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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Ignacio Manuel Altamirano

1834-1893

Nació en Tixtla, Guerrero, el 13 de noviembre de 1834. Su padre Francisco Altamirano fue dos veces alcalde de Tixtla y su madre Gertrudis Basilio era muy religiosa. De origen indígena, hasta los catorce años pudo asistir a la escuela –entonces ni siquiera hablaba el español- bajo la protección de Juan Álvarez. Sin embargo, tuvo notables avances que hicieron que años después lograra una beca para escolares indios, lo que lo condujo a estudiar en el Instituto Literario de Toluca, en el que fue alumno de Ignacio Ramírez, de quien recibió una notable influencia. El 20 de julio de 1852, a la edad de diecisiete años, mientras estudiaba en ese Instituto, se reveló como luchador social liberal al publicar su periódico “Los Papachos”, en el que propagaba sus ideas sociales y liberales; entonces, su único colaborador era el estudiante y poeta Juan A. Mateos. Fue bibliotecario del propio instituto, tras lo que partió a estudiar leyes en el Colegio de San Juan de Letrán, gracias al apoyo del hacendado vasco Luís Rovelo.

Envuelto en las doctrinas liberales, Altamirano tomó parte en la revolución de Ayutla, en la guerra de Reforma y en la lucha contra la intervención francesa en México. Durante la intervención francesa fue nombrado por Juárez como coronel auxiliar de infantería y operó en la zona de Cuautla bajo las órdenes del general Francisco Leyva. En 1866 derrotó en Puente de Ixtla a las fuerzas de Abraham Ortiz de la Peña. El 18 de enero de 1867, atacó Cuernavaca y derrotó a las fuerzas imperiales al mando de Lamadrid. Participó heroicamente en el sitio de Querétaro y volvió a la vida civil con el grado de coronel.

Altamirano concebía el programa de la Reforma en los siguientes términos: obtener el bienestar de la patria por vía de reformas sociales; estas se podrían traducir en la naturalización de la libertad en México, que incluya tanto la del pensamiento, como de la religión, asociación y comercio; en pocas palabras libertad con la única restricción del respeto a la libertad ajena. El liberalismo le significaba democracia, libertad e igualdad entre los poderes supremos de la nación.

Dentro de su carrera política, en 1861 llegó a ser diputado al Congreso de la Unión, en donde hizo gala de sus grandes dotes de orador en la tribuna del Congreso, desde donde se opuso a la ley de amnistía: “Con toda la conciencia de un hombre puro, con todo el corazón de un liberal, con la energía justiciera del representante de una nación ultrajada, levanto aquí mi voz para pedir a vuestra soberanía que repruebe el dictamen en que se propone el decreto de amnistía para el partido reaccionario… Seamos una vez dignos, seamos una vez justicieros. Ya basta de transacciones y de generosidad estéril. ¡Justicia y no clemencia!... ¿Se castiga al asesino de un hombre, al ladrón de un caballo, y no hay pena para el que incendia pueblos enteros, para el que roba los caudales públicos, para el que vierte a torrentes la sangre mexicana?, ... yo bien sé que disgusto a ciertas gentes ... yo sé que no son estos los sentimientos de esos políticos de biombo que estuvieron impasibles durante la lucha, sin apiadarse de la aflicción de la patria y complaciéndose en los horrores que pasaban fuera de la capital. Pero yo no quiero transacciones; yo soy hijo de las montañas del Sur y desciendo de aquellos hombres de hierro que han preferido siempre comer raíces y vivir entre las fieras a inclinar su frente ante los tiranos y a dar un abrazo a los traidores, ... no he de otorgar un solo perdón a los verdugos de mis hermanos. Yo no he venido a hacer compromisos con ningún reaccionario, nosotros debemos tener un principio en lugar de corazón; antes que la amistad está la patria; antes que el sentimiento esta la idea; antes que la compasión esta la justicia”. Así, en vez de amnistía exigió castigo para los enemigos del país, inclusive llegó a pedir la cabeza de Manuel Payno por su participación en el golpe de Estado de Comonfort en diciembre de 1857.

Junto con Ignacio Ramírez y Francisco Zarco, se opuso varias veces al presidente Juárez, a quien exigía mayor apego al ideario liberal. En uno de sus discursos, dijo: “se ha creído que en México la política consiste en la vergonzosa contemporización con todas las traiciones, con todos los crímenes; hasta aquí ha sido la divisa de la mayor parte de nuestros gobiernos, el ‘hoy por ti, mañana por mí’. Pues [...] eso es infame, esa será una política, pero una política engañosa e inmunda. Nosotros pertenecemos al partido liberal que es el partido de la Nación y no debemos imitar al viejo dios marino, tomando diferentes formas y disfraces, [...] basta de Proteos políticos influenciando en la opinión. [...] mientras todos los diputados que se sientan en esos bancos no se decidan a jugar la cabeza en defensa de la majestad nacional, nada bueno podemos hacer”.

Al restaurarse la República, Altamirano volvió al periodismo y a la literatura sin desligarse de la política. Con motivo de la convocatoria expedida por Juárez en agosto de 1867, para la elección de presidente de la República y someter a escrutinio las reformas a la Constitución de 1857, se opuso a ellas, junto con Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio, Guillermo Prieto y otras figuras importantes, defendiendo apasionadamente la igualdad entre los poderes, la democracia, la aplicación de los principios liberales y la fiel observancia de los preceptos y procedimientos constitucionales. Entonces fundó el periódico “Correo de México”, que se convirtió en el punto de reunión de los liberales llamados progresistas.

Participó en las elecciones generales como candidato para diputado por Oaxaca donde resultó derrotado; defendió la candidatura presidencial de Porfirio Díaz en contra de la de Benito Juárez. También se adscribió al grupo regional que en el estado de Guerrero apoyaba a Vicente Jiménez en contra de Diego Álvarez, hijo de Juan Álvarez, y fue electo como magistrado a la Suprema Corte de Justicia ocupando el cargo de fiscal. También fue Oficial Mayor de la Secretaría de Fomento.

El mundo editorial fue un campo privilegiado de las actividades de Altamirano: en 1871 fundó El Federalista, en 1875 La Tribuna y en 1880 La República.

Sin embargo, lo agobiaba la pobreza: “Estoy pobre porque no he querido robar. Otro me ven desde lo alto de sus carruajes tirados por frisones, pero me ven con vergüenza. Yo los veo desde lo alto de mi honradez y de mi legítimo orgullo”...

 

Otra faceta de su vida, tal vez más importante que la política, fue la de promotor de la literatura y la cultura. Formó parte de lo que alguien ha llamado “ala civil” del grupo liberal. De esa forma fundó en 1869, al lado de Gonzalo Esteva, una revista cultural, El Renacimiento; de este semanario ha escrito Enrique Krauze que significa “el arranque de la cultura nacional propiamente dicha”. Ahí, por encima de las diferencias políticas, se reunieron trabajos de escritores tanto liberales como conservadores, quienes lograron renovar el panorama de las letras nacionales en un ámbito de mayor libertad y convivencia: “Llamamos a nuestras filas a los amantes de las bellas artes de todas las comunidades políticas, y aceptamos su auxilio con agradecimiento y con cariño. Muy felices seríamos si lográsemos por este medio apagar completamente los errores que dividen todavía por desgracia a los hijos de la madre común”.

Altamirano también dedicó muchos de sus esfuerzos a la educación y la creación de centros culturales. Perteneció a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; como defensor de la enseñanza laica, fue profesor en las escuelas Nacional Preparatoria, de Comercio, de Jurisprudencia y la Nacional para Maestros. Además fue director del Liceo Hidalgo.

También fundó, junto a su maestro Ignacio Ramírez, la Sociedad de Libres Pensadores; promovió la Sociedad Gorostiza de autores dramáticos, la Sociedad de Escritores Públicos y la Sociedad Nezahualcóyotl.

Su amplia obra literaria incluye materias y géneros tan distintos como la poesía, la novela, los discursos, la historia, los cuadros de costumbres, el periodismo, y los estudios de crítica e historia literaria.

Como escritor dejó varias obras perdurables, tales como Navidad en las montañas, Julia, Una noche de julio, y las novelas Clemencia y El Zarco. También a él se deben el rescate y preservación de leyendas y costumbres, así como descripciones de los paisajes de México. Crítico e historiador literario, con su obra logró orientar y afirmar los valores de la nacionalidad mexicana.

También se dedicó a la diplomacia: fue cónsul de México en Barcelona y París; representó a nuestro país en reuniones internacionales en Suiza e Italia. Posteriormente fue nombrado ministro plenipotenciario en San Remo, Italia, lugar donde falleció el 13 de febrero de 1893. Su cadáver fue incinerado y sus cenizas trasladadas a México.

El 13 de febrero de 1960, en el Parque Nóbel de San Remo, Italia, fue develada una estatua de Ignacio Manuel Altamirano, donada por el gobierno del presidente Ruiz Cortines, con la asistencia de ciudadanos locales, miles de turistas y de los representantes diplomáticos mexicanos acreditados en Francia e Italia, así como los senadores Manuel Moreno Sánchez, Carlos Román Celis y Guillermo Ibarra, y los diputados Leopoldo González Sáenz y Moisés Ochoa Campos.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

Efeméride. Nacimiento 13 de noviembre de 1834. Muerte 13 de febrero de 1893.