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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Moya de Contreras Pedro

1520?-1591

Nació en la villa de Pedrocha, obispado de Córdoba, España, entre 1520 y 1530. Su tío del mismo nombre fue obispo de Valencia. Fue paje del visitador Juan de Ovando entre los años de 1545 y 1550. Muy joven se decidió por seguir la carrera sacerdotal, siendo tan notable su desempeño en los años de 1551 a 1554, que logró doctorarse “ad utroque jure” en la Universidad de Salamanca. Regresó al servicio de Ovando, y por su lealtad recibió como prebenda la dignidad de maestrescuelas en las Canarias e inquisidor en Murcia, cargos en los que destacó por su rectitud jurídica. Así ingresó a la administración eclesiástica interesada en la América.

Por esos años, Felipe II temía que la escisión religiosa que sufría Europa, se trasladara a Nueva España y por lo tanto, juzgó conveniente establecer formalmente en estas tierras el Tribunal de la Santa Inquisición, que había funcionado desde 1522. Moya, quien se había distinguido como inquisidor severo y disciplinado en Murcia, fue escogido presidente del tribunal del Santo Oficio en 1570 para viajar a los territorios americanos a implantar la política de la contrarreforma.

Salió a México en 1571, acompañado por el doctor Cervantes, que falleció durante el viaje trasatlántico, por el licenciado Alonso Fernández de Bonilla como fiscal, y por don Antonio Bazán como alguacil mayor. A su llegada a México, el 12 de septiembre de ese año, ocupaba el arzobispado Alonso de Montúfar y era el virrey Martín Enríquez de Almanza. Debido a la avanzada edad de Montúfar, Moya fue nombrado su coadjutor y sucesor, lo que le permitió ejercer un gran poder sobre la administración eclesiástica colonial, desde su arribo a la capital novohispana. La Inquisición a su cargo comprendía el Caribe, Centro América y el Lejano Oriente, con base en las Filipinas, pero no tenía jurisdicción sobre los indígenas. Se estableció oficialmente en la Nueva España, el 4 de noviembre de 1571. Era un Tribunal mixto, del Estado y de la Iglesia, que se ocupaba de los delitos relacionados a las buenas costumbres, a la moral y a la fe. Entre sus acciones estaban la inspección y decomiso, en su caso, de los libros que llegaban a la Nueva España.

A su llegada, Moya hizo circular un edicto titulado “Contra la herética pravedad y apostasía en la gran Ciudad de Tenuchxtitlan México y su arzobispado”, en el cual se refería a los libros sospechosos de criticar la fe católica en los siguientes términos: “Por ser como son, pozos públicos y fuentes perpetuas de ponzoña y raíces profundas de veneno con los herejes antiguos, especialmente los de estos tiempos, secuaces del malvado heresiarca Lutero”. Por ello ordenó que “ninguna iglesia ni monasterio, colegio ni universidad, ni persona en particular de cualquier estado, condición o preeminencia que sean, sea osado de tener ni leer ni vender ninguna de las biblias o nuevos testamentos de cualquier impresión y año que sean” y “que de aquí en adelante, ningún librero ni mercader de libros ni otra persona alguna sea osado traer a estas partes, biblias o testamentos nuevos de las susodichas impresiones depravadas o de otras que contengan algunos errores, aunque los traigan borrados en la forma que ahora se mandan borrar los errores de las biblias y testamentos nuevos”.

Según Alejandro de Antuñano Maurer: “...el edicto de Moya de Contreras condenaba al inmovilismo intelectual a todo aquel que quisiera ensanchar su vida cultural. Al mismo tiempo, afectaba profundamente al reducido ámbito de pioneros en el comercio del libro, que se arriesgaban en una actividad incierta”.

 

Moya fue ungido sacerdote en el mismo año de su arribo. La bula de su designación episcopal fue expedida por el Papa Gregorio XII con fecha de 15 de junio de 1573. Su consagración tuvo lugar en la catedral de México de manos del obispo de Puebla, Antonio de Morales, el 8 de diciembre de ese mismo año.

Al fallecer Montúfar en el mes de diciembre de 1573, Moya fue nombrado Arzobispo de México, cargo que ejerció hasta 1589. En 1574 celebró el primer auto de fe. El primer “relajado” al fuego fue George Ribli, de nacionalidad inglesa. En ese mismo año envió a Felipe II una Relación acerca del estado de la Iglesia en la colonia, en la que sugería algunas reglas para moralizar al clero y reformar la Iglesia. Trataba de crear un clero sabio y virtuoso en el que daba cabida inclusive a los criollos, pero no comprendió la labor evangelizadora que sus antecesores habían emprendido, ni tampoco el proceso de mestizaje que estaba teniendo lugar en la sociedad novohispana.

De carácter arrogante, severo y poco dúctil, Moya tuvo enfrentamientos con el virrey Enríquez, quien como regalista (defensor de las regalías de la Corona en las relaciones Estado-clero) pensaba, al contrario que el Inquisidor, que la Iglesia poco tenía que intervenir en materias que competían a la Corona Española.

Como arzobispo, convocó y realizó el Tercer Concilio Mexicano en 1584-1585, en el que sus cánones fueron adaptados a los acordados en el Concilio de Trento a costa de la acción catequética y evangelizadora de la iglesia, y que fueron la base de su legislación para toda la época virreinal. También en esa reunión se reconoció la grave situación en la que vivían los indios, la necesidad de reconocerles, como seres racionales e inteligentes, personalidad jurídica y de respetarla, así como también se declaró que por ningún motivo se podía esclavizar a los indios. Al contrario, todos debían recibir enseñanza religiosa mediante el catecismo.

Al respecto Moya escribió: “los obispos y gobernadores de estas provincias y reinos debían de pensar que ninguno otro ciudadano les está tan estrechamente encomendado por Dios que el proteger y defender con todo el afecto del alma y paternales entrañas a los indios recién convertidos a la fe, mirando por sus bienes espirituales y corporales. Porque la natural mansedumbre de los indios, sumisión y continuo trabajo con que sirven en provecho de los españoles, ablandarían los corazones más fieros y endurecidos, obligándolos a tomar su defensa y compadecerse de sus miserias, antes que causarles las molestias, injurias, violencias y extorsiones con que todos los días en tanto tiempo los están mortificando toda clase de hombres…”

Por otra parte, Moya apoyó la labor educativa de la Compañía de Jesús y estimuló que los sacerdotes continuaran sus estudios en la Universidad. Además, se preocupó porque la instrucción se extendiera a los indígenas, por lo que decidió fundar el Seminario de Indios, en el que se les enseñaba la doctrina cristiana, la lectura, la escritura, el canto y algún oficio. Asimismo, se encargó de la construcción y mejoramiento de las iglesias.

En 1584 fue designado también visitador de la Audiencia y de la Universidad. En este encargo, aconsejó ocupar los puestos públicos conforme al “saber, crédito y distinción”. Respecto a la Universidad, procuró la construcción de su edificio y formuló sus estatutos; también estudió Teología en sus aulas. Además, el 25 de Septiembre de 1584 tomó posesión como 6º virrey de la Nueva España, puesto que desempeñó hasta el 17 de noviembre del siguiente año. Es decir, en este periodo de su vida, Moya reunió en su persona un inmenso poder debido a que en él recayeron las tres magistraturas más altas de la colonia: virrey, inquisidor y visitador, además de arzobispo.

En su carácter de virrey, Moya quitó el empleo y castigó a los oidores que habían cometido abusos en el ejercicio de su cargo, lo que le atrajo muchas malquerencias. También llegó a condenar a la horca a reos acusados de peculado. Asimismo, en el aspecto económico tuvo un gran éxito, al lograr que durante su administración se multiplicaran las rentas reales, por lo que envió a la Corona tres y medio millones de ducados de plata y más de mil marcos de oro. Además rehusó la guardia de alabarderos que acostumbraban los virreyes y repartió sus salarios entre los necesitados y desempleados.

Fue reemplazado como virrey por el marqués de Villa Manrique. Regresó a España en 1589. Antes de su partida, repartió muchas caridades y se quedó sólo con lo que llevaba puesto, de modo que al llegar a Veracruz, carecía de recursos para hacer el viaje, por lo que tuvo que esperar la colecta que se había realizado en México para auxiliarle.

Ya en España, fue nombrado presidente del Supremo Consejo de Castilla y Patriarca de las Indias.

Murió en Madrid el 21 de diciembre de 1591, y lo hizo en tal pobreza que el propio Felipe II tuvo que pagar sus funerales y cubrir sus deudas. Fue sepultado en la iglesia de San Isidro.

Artemio del Valle Arizpe (Virreyes y Virreinas de la Nueva España) escribió: “Íntegro y honrado como Don Pedro Moya de Contreras sí los habrá habido, más que él no. Raudales de oro pasaron por sus manos y no se le quedó en ellas ni una brizna…Bajó al sepulcro tan menesteroso como el último de los indios mexicanos, sin tener sus deudos con qué hacerle sus funerales. ¡Qué contados los gobernantes que son así!


Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

Efeméride. Muerte 21 de diciembre de 1591.