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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Fray José Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra

1763- 1827  

Hijo de José Joaquín Mier y Noriega y Antonia Guerra e Iglesias, nació en Monterrey, Nuevo León, el 18 de octubre de 1763. Su padre fue regidor y alcalde ordinario, e incluso por algún tiempo gobernador interino de la provincia del Nuevo Reino de León. Integrante de la alta burguesía fronteriza, se sabe poco de su infancia; donde se retoma el hilo de su biografía es a sus 16 años, cuando abandonó Monterrey para ingresar en la Orden de Santo Domingo. Estudió filosofía y teología en el Colegio de Porta Coeli, ordenándose sacerdote. Obtuvo el grado de doctor en Teología en la Universidad de México. Estudioso de la historia, también se distinguió por ser un buen orador.

Dada su gran reputación como predicador, en 1794 fue comisionado para pronunciar el sermón anual del 12 de diciembre en el Tepeyac, en honor de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. En aquel sermón expuso que Santo Tomás ya había estado en estas tierras evangelizando antes de la llegada de los españoles; afirmó que la imagen guadalupana se había plasmado en la capa de Santo Tomás y no en la tilma de Juan Diego, y que los indios ya cristianizados habían adorado la imagen de la virgen durante 1750 años en el Tepeyac, donde el apóstol había construido su iglesia; más, al cometer apostasía los indígenas, la imagen fue escondida, y la Virgen se había aparecido a Juan Diego para revelarle su localización. Entonces la imagen estaba estampada sobre una tela del siglo I, no en la tilma de Juan Diego. Además, afirmó que Santo Tomás era Quetzalcóatl y que los indios conocían los dogmas fundamentales del cristianismo.

Señala Enrique Krauze (La Presencia del Pasado): “Su afirmación ofendía al guadalupanismo mexicano, pero en otro sentido era revulsiva: ya no sólo compartía con Bartolomé de las Casas, Sigüenza, Boturini y Clavijero, a quien no conocía, la visión universal del mundo precolombino sino que, eludiendo simbólicamente los siglos virreinales, transfería desde el púlpito la legitimidad cristiana a la cultura tolteca, vinculando ambas con la figura central de la identidad religiosa mexicana: la virgen de Guadalupe.”

Al romper con la tradición, su sermón le valió la protesta popular y la reclusión en su celda. Una comisión que examinó sus documentos determinó que “ha engañado al pueblo con falsos documentos y ficciones”, y que su sermón era “un tejido de sueños, delirios y absurdos.”

Tras ello, el arzobispo Núñez de Haro sentenció a Mier a diez años de exilio y confinamiento en el convento dominico de Caldas, en las colinas de Santander, España, pese que se había retractado. Además fue condenado a perpetua inhabilidad para la cátedra, el púlpito y el confesionario, así como a la pérdida del título de doctor. De esa manera Mier salió del país en 1795, y sólo regresaría 21 años después.

En Europa, Mier aumentó sus conocimientos teológicos, de teoría política y de historia mexicana. Allá entró en contacto con hombres como José Blanco White, Simón Rodríguez y el obispo francés Henri Grigoire.

El Consejo de Indias lo condenó a permanecer en un convento de Salamanca; fray Servando intentó huir, no lo logró y su prisión pasó a ser el convento franciscano de Burgos. Escapó y pudo salir de España y refugiarse en Francia en 1801. En París, fundó una pequeña escuela de castellano y conoció a Lucas Alamán. Posteriormente viajó a Roma, en donde fue nombrado teólogo de las Congregaciones del Concilio de Trento e Inquisición Universal y Protonotario Apostólico. Al regresar a España fue detenido en Madrid por escribir una sátira en defensa de México, y encarcelado en la Casa de los Toribios de Sevilla. Logró escapar a Portugal en junio de 1804, en donde consiguió el empleo de secretario del cónsul de España. Posteriormente el Papa lo nombró su prelado doméstico por haber convertido a la fe católica a dos rabinos.

De nuevo regresó a España, donde fue capellán del regimiento de los Voluntarios de Valencia en contra de Napoleón. Ahí, además de estar presente en varias batallas, escribió su Proclama de los Valencianos del Ejército de Cataluña a los del Ejército de Valencia. Cayó prisionero de los franceses en Belchite, pero logró huir. Fue recomendado a la Junta de Sevilla por el general Joaquín Blake para una canonjía o dignidad en la Catedral de México. Después se trasladó a Londres, en donde colaboró en El Español, publicación en la que se defendía la independencia de Hispanoamérica, y en el “Semanario Patriótico Americano”, donde dio a conocer un texto que se volvió famoso entre los insurgentes: Carta de un americano. Fue entonces cuando supo de la agitada situación política de Nueva España, donde se había desatado un movimiento de insurgencia debido, por un lado, al descontento de los criollos por el maltrato que les daban las autoridades virreinales, y por el otro, a la falta de un monarca legítimo en el trono de España por la invasión napoleónica.

Lo anterior lo llevó a apoyar el movimiento de independencia que lo estimuló a escribir y publicar, entre los años de 1811 a 1813, y bajo seudónimo, la Historia de la Revolución de la Nueva España para desmentir las versiones distorsionadas con las que se desprestigiaba a los insurgentes y dar a conocer las razones de su lucha. La obra contiene 14 libros divididos en dos tomos. Los primeros siete describen la situación política de España derivada de la invasión napoleónica y sus consecuencias en Nueva España. A partir del libro VIII, se da cuenta de las campañas insurgentes y se justifica, con conceptos jurídicos y políticos, el inicio del movimiento independentista como un resultado de los abusos y crueldades de la conquista española sobre los indígenas. Al final se incluyen los documentos probatorios de sus afirmaciones. “La autoridad de la España sobre América tarde ó temprano debe tener un fin. Así lo quiere la naturaleza, la necesidad y el tiempo… La naturaleza no ha creado un mundo para someterlo á los habitantes de una península en un otro universo. Ella ha establecido leyes de equilibrio que sigue constantemente en la tierra como en los cielos”, concluye Mier en su libro.

En Londres conoció a Francisco Xavier Mina, quien pensaba que en América se había de liberar a Europa, pues con el dinero de América se financiaba el despotismo; creía que España no perdería con la independencia de sus colonias, sino ganaría como lo había hecho Inglaterra al acceder a liberar las suyas. Así participó en la organización de una expedición para llevar tropa, armamento y dinero a América, la que partió el 15 de mayo de 1816 hacia Estados Unidos para desde ahí, atacar Nueva España y unirse con los insurgentes mexicanos.

Mier relata en su Manifiesto Apologético lo sucedido en el “nuevo” Soto La Marina: “Cuando me vi desembarcado allí, el 21 de abril de 1817, al año puntualmente de haber salido de Londres, quedé asombrado. Desembarcar en Nueva España con un puñado de gente era un despropósito, pero hacerlo en Provincias Internas, pobres, despobladas y distantes 200 leguas del teatro de la guerra, era un absurdo. No digo yo, Mina tampoco ignoraba el estado de las cosas porque en saliendo de Gálveston leímos la correspondencia interceptada a un correo de Tampico para España. A mi reconvención contestó que contaba con sus paisanos, como si los españoles fueran los mismos que en España. ‘Con doce hombres –me dijo- comencé allá, y no saldré de acá aunque me vea solo con mi fusil al hombro’. Yo me habría reembarcado, como cincuenta americanos del norte que igualmente sorprendidos se fueron por tierra con el coronel Pery a la Luisiana, si aquel joven, temerariamente valiente, no hubiese, a lo Cortés, mandado echar a pique un transporte, dejando otro abandonado… El nuevo Soto La Marina, al cual Mina marchó inmediatamente, se reduce, a algunas chozas, o como llaman, jacales”  

Ante tal situación, Mier decidió no marchar con Mina a  internarse más en territorio de Nueva España en busca de los insurgentes mexicanos, sino permanecer en el improvisado fuerte que construyeron a partir de su desembarco.

Sin embargo, en la aventura resultó apresado por las tropas realistas en junio de 1817, cuando después de resistir unos días, capituló el fuerte ante la falta de víveres y municiones y las constantes bajas por muerte, herida o deserción, así como por el indulto que ofrecía el realista Arredondo. Mier se acogió al indulto, pero el virrey lo calificó de apóstata. “Parece que no saben pelear los sátrapas de América sino con injurias y calumnias, como las mujeres y los cobardes”. Por su parte, Arredondo y su tropa se dedicó al pillaje y degüello de los vencidos sin respetar los términos de la capitulación y sin oír los reclamos de Mier a sus acciones, “pero los militares, como los mahometanos en defensa de su ley, presentan por toda razón la cimitarra”. Estuvo a punto de ser fusilado: “Lo que debía haber hecho Arredondo con ese Padre era pasarlo por las armas. Que si hubo capitulación, etc., así como así nada se cumple; acá se lo hubiéramos aprobado y no enviarnos este engorro”, dijo el secretario del virrey cuando Mier llegó preso a México. Lo  encerraron primero en el castillo de San Carlos de Perote, y después en los calabozos de la inquisición hasta 1820.

Mier escribió un soneto:

Tuve indulto y capitulación
en Soto, y mi equipaje me robaron,
y por traerme con grillos me estropearon
un brazo. De ahí fui a la Inquisición.
Sin otra causa que disposición
del gobierno, tres años me encerraron,
y a esta cárcel por fin me trasladaron
con la misma incomunicación.
¿Cesó la Inquisición? No, cesó el local,
varióse el nombre con el edificio:
es hoy Capitanía General
lo que antes se llamaba Santo Oficio.
Con la Constitución todo es lo mismo,
Mudóse el nombre, sigue el despotismo.

Al ser deportado hacia España, escapó en Cuba, de donde pasó a los Estados Unidos, a Filadelfia, en donde permaneció hasta la consumación de la independencia.

Justo antes de embarcarse hacia España, escribió su Carta de despedida, en la que alegaba que México no debía aceptar la decisión ortográfica de la Academia Española de reemplazar la “X” con la “J” en los nombres aztecas y mexicanos. Asimismo, rastreaba la fundación de la ciudad hasta la llegada de Santo Tomás-Quetzalcóatl.

Al regresar a Veracruz en febrero de 1822, fue capturado por fuerzas realistas que aún dominaban el puerto, y fue encarcelado cuatro meses en San Juan de Ulúa. Excarcelado, fue electo diputado por la provincia de Nuevo León.

Al instaurarse el imperio de Agustín de Iturbide, Fray Servando se opuso a la monarquía, le parecía más conveniente para el país un gobierno republicano. Tan sólo cinco días antes de la coronación “denigró elocuentemente a la Inquisición y al arzobispo y también virrey de la Nueva España Núñez de Aro y terminó con decir que aborrecía a los déspotas: que nada se había conseguido con la independencia si no tenían un gobierno libre, que los turcos y los moros eran independientes pero no por eso dejaban de ser esclavos de su señor”. (Beruete Miguel de. Elevación y caída del emperador Iturbide). Por su resistencia fue mandado encarcelar por Iturbide. A la caída de este, fue liberado en 1823 y nombrado diputado al Segundo Congreso Constituyente, donde se manifestó en contra del federalismo y abogó por una república centralista. De esa forma, fue uno de los firmantes del acta constitutiva de la Federación y la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos.

En 1824 el presidente Guadalupe Victoria le cedió una habitación en palacio, así como una pensión que le permitió vivir con cierto decoro sus últimos años, en los que atacó severamente a los yorkinos, mientras halagaba a los escoceses encabezados por Nicolás Bravo.

En un discurso titulado “Las profecías”, Mier señaló que al establecer una Constitución Federal no se consideró el lastre que había dejado la dominación española centralizada, el cual impediría la organización de un régimen federal, por lo que se pronunció por un federalismo centralizado o un centralismo que evolucionara hacia una federación, de modo que no se desintegrara la nación, como fue el caso de Centroamérica.

El 16 de noviembre de 1827 Fray Servando todavía celebró su viático (sacramento) con toda pompa. Ahí pronunció un discurso para explicar y justificar su vida y sus opiniones, además de prevenir al país contra la masonería y el federalismo. Falleció el 3 de diciembre de 1827 en la ciudad de México. El propio vicepresidente Nicolás Bravo presidió su funeral. Fue sepultado en el templo de Santo Domingo.

Su cadáver momificado fue exhumado en 1861, y exhibido junto con otros restos mortales, como los de una víctima de la inquisición. Un italiano compró varias de estas momias y se las llevó. No se sabe donde están sus restos.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

Efeméride. Nacimiento 18 de octubre de 1763. Muerte 3 de diciembre de 1827.