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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Francisco Alonso de Bulnes

1847-1924

Nació en la ciudad de México el 4 de octubre de 1847 (aunque también se dice que nació en España). Destacado estudiante, terminó la carrera de ingeniería civil y minas en la Escuela de Minería. Ejerció su profesión durante algún tiempo, e incluso en 1874 formó parte de la Comisión Mexicana que fue a Japón para transcribir el tránsito de Venus por el disco del sol, delegación encabezada por el astrónomo Francisco Díaz Covarrubias, en la que fue cronista y calculador. De esa experiencia publicó su primer libro: Sobre el Hemisferio Norte once mil leguas. Impresiones de viaje, en 1875.

Desde muy joven fue atraído rápidamente por la academia, la política y la escritura. En este primer aspecto, fue uno de los maestros fundadores de la Escuela Nacional Preparatoria y profesor de la Escuela Nacional de Ingeniería. Como lo recuerda Vasconcelos, por sus grandes dotes intelectuales pudo haber sido el maestro de valiosas generaciones, mas lo impidió “su espíritu iconoclasta y en ocasiones intemperante y poco constructivo”.

Dentro de sus actividades políticas, llegó a defender al presidente Sebastián Lerdo de Tejada mediante textos publicados en la prensa y también empuñando las armas en la batalla de Tecoac bajo las órdenes del general Ignacio L. Alatorre. Tras la derrota, partió hacia la ciudad de Veracruz, donde intentó trabajar como maquinista en ferrocarriles. Al no lograrlo, pasó a Cuernavaca, plaza en donde el ministro Matías Romero lo designó jefe de Hacienda.

En adelante Bulnes desarrolló una larga carrera política al servicio del porfirismo: durante casi treinta años fue miembro del Congreso de la Unión, ya sea como senador o como diputado, y diversas veces, presidente de una u otra Cámara. En 1888, para permitir la reelección por un periodo, llegó a argumentar: "El buen dictador es un animal tan raro que la nación que posee uno debe prolongarle no sólo el poder sino la vida". Desde la tribuna se convirtió en el gran orador de la época por su gran capacidad como polemista, la que también demostró en sus artículos periodísticos. Asimismo, fue consultor de varias secretarías de Estado, por lo que tuvo destacada participación en la redacción de varias leyes bancarias y del Código de Minería.

Escribe Alicia Salmerón (La campaña presidencial de 1892) que tanto Bulnes como Justo Sierra, “desde sus primeros escritos se habían manifestado partidarios de un gobierno fuerte y cuestionaban la posibilidad de hacer realidad un sistema democrático en un país con el atraso político, socioeconómico y cultural de México. Un país rural, con índices de analfabetismo muy elevados, donde caciques y patrones dirigían al electorado, era mal suelo para un régimen que exigía independencia de criterio e ilustración. La democracia podía ser una meta a futuro, sostenían, pero antes había que sacar a los mexicanos de la pobreza y de la ignorancia. Mientras tanto, en su opinión, la dirección del país debía estar en manos de una oligarquía, con intereses propios que defender y, por ese camino, comprometida con el desarrollo material de México. Tal oligarquía debía estar aconsejada, a su vez, por una élite educada, con los conocimientos necesarios para orientar sus decisiones con el auxilio de las ciencias. En el futuro, quizá, en un México más "maduro", el sufragio universal podría funcionar, pero en ese momento, lo realista era restringir el voto a una comunidad política integrada sólo por quienes supieran leer y escribir". Por eso rechazaban el principio del sufragio popular y justificaban como indispensables las continuas reelecciones del general Díaz.

Con el mismo argumento, para Bulnes, la Constitución de 1857, "este gran documento liberal legislativo, fue compuesto por cierto número de honrados y patrióticos pensadores, que creyeron, cuando andaban formulando la ley, que estaban interpretando la voluntad del pueblo -no del pueblo, sino de un pueblo imaginario. Sus sueños, llevados al delirio por las teorías de escritores extranjeros, dieron por resultado que extraviasen al pueblo mexicano iletrado, incapaz de entender la significación de los derechos y menos aún la de las libertades". 

Lo único salvable de toda la legislación liberal eran las Leyes de Reforma, pero como éstas no señalaban disposiciones de gobierno, Porfirio Díaz, en tanto el pueblo no avanzara lo suficiente, debía de ajustar a su criterio la aplicación de todas las demás leyes a la realidad nacional, sin modificarlas. Así los "científicos" justificaron el gobierno autocrático y las violaciones a las leyes para hacer frente a las necesidades populares de manera "realista".

Afiliado al positivismo adoptado por la dictadura de Díaz, pero que en realidad lo justificaban y apoyaban dadas las “características” de nuestro pueblo: "La imbecilidad se muestra en creer posible que la forma de gobierno de un país depende de la voluntad de un hombre. La forma de gobierno depende exclusiva e indeclinablemente de la forma del pueblo”. Escribe Norma de los Ríos (Francisco Bulnes) acerca del pensamiento de Bulnes: “haciendo una simplificación un tanto burda, podríamos decir, glosando a Bulnes, que: la ‘inferioridad’ de nuestra raza latina y la ‘abyección’ de nuestros pueblos, hacen imposible la ‘democracia’, por lo que necesitamos un ‘gobierno fuerte’ que contenga los excesos del ‘peladaje’ y controle ‘el canibalismo burocrático’ de nuestras ‘famélicas clases medias’…”

Así llegó Bulnes a escribir: “Tres caminos hay que seguir cuando el ochenta por ciento de un pueblo es de abyectos, como lo demuestra la importancia de reacción de hombres contra débiles minorías que los explotan y desprecian. El primer camino era emplear una explotación despiadada por las clases directoras, ‘acomodada y desacomodada’, hasta alcanzar el exterminio de la clase campesina. El otro camino indicado era una explotación que permitiese vivir mal, pero indefinidamente, a las víctimas, y el tercer camino era sujetar a ese ochenta por ciento de bestias humanas a un régimen de tutela humanitario, civilizador, que las levantase si era posible a la categoría de ciudadanos, o que permaneciesen como menores de edad con el bienestar proporcionado por las virtudes de la clase gobernante…Los derechos se hacen respetar ante los tribunales o por la insurrección. ¿Los tribunales son corrompidos y canallas? Entonces el único medio es la insurrección. Esto no es posible cuando la clase social atropellada representa una minoría insignificante. Pero cuando representa el ochenta por ciento de la población, su incapacidad para reivindicar ella misma sus derechos por medio de la insurrección prueba su incapacidad para disfrutar de derechos, incapacidad que no se corrige con las mejores leyes, ni con las más sangrientas revoluciones, ni con los más tontos discursos”.

Respecto a la relación de América Latina con los Estados Unidos, Bulnes advirtió: “los dictadores de nuestras repúblicas utilizan al coloso como un coco. Al menor desorden, a la más leve tentativa de echar por tierra a los gobiernos constituidos, el ‘big stick’ se levantaría para hacer entrar en razón a los insurrectos, lo que no decían es que ellos, para asegurarse la benevolencia del coloso, habían ido entregando, por medio de concesiones leoninas al capital imperialista, todos los recursos de sus respectivos países, creando a los pueblos los más intrincados problemas”.

En 1904, criticó pero aprobó la iniciativa para aumentar el período presidencial de cuatro a seis años:

En abril de 1908, frente a la inminente sexta reelección del dictador Díaz, criticó el desinterés de don Porfirio en preparar un sucesor dada su avanzada edad y advirtió que a su muerte se destruiría todo lo logrado durante la paz, paz que ya no existía “en las conciencias”:

"¿Existe en México un progreso político tan cierto como que existe un progreso material? Sí existe, y se manifiesta por los hechos siguientes: el país, en su importante fracción intelectual, reconoce que el jacobinismo es y será siempre un fracaso. El país, despojándose de su vieja y tonta vanidad, ya no pretende copiar servilmente la complicada vida democrática de los Estados Unidos; el país, está profundamente penetrado del peligro de su desorganización política. El país quiere ¿sabéis, señores, lo que verdaderamente quiere este país? Pues bien, quiere, que el sucesor del general Díaz se llame…¡¡la Ley!! ¿Qué ley? Cualquiera, con tal de que no sea la más hermosa, sino la positiva, la verdadera, la que nos convenga. El Korán, si se cree que nos conviene un sultán; las leyes de Indias, si debemos retroceder al régimen colonial; el Rig Veda, si aparecemos a propósito para formar suntuosa monarquía de castas; la. Biblia, si se nos declara judíos; las reformas a la Constitución Argentina, si se nos considera propios para una burocracia parlamentaria…¡Para algo hemos de servir después del progreso obtenido! ¿Para nada servimos aún? Pues entonces, que se nos prepare un hombre de Estado probo, para que nos gobierne bien o mal pero civilmente…fuera del porfirismo hay en la nación un no se qué. de amenazador, una promesa revolucionaria que de ninguna boca sale, ni presenta el aspecto de ninguna fuerza. Y todo ese aflojamiento dé las funciones. públicas y de los intereses sólidos, emana de la. tristeza causada por esa política del general Díaz, de no preparar sucesor ni gobierno impersonal cualquiera; empeñándose en preparar la anarquía, durante sus. suntuosos funerales…¡La paz está en las calles, en los casinos, en. los teatros, en los templos, en los caminos públicos,. en los cuarteles, en las escuelas, en la diplomacia; pero no existe ya en las conciencias! No existe la tranquilidad inefable de hace algunos años. ¡La nación tiene miedo! La agobia un calofrío de duda, un vacío de vértigo, una intensa crispación de desconfianza, y se agarra a la reelección como a una argolla que oscila en las tinieblas…Yo creo que la reelección debe ser más que una brillante cuestión de presente, debe ser algo de nacional, y sólo es nacional lo que tiene porvenir. Yo creo que el porfirismo y el mexicanismo, no son antagónicos, que hay que armonizarlos, y para ello es preciso, que la riqueza de que se nos habla, no se convierta en indigencia por la brusca nausea de la anarquía; es preciso que los kilómetros de vías férreas, no sean arrancados por las garras de la guerra civil; es preciso que los hilos telegráficos no vuelvan a anunciar al mundo nuestra barbarie, nuestra lasitud, nuestra impotencia; es preciso mostrar que la sumisión actual, no es la de siervos saboreando deleites, ni la de cortesanos danzantes luciendo oropeles; sino el recogimiento disciplinario de verdaderos patriotas; es preciso que de esta. paz no salga sangre, que de esta quietud no surjan patíbulos, que de este crédito no se desprendan huestes extranjeras poderosas e invencibles, que nos arranquen la. nacionalidad; es preciso, sobre todo, que ese sentimiento de la nación por el general Díaz, tan grande, tan noble, tan leal, no se transforme más tarde en el aleteo de una desesperación tenebrosa, en decepciones y resentimientos. Si la obra del general Díaz debe perecer con él, no hay que recomendar reelección, hay que recomendar el silencio, como en una escena siniestra; hay que recomendar el dolor, como en un espectáculo de muerte; hay que proveerse de escepticismo y resignación, para ver y saber que el destino de la patria está hecho ya: que es la ruina inevitable, la conquista sin defensa, la desaparición en la fosa común de los viles y de los esclavos."

Poco antes de la renuncia de Díaz en 1911, el diputado Francisco Bulnes, a pesar de que en 1903 había invitado a votar “cariñosamente” a favor de la sexta reelección del dictador, presentó una iniciativa de reformas a los artículos 78 y 109 de la Constitución, prohibiendo la reelección de presidente de la República y de los gobernadores de los estados. Escéptico frente al movimiento revolucionario, al triunfo de Carranza salió del país voluntariamente.

Como escritor fue autor de libros de historia por demás polémicos y vulnerables. El primero de ellos fue El porvenir de las naciones latinoamericanas, editado en 1899. Pero la obra que levantó verdadera ámpula porque denigraba su herencia histórica, fue El verdadero Juárez, publicada en 1904, en la que ofreció una “desmitificadora” versión de la vida del prócer: "El temperamento de Juárez fue el propio del indio, caracterizado por su calma de obelisco, por esa reserva que la esclavitud fomenta hasta el estado comatoso en las razas fríamente resignadas... El aspecto físico y moral de Juárez no era el de apóstol, ni el de mártir, ni el de hombre de Estado, sino el de una divinidad de teocali, impasible sobre la húmeda y rojiza piedra de los sacrificios". Naturalmente, este libro fue vigorosamente refutado por personajes tan destacados como Justo Sierra, Andrés Molina Enríquez, Ignacio Mariscal, Genaro García y José R. del Castillo. Pero para Bulnes, se podía juzgar “el adelanto moral e intelectual” de un país por el tipo de historia con que se instruía a la niñez. “¿Se enseñan leyendas, fábulas y apologías de sectas? Me desalienta y preocupa... ¿Se comienza a enseñar la verdad? Convengo entonces en que cierta y afortunadamente vamos entrando en digno y sereno periodo de civilización”.

En ese mismo año publicó La grandes mentiras de nuestra historia. También escribió La Nación y el Ejército en las Guerras Extranjeras, así como Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma (1905), La guerra de independencia: Hidalgo-Iturbide (1910), The whole truth about México, President Wilson's Responsability (1916) publicado durante su exilio en Estados Unidos y El Verdadero Díaz y la Revolución (1920).

Intelectual y político del porfirismo, regresó a México a la muerte de Carranza para desde su columna en el periódico El Universal, atacar a la revolución mexicana por estar inoculada de bolchevismo y sindicalismo, “dos grandes enemigos del género humano”, así como criticar al gobierno de Álvaro Obregón, entre otras cosas, por permitir que los yaquis se gobernaran conforme a sus usos y costumbres, pues no podía “imaginarse y consentirse una república dentro de otra... Los yaquis... eran agricultores, y bárbaros y pretendían ser nación y hablaban de la 'nación yaqui' como un francés de la nación francesa... Ningún mexicano debió haber aceptado la existencia de una nación yaqui o de cualquier otra clase, dentro de la nación mexicana... [pues]... los derechos de la nación yaqui... mermaban el territorio nacional y ofendían gravemente la soberanía... En México el 35 por ciento de la población es de indios aborígenes, y el 65 restante de criollos y mestizos, y según... los defensores de los yaquis, los mestizos criollos y extranjeros propietarios en México, deben restituir a los aborígenes todo lo que los españoles les quitaron... El zapatismo ha sido una consecuencia lógica del yaquismo. El general Díaz, identificado con los gobiernos civilizados del mundo, no aceptó la doctrina zapatista.... Era imposible que el general Díaz, justamente orgulloso de haber hecho de México una nación seria... se sometiese... a las exigencias de una tribu, ofensivas para el patriotismo mexicano, para la civilización, para el decoro del gobierno; y con la bandera tricolor en la mano... prefirió seguir la guerra”...

Falleció el 22 de septiembre de 1924 en la ciudad de México. Tras su muerte, muchos de sus artículos fueron reunidos y publicados en forma de libro en 1927 bajo el título de Los grandes problemas de México.

Según Jiménez Marce: “La intransigencia bulnesiana frente a una ‘versión oficial’ de la historia nacional lo llevó a vivir dentro de la polémica y por la polémica… ocasionó que sus escritos fueran severamente criticados, pues se consideraba que sus interpretaciones carecían de objetividad debido a que él escogía los sucesos que le interesaba explicar y con ellos creaba afirmaciones ‘inventadas’ que respetaban poco el orden real de los hechos. Este argumento ha servido para descalificar su obra en distintos momentos históricos… [sin embargo] fue un intelectual porfiriano que dejó una huella profunda en la historiografía mexicana de finales del siglo XIX y principios del XX”.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

Efeméride. Nacimiento 4 de octubre de 1847  Muerte 22 de septiembre de 1924.