárceles del arzobispado en la ciudad de México. En una celda de ese lugar, el 4 de octubre siguiente, fue encontrado muerto Francisco Primo de Verdad y Ramos, colgado de una viga o según Riva Palacio, de un gran clavo fijado en una de las paredes de su celda, o envenenado como también se dijo. Se asegura que fue asesinado por los españoles que se hicieron cargo del gobierno colonial. Fue sepultado en el sagrario de la basílica de Guadalupe.

 


Su asesinato, junto con la aprehensión del virrey Iturrigaray, en lugar de ahogar, alentó la rebelión de Independencia.

En diversos panfletos y publicaciones insurgentes, Yermo fue señalado como el gachupín más feroz y sanguinario, pero su crimen quedó sin castigo; en 1810, cuando Hidalgo amagaba a la capital del virreinato, Yermo puso a las órdenes del virrey Venegas, 279 lanceros provenientes de sus haciendas de Jalmolonga, San Gabriel y Temisco, los cuales participaron en la batalla del Monte de las Cruces. En 1820, Yermo publicó un diario acerca de sus “benévolas obras”, de la acusación de haber amasado su fortuna mediante la usura y de sus acciones contra la insurgencia; buscó en la Biblia burdos argumentos para su defensa; justificó su participación en la aprehensión del virrey, de la que resultó el asesinato de Francisco Primo de Verdad, como una medida de “salvación del caos” y logró que su actuar quedara en absoluta impunidad.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

Efeméride. Nacimiento 19 de junio de 1760. Muerte 4 de octubre de 1808.