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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Poinsett Joel Roberts

1779-1851

Descendiente de los calvinistas Pierre Poinsett y Sara Fouchereau, llegados a las colonias inglesas de América en 1685, Joel Roberts Poinsett nació en Charleston, Carolina del Sur, Estados Unidos, el 2 de marzo de 1779. Fue educado por su padre, médico, y por el reverendo J.H. Thompson. En 1794 ingresó a la academia de Timothy Dwigth en Greenfiel Hill, Connecticut. Después viajó a Inglaterra, en donde realizó estudios de química, farmacia, anatomía y cirugía en la Facultad de Edimburgo para ser médico como su progenitor. Por razones de salud fue a Lisboa, y de Oporto volvió a Inglaterra. No fue admitido en la Academia Militar de Woolwich por su mala salud, pero pagó a un maestro para que le enseñara las disciplinas militares.

A su regreso a Charleston estudió derecho con H. W. Saussure por consejo paterno, pese a que deseaba seguir la carrera de las armas. Muerto su padre en 1803, recibió una jugosa herencia que le permitió vivir cómodamente. Fue a Italia y Suiza, y en este último país llegó a luchar por la independencia de los cantones suizos. Viajero incansable, regresó a su país, para después recorrer durante varios años otros países más, entre ellos Canadá, otros de Europa y Rusia, donde incluso fue invitado a las recepciones de la Corte del zar Alejandro I y casi logró su sueño de ser militar. Tras otras largas travesías, pasó por Prusia y Francia antes de regresar a su tierra natal en 1809.

Para 1810 era “el americano mejor informado de política europea”, al tanto de las ambiciones británicas y francesas sobre las posesiones americanas de una España decadente. En esa misma carrera por los despojos de un imperio en desintegración, se encontraban los Estados Unidos, cuya inminente guerra con Inglaterra y su creciente expansionismo, requerían de información estratégica de las colonias españolas y en su momento, hacerlas firmar a su favor tratados de comercio con aquellas que se independizaran. Nadie mejor para desempeñar esta misión que Poinsett.

Fue entonces cuando comenzó su carrera diplomática, al ser designado por el presidente norteamericano James Madison agente especial (secreto) en la América del Sur. Sus instrucciones fueron exponer a los insurgentes latinoamericanos las ventajas de comerciar con los Estados Unidos, independientemente de la forma de gobierno que adoptaran y de sus relaciones con Europa. Así viajó a Brasil, en donde el ministro americano lo recomendó a la Junta de Buenos Aires, disfrazado de súbdito británico; pero los ingleses lo descubrieron: “Está en América Latina el personaje más sospechoso de Norteamérica”. Como Argentina era pro británica, Poinsett sólo logró la rebaja de algunos impuestos aduanales y que el comercio norteamericano se equiparara al inglés.

Sin embargo, obtuvo ya un nombramiento oficial de cónsul y viajó a Chile en diciembre de 1811, en donde logró una amistad estrecha con José Miguel Carrera, presidente de la Junta de Gobierno y pudo hacer que los chilenos proclamaran su independencia el 4 de julio siguiente, para hacerla coincidir con la norteamericana. Ahí aprendió a hablar el español y ganó influencia entre los grupos independentistas, pese a la pretendida neutralidad de los Estados Unidos en los conflictos de España con sus colonias. Al lado de José Miguel intervino en todos los asuntos chilenos: en la guerra, en los cultivos, en la fundación de un banco; inclusive en su residencia se redactó un proyecto de constitución en octubre de 1812. Pero ante el arribo de los realistas peruanos y el confinamiento de José Miguel, salió huyendo de Santiago a Buenos Aires en abril de 1814, cargando el rechazo de los opositores a José Miguel y descreditado por los ingleses. Por ello, derrotado, tuvo que regresar a Charleston en mayo de 1815; el presidente Monroe le agradeció sus servicios.

Entonces continuó viajando por los Estados Unidos y dada la experiencia adquirida en Latinoamérica, el gobierno norteamericano empezó a pedirle consejo acerca de la situación de los países en los que había fungido como agente o cónsul.

En 1820, como diputado en el Congreso federal, apoyó el mensaje del presidente James Monroe por el que reconocía la independencia de las nuevas repúblicas americanas, rechazaba el establecimiento de monarquías europeas y establecía el principio de “América para los americanos”.

En septiembre de 1822 viajó a México en misión secreta para conocer a fondo la situación política del país bajo el imperio de Agustín de Iturbide, quien le había negado la entrada al país porque creía que la intensión de Poinsett era el establecimiento de un gobierno republicano en México. Sin embargo, Antonio López de Santa Anna, le permitió ingresar por Veracruz y le proporcionó una escolta para trasladarse a la capital. Sólo traía un documento escrito: una “inocente” carta de alabanzas suscrita por Henry Clay para Iturbide; sus instrucciones no escritas eran ensanchar por cualquier medio que encontrara el territorio norteamericano a costa del mexicano.

Así comenzó a informar minuciosamente a Washington sobre la situación reinante en el Imperio y del potencial de la nueva nación para convertirse en potencia rival o enemiga.

Poinsett se mezcló con gente de diversa condición económica y social; estudio cómo funcionaban las nacientes instituciones y la situación económica y hacendaria del nuevo gobierno. Como agente confidencial se entrevistó con el secretario de Relaciones Exteriores José Manuel de Herrera, y con el ministro de Colombia, Miguel Santa María, recientemente expulsado de su país.

También conversó con el propio emperador Iturbide. Escribió en sus Notas: “Hoy en la mañana fui presentado a Su Majestad. […]  El Emperador estaba en su gabinete y nos acogió con suma cortesía. Con él estaban dos de sus favoritos. Nos sentamos todos y conversó con nosotros durante media hora, de modo llano y condescendiente, aprovechando la ocasión para elogiar a los Estados Unidos, así como a nuestras instituciones, y para deplorar que no fueran idóneas para las circunstancias de su país. Modestamente insinuó que había cedido, contra su voluntad, a los deseos de su pueblo y que se había visto obligado a permitir que colocara la corona sobre sus sienes para impedir el desgobierno y la anarquía. […] Su estatura es de unos cinco pies y diez u once pulgadas, es de complexión robusta y bien proporcionado; su cara es ovalada y sus facciones son muy buenas, excepto los ojos que siempre miran hacia abajo o para otro lado. Su pelo es castaño, con patillas rojizas, y su tez es rubicunda, más de alemán que de español. […] No pienso repetir las versiones que oigo a diario acerca del carácter y de la conducta de este hombre [...] Antes de la ultima revolución, en la que triunfó, tuvo el mando de una pequeña fuerza al servicio de los realistas y se le acusa de haber sido el más cruel y sanguinario perseguidor de los patriotas y de no haber perdonado nunca a un solo prisionero. Sus cartas oficiales al virrey comprueban este hecho. […]..en una sociedad que no se distingue por su estricta moral, él se destacó por su inmoralidad. Su usurpación de la autoridad principal fue de lo más notorio e injustificado y su ejercicio del poder ha sido arbitrario y tiránico. De trato agradable y simpático, y gracias a una prodigalidad desmedida, ha atraído a los jefes, oficiales y soldados a su persona, y mientras disponga de los medios de pagarles y recompensarles, se sostendrá en el trono. Cuando le falten tales medios, lo arrojarán de él. Es máxima de la historia que probablemente se ilustre una vez más con este ejemplo, que un gobierno que no está fundado en la opinión pública, sino establecido y sostenido por la corrupción y la violencia, no puede existir sin amplios recursos para pagar a la soldadesca y para mantener a sus pensionados y partidarios. Sabedor del estado de sus finanzas y de las consecuencias probables para él de la falta de fondos, está desplegando grandes esfuerzos para negociar empréstitos en Inglaterra, y tal es la ceguera de los hombres adinerados de ese país, que es posible que logre su objeto. […] Entre todos los gobiernos de la América española existe un deseo muy fuerte de conciliar a la Gran Bretaña y aunque el pueblo mismo en todas partes siente mayores simpatías por nosotros, los gobiernos intentan uniforme y ansiosamente instituir relaciones diplomáticas (con los ingleses)…

El 31 de octubre siguiente, cuando Iturbide disolvió el Congreso, Poinsett visitó a los diputados presos en Santo Domingo, entre ellos Fagoaga, Herrera y Tagle. Y dos días más tarde estuvo presente en la instalación de la nueva Junta instituyente y de viva voz de Iturbide, se enteró de que México estaba en quiebra. Era la oportunidad que buscaba y al día siguiente consiguió hablar con Iturbide en compañía del Sr. Taylor, cónsul de su país, y dos marinos de la corbeta John Adams. Sin más testigos planteó el asunto de los límites territoriales, pero Iturbide lo remitió con el ministro de Hacienda Juan Francisco Azcárate y Lezama, quien declaró años después que a instancias de Iturbide, había conversado largamente con Poinsett, quien le descubrió el proyecto que tenían los Estados Unidos de comprar Texas, tal como se había hecho con la Luisiana y las Floridas. Para continuar las pláticas, Azcárate solicitó a Poinsett se acreditara, a lo que éste contestó: “No vengo con carácter oficial. Soy un viajero que manifiesta francamente sus opiniones”.

La oferta estaba planteada y Poinsett se dedicó a estudiar la historia de México, a observar sus contradicciones políticas, a recorrer calles y monumentos, a participar en la vida de la ciudad, aprovechando su dominio del español. Respecto a los mexicanos, Poinsett concluyó que "es necesario tomar medias para educarlos y distribuir tierras entre ellos, antes de que se puedan considerar como parte de un pueblo que vive bajo un régimen de libertad". Además, logró la devolución de capitales norteamericanos tomados por Iturbide y la liberación de sus connacionales filibusteros seguidores de James Long, mercenario al servicio de la corona española que trató de tomar Texas. A continuación partió a Guanajuato y a Tampico.

Al enterarse de la rebelión republicana de Santa Anna, informó a Washington: “Iturbide no podrá sostenerse muchos meses más en el trono… reconocer al Emperador en las circunstancias actuales, sería darle ventaja sobre el partido republicano… lo que equivaldría a ir contra los sentimientos de las mayorías de la nación..” Cumplida la misión encubierta que le encomendaron, salió a La Habana rumbo a su país.

Debido a su conocimiento del país, el 1º de junio de 1825 Poinsett fue designado por el presidente John Quincy Adams enviado plenipotenciario en México, con facultades amplias para negociar tratados de límites y de comercio. Sus instrucciones eran: "Hacer adeptos hacia el sistema democrático estadunidense; defender la Doctrina Monroe contra la tendencia mexicana de concertar alianzas con Europa; vindicar el prestigio de los Estados Unidos en donde hubiese, velado o manifiesto, protectorado británico; insistir en el principio de 'la nación más favorecida' comercialmente, cuando el gobierno de México otorgara concesiones recíprocas a los estados hispanoamericanos; protestar en contra de cualquier ley perjudicial al comercio de Norteamérica; oponerse a los ardientes intentos de México sobre Cuba; y adquirir territorio mexicano en el momento más oportuno". (Iturriaga José N. Cinco siglos por el Estado de Hidalgo).

El 25 de julio siguiente presentó sus credenciales al presidente Guadalupe Victoria. Para entonces, ya se le habían adelantado sus competidores: el plenipotenciario inglés Sir Henry George Ward y el embajador francés Mourier. Además, sabía que el presidente Victoria era proclive a los ingleses y no tenía mucha simpatía por los norteamericanos.

Al momento que Poinsett regresó como embajador en México, los Estados Unidos habían iniciado ya su expansionismo a costa de sus vecinos: compraron la Luisiana a los franceses y a los españoles las Floridas, disputaron con los británicos de Canadá, avanzaron al sur sobre el territorio indio y al surgir México a la vida independiente, ambicionaron sus vasto territorio para llegar al Océano Pacífico. Creían en su “destino manifiesto”, un derecho concedido por Dios a los norteamericanos blancos de habla inglesa para ocupar y “civilizar” con su democracia y sus altos ideales protestantes a los territorios deshabitados o poblados por nativos, o mestizos y españoles católicos.

Para Gastón García Cantú (Las invasiones norteamericanas en México) al hacerse de la Luisiana, “ya habían aplicado los Estados Unidos una política fielmente seguida a través de los años de la expansión territorial: primero, la colonización, el desbordamiento de las familias; después, las gestiones diplomáticas, arguyendo derechos imaginarios; más tarde, fomentando la sublevación de los residentes o proponiendo la compra del país; a veces, empleando todos esos medios para agrandar su nación… La diplomacia norteamericana -negociaciones y amedrentamientos, amenazas y despojos a los países más débiles- habría de ejercerse en México a través de Joel R. Poinsett”.

La presencia de Poinsett en México, así como la del inglés Ward representaba la avanzada del imperialismo de Estados Unidos e Inglaterra, y ambos compitieron por ganar la mayor ventaja para sus países sobre el naciente Estado Mexicano, llegar a ser “la nación más favorecida”. Así, desde su llegada a México, Poinsett intentó contrarrestar la intervención inglesa en la política mexicana, por lo que denunció la influencia del ministro de la Gran Bretaña Ward en los asuntos internos del país y defendió la doctrina Monroe de “América para los americanos”. Además, diez días después de su llegada, se opuso al tratado de comercio que por conducto de Ward ofreció Inglaterra a México, y a cambio intentó concertar un tratado de amistad y de comercio (para aislar a los países hispanoamericanos entre sí) y otro de límites entre México y Estados Unidos (para asegurar la expansión territorial de Norteamérica al sur). Asimismo, debía parar las intenciones de México de liberar a Cuba, también objeto de la ambición norteamericana.

Traía instrucciones de Martin Van Burén, secretario de Estado del presidente Jackson de comprar Texas por la cantidad de cuatro millones de dólares y si lo consideraba indispensable, de subir la oferta hasta cinco millones. "El valor comparativamente pequeño para México, del territorio en cuestión; su remota y desconectada situación; la desarreglada condición de sus negocios; el reprimido y languidecerte estado de sus finanzas; y la todavía y en estos momentos, particularmente, amenazante actitud de España, todo se conjunta para señalar y recomendar a México el que se desprenda de una porción de su territorio que le es de muy limitado y problemático beneficio, a fin de proveerse de los medios necesarios para defender el resto con las mayores probabilidades de buen éxito y con las menores cargas onerosas para sus ciudadanos. Al gobierno federal de México, en el caso de adoptar esta política, es al que corresponde juzgar si está dentro de sus atribuciones constitucionales el hacer la cesión. Es de creerse que ninguna duda puede surgir al respecto, si se logra obtener el consentimiento del estado de Coahuila; y si las consideraciones que nosotros nos hacemos sobre los verdaderos intereses de la República Mexicana no están fundadas en un error, es de suponerse que tal consentimiento no será negado”.

Sin embargo, Lucas Alamán, secretario de Relaciones Exteriores, rechazó lo anterior, por lo que continuaron los límites según el tratado Adams-Onís firmado por Estados Unidos y España en 1819.

Escribe sobre estos hechos William Jay (Revista de las causas y consecuencias de la guerra mexicana): "El Presidente Jackson se sometió completamente a los designios de los esclavistas, y el 25 de agosto de 1829, Mr. Poinsett, Ministro de los Estados Unidos en México, recibió instrucciones de ofrecer cinco millones de dólares por el Estado de Texas. Aunque esta postura excedía en mucho a la anterior, fue rechazada al momento. El ofrecimiento fue, según cierto periódico mexicano, repetido poco después: Cuando Poinsett se enteró de que su oferta suscitaba serias objeciones, todavía se atrevió a insultar a la nación proponiéndole un préstamo de diez millones, como lo haría cualquier usurero, en hipoteca sobre Texas, proposición insidiosa cuyo propósito verdadero era llenar el territorio de Texas con angloamericanos y con esclavos, para quedarse con él después a toda costa”.

El fracaso de Mr. Poinsett en su empeño por obtener de México el compromiso de entregar a los esclavos que se fugaran de sus amos, dio nuevo impulso a los esfuerzos de los esclavistas para apoderarse de Texas".

Sus competidores ingleses y franceses aprovecharon estas ofertas para exhibir la ambición territorial de los Estados Unidos en contra de México.

Entonces Poinsett cabildeó a través de Lorenzo de Zavala en la Comisión de Colonización del Congreso mexicano para que se aprobara que los estados de la Federación pudieran otorgar concesiones de tierras, dándose por ello posibilidad para que el estado de Coahuila y Texas autorizara las solicitudes de los nuevos colonos sin la vigilancia política del gobierno nacional. Así logró que se relajaran aun más los requisitos de colonización, con lo cual, la entrada a Texas de inmigrantes norteamericanos, con sus esclavos negros, se desbordó, junto con la especulación y el traspaso ilegal de tierras.

Así apoyó Poinsett la colonización de Texas por norteamericanos e insistió, en varias ocasiones, en la compra de Texas a cambio de cinco millones de dólares. Pero el gobierno mexicano siempre rechazó la oferta. Años después, en 1848, en sus observaciones a los Tratados de Guadalupe-Hidalgo, por los que México perdió más de la mitad de su territorio, Manuel Crescencio Rejón recordará: "hace veinticuatro años que el gobierno de los Estados Unidos empezó a hacer diligencias porque le vendiéramos nuestra vasta provincia de Tejas; y cuando hasta ahora... le hemos visto proclamarse dueño de ella a la faz del mundo, extender sus límites alzándose con otra porción considerable de nuestros terrenos, declarar a la república la guerra... perdimos al fin la mitad de nuestro territorio... Rechazadas sus propuestas de compra que hizo en los años de 1825 y 1827... acudió a otro medio para hacerse de la referida provincia...".

Otra línea de acción política de Poinsett fue formar banderías y ponerlas a pelear para sacar provecho del río revuelto. Así emprendió la vigorización de las logias masónicas yorquinas para oponerlas a la logia escocesa, fundada por Manuel Codorniú, médico de O'Donojú, y apoyada por Ward, que era moderada, ni anticlerical ni antiespañola; mientras los yorkinos tendían hacia el liberalismo radical, proponían combatir el fanatismo (anticatolicismo), y rechazaban lo español.

Poinsett fue uno de los principales promotores de la formación y legalización de las logias masónicas del rito de York, dependiente de la "Gran Logia de Filadelfia". El 14 de octubre de 1825 en un comunicado Poinsett señaló "...con el propósito de contrarrestar el partido fanático en esta ciudad, y, si posible fuera, difundir los principios liberales entre quienes tienen que gobernar al país, ayudé y animé a cierto número de personas respetables, hombres de alto rango y consideración, a formar una Gran Logia de Antiguos Masones Yorkinos...". Vicente Guerrero, Miguel Ramos Arizpe y Lorenzo de Zavala, quien editó en 1828 el "Manifiesto de los principios políticos del Excmo. Sr. D. J. R. Poinsett", estuvieron entre los “hombres de alto rango” que pertenecieron a esa logia.

Asimismo, cabildeó exitosamente con el mismo presidente Victoria, para que desechara todo intento de marchar desde Yucatán o Veracruz para invadir a Cuba.

Pero los masones escoceses comenzaron a crearle un ambiente muy adverso: lo acusaron de participar en el complot del Padre Arenas y supieron desatar la antipatía popular sobre Poinsett, al grado de que la consigna ¡Afuera Poinsett! pasaba de boca en boca por todos lados, hasta que dos legislaturas pidieron su expulsión al presidente Victoria. Entonces Poinsett publicó en su defensa un panfleto titulado “Exposición de la conducta política de los Estados Unidos para con las nuevas repúblicas de América”. No bastó porque se dio un motín y fue apedreada su casa. Poinsett desplegó su enseña patria diciendo: “esta es la bandera de la nación a cuyo ejemplo debe México su libertad”; enseguida la multitud fue dispersada por un piquete de caballería.

En abierta intromisión en los asuntos del país, Poinsett participó en el motín de la Acordada del 30 de noviembre de 1828, encabezado por Vicente Guerrero y Lorenzo de Zavala para impedir que Gómez Pedraza asumiera la presidencia de la República. En la refriega, el mercado del Parián, cuyos comerciantes eran españoles en su gran mayoría, fue saqueado por gente del pueblo azuzada por antiespañolistas. Guerrero ganó y asumió la presidencia, pero a pesar de su probada honradez, gran popularidad y del apoyo de Poinsett, no pudo formar un gobierno estable y el 16 de diciembre de 1829 fue declarado por el Congreso incapacitado para gobernar.

La opinión pública volvió a clamar por la expulsión de Poinsett y por la destitución de Zavala por la influencia que habían ejercido sobre Guerrero, por lo que la legislatura nacional acordó el retiro del primero, pero fue hasta julio de 1829 cuando el secretario de Relaciones, José María Bocanegra, oficialmente lo solicitó al gobierno estadounidense, quien lo concedió. Poinsett salió del país hasta el 3 de enero de 1830. Entonces escribió al presidente Jackson estas proféticas palabras: “aunque no existe la más remota posibilidad de obtener Texas mediante compra, se están fraguando las causas que la llevarán a formar parte de la Unión Americana”.

Poinsett, después de entregar sus observaciones y estudios al Departamento de Estado en Washington, hizo imprimir lo que no tenía carácter de confidencial y reservado en su famoso libro Notes on México, en el que salvo la referencia a Iturbide y una breve historia de México que incluye, sólo toca de lado la política, y se dedica a la geografía, monumentos, estadísticas, costumbres y anécdotas de viaje, que recabó y vivió en México. Más importante es que se le atribuya haber proporcionado a Prescott el material para que escribiera su obra “La conquista de México”, que sirvió de inspiración a la estrategia de la invasión norteamericana que culminó con el mayor despojo territorial que país alguno haya sufrido.

Tras regresar a su país, introdujo allá el cultivo de la flor mexicana de la Nochebuena, a la que nombró “poinsetia”. Casó con Mary Izard Pringle en 1833, y el 5 de marzo de 1837 fue nombrado secretario de Guerra del gobierno de Martin Van Buren, cargo en el que se ocupó del desalojo de los indios más allá del Mississippi y de la guerra contra los indios Seminolas; asimismo, redujo la fragmentación del ejército mediante su concentración en determinadas localidades y equipó a los regimientos de artillería con cañones ligeros. En 1841 se retiró a su plantación de Georgetown, Carolina del Sur.

En 1842 fue un entusiasta promotor de la anexión de Texas a los Estados Unidos.

Fue fundador del National Institute for the Promotion of Science and the Useful Arts, hoy Smithsonian Institution.

Murió cerca de Statesburg, Carolina del Sur, el 12 de diciembre de 1851, agobiado por la tuberculosis que padeció toda su vida.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

Efeméride Nacimiento 2 de marzo de 1779. Muerte 12 de diciembre de 1851.